lunes, 9 de septiembre de 2019

Taguara mesopotámica


Taguara mesopotámica


Por la puerta abierta se metía el sol de los venados. Brillaba anaranjeando el piso de cemento pulido mientras la brisa vespertina penetraba por la ventana través de multicolores cilindros de madera. Venía desde el patio, un tierrero cundido de matas de mango, cuando atardecía... Tomábamos cerveza en aquel botiquín cuando mi entrañable Alonso se empeñó en que teníamos que irnos a que las putas. Estábamos en una taguarita tranquila, popular, como casi todas las de nuestro sector preferido de Babilonia. Era una covacha no visitada por mujeres, un cubil creado estrictamente para beber y beber tarros con cerveza espumosa mientras conversábamos interminablemente, sin atenderle al tiempo... Pero así era Alonso, y además allí estaba Clavelo, siempre listo para secundar sus ideas locas. Ambos andaban en la misma temática, tranquilizate, aguantate, esperate, andate, parate de una vez y todas esas esdrújulas no acentuadas y rematadas en ate, esas que uno dice tan solo para dilatar el momento y que parecían no valer de mucho en esa ya casi noche...

Ninibiones estaba inspirado... Levantó su jarra y nos miró fijamente mientras decía. ¡Coño, Toño! Tu lucha por el Santo Grial es una pérdida de tiempo asquerosa y no te llevará a nada bueno. Yo pensé que ya estaba en trance, como era su costumbre inveterada, tan reiterativa como la manía de una supuesta putería en mi entrañable Alonso. Nini prosiguió su discurso. Me recuerdas a Gilgames, el que buscó la planta de la inmortalidad con mucho afán, pero nunca pudo hallarla. Mas vaina vamos a echar a que las putas, insistió Alonso interrumpiendo a mi inspirado amigo quien como si estuviese sordo continuó. No obstante, en su vano empeño, Gilgames nos dejó una muestra de lo que vale el hombre, la amistad, la lealtad... Bueno, si somos realmente amigos tendremos que acompañar a Alonso a que las putas, insistió Clavelo tapándole la boca a Ninibiones. Mi entrañable me miró sonriente. Vai pues Toño, tenéis que ser un leal y buen amigo... ¡Vamonós par co ño pues!

Lo cierto era que todos sabíamos que Ninibiones con un par de cervezas tomaba el tema filosófico y eso era tan preciso como el número de tarros que ameritaba Alonso antes de coger su otra maña y comenzar a decir, tengo que matar a mi mujer y me quiero ir pa que las putas y de allí en adelante tendríamos que complacerle, o soportar ese sonsonete toda la pea. Al final sabíamos que sus impulsos no lo llevaban a nada pues él era, sencillamente un frijolillo, pero me parecía a mí que su momento no había llegado aún, por lo que continué silente, e insistí en escuchar a Ninibiones, quien sonriendo prosiguió como si nada. Lo terrible es que la muerte es lo único que tenemos por seguro, ella es ineludible, inexorable, tan segura es como decirles que en las manos de cada uno de nosotros está la posibilidad de ser inmortales...

Alonso y Clavelo se pusieron de pie, y le informaron a Nini que ni media bola más le pararían, y nos conminaron a seguirles. Así fue como de repente me encontré apoyándome en aquella pared de mosaicos azules y blancos, sin que lo hubiese presentido ni un instante, ni tan siquiera cuando comenzábamos a beber cerveza y estábamos lúcidos. Percibí como mis sandalias se adherían a la tierra cenagosa de aquella calle oscura encerrada entre muros rústicos de arcilla, y si hubieras sido vos, te lo juro por Dios y mi madre que no hubieras podido entender la situación, porque era como un sueño, pero de esos sueños donde te interesa el desarrollo de la trama por lo que en el fondo vos mismo ni te queréis despertar, ¿me entendéis? Sin embargo, a la vez era estar seguro de que no hubieras podido hacerlo, y estaba en esa especie de confusión cuando me llegó de pronto como una hedentina.

