sábado, 29 de junio de 2024

La novela perdida

 

El año 1928, se rebelarán los estudiantes en La Rotunda y Enrique Bernardo Núñez quien ya no era un estudiante no se atrevería a unirse a ellos. Poco después aceptará trabajar para el gobierno gomecista y será designado Secretario de la Embajada de Venezuela en Bogotá. Luego pasará a La Habana donde, en enero de 1929, empieza a escribir una novela que terminará a mediados de 1930 en Panamá. Será en 1931 cuando publicará “Cubagua” (https://tinyurl.com/49k6s6yj) y en febrero de 1931, escribiría en Panamá su otra gran novela, “La galera de Tiberio”. 

 

La galera de Tiberio fue la cuarta novela de Enrique Bernardo Núñez, escrita entre 1930 y 1932, la cual fue publicada y destruida por su propio autor en 1938. Luego de esto, en 1967 fue reeditada intentando incluir correcciones dejadas incompletas a la hora de la muerte de Núñez, lo que resultó en una versión apócrifa, que luego fue reeditada por Biblioteca Ayacucho, en 1986. Esta obra se adelanta en muchos sentidos a algunas propuestas del neorrealismo y, luego, del cine latinoamericano de los años 60, y, en otras, al testimonio como vía de representación de voces subalternas.

Buena parte de la data para el breve artículo para este Blog lapesteloca es tomada del trabajo de publicado por Alejandro Bruzual del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, el año 2017 en Caracas. Enrique Bernardo Núñez terminó de escribir La galera de Tiberio. Crónica del Canal de Panamá, entre Ciudad de Panamá y la Mesa de Guanipa, hacia 1932; pagó él mismo su edición en Brujas, en 1938, y casi de inmediato lanzó sus ejemplares al río Hudson, en Nueva York. A partir de entonces, re-trabajó el texto durante más de 20 años, sin llegar a una versión definitiva. En 1959 intentó editarla de nuevo en Perú, de manera infructuosa.

La obra, La galera de Tiberio, sólo circuló en 1967, por primera vez y en Venezuela, luego de la muerte del autor, pero en una versión que sufrió fuertes intervenciones de parte de sus editores que, más allá de las buenas intenciones de reconstruir la última voluntad del autor, no pudieron controlar la falta de claridad de las correcciones que quedaron en un ejemplar superviviente del “naufragio voluntario” de la galera al que la sometió su creador.

 

Todas estas circunstancias impedirían que esta pueda verse como, la "novela perdida de la literatura latinoamericana" la cual pudiera ser realmente leída. Sus características meta-narrativas, serian el producto de la experiencia de la matanza bananera de Santa Marta, Colombia, en 1928 que conduciría al autor a proponerse a desarrollar una narrativa de ruinas, que pudiera dar cuenta de hechos históricos que habían sido silenciados con la complicidad de la "literatura de arte" y la violencia del Estado. Esta “obra collage”, de retazos textuales, generarían un conflicto con su autor que nunca fue resuelto.

Se ha repetido que la insatisfacción del autor se debía por una parte a los múltiples errores de la edición belga (no más abundantes que los que aparecieron en sus otras obras), a, el que no tuviera completo su pie de imprenta o que la destrucción de los ejemplares se debió a un acto extremo más y una expresión radical del sentido autocrítico del autor. Pensamos, dice Alejandro Bruzual que, sin embargo, existía a una tensión nunca resuelta entre el escritor y su obra. En esos mismos años, el escritor mudó profundamente su percepción ideológica, hecho que queda documentado en la misma novela al presentar una temática, precisamente, centrada en lo político.

 

De alguna manera, todo esto produjo lo que podría denominarse “una crisis textual”, es decir, un conflicto del autor con su propia obra, e intuimos que incluso el hecho de haber sido editada y destruida -como si hubiese temido su efecto, más que literario-, el texto siguió creándole problemas durante el resto de su vida, y de allí los irrefrenables e incompletos cambios.

 

Los vínculos de este libro y del tortuoso destino del autor relacionados con los cargos diplomáticos que ocupó, no han llamado la atención de la crítica, y no obstante obligadamente pasa a ser uno de los marcos sociales referenciales de la trama, y el más duramente atacado. En efecto, Bernardo Nuñez concibió y escribió la obra siendo secretario de la legación venezolana en Colombia, Cuba y Panamá, durante el gobierno de Juan Vicente Gómez. Luego, la editaría siete años más tarde, siendo cónsul en los Estados Unidos, durante el gobierno de Eleazar López Contreras. Sin lugar a dudas, la primera experiencia fue crucial para fijar su posición anti dictatorial y antimperialista que, mantendría el resto de su vida. Residiendo en el país del Norte, no resistiría la tentación de dar a conocer una obra de un contenido tan rebelde y latinoamericanista en momentos en que el mundo se lanzaba a la Segunda Guerra Mundial, mas, sin embargo, quedaría por interpretarse el sentido de su destrucción, bajo aquellas mismas circunstancias…

 

