El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 20
El gordo Pinilla se encuentra mal, está periqueao y se ha
bebido toda la botella de “Something Special”. No suelta su Beretta y mira
desconcertado al cura. Tiene un humor de perros (…que clase evaina me ha echado
el coñoemadre de Don Cheo…). La cara desencajada de Omar quien ya ha dejado de
sangrar por la brecha en la frente está muy pálida. Él, está tembloroso, con
las magulladuras en nariz y pómulos(…este güón, creo questácagao…) producidas
por los cachazos y su cuerpo se estremece adolorido por las patadas (…parece un
machorro…). El gordo piensa en lo que le ha comunicado Don Cheo (…¡que bolas!, que se lo lleve a Goncalves, nojoda!...). Él sabe
que sería más fácil “despachar” al curita. Con meterlo en la maleta del auto
“FiatUno” y hacerlo desparecer bastaría (…¡auf!, ya lo tendría resuelto…), una
chatarra ahumada en “palito Blanco” o en la vía de La Paz, y fuera cacho, pero
¡mielda no!, (que ladilla DonCheo, en vez de apurar lo de “su boloña” ponerme a
mi en estagüevonáa…). Las instrucciones fueron muy certeras y él, casi prefiere
hablar con su cautivo golpeado (…stácagao el mardito este…) para pedirle una
colaboración mínima, puesto que es lo menos que puede exigirle. Al fin y al cabo,
no lo va a mandar para el otro mundo. Mira a Omar y golpeándolo en la pierna
con la Beretta
le dice exigente…
–A ver malparío, te estáis salvando de verguita, pero
tenéis que pararte, ya, porque vamos a salir.
Omar comenzaba a enderezar su cuerpo y los dolores lo
obligaron a replegarse quejándose. Mientras gime y se lleva las manos a la
cabeza, mira como el gordo da un brinco, se pone de pie y pistola en mano sale rápidamente
de la sala, para un momento después estar de vuelta. Ha ido hasta el dormitorio
y le trae un pantalón y una franela, negras.
–Ponéte esta mierda que está seca, porque tenemos que dar
unas vueltas para visitar a unos amigos.
Omar se levantó y tembloroso comenzó a vestirse, y cuando
ya se había puesto la franela, el gordo sacó su gorra de pelotero del bolsillo
de atrás y se la encasquetó hasta los ojos. Después lo miró y se rió a
carcajadas, señalándolo, con la mano derecha sin soltar la pistola
–Te veis como un carajo fino y casi que ni se te notan
los coñazos. Atendeme. Ve güevon, vamos a salir en mi carro y vos vais a
conocer a unos coños amigos míos, pero tenéis que tener la jeta cerrada. Vos
solo actuá como si fueras mi pana. Si te portáis bien, puede que salgáis vivo de
esta. ¿Comprinfais?
Omar hizo gestos afirmativos y el gordo tomó su paquete
bajo el brazo. Apagó la luz y fue abriendo la puerta de la casa.
–Vámonos rápido pues– le dijo y sin soltar la Beretta lo llevó delante de
sí, clavándosela en las costillas hasta su auto “Ford Fiesta”.
***
Rubén y Víctor se despidieron silenciosamente de sus
amigos quienes ya habían iniciado el proceso de buscar unas palmas secas y unos
rastrojos para ocultar la lancha. Desaparecieron en la oscuridad dirigiéndose hacia
el norte. Iban en dirección al sector donde antes estuvieron los edificios del
leprocomio. Dando traspiés sortearon una maleza de arbustos y cujíes cuyo piso
estaba remplazado por una sucesión de raíces multitentaculares y de piedras, o
escombros que hacía difícil avanzar entre las sombras. Después de un rato de
sentirse perdidos y desorientados en la soledad de la noche, lograron detectar
las sombras de algunas paredes que se divisaban en un área con escasa
vegetación. Hacia el sur, más lejos, creyeron ver entre las oquedades de la
noche vestigios de paredes aún erguidas e imaginaron que deberían corresponder a
lo que había sido el hospital del derruido leprocomio. Se
acercaron sigilosamente y pronto resultaron atraídos por un hilo de luz, muy fino
y vertical que parecía nacer del suelo y se elevaba casi a un metro de altura, sin
proyectar luz en derredor. Decidieron acercarse más hasta notar que la línea de
luz provenía de una hendidura vertical que brillaba en la base de una amplia
superficie de unos trescientos metros de ancho, cubierta de arena y de
escombros rodeada por cuatro paredes parcialmente derruidas y cuya altura no
superaba los cuatro metros. Rubén tomo por el brazo a Víctor quien parecía
hipnotizado por la línea vertical de luz, tan blanca, que parecía casi azul, y
muy quedamente le habló al oído.
