Autopsias
y cáncer
El año 1994 escribí un artículo así intitulado, y se lo hice llegar a la junta directiva de mi Sociedad Médica. Era una reflexión hecha con la mente puesta en los trescientos y tantos patólogos que en aquel entonces habitábamos en el país nacional. Lo escribí basándome en la premisa de que las autopsias y el cáncer estaban indisolublemente unidas al ejercicio de la Anatomía Patológica.
De antemano sabía que para muchos, el tema iba a resultar desagradable ya que posiblemente algunos lo verían como un cuestionamiento sobre el libre ejercicio de nuestra especialidad. El trabajo estaba planificado para una supuesta futura “Revista Venezolana de Anatomía Patológica” que no llegó nunca a crearse, y así, después de consideraciones sobre la inconveniencia de algunos de mis planteamientos, dos años más tarde, en 1996, el artículo me fue devuelto por la Directiva de la SVAP con la sugerencia de que escribiera algo de carácter más científico. Decidí entonces, el año 1997, enviarlo a publicación en la Revista Patología de México, donde al fin fue aceptado para finalmente publicarse en 1998...
Durante la segunda mitad del siglo XX, el devenir en la historia natural de la autopsia en las naciones denominadas civilizadas del mundo y concretamente en Venezuela, había sufrido un decrecimiento notable. Para el año de 1985, la proporción de autopsias médicas hechas en todo el mundo y en los Estados Unidos en particular, había descendido a menos del 10%. El fenómeno, internacionalmente aceptado parecía un juego del destino para los patólogos venezolanos que comenzábamos a consolidar nuestra especialidad desde el inicio de los años cincuenta. ¿Qué posición asumir ante hechos que ocurrían en “el primer mundo”?. Era como pregunta para un Hamlet shakesperiano… ¿Hacer autopsias o no hacerlas?
Los patólogos venezolanos también habíamos visto como paralelamente al deterioro de la asistencia pública, la calidad de vida venía en un cuesta abajo indetenible que se percibía hasta en el ejercicio de la Anatomía Patológica en particular. Entretanto en el mundo, veíamos el fenómeno de, tras el auge, la aparatosa caída de las autopsias. ¡Fatal coincidencia! ¿Qué estábamos haciendo por mejorar la Anatomía Patológica en las instituciones públicas? Sabíamos que las autopsias siempre reflejan tragedias asistenciales... ¿Tal vez sería por eso, que cada vez más, las obviábamos? Era comprensible aquel desiderátum…
Un recuento histórico bastaba para comprobar que durante la primera mitad del siglo XX, no existía en el país ni tradición, ni interés en utilizar los resultados de las autopsias. Tampoco los médicos clínicos cuestionaban los orígenes de las enfermedades ni sus diagnósticos como para considerar que la autopsia podía ser parte importante de la Medicina. No obstante, tan solo cincuenta años atrás, la práctica de las autopsias para la civilización occidental era parte integral del ejercicio de la medicina hospitalaria. Este hecho era por demás demostrable al comprobar cómo en los Estados Unidos más de la mitad de los enfermos que fallecieron en el año 1950 fueron autopsiados. Nosotros, los patólogos venezolanos, cuando comenzábamos a organizarnos como grupo de especialistas médicos interesados en la Anatomía Patológica, presenciaríamos como se producía el declive de las autopsias en el mundo. ¿Nos convocaban a regresar casi sin haber ido?
