domingo, 11 de agosto de 2019

Las hijas de Chelita -3


Las hijas de Chelita -3
Tercera parte

Fuiste tomando color con tanto sol y te gustaba cantar los boleros tristones de Felipe Pirela y las canciones de puro despecho de Julio Jaramillo. Te divertía imaginar que tu Julio, lejos, en algún sitio, quizás también cantaría... “Yo sufro lo indecible si te entristeces, no quiero que la duda te haga llorar, hemos jurado amarnos hasta la muerte y si los muertos aman  después de muertos amarnos más”... En las noches y ante la luna que se elevaba rielando en el mar, cantabas imitando a Blanca Rosa Gil... “Tengo el corazón hecho pedazos”..: “noches y más noches sin descanso” ... y luego, con lágrimas en los ojos decías para ti... “Más frágil que el cristal fue tu amor por mí”... Mirabas el astro de la noche para gimotear... Luna, ruégale que vuelva y dile que lo quiero, que por ti  lo espero a la orilla del mar... Luna tú que lo conoces”...  Seguías amándolo, y buscabas justificarlo, pero siempre en silencio, mientras sin poder ocultar tu dolor entonabas... “Estoy sola, irremediablemente sola...  Hoy te has ido para siempre de mi vida y has abierto una herida, que jamás ha de cerrar”... ¡Ay Julio mío! “A tu amor mi cariño se aferró desesperadamente y no sé por qué tus labios pronunciaron, el adiós”.  En aquella soledad con el viento salobre del Caribemar pensaste que cada día transcurría como un mes y cada mes ya te parecía un año... “Un siglo de ausencia” y cantabas desgarrada de amor... “Tan separada de ti, pensar que no he de verte otra vez, fingir que soy feliz sin tu amor, llorar con mi dolor”...   

Pero todo tiene un final, hasta los dolores nacidos de amores contrariados, se acaban, y MariaAntonia pareció recapacitar. Con Julimary ya caminando, regresó un día a su casa del Barrio Obrero en Sabaneta. Allí se encontró otra vez con la sombra del Julio que ella había amado, un Julio arrepentido, enflaquecido, quien había sido despedido de su trabajo y vegetaba solo y contrito, en su casa, que parecía un mudalar de escombros. MariaAntonia volvió para hacer una limpieza profunda, y para tomar las riendas. En esa oportunidad fue cuando se entrevistó con el doctor quien estaba a punto de abrir un Instituto de Neurología y Psiquiatría en la ciudad de fuego, y necesitaba una administradora que le llevara las cuentas y le organizara todo lo relacionado con el personal que estaban contratando. MariaAntonia nunca pensó que en aquel cargo habría de durar más de quince años, y menos aún que sería ella quien en muchas oportunidades habría de llevar las riendas para guiar y tascarle el freno a quienes trabajarían y debatirían sus vidas en aquella casa de locos. Una de las críticas que siempre pesaron sobre la gestión de MariaAntonia, fue la protección que desde su posición directiva, ejerció sobre su hermana menor. Cuando la contrataron, ella le consiguió un cargo como secretaria y quizás afortunadamente, Antonieta decidió casarse varios meses después y se fue a vivir en la ciudad de los crepúsculos con su marido nuevo, un flamante abogado más joven que ella con unas agallas de escualo depredador. Después de varios años y ya con dos hijas habidas del matrimonio, un buen día el sujeto le dijo a su señora esposa quien ya estaba enterada que las cosas no andaban bien: “¡muérete que chau!” Ella había dejado de participar en la vida social activa del pequeño círculo de amigos creado alrededor de las actividades profesionales de su marido, en parte por qué le parecía que algunas de “sus movidas” no eran legales. Pero cuando comenzó a notar que la reina María Lionza estaba de por medio, la cosa comenzó a descomponérsele.