–Es de allí de donde sale, de las ruinas del hospital,
pero tenemos que acercarnos más.
Víctor solo musitó que lo hicieran poco a poco, y con el
pecho en tierra ambos comenzaron a arrastrarse hacia las ruinas. Rubén se
detuvo y poniéndose de rodillas atisbó cuidadosamente lo que estaba ante él.
–Hay una especie de platabanda bien disimulada, es como
de un metro de altura y de allí sale la luz.
Víctor vio a su amigo acercarse reptando hasta el sitio y
pensó. Allí va el ingeniero petrolero, el hermano mayor de Ruth y de Brino, el
marido de Mayra, él, quien tiene tres hijos, mi amigo, él es el hijo de
Eusebio, ¡coño!, quizás no hemos debido meternos en esto, ¿que le diré a Ruth
si algo le sucede?, y yo aquí, pensando que decir y quien sabe si acaso salimos
de esta con vida… Él comenzó a arrastrase también detrás de Rubén, quien se había
detenido frente al filo de luz. Tocando los bordes de la platabanda, su mano se
iluminó y entonces le dijo a Víctor una sola palabra.
–Frío.
Le miró sonriente y musitó.
–Sale frío desde allá abajo… Después, ante el reflejo que
emitía el hilo de luz, quedamente habló para explicarle.
–Es un frío que sale de debajo de la tierra y sale con la
luz. Han fabricado una platabanda para que no se vea nada desde arriba, lo que
existe allá abajo está camuflado con piedras y tierra. Fíjate que es como un
gran encofrado que se halla encuadrado por esas paredes en ruinas. No llega a
tener ni un metro de alto, pero hacia abajo, si que tiene que existir algo,
luminoso y refrigerado.
Víctor lo miró murmurando quedamente.
–Es como si lo que está abajo formara parte de un túnel.
Lo hicieron disimulado, pero dejaron ese fi lo de luz y se jodieron. Creo que hallamos
lo que estábamos buscando.
Rubén hizo signos afirmativos y con un gesto de silencio,
murmuró en el oído de Víctor…
–No hagamos ruido, pero tiene que existir una puerta para
entrar a ese hueco frío, y la hallaremos.
Ambos amigos comenzaron a arrastrarse sobre la platabanda
procurando ser silenciosos. Rubén puso una oreja en la tierra y le hizo gestos
a Víctor para que le imitase.
–¿Sientes la vibración?, se escucha un run rum como de
motores lejanos, ¿lo percibes?
Víctor hizo señales afirmativas y Rubén se puso de pie
sobre la platabanda para decirle a su amigo que él se dejaría ya de pendejeras,
que para que cuidarse si aparentemente no había “moros en la costa”.
–Voy a buscar una linterna en mi morral y vamos a hallar
la manera de bajar. Aquí arriba no hay nadie, así que, ¿que importa si tenemos luz?,
la necesitamos para buscar la puerta.
***
Pinilla silencioso, conducía velozmente su auto. A su
lado Omar Yagüe con la gorra de los Yankees de Nueva York encajada hasta las
cejas no decía una palabra mientras repasaba un calidoscopio de imágenes contradictorias
que se sucedían dentro de su maltratada cabeza. Pensó en abrir la puerta y
lanzarse del auto en marcha. Miraba la Beretta que reposaba apuntándolo debajo de la
panza del chofer y no se atrevía a moverse. La imagen de Cheo se le aparecía
como un flash y podía escuchar su risa transformándose en carcajadas. A su
lado, sobre el asiento, entre Pinilla y él, descansaba el paquete forrado en
plástico negro. Omar lo miraba de soslayo y casi podía ver el ángulo roto por
donde se divisaban apretados los billetes verdes. Mis lechugas pensó el, e
imaginó la cara del profesor Sarmiento con una expresión de reproche, el bigote
poblado del General Henares y el flash seguía iluminando al sonriente José Luís, su Cheito Ortega con un rictus burlón. Pinilla
ingresó raudo y veloz en la autopista No 1 que se dirige al sur, rumbo al
puente sobre el lago, cuando finalmente decidió hablarle al cura.
