viernes, 16 de diciembre de 2016

La busqueda implacable


La búsqueda implacable 

                              “Mucha gente, especialmente la ignorante, desea castigarte por decir la verdad, por ser correcto, por ser  tú. Nunca pidas disculpas por ser correcto,  o por estar años por delante de tu tiempo. Si estas en lo cierto, y lo sabes, que hable tu razón. Incluso, si eres una minoría de uno solo, la verdad es siempre la verdad”     Mahatma Gandhi
De todos los prolegómenos escritos sobre la crisis que nos agobia, lo que más desconcierta es no encontrar en ellos,  propuestas efectivas para solucionar la causa estructural de la misma. Seguimos en manos de quienes desde cúpulas y cogollos han controlado los recursos patrios durante décadas.  Es evidente que de continuar de esa manera displicente en la que no se tiene ni la más remota idea de cómo salir del caos,   ni mucho menos  una concepción económica estructural capaz de brindarnos aunque sea la mínima posibilidad inclusiva de aparecer en la lista de naciones con perspectivas de competitividad hacia el futuro, el colapso hacia adelante es de proporciones catastróficas.  Pareciera no existir en el venezolano,  una mínima capacidad de discernimiento para entender, que  hemos fracasado rotundamente cómo país.  
Una de las rémoras más agobiantes que hemos arrastrado como país productor de petróleo es el de habernos convertido en importadores “de todo”, y cómo contrapartida nefasta,  sin producir nada.  Cómo corolario, somos una nación decadente y sin remedio. Hemos caído en el foso de la ignominia, un barranco en el que estamos atascados por culpa de la ignorancia y/o la ingenuidad.  Esa brecha,  que ahora se ha hecho generacional y tecnológica, hasta hace poco  podía enmendarse a “punta de real”. Ahora eso no es posible, ni siquiera remotamente. Abandonamos la Globalidad, el Mercado, las Patentes, la Innovación, la Ciencia, la Investigación y la Tecnología entre otras importantes e indispensables variables,  necesarias para crecer en el mundo de la modernidad competitiva.   Y precisamente, por no haberlas cultivado, hace años que las perdimos.
Somos campeones haciendo leyes, como si de eso se tratara. Lo que menos necesitamos son leyes.  Lo que queremos en realidad, son cerebros lúcidos que destierren todas las ideologías basura que han enfermado a nuestros pueblos con leyendas y mitos.  Esas que pregonan el anhelo del hombre nuevo; al salvador mesiánico; al carismático líder; o la del luchador social. Todas ellas, patrañas y espejismos de artilugio,  que los populistas “manosean” como encantadores de serpientes,  atontando con discursos bonitos,  a los pueblos mansos y bolsas,  fáciles presas de la dádiva y el facilismo.
Aquí en Nueva Esparta no somos la excepción. Hacemos énfasis  y le damos importancia no merecida a temas vetustos, más sinónimos de remedo (malo) de la Venezuela (Saudita) petrolera importadora de todo y productora de nada, que a una acción autonómica de estado moderno generador de riqueza externa. Una sociedad fenicia que teme competir, cerrada a las innovaciones productivas, no tiene futuro.  Ya vendrán los jóvenes del mañana, ojalá más temprano que tarde, capaces de sustituir con innovadora creatividad la malsana y arcaica “manía” de querer surtir un Puerto Libre a “punta de dólares”,  en vez de hacerlo con producción creativa autóctona que incluya patentes y tecnología (Hecho en Margarita) en todos los ámbitos del saber y del conocimiento.
Aún no entendemos la gravedad de nuestra propia torpeza. Continuamos inmersos en un marasmo de nunca acabar, ese que nos arrastra hacia los mismos vicios y errores de siempre. Nos empeñamos en seguir produciendo programas de gobierno conceptualmente atrasados, fundamentalmente, porque los hacedores de los mismos son personajes intelectualmente atrasados. Lo paradójico es,  que no lo saben,  y mucho menos lo entienden. La verdadera revolución pacífica, tiene que generarse desde acá, en la Provincia. FUERA EL PRESIDENCIALISMO CENTRAL, VIVA LA AUTONOMÍA DE NUESTRAS ISLAS. Rompamos las cadenas del yugo centralista que nos roba nuestra Libertad y la Autogestión generadora de riqueza. Constituyámonos en verdaderos administradores de nuestros propios recursos, no solo en materia fiscal, sino en todos los ámbitos productivos. Solo así estaremos estableciendo las bases para cambiar el país que merecemos y afanosamente no hemos sabido labrar.
Hay una realidad global inocultable,  que la gran mayoría de los políticos venezolanos no han podido asimilar o entender.  El mundo de hoy es diametralmente distinto al de hace apenas una década. Venezuela está totalmente fuera y distante de las fuerzas económicas que lideran y rigen los mercados  del mundo. Venezuela  no es competitiva,  porque no tiene en sus perspectivas globales una proyección a futuro cómo para desarrollar el país productivo integral que se requiere. La materia prima principal, la más importante para afrontar tales retos, su capital  humano, está disperso en una diáspora que costará mucho reorganizar para poder aglutinarla en torno a esta realidad.
Todo está por hacerse. Quienes durante décadas fracasaron estrepitosamente siguen en el empeño de “ponerle la mano al coroto”, para seguir haciendo lo que solo saben hacer,  cambiarlo todo,  para que todo siga igual. Son auténticos terroristas,  sembradores del atraso, que nos han privado de ser ciudadanos libres,  y siempre nos negaron la merecida y legítima autonomía. No me canso de repetirlo. Puede sonar duro, pero es la verdad. La mediocridad es la constante en estos tiempos difíciles. Son contados con los dedos de una mano y sobran dedos, quienes asumen compromisos nobles y responsables con el país. Al final uno termina siempre viéndolos sentados en la misma mesa, contando los mismos panes para la misma merienda que satisface privilegios parciales desde el reducto pequeño o grande que siempre han mantenido. No hay aún la voluntad política para cambiar. Que Dios y la Patria se lo demanden.

Lorenzo García Tamayo                       

Isla de Margarita, 15 de diciembre de 2016

Para lapesteloca.blogspot.com en Toronto, Canadá, el 15 de diciembre del 2016

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