Vacunas, las de don Santiago
En algún
momento de la pandemia, cuando se iniciaban las muertes en primavera, se dijo
por Internet que el multimillonario estadounidense Bill Gates manejaba una
gigantesca conspiración para aprovechando la vacunación masiva contra la Covid
19 iban a inocular
microchips con los que lograrían controlar a los ciudadanos. Manuel
Ansede periodista científico quien antes fuera médico de animales, en la
sección de Ciencia de EL PAÍS. es, en diciembre del 2020 comentaría estos
hechos recordando que el científico español Santiago
Ramón y Cajal había tenido ya una idea parecida más de un siglo
antes.
Don
Santiago Ramón y Cajal había escrito un cuento de ciencia ficción con el título
de El fabricante
de honradez donde Alejandro Mirahonda, un hombre “con la barba y ojazos de un Cristo bizantino”,
anunciaba haber descubierto una “vacuna moral” y lograría convencer a las
autoridades de la ciudad de Villabronca para obligatoriamente inoculársela a la
población. Cajal quien era un voraz lector
de Julio Verne, publicó El
fabricante de honradez dos décadas más tarde, en 1905, junto a
otros cuatro cuentos, y este relato, aunque pasara desapercibidos para la
mayoría del público, nos presenta a don Santiago como uno de los pioneros de la
ciencia ficción española.
La ciudad
de Villabronca, estaba sometida a una “creciente
marea de robos, borracheras, riñas, desacatos a la autoridad, depravación de
costumbres” por lo que el doctor Mirahonda confiaba en lograr “la purificación ética de la raza humana y la
conversión de los viciosos y criminales en personas probas, decentes y
correctísimas”, para lo cual organizó una campaña de vacunación por la que habrían
de desfilar casi todos los ciudadanos recibiendo la inyección tras un biombo
chinesco mientras una charanga amenizaba la operación con sus trompetas.
Cajal quien
había nacido en la aldea navarra de Petilla de Aragón en el año1852, cuando escribió El fabricante de honradez solamente
existía una vacuna conocida, la de la viruela, elaborada con virus que se
cultivaban en la piel de las vacas. En aquel año, 1885, Cajal inventó realmente
un concepto diferente, “la vacuna química”, una inyección de bacterias muertas
para proteger sin riesgo frente al cólera, una temible enfermedad que por
entonces amenazaba a
España. En lugar de microbios vivos, él propuso utilizar una vacuna de gérmenes del cólera muertos por el calor,
y publicó su idea y su demostración experimental con animales en septiembre de
1885. Era un nuevo tipo de vacunas,
las conocidas hoy y llamadas muertas o
inactivadas de las que se usarían en ensayos en humanos contra la covid-19
Pero lo
más interesante es que Cajal imaginó en su cuento los efectos indeseados que
tendría una vacuna moral. “La vida
comenzó a ser harto uniforme y aburrida”. En ausencia del encanto de la
conversación maledicente, se vaciaban los cafés y... “Viose entonces cuán difícil es hacer reír sin molestar, quedando
patente que los tenidos por ocurrentes y graciosos no eran en puridad sino unos
desahogados: en cuanto no pudieron herir, hicieron bostezar”.
Los
caciques de Villabronca, monárquicos y republicanos, empezaron a lamentarse por
la indiferencia de las masas y comenzaron a temer que tendrían que trabajar
para comer. Los ciudadanos también dejaron de ir a misa: “¿Para qué pedir a Dios lo que el trabajo y la sobriedad
proporcionaban?”. La gente, aburrida de ser siempre honrada, empezó a pedir
un antídoto que revirtiese los problemáticos efectos de la vacuna moral. Cajal
había ideado un final interesante para su cuento…
Pues
resulta que… Jamás había existido una inyección para controlar a los
ciudadanos, ni siquiera en aquella distopía cajaliana, ya que todo había sido
un experimento de sugestión colectiva perpetrado por el doctor Mirahonda. La
vacuna moral era un fake new como los
actuales; aquella vacuna era tan falsa como lo es hoy la inyección de los microchips
que le era atribuida a Bill Gates. Pero fíjense que el doctor Mirahonda
continuó la farsa y les ofreció a los habitantes de Villabronca un antídoto:
media copita de un misterioso licor, que en realidad era agua…
Los
ciudadanos del pueblo, especialmente el alcalde, “se abalanzaron sedientos a los garrafones y saborearon con infinita
codicia aquel filtro pasional que prometía la punzante dulzura del fruto
prohibido”. Los residentes tomaban su media copa y seguían bebiendola a
tragos. Así fue como “Comprimidas un año
después, estallaron violentamente las pasiones. El vicio se exhibiría con
inaudito descaro y vergüenza, de manera que, durante un mes, los habitantes de
Villabronca vivieron en plena bacanal, el sacristán robó el cepillo de la
iglesia y se fugó con la casera del cura. En tres días hubo cuatro asesinatos”
… Esto fue lo que nos relató Cajal.
“Todos los atrasos del amor, todas las deudas
del odio, de la vanidad, de la envidia y hasta de la pasión política fueron
saldadas en un momento, con escándalo de las personas honradas, que huían en
tropel de la ciudad envenenada”, prosiguió don Santiago informándonos como
el doctor Mirahonda y su esposa tuvieron que huir a caballo, mientras con una
conclusión especialmente cajaliana: “La supresión del mal, ¿no implicaría quizá
el mayor de los males? Un poco de dolor y miseria social parece indispensable;
templa los caracteres, aguza el entendimiento, destierra la molicie, crea el
heroísmo y la grandeza de alma, mejora, en fin, moral y físicamente, la raza
humana”.
El cuento
de El fabricante de honradez incluyendo
las “fake news” y la moraleja que nos legara el genial don Santiago Ramón y
Cajal, 137 años después de escrita, siguen vigentes. Si se endulza bien la
píldora o la vacuna, cualquiera puede creerse cualquier cosa, incluso una
conspiración secreta que involucraría a millones de científicos en el mundo con
Bill Gates a la cabeza esperando controlar la especie humana.
Maracaibo, lunes 3 de abril del
año 2022
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