viernes, 20 de octubre de 2017

Octavio, su mujer Livia y su hija Julia



Octavio, su mujer Livia y su hija Julia
Dedicado a mi amigo, el poeta Víctor Vielma,  experto en los intríngulis de la historia de Roma

El año 38 a.C, Marco Antonio, Octavio y Lépido firmaron el tratado de Tarentum, continuando así el Segundo Triunvirato que se extendería hasta el 33 a. C. En la fecha cuando se renovó el Triuvirato en Tarento, Octavio siguió por primera vez en su vida los dictados de su corazón y a pesar de las dificultades existentes, decidió contraer matrimonio con la que sería su tercera y definitiva esposa, la hermosa Livia Drusila. El mismo día que nació su hija Julia, Octavio, el futuro emperador Augusto, se divorció de su esposa Escribonia  alegando “que no podía soportar más su manera de molestarlo”, aunque la verdadera razón era que se había enamorado perdidamente de aquella joven patricia romana que era 5 años menor que él: Livia Drusila. Existía un inconveniente. Livia, no sólo estaba casada con su primo Tiberio Claudio Nerón con el que ya tenía un hijo (el futuro emperador Tiberio), sino que además estaba nuevamente embarazada. Sin importarle el escándalo que suponía llevar a cabo tal enlace, el virtuoso Octavio no escatimó esfuerzos para conquistar a Livia y llevar sus planes a buen término, pues la joven no sólo le permitiría un matrimonio por amor, sino también le proporcionaría una alianza con la gens Claudia, uno de los clanes más poderosos de Roma
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Tras el vacío de poder originado por el asesinato de Julio César, se había producido el Segundo Triunvirato entre Marco Antonio, César Octaviano y Marco Emilio Lépido. Marco Antonio expulsó a Casio y Bruto a Grcia y se hizo con el poder sin saber que César había nombrado a su sobrino Octaviano como sucesor. El sobrino-nieto de César se reunió con Marco Antonio en una isla cerca de  Bolonia y acordaron junto a Lépido, regresar a Roma y publicar una lista de 300 senadores y 2000 caballeros condenados a muerte. El primero de la lista fue Marco Tulio Cicerón. Los bienes de los proscritos fueron repartidos entre los ejecutores. El 23 de noviembre de 43 a. C., Con la Ley Ticia se procedió al reparto territorial: Sicilia, Cerdeña y África para Octavio. Galia Cisalpina para Marco Antonio y Galia Narbonense e Hispania a Lépido.  El ejército en Grecia, bajo las órdenes de Bruto y Casio, fue derrotado en la batalla de Filipos (42 a. C). Octavio se enfrentaba continuamente en Roma a disturbios y reclamos, mientras Marco Antonio vivía en Egipto con la reina Cleopatra. Octavio, intentó mantener buenas relaciones con él, y le entregó a su hermana Octavia  como esposa. En el año 36 a. C. Octavio le quitó las provincias africanas a Lépido y lo apartó de la vida política. Por su parte, Antonio repudió a Octavia para casarse con Cleopatra y en la batalla de Aeccio(31 a. C.), Marco Antonio y Cleopatra fueron derrotados y ambos terminarían suicidándose. De esta manera Octavio pasó a llamarse Augusto y se convirtió en el primer emperador romano.

Tiberio Claudio Nerón tras la derrota de Bruto y Casio se había unido a la causa de Marco Antonio y se encontraba en Perugia, cuando Octavio asedió la ciudad. Tras la victoria de éste, Tiberio Claudio huyó con su mujer e hijo (Livia y el pequeño Tiberio) lo que condenó a la familia a varios años de grandes privaciones. La suerte les cambió cuando la joven patricia decidió cruzar su vida con la de Octavio; éste prometió una amnistía al marido si se divorciaba de la muchacha y Tiberio Claudio accedió sin vacilar. Dado el avanzado estado de gestación de Livia, la pareja se tomó su tiempo antes de convertir el compromiso en matrimonio y la boda se celebró unos días después del nacimiento del pequeño Druso, quien al nacer fue enviado junto con su hermano Tiberio de 3 años a casa de su padre. Pasado el ardor de la juventud, Augusto y Livia se convirtieron en compañeros de vida, siendo su matrimonio uno de los más sólidos de la antigüedad. Livia llegó a ser la mejor consejera y colaboradora del emperador en las tareas de gobierno. Él le consultaba la mayoría de sus decisiones  y ella demostró ser mucho más que un rostro bonito, una mujer inteligente, juiciosa y una excelente administradora: la gran mujer que se esconde detrás de cada gran hombre. Cuando Livia enviudó, se retiró a una villa en las afueras de Roma y llevó con ella una copia de una imagen del difunto emperador para venerarlo hasta el final de sus días.