–Vamos a llegar hasta Sabaneta para visitar a un amigo.
El carajo es un portu que tiene un hotel donde vais a poder descansar hasta que
llegue la hora.
Casi como un susurro y mirándolo fijamente Omar le
preguntó a su captor.
– ¿Hasta que me llegue la hora de que?
– Yo solo sigo las instrucciones que me han dado, nojoda,
así que no te me vayáis a alebrestar otra vez porque no quiero tener que
volverte a coñacear.
Omar no dijo nada y comenzó de nuevo a castañetear los
dientes y a estremecerse como si tuviese mucho frío sin poder articular una
palabra. Prefirió cerrar los ojos y sintió que todo giraba en derredor por lo que
volvió a mirar hacia adelante con una sensación nauseosa y pensó que iba a
vomitar. Entonces gimió...
–Tengo nauseas, creo que vomitaré.
El gordo sin mirarlo tan solo dijo con un tono
francamente amenazador.
–Si me vomitáis el carro, te mato aquí de una vez,
piazoecoño. Así que ¡tené mucho cuidao con lo que hacéis!
Omar creyó que iba a ponerse a llorar, pero se contuvo. El
“FordFiesta” se estacionó frente a una casa de tres pisos con un letrero en
luces de neón que decía “Pensión–hotel–Taormin”. El gordo Pinilla descendió del
auto con la Beretta
en la derecha, el paquete negro bajo el brazo, e iba empujando a Omar hacia la
puerta de entrada cuado esta se abrió. Joao Golcalves, un viejo amigo de Cheo
Ortega quien también conocía a Omar, apareció con los brazos extendidos para recibirlo.
El portugués abrazó afectuosamente al cura.
–Ay padre Omareyagüe, padre mío, ¡que clase de vaina la
que se ha echado usted!
Continuó diciéndole atropelladamente cuanto sentía la
mala hora que estaba viviendo y jurándole que lo desagradable ya había pasado, podía
asegurárselo. Luego insistió en que a partir de ese momento se tenía que sentir
como en su casa. Le aseguró que ya nada malo le sucedería. Omar estaba tan mal
que prefirió no responderle una sola palabra. Había visto a Joao un par de
veces, en compañía de Cheo Ortega e imaginándose cualquier barbaridad que
hubiesen planificado en su contra, decidió que era mejor no preguntar ni decir
una sola palabra. Se quitó la gorra y lo llevaron a una habitación donde Joao
le propuso curarle la herida de la frente. Un momento después regresó con gasa,
algodón, mercurocromo y adhesivo. Pinilla sonreído estaba vigilante y no
soltaba ni la pistola ni el paquete que apretaba debajo del brazo. Joao le dijo
a Omar que seguramente en un hospital le hubieran suturado unos tres puntos,
pero que ya la herida no sangraba y el no sabía coser. Se rió él mismo de su
chiste, y le dijo que se la iba a cerrar con el adhesivo. Al final, le vendó la
cabeza creándole una especie de turbante con la gasa y se retiró para mirar
como había quedado. Omar con su cabeza vendada y un adhesivo sobre el ojo
izquierdo no decía nada. Antes de salir de la habitación el portugués le dijo
que se acostara en la cama que él le traería algo de beber.
–Has perdido bastante sangre y eso siempre da mucha sed,
¿te traigo una frescolita?, ¿si?
Pinilla tomó su gorra de los Yankees y se dirigió a Joao
antes de que saliera de la habitación.
–Como la cachucha es mía, es mejor que le busquéis un
gorrito al curita porque con la cabeza tapada así se va a ver más feo quercoño.
