miércoles, 19 de febrero de 2025

Eduardo Imaz

 

Del ascensor emergieron Honorio Jiménez y Eduardo Imaz y Murrieta, dos médicos inmunólogos españoles quienes nos habrían de acompañar esa tarde. Salieron del ascensor riendo y vinieron directamente hacia nosotros. Ambos eran corpulentos, Eduardo mucho más joven, no llegaría a los treinta años, era un vasco de Donostia, experto en el inmunomarcaje de las células asesinas. Con sus cabellos largos y su risa estentórea, Eduardo contrastaba con el rollizo Honorio, colorado como un salmón. Ellos se acercaron a nosotros saludándonos efusivamente mientras relataban la aventura de haber marchado esa mañana entre la muchedumbre que plenaba la plaza de la revolución...


Eduardo con su buen humor tan característico insistió en que nosotros teníamos que tomarnos otros tragos (¡mas ron!) y además!, era imprescindible oír música ya que era muy temprano para irse a dormir. En verdad somos dos médicos, inmunólogos, de España (mejor dicho, del País Vasco) y de Venezuela, primovisitors en la Cuba revolucionaria del año milnovecientos ochenta y nueve, por lo tanto, nada más absurdo que el disparate con el que inicié el párrafo… Yo le dije a mi amigo, (como si nos convidara el propio Manuelito Barrios), ¡vamos a beber!


…Eduardo en su corpulenta humanidad y su jocoso espíritu, eso que nosotros llamamos una echadera de vaina o tomadera de pelo permanente, muy pronto estábamos en sintonía (no era la permanente lo que tenían en la cabeza nuestros tintos amigos, era natural), muy pronto nos hicimos panas (una ¡burda panadería!). ¿Cómo no hacer amistad con un tipo como Eduardo Imaz? Entre sus risotadas y una botella de ron de cientoquince grados (ocoró lo llamaron ellos), salimos en el Volkswagennoff…    Terminamos, gracias a la charla impenitente de nuestros amigos y a la malsana curiosidad de Eduardo (y de mí, ni se diga, estimulando todas sus propuestas) rodando calle tras calle hasta detenernos al final ante una casa (ni sé en qué rumbo estábamos, pienso que en el barrio de Regla, era un caserío oscuro cerca del puerto), con una apariencia externa fantasmagórica…  


Estábamos en el sitio donde un faculto (un babalao nos dijeron nuestros amigos), nos señalaría la verdad sobre los designios de los Orishás. El santero yoruba nos indicó primero (afortunadamente) cuál sería su tarifa, para leernos (en dólares) los caracoles. Yo desde el comienzo me dije que no me interesaba el asunto. En realidad, siempre he creído que de que vuelan vuelan y todo el día y la noche había sido un disparatado evento tras otro, llenos todos de magia y de cosas que de tan absurdas que eran me daban cierto temor, o debo decir, casi terror, me espantaba de sólo pensar que aquel adivino mayombero me dijera algo sobre microfilms o sobre un alijo de coca que aparecería en mi maleta (a la carrera y temblando hubiera llegado hasta la cama de Alicia en la mansión protocolar)…  

 

Estábamos los cuatro y el mayombero (nuestros amigos negritos del Volkswagenkrofsky fueron obligados por Eduardo a quedarse dentro de la habitación), si no están mis amigos no hay negocio, le dijo autoritamente al santero. Al fin acordamos que así sería y una negrota gorda y vestida de blanco, muy tinta ella, decidió salirse al parecer ofendida por la incorrección (léase desorden) para ella seguramente irreverencia, de, el par de extranjeros (léase Eduardo y su joder constante)… …¿Cómo haremos para conocer los designios de los Orishás? ¡Vaya...! Celina González a 45 revoluciones por minuto canta desde muy lejos... Que viva Changó, que viva Changó, que viva Changó, ay Changó Changó señorees... Luces parpadeantes de una rockola cantándole a Santa Bárbara bendita, se confunden en mi cabeza con el brillo de los candiles que alumbran desde los cuatro ángulos de la habitación al viejo babalao. Cuentas blancas y semillas amarillas para Ochúm, la diosa del amor… … Ten cuidado, anda no juegues si tú no sabes, que daño, mucho daño te puedes jacé y Rompe, pero Rompe Saragüey… 


