jueves, 1 de mayo de 2014

Un Quijote apócrifo



He sido invitado por el Movimiento poético de Maracaibo, a recrear por escrito y brevemente a un Quijote, uno que sea mío, y por ende, apócrifo. Tendrá que serlo, pues ni nací en Alcalá de Henares, ni batallé en Lepanto y ha mucho tiempo que no estamos en el siglo de oro español. Acepté el reto para poder hablarles de un Quijote nuestro, uno criollo, uno que además tuve la suerte de conocer personalmente, uno nacido en un lugar del país donde las arenas son tibias y bajo el claror de la luna un chuchube modula un cantar. En Coro la ciudad de los médanos, el año 1905, nació Pedro Iturbe Leiba, nuestro Quijote y tendría una larga y meritoria vida que dejaría una huella imborrable en el Zulia y en la medicina nacional.

Pedro Iturbe, se fue de Coro a Caracas, estudió medicina y al graduarse, se dedicaría a la neumonología. Hizo post grados de medicina del tórax en Italia, en Francia y en los Estados Unidos, y se vino a esta tierra para fundar en 1932, un Dispensario Antituberculoso. Lo hizo cerca de un camino de trillas que iba hacia el sur de Maracaibo. San Francisco en aquellos días era un pueblecito de sembradores lleno de molinos de viento, que Pedro Iturbe no confundió con gigantes, por el contario, allá lejos, al final de la Arreaga y Los Haticos, lanza en ristre se montó sobre un cerro de piedra de ojo, situado al comienzo de una vía que se estaba creando para los automóviles y luego de una curva que originaba la entonces conocida Carretera de los Pozos se perdía una larga vía que conducía a unos pozos de agua en el camino hacia Perijá, los cuales fueron el inicio del acueducto en Maracaibo, precisamente allá sobre aquel cerro, creó “el Dispensario”. 

Ese Dispensario al final de Los Haticos, se transformó luego, en 1948, en el Sanatorio Antituberculoso de Maracaibo, y hoy es el hospital General del Sur que lleva su nombre.  Allí nuestro Quijote, no solamente combatiría la tuberculosis sino que enseñaría a cientos de enfermos a trabajar en manualidades, orfebrería, ebanistería, labores de terapia para a los pacientes formándolos para el trabajo. Además crearía un extraordinario grupo de médicos y cirujanos, donde ya desde aquellos años comenzarían a hacerse maravillas, existía un microscopio electrónico y hacían hasta transplante de órganos.

Desde mis años de estudiante, el doctor Iturbe había sido un ejemplo de dedicación y entereza en la lucha por demostrar como la Medicina podía transformarse en un apostolado y podía llenar toda la vida de un hombre proyectándola sobre su pueblo. Esto solo es posible cuando se trabaja con un gran entusiasmo y cuando se hace en pos de un ideal; esto nos lo decía él. El objetivo de sus campañas había sido la salud pública de los más necesitados. El incansable Quijote Iturbe, desarrolló intensas campañas para detectar los indígenas que estaban enfermos de los pulmones siguiendo una estrategia de pesquisa en camiones equipados con aparatos de Rayos X, que se  movían por las polvorientas trillas arenosas de la región, con personal adiestrado, hasta que se logró acabar con la tuberculosis que diezmaba las tribus de los indígenas wayúus.  Su tenacidad lo llevó a modificar las cifras estadísticas en la mortalidad por tuberculosis hasta conseguir que este flagelo casi desapareciera en el occidente del país. Se centraban sus luchas en particular en la defensa de nuestra desprotegida y empobrecida población indígena. 

En lo personal, yo ningún éxito hubiera tenido en mi loca empresa de hacer investigación si no hubiese contado con el apoyo de este don Quijote quien además era el padrino de mi promoción médica del año 63. Sus ideales de luchador incansable, sus axiomas visionarios, sus maneras de enfrentar los problemas, donde muchas de sus actuaciones ejemplificaban su manera de ser, que él consideraba artimañas de zorro viejo, todo esto y más, lo fui copiando, tratando de imitar, absorbiendo y aprendí con él a desear muchas cosas, a querer mucho más de lo que uno espera poder conseguir lo anhelado. El nos decía que para lograr las cosas uno debe pelear duro, pedir por más de cien si aspira por una sola, porque así es nuestro medio. 

Este don Quijote, Pedro Iturbe, era pequeñito y arrugado, pero tenía una vitalidad tal que asombraba a todos los que le conocían. Como don Quijote de la Mancha tuvo grandes obstáculos en sus luchas, fue execrado, y lo acusaron los políticos, dijeron que como Fernández Morán era un loco y además, perezjimenista, y tuvo siempre que moverse sorteando dificultades en todos los frentes para lograr sus objetivos. Él decía que prefería que creyesen que de veras era loco, que era más fácil así, hacerse el loco para lograr sus propósitos. Siempre nos mostraba un cuadro del pintor zuliano Gabriel Bracho, el abanderado, donde un obrero va hacia delante portando la bandera del triunfo, casi envuelto en ella. Así hay que ser, nos decía. 

El Dr. Iturbe no podía descansar sobre sus laureles y se dedicó en sus últimos años a la medicina familiar, esta es aquella medicina de principios del siglo XX que de cierta manea practicaron los viejos médicos de la ciudad, los que hacían visitas a domicilio, y educaban, y ayudaba en lo posible y cobraban honorarios muy bajos o simplemente su trabajo lo hacían gratis. Los méritos de nuestro don Quijote Pedro Iturbe en este campo, lo llevaron a ser considerado hoy día, como “el padre de la medicina familiar”. Moriría en esta ciudad de Maracaibo en 1993. Hoy a propósito de celebrar la aparción del Quijote de Avellaneda que impulsaría a Cervantes a publicar la segunda parte de don Quijote de la Mancha, que querido recordarlo y presentarlo ante ustedes para que compartan conmigo la emoción de haber conocido a un Quijote en Maracaibo.

Maracaibo, abril del año 2014

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