El portugués regreso con el refresco y una gorra
anaranjada de Las Águilas del Zulia. Omar se bebió toda la frescolita y de
inmediato se recostó en la cama y se durmió profundamente. Pinilla le pidió una
bolsa plástica a Joao para guardar en ella su paquete forrado en plástico
negro. Miró el reloj. Eran las diez y media. El portugués regresó con una bolsa
negra grande. El gordo Pinilla introdujo en ella su “boloña”, y antes de salir
le preguntó al portugués.
– ¿Burundanga?
– Seguimos las indicaciones. La escopolamina es efectiva
por pequeña que sea la dosis. En menos de una hora estarán aquí Jairo y Dioves con
las dos mujeres, y se lo llevarán al Aladin. Después de la coñiza que le diste,
me parece que el pobre Omar se merece pasarla bien en “la alfombra mágica”.
– ¡Me voy par coño!
Lo dijo Pinilla volteándose para salir de la habitación,
pero Joao lo detuvo…
– Epa gordo, no te me vayáis sin bajarte de la mula. No
se te olviden los tres palos para cubrir los gastos.
Pinilla quien ya casi se marchaba, maldijo por lo bajo a
Don Cheo y sus locas ocurrencias. Extrajo de su bolsillo unos billetes de cien.
Los contó hasta llegar a treinta y se los extendió a Golcalves.
– Aquí tenéis los cobres, yo tengo que irme. Si puedo, al
salir de Las Galeras en la madrugada te aseguro que pasaré por El Aladín, no
voy a pelar ese bonche, ¿vos no váis?
Joao riéndose y mirando a Omar quien roncaba como un
bendito, le dijo.
– ¡Paloebonche!, ellos estarán en la habitación 28. Yo no
podré ir, porque tengo que quedarme cuidando el negocio. Pinilla tan solo dijo
sin voltear la cabeza.
–Chao chao
Joao. Nos vemos…
***
Brinolfo y Sergio se dirigieron por la orilla hacia el
norte de la isla, y en menos de cinco minutos se encontraron en una pequeña
península boscosa detrás de la cual se podían divisar las luces de Maracaibo.
Sergio que había estudiado en detalle la topografía de la isla, le dijo a
Brinolfo.
–Estamos en una punta que forma una de las patas chuecas
de la tortuga aplastada, ¿ves a los lejos las luces de la ciudad?… Si
regresamos y subimos por esa ladera, caeremos derechito en el cementerio.
–Parecen cocuyos,– le dijo Brinolfo quien avanzó hasta el
borde de la ladera y comenzó a subir aferrándose a las raíces de mangles que finalmente
se hundían en el lago. Era más de la una y media de la mañana cuando sintieron una
trepidación y luego continuó como en un ronroneo que parecía lejano. Sergio se
volteó y le dijo a Brino que le parecía como si el murmullo viniese del centro
de la tierra.
–Son quizás unos motores que han arrancado, y ahora van
más lentos, estoy casi seguro…
Al llegar a cementerio, se hallaron ante una explanada
rectangular cubierta de arbustos y de ruinosos montones de piedras, donde
sobresalían todavía algunas cruces. Brinolfo le propuso a Sergio que esperasen
por sus amigos porque ya no deberían seguir buscando nada más.
– Creo que es mejor que no nos movamos de aquí, no vaya a
resultar que regresen Rubén y Víctor. Vamos a esperar y hasta creo que vale la
pena que descansemos un rato…
Sergio aceptó la propuesta y ambos tomaron asiento debajo
de un cují oteando en los alrededores, donde solo había noche y soledad. Por debajo
en la tierra aún se percibía una leve vibración…
***
Silvester Korzeniowski, el investigador judeo–polaco
estaba que no salía de su asombro y a la vez muy molesto, pero después de reflexionar
por unos instantes se dirigió a su interlocutor hasta aquel momento su aparente
amigo bieloruso, e imponiéndose una dosis de calma que a él mismo lograba
sorprenderle le dijo.
