viernes, 4 de diciembre de 2015

La noche del oráculo



La noche del oráculo

Como en un juego de muñecas rusas, Paul Auster escribió “La noche del oráculo”. Nos hallamos ante una novela dentro de una novela que está dentro de otra novela. En medio de todas esas tramas mágicamente creadas, pensará y disertarán él y sus personajes escritores como él, sobre el hecho de escribir, sobre los secretos y los misterios que encierran las historias que cuenta y que parecieran mezclar las incidencias de sus curiosos personajes, escritores como él, con las suyas propias. 

Auster escribió esta novela el año 2003, publicada en español por ANAGRAMA en el 2004 y en ella se narra la historia de Sydney Orr, y sucede que cuando Sydney habla de su vida, pareciera que es el mismo Auster, quien está hablando de la suya. Sindey ha estado muy enfermo, cercano a la muerte y será precisamente en su convalecencia cuando encontrará la librería del señor Chang, y comprará el cuaderno azul, y con  este en sus manos decidirá volver nuevamente a escribir. Los encuentros con Chang y sobre la fijación que le crea el cuaderno azul, con la compulsión a escribir, su encuentro con una prostituta y otras situaciones asociadas al señor Chang parecieran ser producto de la imaginación en medio de la historia que escribe Sydney donde se cruzan las llamadas en pie de página con detalles sobre la vida de Grace, la esposa de Sidney.

Surge entonces la historia de John Trause, su amigo, quien tiene la edad de Auster, es escritor como él, vive en su barrio, y sus nombres tiene las mismas aunque letras ordenadas de manera diferente. Trause le entregará el manuscrito de una novela suya pero antes de leerla Sídney lo perderá en el metro. John le ha sugerido a Sidney la idea de escribir sobre un personaje de Hammet que aparece en “El Halcón Maltés” llamado Flitcraft quien un buen día decide irse de su casa y ser otra persona. Esa será la historia que Trause habrá escrito, la de Richard Bowen un primo de su mujer, obsesionado con imágenes de un estereoscopio que lo llevarán al pasado, la muerte tras el recuerdo la pérdida de sus seres queridos. Bowen como Sidney ha estado cerca de la muerte, y Auster finalmente decidirá con su segundo personaje, Nick Bowen inventado supuestamente por Trause, dejarlo encerrado en refugio antiaéreo y no volverá a mencionarlo. 

Sydney Orr creará en la novela que escribe, sus propios personajes, generalmente precisados a través de notas a pie de página, Rosa Leightman pudiese parecerse a Grace, de manera que será a través de la literatura cómo Sidney relatará aquello que sospecha sucedió entre Grace y John. Lo hará en una escritura de suposiciones que habrá de servirle de catarsis. De manera que mientras Bowen escapó hacia Kansas City y se llevó un manuscrito que leía compulsivamente para olvidar su pasado, Sydney escribía para no querer conocer el verdadero pasado de su esposa Grace. 

La literatura será utilizada por todos como un medio de escapar de la realidad. Pero también “La noche del oráculo” nos hablará de la literatura como premonitora de acciones futuras. Un hecho que quien escribe ha percibido con cierto dramatismo. ¿Puede acaso la literatura incidir en situaciones que se trasporten al futuro? Sydney recordará haber conversado con John sobre un poeta quien escribiera sobre un niño ahogado, a quien unos meses después se le ahogó su hija. Para Sydney, era absurda la relación entre lo escrito y la realidad, y lo explicaba de esta manera: “Los pensamientos son reales. Las palabras son reales. Todo lo humano es real, y a veces conocemos las cosas antes de que ocurran, aunque nunca estemos conscientes de ellas. Vivimos en el presente, pero el futuro está siempre en nosotros”.

En mi novela “Para subir al cielo…”, premiada en la bienal de Literatura Elías David Curiel, el año 1997, utilicé una poesía de José Asunción Silva sobre la muerte para acercarme al dolor de uno de mis personajes, una mujer, Ligia quien padecía de cáncer y habría de fallecer en Cumarebo a orillas del mar. Unas secuencias bastante tristes, que inventé sin saber que poco tiempo después, a partir de ese mismo año 1997 habría de vivir situaciones igualmente dolorosas relacionadas con el cáncer. Hasta hubo épocas, ya después del año 2001, cuando releyendo la novela creí hallar ciertas conexiones que son absolutamente irreales, pero que no dejan de preocuparme… Años más tarde, leería “La noche del oráculo” y Auster llegó para inquietarme con sus planteamientos sobre el azar, el destino y las coincidencias de lo que la literatura es capaz de expresar.

Jorge García Tamayo
Maracaibo 5 de diciembre de 2015

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