He hablado en otras ocasiones
en este blog, lapesteloca sobre mi
tío Fernando C Tamayo
(1890-1948). En febrero de 2013, hablé de su poesía trascribiendo al
blog, a pesar de su extensión el “Romance
del camarada muerto” (https://tinyurl.com/2nx63ebr). En el mes de marzo 2013, lo hice a propósito de los
venezolanos guerreros en la Primera Guerra Mundial (https://bit.ly/2KTxVsk) y en
noviembre de 2016 escribí sobre las amapolas creciendo en Flandes (https://bit.ly/2LcfYWr).
Otra vez volví a tocar el tema de la poesía en la guerra en junio del año
2019 (https://bit.ly/35CKvEt),
y ha transcurrido ya un tiempo, desde cuando caí en la tentación nuevamente y
escribí un relato más familiar, el día cuando cumplía 80 años, (https://bit.ly/2XBznVu) y
hablé entonces sobre mi mamá y mi tío Fernando…
Los Aliados durante la primera Guerra Mundial, tenían ya casi
cuatro años combatiendo en una extenuante guerra de trincheras cuando los
Estados Unidos enviaron al mando de sus tropas al general John Pershing, el
mismo militar que persiguiera durante muchos meses a Pancho Villa en territorio
mexicano. El mariscal francés Foch y el Jefe de las Fuerza Expedicionarias
Británicas Douglas Haig habrían de recibir a Pershing al frente de nueve
divisiones de soldados norteamericanos para ayudar a las 164 divisiones de
franceses e ingleses que luchaban por contener la invasión de las 207
divisiones del ejército germano.
Los jóvenes “marines” llegaban acostumbrados a la estrategia de grandes
cargas de la guerra de Secesión, armados con fusiles y ametralladoras, y sufrieron
grandes bajas en los campos de Francia minados, llenos de trincheras y bajo el
fuego inclemente de los nidos de ametralladoras enemigas, ellos padecieron los
rigores de los gases tóxicos y les tocó luchar entre lluvias de
obuses y de morteros alemanes. Pronto aprenderían los norteamericanos datos de
los soldados aliados, a moverse en grupos, y a inventar estrategias
convergentes para destruir las posiciones del enemigo.
Serían las 5:30 de
la mañana del 26 de septiembre de 1918, cuando después de un bombardeo de seis
horas durante la noche anterior, más de 700 tanques aliados, seguidos de cerca
por tropas de infantería, avanzarían contra las posiciones alemanas en el bosque
de Argonne y a lo largo del río Meuse. Las Fuerzas Expedicionarias
Estadounidenses del General Pershing habrían de desempeñar el papel principal
del ataque, en lo que sería la ofensiva estadounidense más grande de la Primera
Guerra Mundial.
Después de que unos
400.000 soldados estadounidenses habían sido trasladados con dificultad a la
región del bosque de Argonne y a raíz del ataque dirigido por Estados Unidos en
St. Mihiel, comenzó la
denominada ofensiva Meuse-Argonne. El bombardeo preliminar, que utilizó
unos 800 proyectiles de gas mostaza y fosgeno,
mató a 278 soldados alemanes e incapacitó a más de
10 000. El avance de la infantería, fue apoyado por una batería de tanques y
unos 500 aviones del Servicio Aéreo de Estados Unidos.
Fernando quien
había emigrado a los Estados Unidos, becado y había sido estudiante de
ingeniería civil, profesor de español, deportista, y dibujante en la
Universidad de Colorado, había decido hacerse ciudadano americano para irse a
la Primera Guerra Mundial con sus compañeros y sus discípulos. Estaría en Francia adscrito al Cuerpo de
Ingenieros y en el frente de batalla estuvo dirigiendo una compañía de Infantería. Aunque estuvo al principio, en el “sector
defensivo” pasó luego al frente activo y le tocaría tomar parte en varios
combates de importancia. Así concurrió a la última batalla de la guerra poco
antes del armisticio y en la cual fue condecorado por sus servicios
con la medalla de guerra de la “Meuse Argonne” (https://bit.ly/3BgrPL8) y tras batallar “en
algún lugar de Francia, a unos días del Armisticio” escribió el “Romance del camarada muerto” Sus
estrofas iniciales acuden a mi mente con frecuencia, por lo que las he querido
compartirlas hoy nuevamente con mis lectores:
Extraño que en mis recuerdos de esta madrugada fría/ no se agiten torvos cuervos de pasiones agresivas/ sino que en fugaces giros, las alegres golondrinas de mi añoranza/ pincelen en raudas policromías paisajes inolvidables de mis lejanas campiñas.