–Tengo que informarte sobre algunos pequeños detalles que
pareces desconocer. Estimado Dimitri, la lepra, ese mal bíblico que es
provocado por bacilos normales, las corinebacterias o los micobacterium leprae,
es una enfermedad muy antigua pero muy particular y creo que tú ignoras algunos
detalles sobre la misma. Los bacilos de la lepra están en muchos sitios del
medio ambiente, pero solo un 25% de las personas que entran en contacto con
ellos resultan enfermas, así que el contacto con estos gérmenes no asegura la
infección. Esto sucede por que existe el sistema inmune que nos protege. Así
que te voy a explicar la razón de porqué esa idea tuya, la del regalito que te
ha obsesionado durante años, es un soberano disparate. Si es verdad que el ADN
de los bacilos de la lepra que infectan a los humanos es igual al que infecta y
no enferma a los cachicamos, Eso lo sabes tú y lo sabemos nosotros, pero te
informaré que cuando los bacilos han mutado, el ADN sigue siendo el mismo aunque
tenga cambios en las secuencias de las proteínas que codifican ciertas
peculiaridades de esos bacilos, y esas características no tienen nada que ver
con la supuesta maldad de los bacilos, ellos no excretan exotoxinas, porque las
micobacterias no poseen ni exo ni endotoxinas, así que tú estas obligado a
aprender en este momento, por si no lo sabes, o a entender, como y porqué se producen
los daños durante la infección con esos bacilos mutados. Yakolev tenía una ceja
levantada y miraba al profesor con una expresión escéptica, aunque
evidentemente se mostraba bastante tenso, tanto que hizo un gesto para
interrumpirle y le dijo.
– ¿Usted que cree? Yo no he venido estudiando todo eso
que me dice desde hace años en balde. No me diga tonterías que toda la gente conoce,
ustedes tienen unos bacilos que han mutado y esos ya no son los mismos que no
logran infectar ni al 75% de los seres sanos, esos son los porcentajes de los
que me habló, pero cuando mutan, esos bacilos de la lepra ya son diferentes…
– Dimitri, estás equivocado y yo te lo voy a repetir. Te
diré porqué. Las micobacterias de la lepra actúan cuando se hacen
intracelulares, así que tienen que ingresar en el organismo y el cuerpo para
poder eliminarlas tiene que actuar a través de sus sistemas de defensa con los
macrófagos y con la producción de linfokinas que inducen los fenómenos inflamatorios
para que se produzca el daño tisular. Estos cambios que representan una lucha
entre el sistema inmune de cada animal o individuo enfermo, representan la
enfermedad, son lesiones que nacen de la persona y no las puedes crear con tus
“bombitas”. Así que te adelanto que tu idea es un soberano disparate y
cualquier investigador médico en Belarus, en Pakistán o en Timboctú, puede
explicarte que tu regalito para tu presi Lukashenko,
si se lo llevas en un frasquito, no pasará de ser una broma pesada que quizás termine por asegurarte
un boleto para la mera Siberia, jajajá.
***
Los amigos se acomodaron en tierra como pudieron, un rato
más tarde Brinolfo se había dormido. Sergio abrió los ojos. Él sabía que estaba
dormido pero no le importaba, suponía que había despertado, y decía para sí. “A
ñoña me sabe que yo mismo me crea dormido”. Al aceptar que lo que tiene ante
sus ojos es algo real, ni intenta explicárselo. “Con los cantos se me ocurre…”.
