sábado, 6 de febrero de 2016

Exilio en Donosti




Exilio en Donosti

       Me contaste que fue casi un año después de estar viviendo en el País Vasco, cuando tus amigos Mikel y Maite te presentaron al doctor Nicolás Rivero. Recordaste con nostalgia aquella noche de noviembre del 82 en Le Bistró y decidido quisiste relatarme quien era tu colega y cómo lo habías conocido. Te cuento lo de Nicolás porque años más tarde nos volveríamos a encontrar. Así me lo explicaste para que entendiese tu interés en hablarme del doctor Rivero. Ráfagas de viento llegaban desde la costa Cantábrica y dispersaban la lluvia helada e inclemente que caía sobre Donosti. Nicolás entró al bar sacudiendo su impermeable e iba zapateando el frío, cuando al lanzar una mirada alrededor muy pronto divisó a sus amigos. Efusivo se acercó para abrazar a Maikel el cocinero y a Maite su mujer quien lucía hermosa con su panza de seis meses de embarazo. Entonces fue cuando Mikel te presentó ante Nicolás como otro médico, y le dijo que eras colega, pero uno de veras, ya que también eras de esos que trabajaban haciendo investigación. Pero en América, le informó sonriente a su amigo, mientras te palmeaba en el pecho. Cuando Nicolás entró en Le Bistró estaban escuchando a Xabi quien rasgueaba en su guitarra una de Serrat. Mikel luego del saludo, pasó a explicarte que el recién llegado trabajaba en investigaciones sobre el cáncer de la mama y que estaba de paso, ya que de momento estaba, allá en España. Lo dijo e hizo un gesto displicente y de lejanía, para inmediatamente reírse estruendosamente según era su costumbre. Te miró entonces a los ojos, consciente de tu sorpresa y pasó a explicarte algo que en realidad ya sabías. ¡Anda que te aclaro de nuevo las cosas! Nicolás tampoco es español. ¡A ver!, él no es vasco, pero es canario; aunque debo decirte y ya lo verás, que él aquí se siente de puta madre. Está como en su casa y esto es porque su mujer es gipuzkoana. Luego sonriente expresó convincentemente. -¡Es la leche! Gora Euskadi Askatasuna. Yo interrumpí  tu historia para recordarte como durante la campaña admirable, en el decreto de guerra a muerte, el Libertador Simón Bolívar había dicho “españoles y canarios contad con la muerte aun siendo indiferentes” y enfaticé que los canarios hace muchos años ya eran vistos como diferentes a los españoles. Si, afirmaste riendo. Todavía en las islas Canarias les dicen godos a los peninsulares. El doctor Nicolás Rivero según me dijiste,  era un sujeto alto, delgado y rubio, nacido y crecido en una de las islas Canarias y se encontraba en esos días en un afamado Instituto de Investigaciones Oncológicas de  Madrid haciendo un entrenamiento sobre Biología Molecular. Había llegado desde su hospital en Las Palmas de Gran Canaria a la capital de la península en marzo de ese mismo año, y visitaba nuevamente la patria chica de Arantxa, su esposa, la hija mayor de Xavier Etxebarrieta conocido profesor de música y director de la Sinfónica de San Sebastián. Sus hijas, las hermanas de Arantxa eran amigas muy queridas de Maite. Al explicarte Mikel todas estas conexiones familiares, recordó con Maite como afortunadamente en el mes de abril, Arantxa y Antonio con sus dos hijos menores habían venido desde Las almas a la celebración de su matrimonio. Tu amigo el cocinero y Maite, tenían tan solo unos siete meses de casados y acostumbraban visitar Le Bistró, un local nocturno donde Xabi tocaba la guitarra y cantaba. En aquel instante ya terminaba con la historia de Penélope y su bolso de piel marrón en un andén. De momento se hizo silencio, y todos brindaron y bebieron los gintonic preparados con mucho hielo en grandes vasos con una rodaja de lima en el borde.

