Juana
Fernández Morales (1892-1979) es Juana de Ibarbourou.
Poetisa uruguaya considerada una de las voces más personales de la lírica
hispanoamericana de principios del siglo XX. A los veinte años se casó con el
capitán Lucas Ibarbourou, del cual adoptó el apellido con el que firmaría su
obra. Tres años después se trasladó a Montevideo, donde vivió desde entonces.
La literatura
uruguaya del siglo XX contó entre la nómina de sus autores con una serie de
poetisas María
Eugenia Vaz Ferreira, Delmira
Agustini y Juana de Ibarbourou. Cada una de ellas desplegó un acento propio
y característico; así, mientras Vaz Ferreira representa la altiva castidad, y
Agustini la mujer en espera anhelante, Juana de Ibarbourou representa el
equilibrio de la entrega espontánea.
Sería con la
chilena Gabriela
Mistral con quien Juana de Ibarbourou mantuvo un
parentesco más directo: ambas con la misma sensibilidad exquisita y
arrebatadora, la misma sinceridad de pasión, facilidad y sencillez en la
expresión, en cambio separadas por su mundo anímico: Gabriela Mistral poseída
de un espiritualismo cristiano; e Ibarbourou, en sus primeras obras aparece
loca de vida, pagana, desbordando vitalidad y sensualidad no escapó a la
influencia modernista y paulatinamente su poesía se desviste de pompas para
ganar en efusión y sinceridad.
Sus primeros
poemas aparecieron en periódicos de la capital uruguaya (La Razón) bajo el seudónimo de Jeannette d’Ibar.
Comenzó su larga travesía lírica con los poemarios Las lenguas de diamante (1919), El cántaro fresco (1920)
y Raíz
salvaje (1922). Muy marcados por el modernismo, su
influencia se percibe en la abundancia de imágenes sensoriales y cromáticas, de
alusiones bíblicas y míticas, siempre con un acento muy singular.
Su temática tendía
a la exaltación sentimental de la entrega amorosa, de la maternidad, de la
belleza física y de la naturaleza. Juana le imprimió a sus poemas un erotismo
que constituye una de las vertientes capitales de su producción, tempranamente
reconocida en 1929 y proclamada "Juana de América" en el Palacio
Legislativo del Uruguay. ceremonia que El poeta "oficial"
uruguayo Juan
Zorrilla de San Martín que contó con la participación
del ensayista mexicano Alfonso Reyes.
Poco a poco su
poesía se fue despojando del ropaje modernista para ganar en efusión y
sinceridad. En La rosa de los vientos (1930) se adentró en el
vanguardismo, rozando incluso las imágenes surrealistas. Con Estampas de la Biblia, Loores de Nuestra Señora e Invocación a san Isidro, todos de 1934, inició
en cambio un camino hacia la poesía mística. En la década de 1950 se publicaron
sus libros Perdida (1950), Azor (1953) y Romances del destino (1955).
En esta misma época, en Madrid, salieron a la luz sus Obras completas (1953),
donde se incluyeron dos libros inéditos Dualismo y Mensaje del escriba. De su obra poética
posterior destaca Elegía (1967), libro en memoria de su
marido.
Juana de
Ibarbourou ocupó la presidencia de la Sociedad Uruguaya de Escritores en 1950.
Cinco años más tarde su obra fue premiada en el Instituto de Cultura Hispánica
de Madrid, y en 1959 el gobierno uruguayo le concedió el Gran Premio Nacional
de Literatura, otorgado por primera vez aquel año. Su obra en prosa estuvo
enfocada fundamentalmente hacia el público infantil; en ella destacan Epistolario (1927)
y Chico
Carlo (1944).
La evolución de su
poética ha sido comparada al ciclo de la vida humana; se ha dicho que Las
lenguas de diamante (1919) equivalen al nacimiento a la vida, Raíz salvaje (1922) a la
apasionada juventud, La rosa de
los vientos (1930) a la madurez y Perdida (1950) a la vejez. En cada uno de esos libros el
paso del tiempo, en continua progresión, va adquiriendo una mayor
importancia. Estampas de la
Biblia (1934) y Loores
de Nuestra Señora (1934) acusan una evolución religiosa.