Eso dice mentalmente, dándoselas de escéptico, mientras insiste dentro de su
cabeza en que él sabe, que jura y perjura que todo cuanto le sucede “es una
vaina extraña pero que ya se veía venir”. Algo buscado por ellos mismos, por él
y por su amigo, una situación casi premeditada. I es todo esto y más lo que le
viene y se regresa precipitadamente de su cabeza. “Puedo probarlo, seguro estoy
de que sí”... Lo piensa y como él está alerta, “despiertísmo estoy”, lo repite
en su mente y enfatiza, murmurando “estoy despierto e bola”. Él sabe bien que
nadie le hará creer que todo es parte de un sueño. “Esto que me está pasando,
es algo especial, es una vaina rara, pero pa mis cojones, yo voy a
aprovecharla; sí, no me chorriaré, le sacaré punta no sea que en un instante
vaya todo a explotar par coño… Mira las lápidas rotas, la tierra en túmulos y
un zarzal creciendo ante ellos y entonces, mira la gelatina aérea y se dice…
“Si esto es así, ya veremos como es la verga”... La figura flotante está ante
él, pero parece no haberle visto. Es verde, translúcida, y él puede oler un
vaho de pudrición que la circunda mientras la ve aletear sobre su amigo. Brino
su compañero descansa como un bello durmiente. Al mirarlo allí echado se le
ocurre que él mismo debería estar también durmiendo. “Ni pasando una pea me ha sucedido
una verga así”, lo piensa y se pregunta si lo que le está ocurriendo será acaso
una especie de delirio. “¡Un delirium tremens,
o una alucinación, de seguro!” Eso es lo que le viene a su cabeza además
imaginándose en una pea piensa en aquello de “arcohol marditoarcol”, para luego
recordar que no han bebido más que las cervezas del día anterior y que por lo
tanto no puede ser… No es posible. Lo dice para sí, enfático, mientras atisba
de reojo la figura que flota, y la detalla. “Verga si es que es feo par coño, y
no se a quien se parece”. “Es un carajo transparentón y mucilaginoso. ¡Pero
como hiede el mardito!”… Esto lo piensa Sergio mientras no puede explicarse
porqué será que no siente nada de miedo. En aquel momento nota como Brinolfo
abre un ojo. Está tumbado en el suelo con un ojo abierto. “¡No me jodan!”, dice
Sergio para si, mientras no le quita la vista. De repente logra ver como
parpadea y luego Brino abre el otro ojo. Entonces Sergio acepta que su
compañero está despierto, tan alerta como él, y por lo tanto, él tiene también
que estar mirando al bicho flotante. De nuevo mira a la figura que parece ser de
puro moco transparente, flotante y hediondo, pero es ahora Brino, quien lo mira
a él, como si no lograra percatarse de nada, le sonríe y parece querer volver a
dormirse, cierra los ojos y se estira como un gato. “Con la pepa e Billy Queen
me calo esta verga yo solo”. Esto es lo que de inmediato piensa Sergio que
estira su mano hasta agarrar a Brinolfo por el hombro, lo mueve, lo estremece,
lo jamaquea. “¿Qué pasa?” Es Brino quien le contesta, pero muy quedo, como si
estuviese tratando de no despertar a los muertos. “¿Estáis viendo esa verga?”
Sergio le pregunta mientras señala con el índice de su mano derecha hacia la
masa que flota sobre las piedras del cementerio. Brinolfo achica sus ojos, los abre
luego y arruga la frente, entonces sonríe y se vuelve hacia Sergio para decirle
en voz baja. “Sí, seguro que es un fantasma”. “¡Veeeerga!” Es la expresión que
espeta Sergio y entonces Brinolfo le susurra. “No joda, ni te preocupéis, que
de repente y tal, es solo el ectoplasma de algún difunto leproso”. “¿Coño Brino
y te parece que esa verga es normal?” Sergio se lo pregunta también en voz baja
pero con una palidez inusual en su rostro. De pronto sucede que comienza a
difuminarse el personaje y pareciera transformarse en burbujas de gas de un
tono azul verdoso. “¿Estáis viendo lo que le sucede?” Brinolfo se ríe. Sergio
está boquiabierto.“ !Se está borrando par coño!” “¿Véis?” Es lo único que le responde
Brinolfo, quien tranquilamente añade. “Te aseguro que eso solo es lo que llaman
un fuego fatuo, una vaina de esas que se ven normalmente en los cementerios, ya
vos sabéis”. Sergio busca la figura y ya no la ve, entonces mira a su amigo y
le dice queriendo tranquilizarse. “No, ¡pinga!, yo no se ni sabía nada de eso,
¡cementerios, con la verga!, y no creo que haya sido una alucinación, no estoy
loco, todavía”. Brinolfo sonríe y de nuevo le pide que se calme. “Quedate
tranquilo Sergio. Tratá de dormir un rato más, ve que tenemos que estar listos
antes de que amanezca. Victor y Rubén deben estar ya afuera, ya van a ser las tres
y a lo mejor ya están esperando por nosotros para regresar.” Sergio atisba
entre las dunas a los lejos sin ver ni una luz. Se voltea y le dice a su amigo.
“Mirá Brino es mejor que vayamos a buscarlos en las ruinas del hospital.
