domingo, 4 de julio de 2021

Al sur del país…

 Al sur del país…

¿Cómo relatar algunas vivencias del pasado? y ¿Para qué hacerlo? Son dos preguntas a las que podría añadir… ¿Acaso ya  no lo he hecho antes? Siento no haber hallado en letras lo que está en mi mente. Me consta que he escrito, pero quizás no lo suficiente, tal vez me toca aun decir algo de más, o finalmente, prefiero plantearlo de otra manera, lo lamento, pero imagínense, que estoy “echando un cuento”, tal vez así, será más fácil…

Las cosas sucedieron alrededor del año 87, o en 1988; de esto hará ya, unos treinta y tres años, -¡ná guará!- cuando la Sociedad Venezolana de Anatomía Patológica había organizado un curso de patología ginecológica e invitaron a dos expertos internacionales en la especialidad. El curso se daría en el hospital Militar Carlos Arvelo y los profes invitados casualmente eran mis amigos. Hernando Salazar, ilustre patólogo colombiano con muchos años en los Estados Unidos y Francisco Nogales catedrático de la Universidad de Granada en España. Aclaro que yo nunca había podido visitar antes el territorio federal Amazonas, y se me ocurrió pensar en que tal vez era una buena oportunidad hacerlo en compañía de mis dos amigos, aprovechando que ya estaban invitados al país…

Me acerqué a conversarlo con el decano de la Facultad de Medicina quien poco más adelante pasaría a ser el Rector de la UCV… Antonio París, secundaría mis planes ofreciéndome apoyo. Tenía la suerte para ese entonces de ser el director de IAP de la UCV y tan solo se trataba de conseguirme 3 boletos aéreos Caracas–Puerto Ayacucho, de ida y vuelta. Una semana después arribaron los profes a Maiquetía (faltaban 5 días para la fecha del curso) y ciertamente se sorprendieron al saber que al día siguiente volaríamos al territorio Amazonas para ver “la selva en la amazonía venezolana”…

Viajamos en Avensa y nos instalamos en un pequeño hotel en PuertoAyacucho. Salimos a caminar buscando la ribera del Orinoco y visitamos los raudales de Atures (https://bit.ly/3Ail4YZ). Caminamos admirando todo cuanto veíamos, la gente y el paisaje y almorzamos bajo una enramada. Ante el sabroso pescado frito la necesidad de cubiertos fue el primer problema de Paco Nogales. ¡Comer con las manos peladas, era inelegante! Hernando gozaba separando espinas y le divertía el desespero de Paco mientras finalmente me tocaría a mí luchar con unos cubiertos de plástico para dar cuenta del almuerzo. Visitamos el mercado de los indios y el Museo Etnológico. Lo más interesante nos sucedió ya en la tarde, cuando caminando, nos tropezamos con un señor que bebía en la calle con su lata de cerveza metida en una bolsa de papel…

Reconocí al doctor González Herrera, no solo por su fama (ex Ministro de Sanidad, ex embajador y etc, etc) sino porque era el papá de los mellizos González Serva, el padre de nuestro colega patólogo Aldo. Así resultó que aquel señor “achinado” que bebía en la calle, me reconoció y muy amigablemente saludó a los profes y pronto, con otras cervecitas de por medio, nos invitaría a quedarnos en su casa; le parecía que nuestro hotel no estaba bien para la categoría de los profes extranjeros. Nos mudamos y ya anochecía cuando conocimos la casa de “el chino González Herrera”. Un caserón con un gran patio que albergaba jaulas con pájaros y muchos árboles frutales. 

Fue al corroborar, admirando en las paredes de su biblioteca muchos cuadros con fotos de recuerdos, cuando Paco comenzó a entender que aquel curioso tipo era de veras un señor importante. Lo había visto con Golda Meir y con varios presidentes en fotos que no podían ser trucadas. Llegó el sueño y de momento Hernando y yo aceptamos chichorros en un área fresca de la casa, pero Paco no se atrevió. Parecía desconfiar de las cabuyeras o del balanceo y le ofrecerían una colchoneta para dormir con mayor tranquilidad, pero “cuerpo en tierra”. 