      Esto sucedió en aquella noche lluviosa de noviembre del 82, que recordabas con impresionante nostalgia. Luego me contaste como continuarían todos conversando, mientras te viste obligado a responder algunas preguntas de tu colega canario sobre las investigaciones que desarrollabas en tu patria, y te hallaste en aprietos. No fue fácil, me dijiste. Yo comprendí perfectamente lo complicado que te resultaría explicar tantas cosas más relacionadas con el realismo mágico que con lo que sucedía en el mundo de la medicina. Le hablaste someramente sobre la institución donde trabajabas y como desaparecería cuando eliminaron a su director que intentaba postularse para ser Rector de su universidad. Dijiste cómo su muerte la asociaban directamente con las denuncias que él iba a hacer ante el Congreso del país. El tuyo que era una patria cada vez más confusa donde sembrarle droga a cualquiera para inculparlo como habían hecho con tu amigo Antonio ahora difunto, era algo habitual. Para muchos políticos vale todo, dijiste. Se puede inventarle a cualquier enemigo un expediente con supuestas relaciones con guerrilleros, o con narcotraficantes. En el caso de Antonio Navarrete, le explicaste a Nicolás, para que su desprestigio fuese total, lo acusaron de conexiones con las Fuerzas Armadas de Liberación Nicaragüense, una excusa de suficiente peso para que el gobierno democrático justificase su persecución. Lamentablemente la historia terminaría en su deceso. El doctor Rivero estaba realmente asombrado con lo que le relatabas, y hablaron largo rato de cómo la realidad en tierras americanas superaba la ficción. Me contaste entonces que, tras haber llegado en febrero a San Sebastián, ya en noviembre te sentías adaptado en aquel país del cual tenías numerosas referencias desde niño, pero nunca imaginaste que llegarías a visitarlo personalmente. Menos aún, que lo hicieses como expatriado, puesto que me dijiste que era así como te sentías, y así te habías hecho conocer y querer en Euskadi. Estabas en el exilio, definitivamente. Quise entonces que me actualizases sobre la manera como lograste salir de tu patria y como terminarías yendo a parar al País Vasco. Aceptaste mi idea y decidido resumirías para mí tu escape.

      Después de una frustrada persecución habías logrado escabullirte hacia Colombia desde Casigua, y ya estando en Cúcuta, te dirigiste en un avión comercial hacia Santa Marta. En la costa caribeña, habías comprado un billete aéreo y harías un viaje con escalas, en lo que llamaban un avión lechero de la aerolínea TACA, por Panamá y Costa Rica hasta llegar a Managua. Allí  pudiste hacer contacto con algunos de los amigos y conocidos del profesor Navarrete. Al explicarles la historia y relatarles su trágico final, solo rabia y frustración nacería entre mucha gente quienes sinceramente lo apreciaban. Por todo cuanto me dijiste, a los nicas les parecía mentira tener que escuchar aquellas desafortunadas noticias. Pensar que sus amistades y sus relaciones con los amigos sandinistas hubiesen sido utilizadas para implicarlo en una inexistente conspiración era algo que les parecía insólito. Su desaparición le impidió desenmascarar a una cáfila de mafiosos narco-militares al frente de grandes negocios en las serranías de Perijá y al final, nada se había demostrado. Yo recordé aquellos días, y vinieron a mi mente algunos comentarios hechos por personajes de la universidad, resquemores nacidos en la Facultad de Medicina y en la Escuela de Letras, pero  en realidad durarían poco tiempo pues como siempre sucedía, otros sucesos disolverían el interés colectivo sobre la desaparición del profesor Navarrete. En la universidad no se habló más de él. Yo mismo, quien colateralmente conocí algunas noticias de lo sucedido acepto que los hechos se dieron como los describió Rodrigo. En Nicaragua la situación que se estaba viviendo en aquellos días, tampoco era de tranquilidad. Las noticias de prensa parecían llegar sesgadas al país, y me dirías que ni vos ni nadie podría conocer la verdad sobre lo que estaba sucediendo en el país centroamericano. Vos quien había vivido metido de cabeza en tus experimentos, soñando con amaestrar rabipelaos, o examinando con tu Nata notas sobre marsupiales y de la entomología experimental, a pesar de conocer las conexiones de Navarrete con Nicaragua, nunca imaginaste que aquel país padecía una verdadera guerra de rambos con metralletas. No era eso lo que relataban los periódicos, o tal vez la televisión distorsionaba las noticias al antojo de cada canal. Vos quien habías estado durante años buscando con Natalia coincidencias entre tus inquietudes científicas, y las necesidades sociales para el desarrollo de la región zuliana y de su gente, habías logrado escapar de una persecución precedida por la muerte de tu gran amigo y te aparecerías en Managua en medio de una crisis económica con aires de guerra. Había todo tipo de carencias, me explicaste. Estabas arribando justamente coincidiendo con una de las feroces arremetidas de “los contras" y te tocó conocer personalmente a muchos hombres y mujeres sencillos de aquella nación centroamericana agobiada por asesinatos y masacres que aniquilaban a sus ciudadanos más jóvenes y desestabilizaban el país que ni tenía presupuesto para alimentar a su gente. Me relataste como unos días después, estando en Matagalpa, el pueblo del escritor Sergio Ramirez, tu casa fue bombardeada y lograste salir de entre los escombros casi gateando, por lo que una familia de amigos del profesor Navarrete quienes vivían en León, decidieron que te mudases para allá con ellos quienes podían darte alojamiento. En realidad existía entre todos los grandes amigos de Antonio gran preocupación por tu seguridad personal, parecía como si fueses el albacea del profesor Navarrete y te protegían tanto que muy pronto comenzarían a plantearte tu salida del país. Me dijiste que conscientes de que parecías ser un perseguido político, te habían convencido de que era mejor para todos si lograbas escapar hacia un destino donde ya nadie te pudiese detectar. Así se hizo y en un vuelo trasatlántico habías llegado a Bilbao. Desde el aeropuerto fuiste a la Ría del Nervión, y allí estuviste viviendo casi un mes en la casa de una familia de mineros y marinos, viejos conocidos de los valientes nicas.

