Boquerón,
en El Salvador
Quisiera comentar hoy algo sobre
nuestra reciente visita a El Salvador, durante esta pasada semana del 5 al 9 de
noviembre, 2018, pues era uno de los países centroamericanos que no había
conocido y que no me imaginaba una tierra tan volcánica. El día 7 de junio de 1917, haría erupción el volcán de San
Salvador
y, después del terremoto del año 1986, sería el segundo evento
telúrico que provocaría más de mil muertes. El escritor colombiano Porfirio Barba Jacob, dejó sus impresiones
como testigo del siniestro en el libro “El terremoto de San Salvador:narración de un
superviviente”. Existen
10 volcanes colosos que mantienen en vilo a las autoridades y expertos
vulcanólogos de El Salvador; ellos son el volcán Tecapa, El Pacayal (Chinameca),
Conchagua, Coatepeque, volcán de Izalco, Ilopango, Santa Ana, San Vicente,
San Miguel y el San Salvador.
En nuestros días de visita,
fuimos acogidos con una gran cordialidad. Reforzaríamos nuestros nexos de
cariño con muchos colegas amigos y establecimos lazos de amistad y nuevos nexos
con numerosos patólogos latinoamericanos. Después de haber cumplido con
nuestras obligaciones en el XXXIII Congreso Centroamericano y del Caribe, aprovechamos
un día entero, para visitar el volcán San Salvador que en la actualidad consiste en dos
masas: una llamada el Picacho de casi 1.960 msnm; y la otra conocida como El
Boquerón de 1.839 msnm que incluye un cráter de un kilómetro y medio de ancho. Desde este lugar se puede ver el
Lago de Ilopango, y al valle de Zapotitán, y hacer una visita con senderos para
observar los cultivos de café de altura. En tiempos remotos, este volcán era
una sola montaña pero una gran erupción formó el enorme cráter de El Boquerón y
dejó, una parte de la montaña original El Picacho, el cual es el punto más
elevado del sistema (1,960 m.s.n.m), con un cráter de 1,600 metros de diámetro y
una profundidad de 543 metros. Las principales erupciones del volcán de San
Salvador fueron las de 1575, 1770, 1876 y la última ya antes mencionada, la del
7 de junio de 1917. Comentamos que quizás ya nos tocaba, pues cada cien años se
supone que puede despertar el volcán que en aquella ocasión del terremoto derramó
lavas incandescentes que cubrieron una extensión de más de 5 km formando una
muralla de algunos metros de espesor. El pueblo indígena de San Jerónimo Nejapa
casi fue rodeado por la lava y sus habitantes pudieron escapar por una estrecha
faja no arrasada por el magma. Nuestros disparatados
cálculos le daban una cierta emoción a la visita…
Como les decía, estuvimos visitando un volcán, afortunadamente inactivo,
El Boquerón, que hace 60.000 años perdió 1000m de altitud debido a erupciones.
Afortunadamente, desde
el año 2008 el Gobierno de El
Salvador fundó el Parque Nacional El Boquerón que se encuentra a once kilómetros de la ciudad capital de El Salvador, e incluye senderos con
numerosos escalones en medio de vegetación de montaña alrededor que permite
ascender hasta la cima del cráter. Se sabe que en el interior del Boquerón existía una laguna de
origen desconocido, la cual se extinguió por ebullición debido a los fenómenos
eruptivos en 1917. Hay pocas referencias de su presencia durante la colonización española pero en 1807 el Intendente Antonio Gutiérrez y Ulloa hizo mención de una “pequeña laguna, árida en sus márgenes y
formada de aguas azufrosas”. En Abril de 1843, un ex-alcalde de San
Salvador, Marcos Idígoras, publicó una relación que
describe el primer descenso a la laguna del cráter del volcán.
Durante nuestro ascenso, el alto follaje de los árboles nos protegía del
sol y en ese ambiente apacible donde pájaros e insectos parecían acompañarnos
por los caminos, ascendimos por numerosos escalones entre húmedas piedras y la
vegetación plena de helechos de gran verdor alternando con senderos protegidas
por rústicos pasamanos, y avanzamos ascendiendo. Andábamos en esta “misión” todos
los patólogos expertos en “cabeza y cuello” quienes se formaron gracias a la
genial conducción del maestro Mario Armando Luna, y así, con “el taco team”, subimos,
paso a paso, algo que ya casi nos parecía imposible, al menos a los operados de
las rodillas por una u otra razón (vg:Memo Juárez y yo), avanzamos cuidando no
resbalar en alguna piedra volcánica y caernos, de manera que ayudados por
nuestras acompañantes. A mí en particular entre Julita y Carolina la simpática jovencita
guía del tour, me asistirían temerosas en el ascenso y con mayor cuidado, en el
descenso de la montaña. Al final les comenté, uf!!, “prueba superada”… Desde el
tope veríamos el gran cráter y lo que queda de la laguna y recordaríamos el
palabreo rápido de los niños margariteños al encontrar un par de chiquillos que
quisieron contarnos y cantarnos la historia de El Boquerón, y escuchando a los
chamitos salvadoreños, fue una especie de deja-vú
como si la historia de El Tirano Aguirre, nos la estuviesen narrando en nuestra
lejana Venezuela aquellos niños, sin el rápido palabreo en el criollo acento
oriental de nuestros pequeños guías margariteños…
Iba a dejar hasta aquí la narración, cuando ya me daba la sensación de
que caería en un ataque de nostalgia por el país que se ha desvanecido en
nuestras manos durante veinte años de depredación cleptocrática, pero debo
contarles sobre el lago Coatepeque, ya que después de el Boquerón estuvimos en
las interesantes excavaciones arqueológicas de la Joya de Cerén rodeadas de
jardines naturales con decenas de flores variopintas y finalmente comeríamos
difrutando una suculenta parrillada desde el límite del cráter que mira al lago
Coatepeque… De esta manera finalizaría nuestro paseo por los confines de
aquella tan poco conocida nación, de la que tanto se habla con temores por su
historia de unos diez años de guerra que ya pasaron, de un santo nuevo Monseñor
Óscar Arnulfo Romero y de “las maras”, pues sí existen los “salvatruchas”, lo
reconocen las estadísticas, pero nos sentimos muy protegidos por una vigilancia
policial eficiente que beneficia al turismo y le da esperanza de progreso y
avance a los habitantes de El Salvador.
Maracaibo,
12 de noviembre 2018
Qué lindo relato. Lástima no haberlos podido acompañar
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