En la mañana conocí los frutos dulces del árbol de guama (entendí el significado de darle a uno “un guamazo”), probamos diversas frutas de los árboles del gran patio trasero, nísperos, el zapote mamey cuya semilla tan pulida también sorprendió a Paco y luego del desayuno tuvimos oportunidad de acercarnos a un Centro de investigación que la UCV tenía en la ciudad. Era la razón de ser de la “ayuda institucional” para justificar el viaje. Años después buscaríamos una conexión formal para el IAP que nunca se dio. Nos sorprendió nuestro anfitrión con otra invitación. Volaríamos hasta San Fernando de Apure en una avioneta… ¿Qué más podíamos esperar?

Aceptamos gustosos y mis amigos tendrían la suerte de conocer a los patólogos del estado vecino: Yanina y Héctor Rincones quienes nos recibieron  y nos tratarían “a cuerpo de Rey”. Estábamos conociendo la plaza Bolívar, cuando Hernando notó que una de la casas era una logia masónica y le explicaría con lujo de detalles a Paco la historia del Precursor Miranda, y del Libertador relacionando los masones con la gesta independentista. Como buen colombiano, él era un fanático de la historia y especialmente de Bolívar. Luego visitaríamos a una familia que tenía en un cuarto de la casa, una especie de piscina interna a ras del piso donde reposaba una gigantesca caimana, que salió del agua chapoteante para saludarnos. Más tarde veríamos como hacían el queso de búfala, lo que llevó a Hernando a montarse, sin miedo, en un gigantesco torete negro. Lo pueden ver todavía ante el susto de Paco…

 


Después viajamos por tierra hacia el estero de Camaguán y ante la inmensidad del llano conocimos en detalle cómo se hacen las tortas de casabe, con todo el proceso de exprimir y preparar la yuca con los comentarios alusivos al peligro del cianuro en la yuca amarga. Más adelante la llanura comenzó a mostrarnos un atardecer con sol de los venados incluido… Se daba la hora de regresar a San Fernando, y la noche transformaba el paisaje en algo alucinante con miríadas de cocuyos centelleando en la llanura y expandiendo un cielo estrellado titilante que se perdía en el horizonte. Al llegar, nos esperaban Yanina y Héctor, y con ellos nos fuimos a escuchar música llanera a orillas de río Apure. Con unas cervezas, el arpa, cuatro y las maracas sonando, terminaríamos cantando, no recuerdo cuales de las tantas, pero al fondo recuerdo que veíamos el río tumultuoso y como era de esperarse ante tanta emoción, salieron las pirañas como obligado tema de conversación.

Era tal la cantidad de nuevas experiencias que llevaron a Paco a decirnos que su computadora ya no podía soportar más información dada lo original y novedosa recaudada en aquel disparatado viaje al sur de Venezuela, y todavía, hubo más. Antes de regresar a Puerto Ayacucho al día siguiente nos desayunamos con tremendas arepas rellenas con chigüire preparadas por la siempre risueña Yanina. Así fue como probamos esa delicia, y comentamos risueños por el sabor a pescado, que es el alimento de los chigüires asentados en los bajos ribereños. Regresamos a Puerto Ayacucho y por Avensa volvimos a Caracas.

 El curso de ginecopatología resultó excelente y no faltaron las críticas por haber llevado a los dos profes del primer mundo a pasear por aquellos territorios salvajes… ¡Qué pensarían de nosotros! Mi idea les parecía una locura, pero mis amigos regresaron a su trabajo en el extranjero muy felices y tan complacidos, que Paco decidiría regresar con sus hijos y uno de ellos terminaría transformándose en ecologista; después volvería muchas veces a visitarnos y a enseñarnos ginecopatología, pero esa es otra historia… Así como estos cuentos se iniciaban algunas veces con “once upon a time”, también se pueden finalizar más criollamente, con aquello de, “y colorín colorao, este cuento se ha acabao”.  

Maracaibo, domingo 4 de julio, del año 2021

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