Cuando regresábamos, en el interior del Volkswagen ruso, Eduardo prácticamente cosió a preguntas a nuestros amigos Ramón y Enrique, pero ellos fueron muy parcos en sus comentarios. Nos terminamos de tomar la botella de ocoró y recuerdo algunos comentarios, son como pistas para entender el plano del minotáurico laberinto que se estaba conformando en mi mente… Poco después rodábamos en el Volkswagen ruso hacia San Lázaro. Teníamos que visitar primero la casa del santón, el gran babalocha. La casa …se estaba cayendo, como todas las de aquel vecindario… … En la calle nos esperaba el Volkswagenosky con Enrique y Ramón quienes ya tenían una nueva botella, ahora de chipedrin. Sin hacer muchos comentarios, salimos hacia los muelles y ¡entramos en el reino de Yemayá! Era el barrio de la Virgen de Regla. Enrique regresó con buenas noticias. Había hablado con el egún abakuá y nos permitiría pasar si antes hacíamos la ofrenda. Qué carajo, le dije a Eduardo, ya estamos sobre el burro y tenemos que arrear. Descendimos del Volkswagenoff. La casa parecía desolada, pero obviamente estaba llena de cuerpos, era la materia no visible que se percibía en cada oscuro rincón…

El egún era un negro brillante de ojos saltones y miembros largos como patas de araña, el hombre de una edad difícil de definir, nos invitó a pasar con un murmullo ininteligible que prosiguió en un dialecto extraño y culminó con una serie de invocaciones, especie de letanía cuyo curso pude seguir cuando se transformaron en una mezcla de latín y español, hilando un santoral pleno de deidades y símbolos como el Arca de la Alianza, Salus Enfermorum y Regina Angelorum...

Eduardo y yo nos miramos. Frente al resplandor de las velas los noté a todos temerosos y de un color amarillento. Un instante después regresó el egún con un gallo debajo del brazo. El ave traía el cuello pelado y rojo como esos gallos patarucos, bueno para lanzarlo en un ruedo. El negro sacó del cinto un gran cuchillo y sin mediar palabras le dio un tajo vertical en el cuello de modo que el animal continuó vivo, pero con cada estremecimiento sangraba a chorros. Nos miró entonces y aproximó la cabeza y el cuello sangrante a su boca, sorbió la sangre y la escupió hacia un lado… … Yo pensé que no sería capaz y en un pestañear de segundos tenía ante mí al negro sudoroso y ensangrentado, sin mirar el gallo noté como se escurrían hilos bermejos entre sus dedos y sobre sus grandes manos y entretanto fui admirando las plumas del gallo embadurnadas, hasta el momento cuando tuve el cuello y los cañones brotados ante mí, tenso, el cogote parecía un mecate empapado, y yo creía escucharlo decir, ¡chupa ya idiota! Haciendo de tripas corazón le pasé la lengua… Cuando le tocó el turno a Eduardo, pensé que no lograría disimular su asco y por un instante me figuré que arrancaría a correr, apreté los ojos y al abrirlos lo vi sonriente con la nariz y la barbilla empapadas de rojo y con un guiño me miró como si quisiera decirme, ¡es cojonudo!... … Abrí los ojos y Eduardo me estaba sacudiendo. ¿Qué te pasa Marcelo? ¡Somos unos ecobios cojonudos! Había concluido el rito. Estábamos solos y nuestros amigos del Volkswagenoffky al rato aparecieron. A tropezones nos condujeron a casa.


NOTA: He “fracturado” la novela “Escribir en La Habana” para mostrar algunos detalles del personaje Eduardo Imaz, el gran amigo gipuzkoano quien “visitaría” por vez primera la capital de Cuba en la novela, y después, ya por muchos años la novela transformada en realidades permanecería inalterable, y se llenaría de detalles fortaleciéndose como nuestra amistad pues aunque estemos lejos (mas no desconectados), permanece grande e inalterable. 

 

En Maracaibo, el miércoles 19 de febrero del año 2025

1 comentario:

Enrique Montenegro, agradecimiento al maestro Eric Omaña por su invaluable contribución al campo de la seguridad y salud en el trabajo en Venezuela. Su obra, "Investigación de accidentes laborales ", dijo...

Saludos definitivamente esta novela es una joya, al desglosarla encontramos varios aspectos interesantes, como la amistad como refugio, el humor, la identidad cultural, el valor de los recuerdos entre otros, quisiera este último punto que describe a Eduardo como un hombre corpulento, alegre y extrovertido, con un gran sentido del humor y una pasión por la vida. Su risa estentórea y su disposición a la aventura lo convierten en un personaje entrañable y magnético. Estos recuerdos y emociones de los momentos compartidos con Eduardo se convierten en un bálsamo para el alma y una fuente de fortaleza. La amistad, a pesar de la distancia y las circunstancias, sigue viva en la memoria y el corazón.
Maestro, hoy puedo entender que este texto se convierte en un homenaje a nuestro hermano y amigo Eduardo y a los momentos compartidos, y veo que es una forma de transmitirle ánimo y apoyo en su difícil situación actual, pero también para decirle que no esta solo, estamos con él. Gracias por compartir esta hermosa obra.