Existía una vieja leyenda entre las tribus indígenas que habitaban las montañas cercanas, sobre una doncella de quien se había enamorado el dios de las aguas, el gran Anaconda. El dios surgió de las profundidades de un lago y la pretendía. Cuando el padre de la india trató de separarla de la gran Serpiente, esta creció y desbordó los ríos arrasando con las aldeas y con sus gentes. Desde entonces, María Lionza, la diosa protectora de las aguas dulces, de los bosques y de los animales silvestres, aparece en la selva montada sobre una gran danta o tapir.  La hermosa fábula no relata muchas cosas sobre los poderes actuales de la diosa. Nada dice del control que ejerce sobre quienes le rinden un extraño culto que parece ser una mezcla de vudú y de santería. Tampoco habla de ciertos ritos misteriosos que se cumplen en oscuros parajes de las montañas de Sorte. Antonieta prefirió creer que su marido era víctima del embrujo de la diosa de las aguas. Le bastó entrar en conexión con varios personajes facultos, quienes le recomendaron para ejercer una-contra, que tendría que ser fuerte y luchar contra la diosa con sus mismas artimañas. Por allí comenzó Antonieta a buscar el desquite de las trastadas de su marido. Siempre había tenido con que hacerlo. En 1982, con dos hijas, de 5 y de 3 años, regresó a vivir con su madre, Chela Polanco, en el restaurante de Los Haticos. Más pronto que tarde, MariaAntonia lograría para su hermanita el cargo de secretaria en la biblioteca del INP, donde tendría bastante tranquilidad y además, sobrado margen para incumplir los horarios supervisados por su propia hermana. Antonieta, comenzaría muy pronto en el Instituto de los locos, a hacer de las suyas. Nadie hubiese pensado que su conducta disipada era, ¡casi nada!, el instrumento usado para luchar contra el conjuro de una diosa que andaba entre tupidas malezas sobre una danta. No obstante, en el decir de Vitico Chourio, el “office boy” del INP, Antonieta lo que estaba era, comenzando, “a dar más funciones que El Variedades”.

Por todas estas circunstancias, durante el intenso período de rebullicio, que giró alrededor del regreso de Antonieta, la vida ordenada y metódica que MariaAntonia había consolidado al retomar las riendas de su hogar y alrededor de su importante posición laboral, comenzó a sufrir un nuevo percance. Julio, después de una larga temporada, que él denominaba risueño, “de paro forzoso”, consiguió un nuevo trabajo, como supervisor de planta para el personal en una conocida fábrica de cerveza de la ciudad de fuego, situada precisamente en Los Haticos. MariaAntonia no había necesitado hacer de tripas corazón cuando perdonó a Julio y regresó a vivir con él. No estaba dispuesta a criar a Julimary sola y las letras de sus boleros la hacían cantar... “Esta vez, ya no soporto la terrible soledad, ya no te pongo condición, harás conmigo lo que quieras bien o mal”. Ella volvería a poner todo su empeño para olvidar los efluvios de la negrota inmensa que le había desquiciado a su marido, y se repetiría constantemente que tenía que creer en él, que necesitaba amarlo como antes... “Llévame si quieres hasta el fondo del dolor, hazlo como quieras por maldad o por amor, pero esta vez, quiero entregarme a ti en una forma total, no con un beso nada más, quiero ser tuya sea por bien o sea por mal”. Un año después nacería otra niña, y Julio quería llamarla Zulay, pero se impuso MariaAntonia para ponerla Yolanda, como la de la canción de Pablito Milanés. “Si me faltaras no voy a morirme, si he de morir quiero que sea contigo, mi soledad se siente acompañada por eso sé que a veces necesito tu mano, tu mano, eternamente tu mano”... Julio trabajando en la cervecería, tenía la tentación al alcance de la mano... Entonces ella habló en su trabajo y pidió dos semanas de vacaciones. Sabía que necesitaba reflexionar y regresó a Cardón. Otra vez se hallaba frente al mar. Con sus dos hijas pensó que estaba en una nueva disyuntiva con su Julio y de nuevo cantó cuanto quiso, pero esta vez no lloró como antes lo había hecho. “Me tienes, pero de nada te vale, soy tuya, porque lo dicta un papel, mi vida la controlan las leyes, pero en mi corazón, que es el que siente amor tan solo mando yo”...  

