Mente y el espíritu
revisados por el Dr Rafael Muci Abraham
René Descartes (1596-1650), fue un matemático, fisiólogo y filósofo francés muy conocido, sin embargo, su manera de abordar el tema
produjo una inmovilización de la investigación de los asuntos sobre la mente y el espíritu, pues hizo olvidar el antiguo concepto holístico del hombre en su
relación consigo mismo y con su entorno el cual era base de la medicina
helénica. Su error residía en querer separar el cuerpo de la mente y en creer
en la noción de que el razonamiento, el juicio moral y el sufrimiento que
proviene del dolor físico o de la agitación emocional existen separadas del
cuerpo. Todos conocemos que nuestro cerebro nos permite pensar, y creer que las
emociones, especialmente el amor, radican en nuestro corazón, pero eso no
siempre se vio de esa manera… Los egipcios en la antigüedad creían que nuestras
emociones y la conducta se regían por el corazón y nunca le prestaron mucha atención
al cerebro. Veintitrés siglos atrás los
antiguos griegos todavía pensaban que el corazón era el centro de las emociones y
del pensar. Aristóteles (384 – 322 a.C.) tenía
igualmente una visión cardiocéntrica, la
cual luego fue suscrita muchos años después por Avicena
(980 – 1037), “el príncipe de los médicos”. En ese
entonces, todos “sabían”
que la función primaria del cerebro era enfriar la sangre. Aunque Hipócrates (460–377 a.C.) y
posteriormente Claudio Galeno
(119-226) adjudicaron al cerebro este privilegio, ya Hipócrates sabía que cada
mitad del cerebro controlaba la mitad opuesta del cuerpo, y no obstante el corazón continuaría siendo el asiento de las
emociones. Hace 300 años tan solo, se creía que “la rabia” estaba bajo el control del bazo…
Sería un anatomista y fisiólogo alemán,
Franz Joseph Gall (1758-1828) uno de los pioneros de la doctrina de que el cerebro
era el órgano de la mente, y con su alumno
Johann Caspar Spurzheim (1776-1832),
lideró una corriente que adscribía ciertas funciones intelectuales y
espirituales a distintas áreas del neocórtex a las cuales llamaron “órganos”. Ellos intentaron definir el
intelecto y la personalidad de los individuos basándose en los análisis de la
forma del cráneo fundamentándola sobre varios supuestos: 1- que el cerebro era
el órgano de la mente o del espíritu; 2- que nuestra actividad mental se
caracterizaba por un número definido de facultades mentales; 3- que estas
facultades son innatas y cada una se origina en una región cerebral. De manera que si hay una
correspondencia precisa entre la estructura del cerebro y la estructura del
cráneo, las facultades mentales del individuo pueden conocerse con base en el
estudio de la morfología o fisognomía craneal. Este planteamiento señalaría como falsas presunciones acerca del comportamiento pueden conducir a lo que más
tarde serán vistas como cándidas especulaciones.
En la primera mitad del siglo
XIX, Marie
Jean Pierre Flourens
(1794-1867), presionada por Napoleón Bonaparte y la Academia Francesa de
Ciencias fue comisionada para realizar ensayos experimentales en animales
destinados a aclarar si las aseveraciones de Gall, aunque nunca sometidas a
prueba, eran ciertas y de veras algunas áreas cerebrales eran responsables de diferentes funciones; por
ejemplo, la remoción del cerebelo afectaba el equilibrio y la coordinación
motora, la médula oblonga controlaba funciones vitales como circulación,
respiración y estabilidad corporal, y su destrucción causaba la muerte, en fin,
los hemisferios cerebrales eran responsables de funciones superiores. Durante los 30 años siguientes esto era lo único que se sabía al
respecto, hasta que Pierre-Paúl Broca (1824-1880), reportó una serie de pacientes que habían desarrollado
afasia luego de una lesión cerebral. Los enfermos podían comprender cuanto se
les decía, pero eran incapaces de responder verbalmente. El descubrimiento de el “área de
Broca”, le llevaría con toda razón a declarar en 1864: “¡Hablamos con el hemisferio izquierdo”.