Repetitivamente habíamos llamado la atención sobre la situación del peligroso alejamiento de las autopsias. Los patólogos día a día parecíamos vivenciarlo in crescendo. Ante el desinterés de los clínicos y el casi nulo entusiasmo de los patólogos mismos, decidimos ponerle atención al fenómeno. ¿Cómo revivir las autopsias? Teníamos que insistir en considerarlas como el muy necesario control de calidad de la medicina hospitalaria, pero las autopsias eran cada vez menos solicitadas por nuestros colegas médicos-cirujanos, ¿y los patólogos? Como si nada estuviese aconteciendo. ¿Cómo analizar aquella situación? Nuestra posición en el IAP de la UCV ante la declinación de las autopsias, era de un férreo ejercicio de la patología tradicional, indispensable por demás para la docencia de post grado en nuestra especialidad. Sabíamos que éramos el único centro donde se autopsiaba a pacientes con SIDA y gracias a ese esfuerzo de nuestros jóvenes médicos estudiantes de patología logramos describir lo que sucedía con esa enfermedad en el país… Pero estábamos ya a finales de los 80 y entrando en la década de los 90. Nadie podía predecir que estábamos en una etapa terminal para el país…
La decadencia –no solo de las autopsias, de la salud pública en general, en los centros hospitalarios de todo el país era apabullante. ¿Era reflejo del entorno socio-político-cultural del medio venezolano? Vivíamos todavía en la engañosa bonanza petrolera de un sistema empobrecido por los desmanes de un Estado centralizado sobreprotector en manos de políticos corrutos e incapaces… ¿Podría existir alguna relación entre el abandono de las autopsias y nuestra mentalidad consumista y despreocupada, cuando la búsqueda de la riqueza fácil, siempre amparada por los dislates de los gobiernos de turno era estimulada permanentemente por los medios de comunicación? … Sonaba disparatado, pero veíamos que estaba sucediendo.
Por eso al decir-autopsias- se preguntaban… ¿Para qué hacer esas lucubraciones esotéricas cuando es un fenómeno que se ha venido dando en todo el mundo? Es algo mundial, es como la pérdida de la capa de ozono... A estas alturas, excusarán esta perorata escrita, pero al recordar el título de este artículo, el lector se dirá: ¿Y el cáncer? Resulta que el cáncer si tiene mucho que ver con todo este terrible asunto que estamos rememorando y que gira alrededor de la desagradable tarea de “rajar muertos” en un país donde abundan los vivos y los que se rajaban que eran unos cuantos, era que se iban a disfrutar sus usufructos en lejanas regiones del globo terráqueo. La palabra CÁNCER es mágica para los patólogos. Esa enfermedad nos identificaba ante los colegas médico-cirujanos como algo más que “raja muertos”. Gracias al cáncer somos aceptados por los colegas como entes útiles a la sociedad. Gracias a él, las personas entienden lo que hacemos los patólogos y aceptan que servimos para algo… De la capacidad que tiene el patólogo para decir con precisión y certeza cuando una lesión cancerosa es maligna, dependerá (algunas veces) el que sea apreciado por el entorno médico y considerado como parte importante del gremio.
Gracias a la habilidad diagnóstica, producto del estudio y de la experiencia, aunque terriblemente subjetiva, los patólogos venezolanos deberíamos haber tenido una importancia crucial en las labores preventivas de despistaje del cáncer por citología. La realidad nuestra era y es diferente. En rebatiña o en franco contubernio con los citotecnólogos, formados indiscriminadamente y bajo criterios crematísticos más que de salud pública, cada vez era mayor el número de patólogos que por la vía del “despistaje del cáncer” lograban sobrevivir, asociándose con citotecnólogos. Igualmente los citotecnólogos pasaron a trabajar libremente sin la supervisión de los patólogos o asociados a ginecólogos.¡Lo que llaman un desbarajuste!
Hace unos años, ante la desoladora realidad de la asistencia pública del país, hice por la prensa un llamado a los patólogos, para que asumieran el rol de supervisores de los hospitales, y les propuse hacer con las autopsias un control de calidad asistencial para salir del marasmo de la incertidumbre, (https://bit.ly/346wOPv) planteando que cada defecto podría ser visto como un tesoro (El Nacional, Caracas. 1/ 4/ 1991). La autopsia en los enfermos con cáncer merecía ser revisada con especial atención. En nuestro país era y es lamentable que no se hagan autopsias en los hospitales anticancerosos. Esta situación no es de ahora cuando ya nadie está interesado en el estudio post mortem de los cadáveres.