En sus inicios,
Juana de Ibarbourou no escapó a la influencia modernista, pero paulatinamente
su poesía se desviste de pompas para ganar en efusión y sinceridad. En su
producción poética encontramos una continua evolución "Tómame ahora que aún es
temprano / y que llevo dalias nuevas en la mano". Los sentimientos de la autora, en soledad o en diálogo con la
naturaleza, constituyen la temática central de sus versos.
El escritor
venezolano Rufino
Blanco Fombona dijo de Ibarbourou que su filosofía se
reduce al horror a la nada; por eso concebirá a la muerte como una continuación
de la vida, casi como su evolución natural. No existe un verdadero horror a la
muerte; en Vida garfio, uno de sus
mejores poemas, se imagina muerta, pero, en realidad, continúa sobreviviendo
por el amor: "¡Por la parda escalera de raíces vivas / yo subiré a mirarte en
los lirios morados!".
Nada hay menos
intelectual, pues, que la lírica de Ibarbourou; todos sus pensamientos arrancan
de sus propias sensaciones. La naturaleza le atrae, la siente, y habla con
ella, con el río y con el árbol; les da carne y sangre y hace que aparezcan
ante nosotros con sus sufrimientos y alegrías. A veces recurre para ello a
atrevidas imágenes; así describe el ciprés: "Parece un grito que ha cuajado en
árbol / o un padrenuestro hecho ramaje quieto".
Ante todo, Juana
de Ibarbourou es la voz del amor juvenil y ardoroso, de la mujer que se sabe
admirada y deseada por el hombre y que lleva dentro de sí toda la fuerza de esa
naturaleza que ama "Besarás mil mujeres, mas ninguna / te dará esta impresión de arroyo
y selva / que yo te doy". Para ella el amor no es sino una forma
de participación en el misterio continuo del mundo: "Somos grandes y solos sobre
el haz de los campos", le dirá a su amado. Siempre se encuentra en
su voz, exigida por la fuerza de sus sentimientos, una sinceridad total en el
pensamiento, y al mismo tiempo la expresión violenta e ingenua de la pasión.
En
1967 publicó Elegía, obra dedicada a su esposo Lucas
Ibarbourou, fallecido muchos años antes. Como su título indica, el libro es
apasionado, pero contiene un canto de amor entonado en voz baja; aunque también
tiene algunas exasperadas quejas, más por todos los poemas cruza un dulce
sosiego, una sosegada resignación. "Ahora, ¿qué hacer, caídos los dos
brazos, / rodeada de crepúsculo y de bruma?", se pregunta ante su
pérdida; sin embargo, algo la empuja a esperar que en alguna parte podrá
recuperar aquel amor, que sigue vivo: "Nadie olvida porque yo no olvido, / y
para que él no muera yo no muero".
La representación de la muerte en la poesía de Ibarbourou no fue
uniforme en toda su obra. En La
inquietud fugaz, Ibarbourou retrató una muerte acorde con la tradición
occidental. Sin embargo, en Vida-Garfio
y en Carne Inmortal, Ibarbourou describe
cómo su cuerpo muerto dio origen a la vida vegetal. En Rebelde, uno de sus poemas más ricamente construidos, Ibarbourou
detalla un enfrentamiento entre ella y Caronte , el barquero del Estigia y
rodeada de almas que lloran en el pasaje en barco hacia el inframundo,
Ibarbourou se niega desafiante a lamentar su destino con la alegría de un
gorrión obtiene una victoria moral contra las fuerzas de la muerte.
Como la mayoría de los poetas, Ibarbourou sentía un intenso miedo a la
muerte. Aunque es fácil deducirlo a partir de su poesía, ella lo afirma
explícitamente en el primer verso de Carne
Inmortal. Mas a veces cuando pienso/que bajo de la tierra he de volver/abono
de raíces, /savia
que subirá por tallos frescos/árbol alto que acaso centuplique/mi
mermada estatura, /me digo: -Cuerpo mío:/Tú eres inmortal.
Maracaibo sábado 28 de diciembre del año 2024