Entre
1870 y 1875, el neuropatólogo Sir David
Ferrier (1843-1928) estimulando eléctricamente el cerebro y probando la
existencia de loci o asientos de funciones cerebrales, un hecho hasta
entonces disputado; seria el primero en elaborar un mapa de la corteza cerebral, en el cual
identificó 15 diferentes áreas relacionadas con el control fino del movimiento.
Sus estudios de vivisección realizados en primates superiores, trasladaron esos
puntos al cerebro humano y usó este conocimiento por primera vez para orientar
el diagnóstico neurológico y deducir que los tumores e injurias cerebrales
podían tratarse resecando mayor cantidad de tejido del que previamente se
acostumbraba. En 1870,
dos fisiólogos alemanes, Gustave
Fritsch y Edward Hitzig
mejoraron el conocimiento adquirido hasta entonces, estimulando eléctricamente
pequeñas regiones del cerebro expuesto de perros despiertos, y el neurocirujano Fedor Krause (1857-1937) fue un poco más lejos; al estimular la
corteza cerebral de pacientes que iban a ser intervenidos por un tumor cerebral
realizó mapas muy acertados del córtex.
En 1874,
trece años más tarde del descubrimiento de Broca, Carl Wernicke (1848-1905) mostraría que sus enfermos podían hablar en forma fluente pero no comprendían lo que
se les decía por lo que sus respuestas carecían de sentido alguno. Esta vez, el
daño encontrado se localizaba en la porción superior del lóbulo temporal
izquierdo en adyacencia a áreas relacionadas con la audición. En 1892, Joseph Jules Déjerine (1849-1917)
reporto que sus pacientes podían hablar y comprender cuanto se les decía, pero
habían perdido la habilidad para escribir. Al momento de la autopsia se halló
que la lesión radicaba en el gyrus angularis, un área que yace en los
límites de los lóbulos occipital, temporal y parietal. Uno de los intentos más notables para
demostrar el rol de áreas específicas del cerebro en el lenguaje ocurrió en
1959 gracias al trabajo del neurocirujano canadiense Wilder Penfield (1891-1976) con Sir Charles Sherrington
(1852-1957), “el más famoso neuropatólogo del mundo en el apogeo de su
vitalidad y vigor”. Penfield describió exactamente la representación cerebral
de partes del cuerpo que eran tocadas o movidas, y de esta manera pudo elaborar
su famoso “homúnculo” (DRAE. Diminutivo, despectivo de hombre), donde se
reproducía la representación cortical de las áreas motoras y somatosensoriales. La importancia de los
hemisferios cerebrales en las emociones, y particularmente los lóbulos
frontales se hizo patente en forma clara más de un siglo atrás por el caso de
Phineas Gage, quien tras una lesión cerebral de la región frontal
cambio totalmente sus patrones de conducta.
Para revisar todas estas investigaciones y saber cómo se pudo llegar a
detectar “la facultad de la Benevolencia” localizada en la línea media, cerca de la
unión de los huesos parietal y frontal y entender que allí hallarían el “órgano”
responsable del sentimiento religioso y la facultad de poseer la simpatía,
liberalidad y filantropía, hay que ir al artículo original que dio pie a este
resumen de hechos neurofisiológicos. Les invito a ir al trabajo del Dr Rafael Muci
Abraham en, “El accidente de Phineas Gage: Su legado a la neurobiología con
comentarios acerca de las localizaciones cerebrales”.
Mississauga, 6 de enero, día de reyes, del año 2017
Por un error inadvertido, 2 veces aparece equivocado el apellido del DrRafael Mucí Mendoza. Aparece como Mucí Abraham y Debe leerse como Dr Rafael Mucí MENDOZA.
ResponderEliminarLa observación la hace el mismo Jorge García Tamayo, responsable del blog tuyo del involuntario error.