En este blog lapesteloca me he
referido varias veces a Jheronimus van Aken(1450-1516), conocido como (https://bit.ly/2ULek1P) El Bosco y he llamado la atención
sobre El jardín de las delicias referido en el blog titulando un
trabajo en 2020 como “Las delicias del jardín” (https://bit.ly/3ivIv6S). También les hablé del personaje en mi novela “Para
subir al cielo…” reeditada en 2016 (https://bit.ly/2kqHrJN) y espero poder
mañana ofrecerles nuevos detalles sobre este genial artista de finales de la
Edad Media. Voy ahora con “Los Adamitas”.
El adamismo es una doctrina herética surgida
entre los siglos II-III en el norte de África. Su origen no está claro. Unos
piensan que pudo surgir de la unión de distintas doctrinas ascéticas y
gnósticas, mientras que otros dicen que eran ascetas descarriados, sin embargo,
fuera como fuera, nunca fueron muy numerosos. Sus seguidores practicaban el
nudismo y vivían en una anarquía absoluta para así poder regresar a esa
inocencia del Edén que nos relata el Génesis. El matrimonio era considerado una
consecuencia del pecado original, por eso lo rechazaban siguiendo una estricta
abstinencia sexual.
Los adamitas llegaron hasta la época del pintor Jheronimus van Acken. En el año 1411, un siglo antes de que Jheronimus pintara El jardín de las delicias en la ciudad francesa de Cambrai, muy cerca de Flandes, el obispado de la zona abrió un proceso contra esta secta condenando a la hoguera a algunos de sus máximos responsables. A través de interrogatorios que se hicieron, se sabe que practicaban sus ritos en cavernas esperando la llegada del fin de los tiempos. Confiando que estaba próximo ese día, los adamitas le demostrarían a todo el mundo que ellos eran los verdaderos hijos de Adán. No consideraban que el ir desnudos fuera un pecado ni fruto de la lujuria, todo lo contrario, defendían la idea del amor platónico espiritualizando la erótica del desnudo.
En El jardín de
las delicias,
se ve un
corrillo de personas y una especie de cueva de la que asoman un muchacho y una
mujer. El hombre está vestido y mira descaradamente al espectador. Esto hace
pensar que quiso retratar a Dios (que solo aparece con ropa en la tabla
izquierda) representado como el maestro del Espíritu Libre. Hay autores, como el
historiador de arte alemán Wilhelm Fraenger, que defienden la idead de que el
Bosco fue un adepto a esta secta y que su cuadro, El jardín de las delicias, era un
encargo para ilustrar la Biblia Adamita.
Algunos piensan que el Bosco
conocía muy bien el culto de esa secta por los contactos que tuvo con alguno de
sus líderes, y otros se aventuran a especular dándole un nombre, Enrique III
de Nassau (o quizá su tío Engelberto), quien bien le pudo
regalar el cuadro a su mujer como regalo de bodas. Puede que incluso quedara
retratado (como era costumbre entonces hacer con los mecenas que encargaban los
cuadros) como ese maestro del Espíritu Libre que comentamos antes…
Examinando el cuadro de El jardín de
las delicias,
regresamos a el hombre
vestido que señala con su índice a una mujer desnuda quien sostiene una
manzana, y está bastante está claro que se trata de Eva en su Edén. Pero no se
acaba aquí. Apoyado en su hombro derecho, en la sombra, y sumiso, se entrevé
una cara, ¿quizá sea la del propio el Bosco? El retrato de El Bosco atribuido a
Jacques Le Boucq, fue pintado hacia 1550, por ello, el hecho de no disponer de
un retrato contemporáneo al pintor (el más cercano se pintó cincuenta años
después de su muerte) hace difícil identificarlo, pero lo curioso del caso es
que se pintó en la misma actitud, con la mano derecha haciendo el mismo
signo que el maestro del Espíritu Libre.
De el Bosco no sabemos mucho.
Nació en Aquisgrán y en su familia le precedían tres generaciones de pintores.
De su formación artística todo son suposiciones, gracias a su posición social
(en 1481 se casó con la hija de un rico comerciante burgués) tuvo la libertad
de elegir sobre qué pintar. En 1486 ingresa en la “Ilustre Hermandad de Nuestra
Señora”, una cofradía de laicos dedicados al culto de la Virgen y a obras de
caridad de donde, tanto social como culturalmente, se cultivó en esa corriente
mística prereformista; este detalle, para algunos descarta la teoría de su
conexión con los Adamitas. Será a partir
de 1490 que empieza a llamarse a sí mismo “Jheronimus Bosch”, y nunca fechó
ninguno de sus cuadros.
El rey Felipe II
de España, compró muchos de sus obras tras la muerte del pintor,
motivo por el que en la actualidad este país cuenta con gran número de sus
obras. Existe una novela de Javier Sierra El Maestro del Prado en
la que nos enseña algunas de las claves para resolver los misterios ocultos en
algunas de las grandes obras de esa pinacoteca. En mi novela “Para subir al cielo…” también se
examina la vida y las pinturas del El Bosco y particularmente trataría de
entender lo que pensaría el pintor al ejercer su arte.
El Tablero
de los siete pecados capitales… es una rueda. En la rueda, están
dispuestos tres círculos concéntricos. El que está en el centro es el ojo de
Dios. Y en el centro del ojo, Cristo sale de su sarcófago y muestra sus
heridas. El ojo de Dios mira a las escenas colocadas a su alrededor en otros
círculos.
Al recorrer estas escenas en la forma
circular del Tablero, nos recuerda la forma de un espejo. La obra de El Bosco
buscaba, intencionadamente, ser el espejo de la vida humana. El pintor parecía
desear que el espectador se encontrase a sí mismo en su obra.
El
Bosco nació en la ciudad holandesa de Hertogenbosch, hacia fines de la Edad
Media. Sus preocupaciones, como las de sus contemporáneos, girarían en torno a
los pecados capitales, el cielo y el infierno. Cada cuadro de El Bosco simula
ser la extensión de la prédica de un clérigo en una ciudad abrumada por el
desparpajo y el pecado. Sus pinturas narran, de una manera exótica y
fragmentada, textos de la Biblia. Su lenguaje visual heredó las marcas de la
escuela holandesa. Van Eyck, Campin, Van der Weyden son los maestros de esa
tradición. A pesar de la coincidencia con su tiempo, las pinturas de El Bosco muestran
una imaginación prodigiosa muy original.
Tal
vez tenga razón John Berger al decir que los Infiernos de El
Bosco son la anticipación de las atrocidades del capitalismo salvaje, pero yo
encuentro un aire atemporal en esa imagen. Me parece que, los muy raros
personajes y el clima opresivo del Infierno en las pinturas de Jheronimus van Acken pueden verse como la representación de la
miseria humana.
Los Infiernos de El Bosco son, de alguna manera, no sólo el infierno de aquellos años, sino también el del siglo XX y XXI. Los de El Bosco, son todos los infiernos posibles que ha conformado la humanidad. Cuando el delirio inunda la escena. Los personajes viven en un mundo insólito, un mundo que desafía las postulaciones de la razón. Mas allá de las creencias medievales, en nuestro entorno abundan los monstruos y seres sobrenaturales. El Bosco logra que estos seres convivan con los otros contemporáneos en un clima opresivo y, al mismo tiempo, admisible hoy día...
Maracaibo, jueves 29 de
agosto del año 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario