El cantar tiene
sentido
Con las palabras de un conocido polo margariteño, inicio
esta curiosa nota “sonora”. Cantar… Al decir “cantar” uno puede pensar en el
bíblico “Cantar de los cantares”, o en el “Cantar del Mio Cid”, pero, al oír
decir “cantar”, lo que acude a mi mente es la frase de… “Cantar el ranchero, duelo de guitarras por una bella mujer”. El
cine Landia a una cuadra de mi casa era uno de aquellos cines de Maracaibo, sin
techo con sillas de madera que se podían mover en la platea, y donde la gran mayoría
de sus películas eran mexicanas. No sé cuántas veces vería yo siendo niño “Allá
en el Rancho Grande”, la película de 1936 donde Tito Guizar en una disputa con
Lorenzo Barcelata arrancaba cantando “Soy
charro de Rancho Grande y hasta el amor bebo en jarro”, pero me sabía y
todavía recuerdo toda la pendencia coral aquella, la misma que en 1952
repetirían, pero con otra letra, Jorge Negrete y Pedro Infante en “Dos tipos de
cuidado”.
Según me contaba mi madre, me gustaba cantar siendo
niño y “Muñequita linda” (Te quiero,
dijiste) de María Grever era una de mis preferidas. En la primaria en el
Colegio, Gonzaga ingresé al Orfeón que dirigía el padre Joaristi. Ya sabemos
que canto y música, especialmente la coral, es parte esencial de la cultura
vasca, de manera que seguí cantando mientras estudiaba primaria y bachillerato.
Aprendí canciones hasta en euskera, además de Endrina, y otras muchas
venezolanas. Entretanto pasé de ser tiple a segunda voz, brevemente, para
quedar en la tercera, con la ilusión de poder cantar como tenor… Es el momento
para confesar que no tengo voz como para ser cantante, créanmelo. Aunque me
precio de poseer oído musical, carezco de ritmo, por lo que el baile siempre ha
sido para mí una incógnita. Me imagino que estas habilidades están en regiones
diferentes del cerebro. De tal modo que cantaba por mi cuenta en la regadera y
coralmente en el Orfeón.
Al avanzar en mi adolescencia terminaría el
bachillerato y luego estudiaría los 6 años de Medicina. Dejé de cantar totalmente
para estudiar a fondo y así durante 4 años más hasta fanatizarme por la
investigación en patología, aunque hubo mucha música en aquellos años desde los
Beatles y Elvis hasta todo cuanto puedan recordar de la música de los años
sesenta, además de Cole Porter, Heny Mancini, y la música de las películas, pero
yo, la escuchaba sin cantar… Debo recordar como al volver a mi tierra, amigos
compañeros de trabajo con alma de músicos rasgando el cuatro y la guitarra
alegraron unos 7 años donde apoyado y con ellos me atreví de nuevo a cantar, de
todo, desde Manzanero, hasta los tangos del zorzal y las danzas zulianas, a Chelique
y los boleros, sin dejar por fuera las gaitas decembrinas.
Fui aventado de mi tierra por el destino que me
llevaría a la capital y aunque la música siempre sonaba, dejé de cantar durante
unos años… En esa época, perdí igualmente mi agilidad manual para el piano con
el que expresaba toda la música que llevaba por dentro. Esto puedo afirmarlo
gracias a que hace un mes pude escucharme tocando piano en un “casette” que
guardaba mi hijo mayor. Me oí, más de 40
años después, tocando piano y me sorprendí, realmente me asombré ante lo que me
pareció una especie de hemorragia musical. Había olvidado absolutamente como
sonaba. En la UCV trabajé en lo que me interesaba, la investigación en patología,
publiqué un centenar de trabajos, pinté cuadros, dirigí la carrera profesional
de muchos colegas patólogos, dirigí en IAP-UCV durante 12 años y escribí varias
novelas. Al criar a dos chamos volví a cantar y viajando por toda Venezuela con
ellos y con mi esposa, cantamos, ella le cambiaba la letra a las canciones, pero
cantamos, todo un repertorio, reiteradamente…
En uno de mis viajes a Congresos
canté con mi amigo Hernando sobre el Danubio flotando desde Viena a Budapest; en
los ochenta siete patólogos venezolanos en un curso que dictamos en Nicaragua
durante la guerra de los contras, cantamos durante horas viajando de León a
Managua; en Caracas canté con mi amigo Benjamín, gran músico dermatólogo, y
cada vez que pudimos, cantamos hasta tener la suerte de visitar el país vasco.
En Donosti, pude cantar en euskera y cantar Maite y Maitechu, así fue en
aquellos años y desde entonces, muchas veces cantamos con Eduardo mi gran amigo
guipuzkoano. Hace varios años en un Congreso centroamericano ante una nutrida
audiencia de patólogos acepté el reto de cantar y aplaudieron mi versión de Motivos de Pizolante. Recordando al
maestro Luna, canté rancheras con mi amigo Memo, en Guadalajara… Creo que
después de estos cuentos, ya solo me falta decir que es necesario cantar para
alegrar el espíritu, es efectivo, puedo asegurarlo, lo creo tanto como creo en la
vitamina C para alejar las gripes…
Mississauga,
Ontario, siempre bajo cero Centígrados, el 15 de febrero del 2019
Definitivamente, puedo señalarte como poseedor de una baja inhibicion latente, lo cual te lleva a ser polifacético. Me ha fascinado el término y sus implicaciones.
ResponderEliminarConozco de tus andanzas musicales, pero no dijiste las que viviste en la esquina del tango y en la loca con tus amigos de farra el brujo pirela, el gato salon y el marote villaamil y no dijiste tampoco de la noche inolvidable que invitaste a tus amigos del conjuto que manageaste el recordado rumor y donde canto tu otro amigo Eduardo Olazco
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