El
pájaro del dulce encanto
Por:
Sergio Ramírez
Este nuevo aniversario de la revolución que
triunfó en Nicaragua en 1979 me sorprende lejos, en el espacio y en el tiempo.
Parece que fue ayer, tiende uno a decir cuando los acontecimientos que evoca
son de verdad remotos, pero los relieves se los dan la memoria y el
sentimiento, y por eso parecen tan cercanos aunque el tiempo siga poniéndoles
encima esa pátina inevitable. Lejos, en Santander, donde he terminado hoy mi
curso de una semana en el ciclo El autor y su obra , y he hablado de mis libros
con participantes de muy diversas edades, que han llegado de muy distintas
partes de España, convocados por la Universidad Internacional Menéndez y
Pelayo. Las clases se han celebrado hasta este mediodía en la casa del faro al
borde de uno de los acantilados de esta península en cuya cima se alza el
palacio de la Magdalena, y desde las ventanas se ven pasar las embarcaciones que
van entrando lentamente a la rada del puerto. Ayer (por jueves 16 de julio) fue
el día de la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores y una alegre
procesión marina, entre un coro de sirenas de barcos, llevando a la Virgen en
la nave capitana, pasó frente a esas ventanas. Qué escenario tan distinto y
distante a aquel de la plaza de la revolución en Managua, cuando el aire se
llenaba con salvas de fusilería y repicaban las campanas entre el agitar de las
banderas. Mis estudiantes no esconden su curiosidad al enfrentarse con alguien
que les habla de los vericuetos de las invenciones literarias, de la factura de
sus novelas, de sus procedimientos para escribir, de su encuentro diario con
las palabras, habiendo sido protagonista de una revolución, y no se resisten a
interrogarme sobre esa vida que un día llevé, y yo tampoco me resisto a
responder. Siempre se recuerda con el gozo de la nostalgia. Vida y literatura
se mezclan de manera indisoluble. Y, otra vez, como ahora, se me termina
preguntando: ¿volvería a hacer lo mismo, abandonar la literatura para
entregarme a una revolución? ¿No me parece que si al fin de cuentas todo vino a
resultar en lo contrario, aquella lucha no valió la pena? ¿No fue en balde
tanto esfuerzo para volver a lo mismo de antes? Quienes me hacen esas
preguntas, convocados de lugares tan diversos como Madrid o Sevilla, Alicante o
Granada, Murcia o Albacete, saben en qué vino a resultar la revolución en
Nicaragua, aunque hayan llegado aquí seducidos por la literatura, a la que
aman. Es, además, una revolución, que en su momento de gloria, levantó fervor
en España. Son las preguntas que poco después que perdimos las elecciones en
1990, que pusieron fin a una década de revolución, intenté dilucidar en mi
libro de memoria Adiós muchachos y las respondo ahora otra vez a mis alumnos,
quienes esperan con atención mis respuestas. Y esas respuestas no han variado
desde aquel entonces, en la medida en que los ideales que estaban conmigo,
indisolublemente unidos a mí y a tantos otros la tarde en que entramos en
triunfo a aquella plaza 36 años atrás, siguen siendo los mismos. Los ideales
tienen necesariamente una calidad que no se deteriora con el paso de los años,
o nunca lo fueron. Libertad y democracia, equidad y justicia. Palabras simples,
y tan necesarias, por las que dieron su vida miles de jóvenes que lucharon por
derrocar a aquella dictadura de la familia Somoza; los mejores jóvenes,
muchachos y muchachas, que ha dado Nicaragua en toda su historia, los más
generosos, los más desprendidos, los más desapegados de intereses materiales,
ambiciones de riqueza, o de poder personal. Somoza, y quienes huyeron con él a
Miami, representaban, en cambio, todo lo contrario: el egoísmo más obsceno y el
afán desmedido por la riqueza, tanto que fueron capaces de asesinar por ella.
Como he venido desde el otro lado del mar para hablar de la majestad de la
invención, les relato a mis alumnos una historia que ha estado desde siempre en
el imaginario anónimo de Nicaragua, y que se cuenta de boca en boca. Yo la
escuchaba relatar de niño. Es la historia del pájaro del dulce encanto. Se
trata de un pájaro de bello plumaje y colores refulgentes que vuela sobre las
cabezas incitando a cogerlo, y cuando alguien alza las manos y lo atrapa, solo
lo que queda en ellas es un montón de excremento. Esta no es sino una parábola
de la frustración y el desengaño repetidos, la forma en que la sabiduría
popular se previene a sí misma de no dar crédito a las quimeras que toda la
vida acabarán convertidas en detritus; pero, al fin y al cabo, es una
advertencia contra la inutilidad del esfuerzo por cambiar las cosas, y es allí
donde la moraleja se vuelve perversa. Siempre vamos a tener, al final, las
manos llenas de excremento, y la belleza de los sueños cumplidos no existe.
Pero no es cierto que seamos el único país de América Latina condenado a la
repetición del fracaso. No podemos aceptar que nuestra historia sea un juego de
espejos donde una dictadura refleja a otra, donde un caudillo encuentra su
sucesor en otro caudillo, donde una familia se entroniza en el poder solo para
dar paso a otra familia en el poder. Donde la democracia, las instituciones
firmes, la justicia libre de trampas corruptas, la libertad de elegir a los
gobernantes, serán siempre solo un remedo, o una burla, una pantomima trágica.
Quizás lo que nos ha ocurrido, les digo a mis estudiantes, y ya nos apuramos
porque nos anuncian la ceremonia de entrega de los diplomas, es que hasta ahora
ha revoloteado sobre nuestras cabezas el pájaro falso. Hermoso, pero falso. El
otro, el verdadero, hay que hacerlo entre todos, pluma por pluma. El que
realmente nos merecemos. Y no me cabe duda que un día lo tendremos. El autor es
escritor. Santander, julio de 2015
Ver contenido original de esta noticia en:
http://www.laprensa.com.ni/2015/07/23/opinion/1871065-el-pajaro-del-dulce-encanto
Que vigencia para el vzlano!
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