En ocasiones, si llegaba a hacerse la autopsia en un paciente con cáncer, se lograría por una iniciativa particular o un especial interés de algún patólogo de las nuevas generaciones quienes a veces tienen que enfrentarse con absurdos arreglos que traicionan los más sagrados intereses de la Anatomía Patológica como especialidad. ¿Cómo saber lo que ocurre con la diseminación metastásica de los tumores? ¿Qué pasa con las recidivas? ¿Con la desmoplasia? ¿Cómo saber cuándo los tratamientos inducen desdiferenciación? ¿Cuantas veces los tratamientos provocan nuevas neoplasias?
¿Hasta qué punto los pacientes se curan en nuestro medio con la quimioterapia, o con la radioterapia? ¿Que sabemos de sus complicaciones? ¿Qué hay del trombo embolismo pulmonar? ¿Cuándo hay necrosis de los hepatocitos? ¿Qué tal los agentes infecciosos involucrados como parte del compromiso inmunológico? ¿Sabemos acaso de que se mueren los enfermos con cáncer en nuestro país? ¿Cómo podemos saberlo, si no hacemos autopsias en los hospitales donde tratan a los enfermos con cáncer? ¿Cuánto no pudiésemos aportar los patólogos al progreso del conocimiento de las neoplasias y de los efectos, beneficiosos o no del tratamiento de los pacientes venezolanos con cáncer, si hiciésemos autopsias?
Lo más triste de esta historia es que la falta de interés por las autopsias es compartida por la inmensa mayoría de los médicos clínicos oncólogos, los cirujanos oncólogos, los ginecólogos, algunos quimio y radio terapeutas y sobre todo por nosotros, los propios patólogos… Se aceptan las autopsias como requisito indispensable para que el sistema judicial procese a los fallecidos por “causas no naturales”, se hacen exhumaciones, y autopsias para cobrar herencias, o para experticias sobre seguros de vida, o para llevar a la cárcel a delincuentes. Sobre las deficiencias de nuestra patología forense, ya publicamos por la prensa (Bello Monte sabatino, El Globo, Caracas, 8/3/ 92). La autopsia médica es necesaria, en enfermos fallecidos cuyo diagnóstico en vida, ya ha sido establecido por un colega, y eso siempre ofrece una connotación de cuestionamiento, o de duda sobre lo acertado del diagnóstico de la enfermedad del paciente.
Uno de los errores más comunes en el desconocimiento del verdadero valor de la autopsia es considerar que los métodos diagnósticos llamados “no invasivos” resuelven los problemas de diagnóstico a través de imágenes. Sin negar su importancia, (ahora en 2021 es tan solo para recordar con tristeza los tiempos cuando existían estos equipos eficientemente trabajando en el país ya depauperado), la única manera de demostrar cuando las imágenes no se corresponden con realidades ya diagnosticadas y en ocasiones ya tratadas, es la Anatomía Patológica. No han logrado las estadísticas demostrar una mejoría en el diagnóstico de las lesiones con los métodos de imagenología cuando se comparan con la precisión del estudio anatomopatológico macro y microscópico, eficientemente realizado.
Hasta aquí escribo hoy, tras revisar aquel trabajo que logré publicar hace ya una veintena de años, y al recordarlo ahora, cuando vivimos padeciendo por la tragedia del mal llamado “socialismo” que ha destruido al país y sus instituciones, cuando nos hemos estancado y retrocedido médica y científicamente muchas décadas sin poder acceder a los avances más elementales para cubrir las necesidades de este siglo XXI, es cruel pensar en la realidad actual. Por eso siento que debo repetirlo para que se lo cuenten a quienes ilusos aspiran a volver a vivir en un país como aquel que fue un adalid en la medicina y en mil aspectos más, y ahora es lo que vivimos quienes no han emigrado y viven en una tierra que insana y sistemáticamente ha sido devastada por una cáfila de incompetentes y desvergonzados malhechores.
Maracaibo, lunes 24 de mayo, del 2021, sobreviviendo a la pandemia de Covid-19.
Maravilloso artículo. Gracias por la Peste Loca. Sin desperdicio todos y cada uno de los articulos
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