Julia era la única hija biológica de Augusto, nacida a finales del año 39 a.C. del breve matrimonio con su segunda esposa Escribonia, de la que se divorció el mismo día que nació la niña quien fue educada por su padre y su madrastra Livia, siguiendo las rígidas costumbres del patriciado romano. Julia recibió también una esmerada educación en retórica y griego y se convirtió en una mujer culta y refinada con amplios conocimientos en arte y literatura. Pero Julia sería utilizada siempre por su padre como pieza política. La joven se vio obligada a casarse tres veces por razones de Estado. Su primer matrimonio con su primo Marcelo (25 a.C.) prometía felicidad por ser  jóvenes, ricos y descendientes de un linaje patricio. Julia contaba sólo 14 años cuando se celebró el enlace, pero dos años después se produjo la muerte inesperada de su esposo. Pasado el luto, Augusto la casó con Marco Vipsanio Agripa, su mano derecha y el más grande general romano del momento. Julia debió sentirse desilusionada y confusa pues tras haber tenido un marido de ensueño se encontraba con otro 24 años mayor que ella y de dudosa estirpe. A pesar de ello, fruto de esta unión nacerían 5 hijos.

Durante su segundo matrimonio, Julia, sometida a los intereses de Roma, aprovechando las largas ausencias de su marido, se unió a un grupo de intelectuales que debatía sobre poesía y política y que también  celebraban fiestas… Como acto de rebeldía, Julia empezó a coleccionar amantes jóvenes, con los que conseguía sentirse mujer Al morir Agripa (12 a.C.), Julia contrajo nuevas nupcias con su hermanastro Tiberio el futuro emperador. Tras su tercer matrimonio la conducta de Julia comenzó a ser escandalosa y de dominio público. Al principio se mostró dócil e incluso acompañó embarazada, a su marido a sus campañas militares en Panonia y Germania, donde tuvo que dar a luz a un niño prematuro que murió casi de inmediato. Julia, con  gran conmoción volvió a Roma decidida a vivir su vida junto al único hombre de quien decía desde su infancia haber amado de verdad, Julo Antonio, (el último de los hijos habidos del matrimonio entre Marco Antonio y Fulvia). En el año 6 a.C., Tiberio, convertido en el segundo hombre más poderoso de Roma, se exilió voluntariamente a Rodas, para huir de la humillación a la que lo sometía su esposa

Durante el 30 aniversario de la batalla de Azio, Julo Antonio y Julia se unieron a una conjura que pretendía acabar con la vida de Augusto. Julia probablemente pretendía forzar su divorcio para poder contraer matrimonio con su amante. Cuando se descubrió la conjura en 2 a.C, Augusto había promulgado en 17 a.C. una ley que castigaba severamente la infidelidad conyugal, la Lex Iulia de adulteriis coeercendis, y no tuvo más remedio que aplicarla a su propia hija. Julia fue acusada de traición y adulterio por lo que salvó la vida, pero fue desterrada a la pequeña isla de Pandataria con la única compañía de Escribonia, su madre. Julia partió hacia el exilio. Augusto soportó mucho peor la deshonra de Julia que la muerte de sus seres queridos. Acostumbrado a imponer su voluntad se sintió humillado y ridiculizado además de llegar a la conclusión de que había fracasado como padre. Augusto comunicó a Tiberio el divorcio de su hija, pero ni le perdonó su abandono ni le permitió volver del exilio pues en el fondo lo culpaba de la degeneración de la conducta de Julia A pesar de todo, el pueblo romano sentía una gran simpatía por la joven, de carácter dulce y muy humano por lo que continuamente reclamaban a Augusto su perdón. Después de cinco años, Augusto cedió y la trasladó a la isla de Reghium a la vez que ordenó que se suavizaran un poco sus condiciones de vida. Aun así nunca volvió a pronunciar su nombre y dejó estipulado en su testamento que si le sobrevivía no la enterraran en su mausoleo. A los pocos meses de la muerte de Augusto, Julia falleció a la edad de 53 años, amargada por las noticias que les llegaban de Roma comunicándole una tras otras las desgracias acaecidas a sus hijos.
Maracaibo  20  de octubre de 2017

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