Núñez llegó a Bogotá, en 1927, meses antes de los sucesos de la Semana del Estudiante en Caracas. Así, cuando algunos de los exilados lo acusaron de complicidad con la dictadura de Gómez, con la violencia de sus atropellos y la encarcelación de más de la mitad de la

población universitaria, Núñez respondió por la prensa colombiana de manera virulenta, expresando su adhesión de funcionario. Casi de inmediato, publicó un libelo en contra de Gonzalo Carnevali recurriendo a los argumentos que justificaban el gomecismo, según su criterio: la pacificación del país, el pago de la deuda externa y -como escribió también en El Tiempo- “las obras públicas hechas con recursos nacionales no obstante los créditos ofrecidos por Wall Street” (1928), observación final que desliza ya visos de inquieto Nacionalismo; en particular, le obcecaba el que se debatieran las circunstancias políticas nacionales en medios públicos de otros países, propiciando la injerencia extranjera.

 

Poco más tarde, ya a finales de 1928, y muy cerca de Santa Marta, tuvo lugar la huelga de los obreros de la empresa United Fruit Company, que concluiría con una masacre de campesinos desarmados y de sus familiares en manos del ejército, el 6 de diciembre de ese año. No conocemos una reflexión, ni siquiera una nota de prensa en la que Núñez haga referencia a estos hechos, pero La galera de Tiberio no deja ninguna duda en cuanto a su visión sobre lo sucedido, fijando una nueva posición política.

 

Por sus páginas deambulan personajes inspirados en intelectuales, conspiradores, líderes políticos y revolucionarios latinoamericanos, que el autor conoció en esa etapa de su vida. Pero lo más significativo es el que se haya inspirado en el internacionalista venezolano Pío Tamayo para la construcción de su protagonista, Pablo Revilla, el “enemigo del gobierno de Venezuela”. Si tenemos en cuenta su enfrentamiento con los exilados del movimiento estudiantil venezolano, en Bogotá, pocos meses antes, se debe interpretar entonces que su novela es una reconsideración significativa de lo sucedido en Venezuela, y hasta pudiera interpretarse una voluntad de desagravio.

 

En efecto, Revilla, como el propio Tamayo, participaría en las manifestaciones caraqueñas y posteriormente seria encarcelado en el Castillo de Puerto Cabello. Más tarde, formó parte del asalto al Cuartel San Carlos. Al lograr huir, llega a Colombia poco antes de los trágicos sucesos obreros: “En seguida se trasladó a la zona bananera. Su alma hirvió de cólera y de gozo. Octubre y noviembre de 1928. Los incendios estallaban en las plantaciones. Se fusilaba a los huelguistas por la espalda”.

 

El protagonista apoya e instiga la huelga, la resistencia, y logra sobrevivir cuando el ejército procede a quemar a los sobrevivientes. El gobierno establecerá un cerco informativo, atribuyendo los muertos a falsa propaganda y califica lo sucedido como un acto subversivo de los obreros, ocultando una verdad que muchos años más tarde, y sólo en parte, se lograría dilucidar. Estos hechos dieron inicio a la novela donde Enrique Bernardo Núñez declara su voluntad de denuncia y de inscripción histórica para los hechos falseados y borrados por el gobierno colombiano y para la compleja armazón escrituraria, el narrador de La galera de Tiberio, asumirá una omnisciencia que excede su caracterización ficcional. 

 

Xavier Silvela, señalaría que no sólo el jefe de operaciones militares había establecido la versión oficial de los sucesos, sino que lo había hecho con una declarada y abyecta intención estética “se holgaba tanto del mérito literario de su obra (...) satisfecho de su estilo. Esta preocupación le hacía trazar arabescos sobre aquellos recuerdos y le hacía olvidar todo, hasta la sangre vertida”. Núñez percibe este hecho como un falseamiento de la escritura, lo que lo llevó a definir de manera peculiar las decisiones formales y estilísticas de su obra.

 

En un preámbulo que forma parte de la ficción, firmado con sus iniciales –“E.B.N.” como lo hacía en la prensa– y en un interesantísimo gesto metanarrativo, advierte al lector la “imperfección” de la obra, que mostraba “desorden”, “premura”, “descuido y negligencia” en el manejo de sus materiales. De este modo, exigía un interlocutor dispuesto a negar los “arabescos falseadores” del “historiador-jefe de operaciones”, uno que aceptara enfrentarse a la “crisis textual” que se produciría inevitablemente, y cuya intención era reactivar la memoria como resistencia ante la crisis también de la posibilidad de narrar, de opinar, de hablar ante la violencia.

 

Proclamaba, entonces, una “verdad” desde la voz traumática de los hechos, además de que actuaba de manera casi inmediata. Así, su texto cobraría un sentido de urgencia testimonial, si bien relata hechos que, aunque estuvo próximo, no vivió a plenitud. Es así como la propia superficie argumental problematiza el concepto de representación artística, confrontando realidad y ficción.

 

Maracaibo, sábado 29 de junio del año 2024

No hay comentarios:

Publicar un comentario