Miraste el mar hasta que los ojos se te cansaron de otear la línea del horizonte, y pensaste... “Permíteme igualarme con el cielo, que a ti te corresponde ser el mar”... No sabías porqué, pero tú no podías dejarlo de querer.  No obstante, Julio ya se había atrevido a sincerarse. Te lo había dicho, había perdido el interés en tu vida, y en tus cosas... Aunque ni Julio ni ella se querían divorciar el distanciamiento entre los dos fue cada día más grande... Ella confiaba en un milagro, pero sabía que él se sentía muy mal, porque su sueldo no era ni la mitad del de ella, y la argumentación de ella insistiendo en que esa era una actitud machista que debía superar, supuestamente era escuchada, mas no atendida. Ella sabía que sus palabras ya no surtían ningún efecto sobre Julio.

Al regresar MariaAntonia de Punta Cardón, Julio comenzó a perderse de la casa por temporadas. A ella no le interesaba el divorcio, y argumentaba que no quería dejar a sus hijas sin padre. Antonieta discutiría con su hermana hasta cansarse. Había jurado que la convencería, y la invitaría reiteradamente, e insistiría en que tenía que salir, que conocer a otros hombres. Ella al fin aceptaría sus sugerencias y saldría una noche, y bebería hasta sentirse achispada, y su pareja que sería un hombre serio que ella bien conocía, un divorciado que sabía lo que buscaba, no era suficiente, y al final ella no se atrevería, y lo rechazaría, ella no aceptaría sus propuestas, ¿cómo imaginarlo? En la madrugada habría de regresar a su habitación y sería un llorar interminable, amargamente, porque definitivamente ella estaría convencida de que la sombra negra de Julio no le dejaría vida, nunca más...  

Pero de todas aquellas cosas, querida MariaAntonia, lo que más furia te daba, ciertamente, era pensar en Julio todo el tiempo, constantemente. Era oírte a ti misma, musitando en las noches, “en la multitud, busco los ojos que me hicieron tan feliz, y no logro hallar en otros labios la ilusión que ya perdí”... Era, imaginarte a Julio, con su melodiosa voz de terciopelo como otrora, diciéndote al oído. “Me da pena que sigas sufriendo tu amor desesperado, yo quisiera que tú te encontraras de nuevo otro querer”.  Era ya el colmo, y en medio del trabajo, que era tu único aliciente, peor resultaría tener que enterarte cada semana de una nueva historia de tu hermanita. Te enervaba saber que la hermosa Antonieta, día a día, bajo tu control, y tu supuesta supervisión, estaba cortando en su trabajo, rabo y orejas, o como ella misma descaradamente lo decía, tumbando las chiritas por el cogote, iba tirándole palo a todo mogote, dándole por donde era a tutilimundachi, no importándole para nada nadie y haciendo su personal revolución, y que ninguno se le resbalara si el muñeco llevaba pantalones, ella iba felizmente cumpliendo con los designios de la diosa de la danta, dándose jamones, con Raymundo y todo el mundo…

La historia de las hijas de Chelita no tiene un final pues mientras ambas siguen en la lucha diaria, su madre y el chino Chón felizmente viven en su casita de Colón. Me consta que MariaAntonia, está considerando la posibilidad de cantar profesionalmente y pronto saldrá su primer CD. En cuanto a la menor, la habilidosa Antonieta tiene embobado a un gordinflón gerente hotelero de una isla antillana y están los dos a punto de tirarse al agua de nuevo, para surcar el Caribe, viento en popa, a toda vela…

Fin de la tercera y última parte.
Publicado originalmente en "el gusano de luz", es parte del texto de mi novela "Ratones desnudos" de la Editorial elotro@elmismo (2012)

Mississauga, Ontario, domingo 11 de agosto, 2019


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