La niebla durmió en la selva/y,
acre, la humarada pícrica/ que a la neblina emponzoña/ nos sofoca.
Mis pupilas/ se esfuerzan por cotejar/ los “números” en las filas/ con la
voz que dice –Aquí/sin el timbre de sonrisa/ que en mi mente conectaba/ la
voz y fisionomía.- La humareda es una bruja que
artera, me tantaliza: /Mañanitas de mi tierra, escalofríos de neblina,/oh, los cerros de Capacho/en mis montañas
andinas!/Ansias de calor de nido.../ Dolor de esperanzas idas... Broncas
las bocas de acero/ lanzan “fuego de cortina”;/ los “Setenta y
cinco” ladran/en bochinchera jauría;/ y silba muerte el
aullido/ de granadas enemigas./ Madrugadas de
Capacho... escalofríos de neblina...Hace frío en Bois-le-Prètre... No
puede ser cobardía.
Se han vestido los
muchachos/ para un día de revista/ un “rendez vous” con la
muerte/ amante a quien no la esquiva. Sin delatar la emoción/ me
fijo, al pasar revista, /en cada rostro. Quisiera / grabarlos en la
retina! / Van en “misión especial”;/ son miembros del “Club
Suicida”/ que han de cortar las hiladas/ en la alambrada
enemiga/ al punto de la “hora cero”/ y a la señal
convenida.”/ -Al removerse y
dejar el rollo de sus cobijas /-Si vuelven, aquí estarán para quien
venga a pedirlas/ I si no, pues... es...muchachos, que ya no las
necesitan. Good luck, boys, and give ém hell !/ Después, la orden de partida. (. . . )
Adjuntos los
Ingenieros de Línea a la Infantería/ vamos en “segunda ola”./ Somos
como almas perdidas en una escena dantesca. / La metralla nos
fustiga;/ nos doblegamos, intensos;/ avanzar es la
consigna/ y avanzamos... avanzamos.../ interrogaciones
vívidas/ ante el dilema patente / de la Muerte o de la
Vida. El castigo ineludible/ nos va raleando las filas/ pero,
mecánicamente, / gritamos: -Guardar la línea !/ “Keep the line” y
proseguimos/ la marcha, marcha infinita/ torturante, interminable,/ puestas
el alma y la vista/ en una mancha borrosa,/ en una línea
indecisa/ que nos dieron de “objetivo”/ de esta “operación
sencilla”! El shrapnel tamborilea/
nuestro paso desde arriba/ y las granadas regüeldan/
insaciables, y vomitan/ con horripilantes
bascas,/ tierras y entrañas y vidas.”/( . . .)
Y fue llegando al camino/
chiquillo de la alegría, que te vi: tenías abierta/ desgarrada, la
camisa/ y rojos hilos de
sangre, al respirar, te salían/ de un arabesco bermejo que en tu
pecho se encendía. Con el semblante tranquilo / reposando parecías,
/ reclinado en el talud /a la vera de la vía... / mientras que hilo tras hilo / se
deshilaba tu vida. Fue un instante, nada más;/ un trance de
pesadilla,/ la impresión fugaz de verte,/ camarada, en la
agonía;/ más en la mente, quemada,/ la llevaré mientras viva./ Y maldije la
crueldad,/ de la inflexible consigna/ de seguir.../
siempre seguir... dejándote en la agonía! / Groseras
interjecciones,/ afiladas, asesinas,/ rebosaron en mis
labios/ al maldecir, expresivas, / la cáfila de
vejetes,/ tahures de la política,/ que así lanzan a los
pueblos y a los hombres a la ruina! Fue un instante,
nada más; / pues cuando la Muerte grita/ las impresiones más hondas/
en un instante se olvidan./ Al atardecer
sangriento, / consolidada la línea, / el relevo nos
prestaba / un nuevo jirón de vida. Regresamos
cabizbajos, / dilatadas las pupilas, /hechas guiñapos las
ropas y las almas hechas trizas.
