En
una onda de verdades, el pasado lunes tocaríamos el tema del queso, y de eso,
del queso- sin regresar a los malandros -vengo a conversar hoy jueves sobre
mero queso-, De esta manera, al retornar con reminiscencias del pasado lejano, sin
retomar actuales “malandrajes” (que existen y se repiten como “marullos”) quiero,
que sean los quesos el tema actual que es
por demás, muy maracaibero…
El queso Palmizulia es originario del Estado de Zulia.
Es un queso fresco, esponjoso, semiblando y con numerosos ojos aromáticos de fermentación
muy característicos, de corteza húmeda con color amarillo tenue y con olor
láctico y algo acidificado. Su textura en boca es
semiblanda, es algo elástico y es muy jugoso y fresco al paladar con un sabor
suave, lechoso y láctico de yogur. Se ha dicho que posee una acidez
característica y un regusto afrutado que nos recuerda a avellana fresca.
Hay
Quesos duros y Quesos semiduros; hay el Queso telita: originario de los Llanos venezolanos, y el Queso de mano
que es uno de los quesos
más populares en Venezuela famosos los producidos en el Estado
Guárico, y es muy común como acompañante de las cachapas.
El Queso de trenza: generalmente
es fabricado con leche de cabra y leche de vaca. Existe el Queso palmita con
un sabor característico y se consume a temperatura ambiente. La textura es algo
blanda y al morderlo suelta suero.
No olvidemos La Cuajada
andina que se obtiene
a través del cuajado de la leche y El queso paisa que es también
originario del Estado Táchira, y su nombre es una metonimia por
la marca comercial Paisa. El Queso
llanero es un queso duro que tiene un alto contenido de sal, y el Queso de año
es un queso madurado, tradicional, típico del llano venezolano, con un rico
e intenso sabor y algo salado. El Queso Santa Bárbara se
distingue por su suavidad y escasez de sal. El Queso crineja es un
queso hilado, sin corteza, fabricado generalmente en forma de trenzas.
Venía yo hablando ya casi
fastidiosamente de los quesos, más debo recordar que “estar enquesándose” en nuestro léxico es estar apropiándose de dinero
ajeno. Todos sabemos que hay queso
rallado y que puede existir algo tan especial como el queso frito…
Al decir quesoquetada entramos en la
onda de las verdades y volveremos al Maracaibo de ayer, y con unas canciones, el
aroma a queso frito trajo a mi memoria el señor Malangone.
Después de una noche de cervezas, usualmente
acompañadas de canciones, que no solo están para rimar con Malangone,
llegábamos insuflados de música, precisamente “a que Malangone”. Este “a que”
lo usamos los de por acá, y lo sabe, tutilimundi, que es para indicar un sitio
de pertenencia, o sea, la casa. La casa de Paco es, “a que Paco”: pero la casa de Malangone estaba en la mera avenida Bella Vista,
por allá, por el templo del Corazón de Jesús… Ya si vos queréis y te ubicáis,
será mejor así…
Malangone era un italiano más que robusto, grandote,
con un mostacho característico y tenía un carrito ambulante para vender arepas
de pernil, que como decían sobre Helene Curtis “eran su especialidad”. El secreto del carrito residía en la
palangana, realmente era una olleta que llena de aceite hirviendo que hacia
ebullición en el mero centro de aquella cocina rodante. Las arepas de pernil con su “piazo e queso frito” dentro salían crujientes y con unas lechugas y
tomates o sin ellas, al gusto de los consumidores, eran una maravillosa delicia
gastronómica.
