sábado, 31 de mayo de 2014

El año de la lepra (novela) Capítulo 21



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011

Capítulo 21
Con delicada claridad le avisaste a tus colegas sobre la profundidad y la trascendencia de tus originales planteamientos. Hasta allí debería haber llegado el dogma científico que para la época dominaba todo cuanto se sabía sobre muchas enfermedades tropicales y su transmisión. Tus planteamientos arrasaban con la teoría miasmática. Suponer que aquellos efluvios que parecían originarse de las materias vegeto–animales en descomposición, esos que se creía flotaban en las charcas y penetraban por el olfato, eran los culpables de los males, y que esos humores eran los que iban a enfermar a los seres humanos, claramente te sonaba como algo disparatado. Para ti, los miasmas dejaban de existir al aparecer ciertos y determinados insectos, que tú bien los habías estudiado y sabías sobre su capacidad para transmitir las enfermedades. Podías intuir que otros elementos tenían que existir para que los zancudos pudiesen transmitir los males, sabías que serían ellos, los agentes externos, los denominados animáculos por el genial italiano Spallanzani, la causa de todos esos males. Unos pequeños gérmenes que seguramente transportaban los mosquitos, incluyendo seguramente al responsable de la lepra. Cuando captaste la realidad de lo que parecía una inverosímil idea, e insististe en que era un mosquito, uno especialmente, el de las patas rayadas de blanco, el elemento responsable de la transmisión de la fiebre amarilla, y hasta de la malaria, afirmaste enfáticamente que era éste, al introducir su aguijón en la piel humana y bombear parte de la sangre que ya traía en su interior, sangre que venía siendo infectada con un germen desconocido, era él, sin duda, el responsable de dichas fiebres que en ocasiones inducían al vómito negro. Tú señalaste que tenía que ser la mezcla de aquella sangre infectada con la de la persona sana a quien el zancudo patas blancas decidiese picar, la razón de ser para que a la postre se diese la enfermedad conocida como la fiebre amarilla…
En tu microscopio observabas y tomabas notas. También habías venido cuidando y tratando muchos pacientes leprosos durante largos años de ejercicio. Extraías de las semillas verdes de merey un aceite cáustico y habías ensayado su poder destructivo sobre aquellas lesiones en la piel de los enfermos e ibas controlando su efecto gracias a las mezclas oleosas que fabricabas. Las mejorías que lograbas eran impresionantes.
Enviaste toda la información y tus conclusiones con una detallada explicación escrita a los médicos de la Academia de Ciencias de París. El año 1861 había sido publicada en los Comptes Rendus. Estos datos se sumarían, a tus escritos sobre la lepra. Parecía que nadie se atrevía a creer en los resultados de tus investigaciones. Escribiste muchos detalles sobre el tratamiento de las distintas lesiones infiltrativas y exudativas de los leprosos. Quizás pensaste que con la lepra no sucedería como con aquellas exhaustivas memorias sobre los tipularios desatendidas por los académicos franceses. Pero algunas de tus publicaciones, afortunadamente fueron antendidas, aunque al final, los papeles escritos de tu puño y letra, aquellos que guardabas en la casa de madera de Demerara, frente al Esequibo, también terminarían perdiéndose en el olvido.

Transcurrirán lentos, densos, lerdos, los días y las semanas, mientras tú viviendo en la isla Kaow regresarás todas las tardes a la casa de madera en la ribera del Esequibo, de manera tal que el trabajo se te habría ido transformando en un obsesionante apostolado y con frecuencia sentirías que este iba más allá de tus fuerzas. Escribirás constantemente y en legajos de papeles en los cuales habrías comenzado a plasmar en letras tus experiencias sobre el tratamiento de los pacientes leprosos de la isla, tus angustiantes estudios clínicos y los resultados de las unciones oleosas, fueron quedando, caso tras caso, detalladamente descritos, mientras en largas noches de insomnio, volverás a revivir tu pasado. Con el pensamiento retornarás a recrearte en tiempos más felices que parecen desdibujarse en la soledad de tantos estudios e investigaciones sobre la curación de la lepra…

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