Estoy seguro de que vos  la hubieras captado allí mismo, era el olorcito ese que exudan las sombras mismas cuando hay basura pudriéndose, porque era un olor demasiado obvio, si vos querías podrías imaginarte andar brincando entre una zamurada, y es que en la oscuridad casi que vos podías oír el aleteo de los avechuchos girando y girando encima y el zumbido de miríadas de moscas tropezándose entre los canales putrefactos y vos, porque vos sois machete en eso, estoy tan seguro y casi que te lo puedo jurar, que vos, ese mosquero te lo imaginarías en los ojos de tus enfermos, o rodeando a los leprosos, en las afueras de la ciudad, cuando te los tropezáis en grupos, vos sabéis, ya me lo habías explicado antes, pero, ¿cómo te digo?, yo estaba que no sabía con exactitud donde andaba y solo veía aquella pudrición circulando por los canales en medio de la oscurana…

Al saberme entre casas de paredes de arcilla, al palparlas, entonces me ubiqué ¡De bola que yes mijo! Eso me dije y pensé... Puede que vos no reconozcáis el sitio, pero yo… ¡Bértica! Yo lo tenía clarito. Tengo que estar en Babilonia, en el mero centro. Este tipo de jaibas solo se ven cuando bajáis pal centro... Así pues, yo tenía ese rebullicio en la cabeza pensando que había sido un error táctico, que no debía haber cambiado mi turno de la guardia, que quien sabe cómo estaría en ese momento la emergencia de niños, seguramente repleta de alaridos y oliendo a berrenchín y a trapitoechina, que si aquello, que si esto, que si lo otro, que si acaso eso sería lo que llamaban, vulnerar el concepto de la responsabilidad, y yo en medio de ese desideratum, andaba dando más vueltas que mamón en bocaevieja, casi peor que un perro paecharse pero ¿qué podéis hacerle?

Ante la mesa llena de botellitas ambarinas, de nuevo hablaba el Toño y volvía a la carga. Discutía con Ninibiones, enfrascado en su empeño de relacionar el arca de Noe con la Nave
fabricada por Upnapistin. Mi amigo quizás no le comprendía pues le replicaba en voz alta.
Pero Toño, retoño der coño! Entendeme que no habría podido ser de otra manera, de no haber sido por el Dios Ea se rejoden, y te dejo dicho de paso, los traicionó par coño, el plan de los Dioses nunca le hubiera sido develado a Upnapistin, entonces la simiente de los seres humanos no hubiese podido ser llevaba a la gigantesca nave y todas las criaturas habrían muerto ahogadas y sería un punto final. Eso es lo que yo mismo te vengo diciendo, le respondió Antonio. Para mí esa jaiba no es más que el mismo Diluvio Universal de la Biblia, ¿me entendéis?

Toño y Clavelo admiraban los conocimientos histórico-literarios de nuestro compañero, pero Clavelo no era amigo de seguirle todo el tiempo la corriente a Ninibiones, sobre todo cuando se enfrascaba en aquellos temas esotéricos, y especialmente cuando habían salido tan solo a beber cerveza y era que ya lo que le estaba provocando a Alonso era matar a su mujer. Clavelo para ese momento estaba en una onda erótica empeñado en que debían conocer una casa de placer recomendada por unos primos. En realidad, las historias de como Gilgames el rey de Uruk había derrotado al demonio usurpador Kunibaba, no le interesaban en lo absoluto. Por eso y por bastante más, todos dejamos la taguarita ya anocheciendo, y cuando enfilamos por el callejón del Amparo hacia la casa de Astarted presentí que todos estábamos sin duda alguna, parcialmente confundidos por la cerveza.

Al trasponer el zaguán oscuro, revestido de mosaicos azules con dibujos amarillos se encontraron todos en un cálido y reconfortante ambiente. Blandas alfombras se hundían suavemente bajo sus sandalias, grandes lámparas en el techo que emitían una tenue luz amarillenta con destellos rojizos, en una de las esquinas se adivinaban varias jóvenes mujeres semidesnudas con los brazos teñidos de púrpura. Ellas tocaban flautas y cítaras y reposaban entre grandes cojines y almohadones tapizados con seda roja. Los amigos con la alegría del hígado provocada por los incontables tarros de cerveza casi no percibieron el aroma de los dulces ungüentos que despedían los incensarios y se dejaron conducir en la penumbra ambarina del recinto.