¿Porqué no dejamos la lancha amarrada aquí, y nos vamos ya de este cementerio
del coño?” Brino afirmativo, le responde. “Si, es como demasiado tarde, quizás
es mejor que salgamos a buscarlos”…
***
Pinilla acariciaba “la boloña” dentro de una bolsa de
plástico negra, que reposaba a su lado mientras iba manejando su Fordcito,
enrumbado hacia la autopista nuevamente y pensando que pronto su trabajo del día
culminaría cuando ya casi era la media noche. Con seguridad Don Cheo, ante el
magistral cumplimiento de sus obligaciones le premiaría con una ya prometida
jugosa mesada. Ingresó en la autopista número 2, con rumbo a Las Galeras y
decidió llamarlo por su celular para reportarse. Él sabía que la entrega de las
lechugas del curita tenían que cerrar la operación de Alcides Henares y Cheo
Ortega con el cartel de la
Guajira, y que tendría que darse antes de la medianoche, pero
ignoraba si la operación se haría a través del tuerto Manú, o con unos paisas
enviados desde el Envigado con escala en Paraguachón, pero él estaba radiante de
felicidad puesto que iba a cobrar antes que nadie y ya se imaginaba a la
vuelta, estar de paso por “la alfombra mágica” quizás con Diove y con Jairo y
seguramente que con un par de putas buenas. Iban a gozar “una y parte de la
otra”.
–Aló, aló, ¿Don Cheo?, si, Don Cheo, soy yo, Germán y le
tengo buenas noticias… Sí, ya voy embalao pa llá. Listo Don Cheo, sí, todo salió
bien. Aquí lo tengo. Tranquilo. Sí, también está resuelto ya. Le pagué a Joao y
con Diove y Jairo lo pondrán en El Aladín “como bolsillo e polero”, jejeje. Le
llego a Las Galeras por detrás, ¡upa!, y lo veo a que Yolanda en menos de diez
minutos… Si como quedamos, sí, en el naitclub ChiquitaNais. Okay okey jefe, si
voy en camino. Nos vemos…
***
Víctor y Rubén después de buscar un rato una puerta que
los condujera hacia el sitio bajo tierra desde donde salía el hilo de luz y el chorro
de frío, se alejaron del terraplén. Rubén sin disimular alumbraba con su
linterna hacia todos lados tratando se imaginar donde pudiese existir una
entrada escondida hacia lo que fuera que existiese bajo tierra. Caminando entre
las ruinas de lo que posiblemente había sido años atrás el hospital, hallarán
algunas paredes todavía en pie y les llamará la atención una puerta cerrada en
lo que pareciera haber sido antes un baño. Un detalle curioso, notarán que
tiene techo. Forzarán la puerta y dentro, en el piso, se toparán con una puerta
de madera, de casi un metro cuadrado con una abrazadera metálica para poder
abrirla. La puerta posee cinco grandes bisagras nuevas que permiten que esta se
abra suave y silenciosamente. Miran hacia abajo y detectan una escalera de
metal que desciende unos diez escalones hasta un espacio circular muy
iluminado. Al descender, se encuentran ambos ante un túnel de paredes muy
brillantes que parecen estar revestidas por pintura plástica de color blanco.
El ambiente se percibe frío y los amigos notan que el aire acondicionado fluye
desde rejillas en un largo ducto de aluminio que corre por el techo.
Aproximadamente cada cuatro metros observan como adheridos al ducto, hay
cilindros de neón que alumbran linealmente el túnel. Hay un silencio absoluto.
Rubén y Víctor avanzan paso a paso, tratando de no hacer ruido, con temor pues
saben que están sin armas y en un terreno desconocido donde cualquier cosa
puede acontecerles. Cuando han caminado unos diez metros el túnel se bifurca y miran
hacia una de sus vías donde la luz titila oscureciéndose en algunos sectores
hasta que se les pierde a lo lejos al cruzar a una distancia de cerca de veinte
metros, el otro túnel se trifurca y parece ensancharse. Aquí los amigos se
detienen. Se miran y sin pensar en nada más, ambos deciden regresar…
***
El teniente Dimitri Yakolev se había molestado por el tono
burlón con el que Silvester le había
hablado. Estaba comenzando a crearse dentro de él una de esas preocupantes
rabietas, conocidas por quienes le trataban personalmente y le temían por sus
arranques de cólera. No obstante, él tragó grueso y decidió insistir ante el
profesor Korzeniowski sobre sus elucubradas teorías relativas a la capacidad de
diseminación de las bacterias mutadas y de cómo las bombas en racimo podrían
conllevar otros elementos que hiciesen mucho más efectivas sus necesarias
acciones.