Las
arepas de Malangone fritas con queso era ideales para comerse varias… ¿Cuatro,
o cinco? Se hacían indispensables para rematar una noche de matizada con canciones
y cerveza. En ocasiones, como éramos varios los trovadores, le colocábamos una
caja de cartón encima de la maleta del auto y sobre ellas iba Malangone colocándonos
las arepas y si éramos tres o cuatro, le dábamos viaje a razón de 4 o cinco
cada uno, para quedar “como Crucita,
hasta la hoyita”…
¡Miarma,
tantas! ¿Y no les hacían daño? ¿Cómo vais
a creer? ¿No dizque vos no comías cochino? Sí, pero el de Malangone era otra
cosa. No sé si sería por el queso-frito o más bien porque antes nos habíamos
disparado sopotocientas cervezas que tenían que estar como “culoefoca”, seguramente por eso, y es porque
como decía Cantinflas “Ahí está el
detalle”… Todo aquello, como ven, era un asunto de temperatura; heladas las
cervezas, y el queso en las arepas… ¡Frito e bola!
Estas
reflexiones alrededor del queso y de las arepas, deberían terminar musicalmente
y ahora ante la desaparición de todas aquellas delicias culinarias relatadas,
hace ya más años que el cirullo, o quizás que el cimborrio, pero habrá ahora quien
quiera inventarse unas nuevas canciones del tipo “Maracaibo nights” (al gusto de algún influencer actual) aunque
mejor musicalizaremos aquella que sonaba desde antes sobre las “Noches de Maracaibo, que no podré olvidar”.
El
impacto práctico de todo esto que he descrito, desde lo de los quesos hasta las
arepas de Malangone, ofrece una explicación medio convincente, si les digo que:
“de
repente me siento mayor” (¡con tantas jaibas!) y el 22 si Dios quiere, cumplo
86… Sabemos que
nuestros sistemas biológicos paulatinamente están sujetos a cambios, y podríamos
anticiparnos cuidando más la salud metabólica, cardiovascular o inmunitaria
justo antes y durante periodos claves. ¡Ojo con la cabeza de sus femurs!…
El
conocimiento de patrones ya sabidos, nos permitirá mirar el envejecimiento con
otros ojos, y a medida que se amplíen los estudios longitudinales y se integren
más capas de análisis molecular, podríamos incluso anticipar con cierta precisión
cuándo está a punto de producirse algún salto biológico individual. Finalmente,
cuando ya sabemos que nuestra vida no es solo un lento cuesta abajo, sino una
serie de etapas estables, interrumpidas por lo que pueden ser momentos de
cambio profundo, el secreto para
envejecer mejor podría estar en prepararse para saltar cuando
llegue el momento de hacerlo.
Retrospectivamente
puedo decir que, sé que nací en el hospitalito, al lado de la Basílica, en
noviembre de 1939, y que mi abuela vivía en la calle derecha a dos cuadras del
convento y mi padre trabajó siempre en la Plaza Baralt; de modo que desde niño
aprendí a querer a Maracaibo, con esa dosis suprema de regionalismo que nos
caracteriza y además, “siempre he estado
jochao” por eso. Cuando comencé a
estudiar Medicina en la Universidad del Zulia tenía 17 años y me gradué 6 años
después, en 1963. En 1971, cuando nos visitaría personalmente el doctor
Fernández Morán, se organizó el 1er Simposio Venezolano de Patología
Ultraestructural y ese mismo año, durante el VIII Congreso
Latinoamericano de Patología en el hotel del Lago, presentaríamos trabajos
con el microscopio electrónico (ME) del Sanatorio en aquel evento
latinoamericano, cuando conversando con JTNúñez Montiel decidimos usar el ME
para examinar el cuello uterino de sus pacientes criollas.
Para
aquella época, y durante varios años, el cáncer del cuello uterino era la
primera causa de muerte por cáncer en la mujer venezolana. En el siguiente
Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Patología, que se dio en 1973 en
Mérida, Yucatán-México, demostramos la presencia del virus del papiloma humano
(VPH) en el cuello uterino y señalamos tempranamente y por primera vez, la
importancia que este virus tendría en el cáncer cervical.
Hasta aquí, por hoy, ya que no tiene sentido volver
a relatar cosas que de todos son conocidas y fastidiaría con la repetición,
pero nunca olvidemos que, si bien el queso frito puede ser delicioso, enquesarse, tiene un significado entre
nosotros, diferente y de corte delictual.
En Maracaibo, el jueves 13 de noviembre del año 2025
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