Tomaron asiento en una de las mesas mientras erámos rodeados por las mujeres. Ellas se movían en una bruma amostazada y todos quedamos atendiéndole a sombras que emitían voces. Desde todos los ángulos nos llegaban ruidos con risas y comentarios soeces de  borrachos. Se iban repitiendo y multiplicando entre las columnas, los jarrones con palmeras y los incensarios ocultos en algún lugar secreto. De la base misma de cada columna, se desprendía aquel olor característico, fluía de braseros con la imagen de Ishtar con muchos pechos trabajada en bronce, emergía con un picor denso y el aroma se extendía por todo el ambiente, y nos penetraba en la piel y nos impregnaba las túnicas...

La mirada brillante de Clavelo escrutaba entre las sombras de un lado a otro mientras en su rostro se pintaba una sonrisa de tonto. Alonso ya se había aferrado a un muslo y a una cintura y no la quería soltar mientras en voz baja mascullaba ininteligibles disparates al oído de una muchacha. En la penumbra, Antonio admiró unos ojos rasgados de extraño fulgor y notó como su larga cabellera lacia le tapaba los pechos. Ninibiones ya había ordenado más cervezas y comenzaba de nuevo a hablar sobre Gilgames cuando ella con gestos felinos se acercó hasta la mesa. Sus ojos eran muy grandes y muy verdes, alrededor de ellos se había pintado líneas de color azul y violeta, los dientes parecían blancas perlas en su boca carnosa del color de la sangre. Iba vestida con una túnica adornada con hilos de plata que llegaban hasta sus pies y que parecía nacer desde sus pechos descubiertos, como es costumbre en las mujeres cretenses, los pezones estaban pintados de rojo púrpura y la piel recubierta con fino polvo de oro, la cintura estaba ceñida por dos correas con cientos de campanitas de plata que tintineaban quedamente y ante todos, ella inclinó su cabeza tocada con un extraño peinado lleno de cintas de colores que recogían su cabellera negra, sedosa y abundante.

Todos habíamos enmudecido. Soy Astaned, nos dijo y se acercó hasta Antonio para tomarle la cara entre sus manos con largas uñas pintadas de azul. Mirando profundamente sus ojos ronroneó. Tú me gustas, vente conmigo ahora y dame tus frutos, sé mi hombre y yo seré tu hembra, yo te regalaré un carro de oro y lapislázuli, con ruedas de plata y ejes de diamantes, yo soy la hija de Anú y si entras en mí, serás el más sabio, el más dichoso y el más afortunado de los hombres. Ninibiones quien conocía el curso de todas las historias, sintió miedo porque estaba seguro de que el Toñito quién era como Alonso con su ridícula manía de la castidad y demás vainas que continuamente constreñían sus acciones, ante la propuesta de aquel supuesto sexo débil rehusaría el pedido amoroso de la diosa Ishtar y al final como siempre y eso le constaba a él quien era su amigo de verdad verdaita, les tocaría a él y a todos los demás compañeros de palos, padecer el horror de los maleficios demoníacos.

Así pude entenderlo. Todos sufrirían como Enkidu, y se verían arrojados al reino arcano, a la región donde todos van y de donde nadie vuelve y entonces, en aquel momento supremo, seguro estaba yo, y es que casi puedo jurarte que Ninibiones también lo sabía, ambos estábamos convencidos de qué se cumpliría el designio de los Dioses, igual cómo cuándo vieron regresar a la serpiente mordiendo la planta y luego sin escapatoria volvería a suceder lo mismo, otra vez, y ella se iría, desaparecería par coño, al igual que la serpiente, sí… Entonces ella sonrió y en un instante, ante la sorpresa de todos, se sumergió en las profundidades del abismo; como la culebra, ella también habría de esfumarse y así, presos del destino cruel e inextricable comprendimos que sin remedio alguno, todos envejeceríamos y moriríamos.

NOTA: con algunas modificaciones pntuales, este texto es extraído de mi novela “La Entropía Tropical” publicada por Ediluz Edits, Maracaibo, Venezuela, 2003.

Mississauga, Ontario, lunes 9 de septiembre  del 2019


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