       Entraste en el mundo de Euskadi escuchando hablar el sorprendente lenguaje euskera en Bilbo. Desde Vizacaya, ellos harían las gestiones necesarias para que estuviese más cómodo, y te mudarías a San Sebastián para alojarte con otros amigos. Allí, en Donosti, conocerías a Fernando Aristizabal, un venezolano caraqueño de familia vasca quien estaba estudiando cocina. En marzo ambos se ubicarían en una pequeña buhardilla situada en la parte vieja de la ciudad, cerca de los restaurantes, muchos bares, y sitios donde me comentaste que todas las noches era una fiesta. Pronto te aclimatarías y, ¡a pasarla bien! Así, cuando te apetecía podías comer pinchos y beber cerveza con tu amigo coterráneo quien trabajaba en una de las cocinas del centro. De tal modo que te aficionaste a los pintxos y a los grandes vasos de gintonic, a un pequeño surito de cerveza, o a un chiquito de vino tinto, y según me contarías hasta le tomaste cariño a la sidra y al txakolí. Siempre para rematar luego de cualquier comida, y la gastronomía gipuzkoana era de primera, e indispensable era cerrar con pasharán. En ese ambiente fuiste siendo presentado inicialmente a los amigos de Fernando y así conocerías a Mikel el cocinero y a Maite su mujer, quienes estaban de regreso de su luna de miel en el norte de Navarra y desde entonces compartirían una inquebrantable amistad. En compañía de Fernando Aristizabal, quien mientras estaba trabajando por turnos iba estudiando cocina en Zarauz,  pudiste visitar los pueblos de la costa cantábrica de Gipuzkoa y probar las delicias de su cocina, desde el bacalao al pil pil, y las kokotxas, hasta el mero en salsa verde, el txangurro y hasta las angulas aunque según me relataste, desde siempre te dieron la impresión de estar ingiriendo Ascaris lumbricoides. Desde Orio, pasando por Zarauz, Guetaria, Zumaia y Deba hasta Mutricu llegaron en moto, tú de parrillero y tu amigo conduciendo. En Zarauz habías estado la primera vez, en febrero el día de Santa Águeda la patrona del País Vasco. No hacía ni dos semanas que estabas en Euskadi y durante todo el día se había sostenido una borrasca que les impidió regresar en la moto hasta Donosti, por lo que se quedaron esa noche en Zarauz aprovechando las conexiones de Fernando que tomaba cursos en una academia del famoso Karlos Arguiñano. También en esta ciudad costera vivía la familia de Mikel y sería en la casa de sus padres donde pernoctarían esa noche los dos amigos venezolanos.

Lo relatado es parte de una novela inédita, aún sin título, y me he animado a publicarlo hoy, 6 de febrero del año 2016, en Maracaibo, Venezuela.

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