Palabras del 91
salpican ahora el festín de Baltasar
El día primero de abril del año 1991 en un artículo para El Nacional, titulado
“Cada defecto es un tesoro”, escribí
unos comentarios que voy a citar brevemente. Me cito textualmente: “Los médicos venezolanos conocemos la
desoladora realidad de la asistencia pública en nuestro país asediado por el
hambre que afecta a la mayoría de los ciudadanos que sobreviven en el rigor de
la pobreza crítica”. Aprovecho para recomendar a quien le interese leer el
breve artículo, que está en mi blog lapesteloca.blogspot.com del 4 de
diciembre del 2015.
Regreso a comentar lo que dijera en 1991, viviendo en Caracas y en una
Venezuela que para aquel entonces tenía los citados problemas por evidentes fallas
de quienes en nuestro país conducían la política a través de sus agrupaciones
partidistas. Lo que escribí en aquel entonces, vale la pena recordarlo hoy, pues
en el 91 podría pasar inadvertido para muchos, más para mí, ya era una cruda
realidad. No transcurrió ni un año después de la publicación de mi artículo en
El Nacional, cuando en febrero del 1992, se produjo el golpe de Estado de
Chávez que intentó derrocar a Carlos Andrés Pérez y fallaría, y se rendiría
diciendo el fatídico “por ahora”, y
se le haría preso, o se le trataría como a un héroe, y a pesar de su talante
antidemocrático, y de las advertencias sobre el peligro del militarismo, y de
su personalidad carismática pero hábilmente mentirosa, ya en 1999 con el
indulto que le granjeó el presidente Caldera y el apoyo del 56% de los
venezolanos se dio inicio a la tragedia que en 20 años ha llevado a Venezuela
al desastre social y económico que padecemos y que rompe en hiperinflación todos
los records internacionales. Estoy persuadido de que haber desmantelado y
llevado a la quiebra a una de las compañías petroleras más eficientes y mejor
capacitadas en el mundo, fue una empresa decisiva como parte esencial del
proyecto.
Siento que puedo reclamar para mí el haber denunciado las fallas del sistema
antes de que nos dejásemos atrapar por el delirio mesiánico de creer necesario
un salvador surgido de entre los militares para rectificar los entuertos en este
país presidencialista. Era previsible, pero pocos se atrevieron a imaginar que
desgraciadamente regresaríamos al culto de la personalidad del jefe, cual si no
hubiésemos vivido las épocas de Guzmán, y de Castro y Gómez, o de Pérez Jiménez,
queriendo sentirnos como adoradores de un nuevo PapaDoc. Quien haya leído la
novela “La Peste Loca” (está en Amazon para quienes dispongan de dólares),
podrá entender porque nunca MonteÁvila aceptó una reedición de esta novela
publicada por la Secretaría de Cultura de la Gobernación del Estado Zulia 1997.
La crítica del sistema democrático se les transformaba en una caricatura de los
vicios que engendraría el populismo del siglo XXI, y se excusaban señalando que
en aquel estilo barroco me burlaba de los presidentes muy crudamente…
Estamos hoy día en un país asediado por el hambre que afecta a la mayoría de los
ciudadanos que sobreviven en el rigor de la pobreza crítica y es que ahora,
ya no hay comida, ni medicinas y el gobierno monstruosamente, ríe, baila y se
jacta de ofrecerle a los ancianos pensiones que equivalen a 3 dólares al mes por
cabeza. Ante tal desafuero, podría parecer insólito ver como todavía hay
quienes intentan sentarse a negociar con este régimen, como si fuese posible
disimular la verdad, o aparentar que puede ser que no estén enterados de que finalmente
estamos viviendo en el tan prometido “mar
de la felicidad”. Los venezolanos, somos víctimas de un proyecto macabro, fríamente
calculado, que ha logrado transformarnos de un país democrático y productivo a
un cementerio desolador plagado de enfermos de miseria, hambre y enfermedades.
“No permitiré
que en Venezuela haya un solo niño de la calle, y si no, dejo de llamarme
Hugo Chávez”, lo dijo en 1998 el culpable de lo que está sucediendo, cuando
prometía entregar su cargo a los 5 años, y juraba que no habría mafias ni cúpulas
para manejar a los jueces pues su gobierno tendría un “Poder Judicial
independiente”. En sus promesas absurdas llegaría a ofrecer hasta la
descontaminación de río Guaire y en el año 2005, la del Lago de Maracaibo. Hoy se jacta Maduro de que Venezuela es un país productivo
y próspero “y no de mendigos”, y lo hace ante
quienes se reúnen con él en la República Dominicana sin que les importe escuchar
sus dislates cuando niega sonriendo que exista una crisis humanitaria.
Maduro reniega de la crueldad de
su régimen, mientras el paludismo y la difteria avanzan descontroladamente y
los pacientes renales, con VIH y con cáncer mueren por falta de medicinas, pero
se le escucha decir orgulloso que “carnetizará” a los venezolanos para
controlarlos mejor, y cínicamente afirma que ello servirá para aplacar le
hambre de quienes con su carnet recibirán las bolsas de comida. Monstruosos
delitos, que se dan, no por ignorancia, sin duda, sí por una malévola crueldad
que implica no importarle los miles de venezolanos que mueren hambre y de enfermedades
sin esperanzas. La pregunta que surge en la mente de cualquiera, es si acaso esta
crueldad… ¿Será una aberración compartida?… ¿No hay dolor ni sentimientos de
culpa? La monstruosidad… ¿No se hace extensiva a sus corifeos? ¿Quiénes se
reúnen con ésta cáfila de truhanes? Seguramente habrá de ser aspirando prebendas,
o mendrugos… ¿No entienden acaso que se
ha terminado ya lo que antes había sido el
festín de Baltasar? Ahora, nadie se atreve a leer nada en las paredes, quizás es
porque creen percibir que las letras están teñidas con la sangre de un centenar
de jóvenes asesinados…
Maracaibo, 5 de
diciembre 2017
Simplemente, excelente, triste y veraz.
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