Cuando te hallé, ya no eras. No había sol
en tus pupilas / y el lodo había mancillado el oro de tus espigas. /
La medalla de la Virgen sobre tu pecho pendía/ y, compasiva
besaba un hueco de tus heridas. Casco en mano, los sollozos/ mi
oración enronquecían... / Un instante, nada más, y me sacudió la vida. Para mí nunca habrás muerto, / chiquillo
de la alegría;/ había paz en tu semblante/ que enmarcaba
una sonrisa:/ esa tarde, camarada, / rendido por la
fatiga,/ te habías quedado dormido/ diciendo un Ave María.
( Escrito en un lugar de Francia,
Noviembre de 1918 ).
Fernando había nacido en Valencia el año 1890 y antes de cumplir el año
se trasladó con sus padres a San Cristóbal. Fernando C. Tamayo ha sido uno de
los poetas líricos más firmes y expresivos del Táchira. Fue el mayor de una familia de nueve hermanos, María Teresa, Albina,
Eduardo, Cecilia, Josefina, Amalia, Francisco, Mercedes y María Amelia conocida
cariñosamente como Maruja, mi madre. En los últimos años del
régimen de Cipriano Castro cuando se alboreaba la larga dictadura gomecista, las circunstancias se dieron y al ser
don Lorenzo muy amigo del Cónsul de Venezuela en Nueva York, a través de
gestiones y de los buenos oficios del Cónsul amigo, le otorgarían una beca al
joven Fernando para cursar estudios en los Estados Unidos.
Al finalizar la
guerra regresaría a Norteamérica y en el Colorado College volvería a ser
profesor de español y se graduó de Filosofía y Letras. Casó con
una norteamericana, fue obrero en molinos para la extracción de oro, lavaplatos
en un restaurant neuyorkino, actor de cine, cowboy, guionista de películas,
director de Publicidad de la Columbia Pictures, premiado en 1935 con un Oscar
de la Academia en Hollywood por el guion de la película “Sombras de Gloria”.
Ejerció el periodismo en Nueva York y con una sólida cultura humanística, se
transformaría en un erudito, versado en literatura y filología. Hablaba y
escribía en inglés y en francés con la misma perfección que en español.
Fernando, regresaría a Venezuela en el año 1935, y
con su esposa Katherine pasaron unas semanas en San Cristóbal, estuvieron de
visita en Maracaibo, allí volvería a ver a su hermana menor, mi madre, y regresaría
a Norteamérica. A finales de ese año, morirá don Lorenzo Tamayo de la
Madriz y pocos meses después en 1939 fallecerá su madre doña Albina. Treinta y
dos años después de haber dejado su tierra, para iniciar su vida de
aventurero, Fernando, de vuelta en su casa recibe estos dos golpes del destino
y se comporta “como un viejo soldado”, sin claudicar ante la vida y
ante las letras... Continúa escribiendo poesía y acepta el cargo de director
de un liceo, el “Rafael María Morantes” en el barrio San Carlos en las afueras
de San Cristóbal. Treinta y dos años después de haber dejado su
tierra, para iniciar su vida de aventurero, Fernando, de vuelta en su casa le
toca el dolor de la muerte de sus padres.
Sería
en 1945 cuando Fernando Tamayo, vería coronada una
gran aspiración y a través de sus amigos del Grupo Literario “Yunke” se
publicó su libro “Romances de mi Montaña”. De nuevo otra conflagración
mundial estaba en marcha, y “los marines”, después de Pearl Harbor, habían
zarpado para ir a morir en Battan, en Corregidor, en Guadalcanal, o en Las
Filipinas, en el Pacífico Sur. Su esposa Katherine se caería accidentalmente
sobre un rosal y también morirá de tétanos en San Cristóbal. Fernando, luego de
la muerte de su esposa, empeoró de su condición pulmonar crónica como
consecuencia de los gases en las trincheras, y regresó a la casona de sus
padres en San Cristóbal.
Con su hermana Mercedes, el poeta estará un tiempo en Maracaibo, y deberá ser hospitalizado en el hospital Central Dr. Urquinaona varios días por su enfisema y fibrosis pulmonar. Tenía una gran ilusión para estar en un desfile de Veteranos de la II da Guerra que se daría en Miami, pero por motivos de salud no logró estar presente. El Hospital VE de Miami lo trasladó al Hospital de Veteranos de Nueva York donde moriría el 22 de agosto de 1948. Sus restos mortales, traídos a Venezuela, reposan con los de sus padres y de su esposa, en el cementerio de San Cristóbal, ante las montañas de los Andes Tachirenses que tanto amó.
Maracaibo, miércoles 25 de septiembre del año 2024.
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