–Ocurre amigo Silvester que usted de estos temas de
bombas, de armamentos, y de posibilidades de hacer la guerra, poco sabe, y es
por eso mismo que sus opiniones no tienen ningún valor, ni aquí, ni en ninguna
parte del mundo. Debe dejar esas cosas para quienes estamos en esto desde siempre.
El profesor Korzeniowski se puso de pie, y sonrió mirando
su reloj. Parecía decidido a dar por terminada la entrevista y se dirigió a su
amigo bieloruso.
–Se ha hecho ya demasiado tarde Dimitri, y es mejor que
nos marchemos. Mañana será otro día y si quieres, podremos
volver a discutir esas disparatadas ideas tuyas, aunque preferiría creer que
todo cuanto me has dicho es tan solo un asunto teórico y que con toda
seguridad, resultaría sumamente impráctico si a alguien se le ocurre ensayarlo.
Dimitri apretaba los dientes cuando con una voz casi
inaudible y mirándole a los ojos, murmuró.
–Usted no se va, profesor. Esta noche, nosotros no nos
vamos. De aquí no va a salir. Sepa que ya no debemos, no podemos hacerlo. Todo
ya se encuentra encaminado a dar por concluida mi larga espera y mañana domingo
es el día señalado. Me iré de este país y comenzará el regreso triunfal a mi
patria. Mis proyectos tan meditados y muchas veces revisados, se harán realidad
a partir de esta noche, o en esta madrugada si se quiere…
Silvester, todavía de pie, comenzó a sentirse preocupado
cuando insistió.
–No digas estupideces Dimitri Yakolev. Con este tipo de
cosas no se juega. ¿Acaso no sabes el peligro que corremos si se diseminan las bacterias
mutadas? ¿No te he mostrado la cantidad de mecanismos de bioseguridad que hemos
tenido que diseñar para mantener este laboratorio funcionando sin accidentes?
Le hizo un gesto negando con la cabeza, como diciéndole
que deberían partir y tomó un libro en sus manos cuando observó con asombro que
Dimitri se colocaba frente a él y levantaba su mano que debía sostener algo
pesado pues el golpe le hizo ver estrellas y sintió que todo giraba alrededor
de él hasta que se oscureció la oficina en medio de un zumbido cuando cayó sin
sentido al suelo.
***
Sergio y Brinolfo han descendido hasta la orilla de la
playa por una ladera desde donde está el cementerio abandonado. Notan que el
viento ha comenzado a soplar y se siente humedad en el ambiente. Se detienen por
un momento y escuchan una trepidación debajo de la tierra. Se percibe en los
pies, como una especie de rum run run, y se les antoja que en algún sitio de la
isla hay un motor funcionando. Lo comentan en voz muy baja y continúan de
manera que en medio de la oscuridad llegan hasta la orilla. Sergio saca del
morral una linterna pequeña, de color amarillo. Se la muestra a Brino y le
explica.
–Es contra agua.
Se lo dijo mientras le entregaba la linterna impermeable
que Brinolfo tomó encendiéndola y de inmediato alumbró hacia todos lados para
aceptar que definitivamente así las cosas cambiaban. Él pensó que ya se estaba
acostumbrando a la oscuridad absoluta de la noche sin luna y al apagarla creyó
notar de momento que el cielo comenzaba a encapotarse. Cuando iluminaron hacia
la orilla notaron ante ellos una ramazón de mangles que interrumpía el camino.
Las raíces y las ramas del mangle crecían hacia arriba por un talud de arena y
piedras. Los amigos se acercaron hasta el sitio donde las raices se
entrelazaban creando una intrincada barrera. Se quitaron los zapatos de goma y
los anudaron con sus cordones al cuello para introducirse en el agua. Con el escaso
oleaje que silencioso llegaba hasta la orilla, a Brino le pareció que el agua
estaba curiosamente tibia. Sergio se hizo cargo de la linterna y ya con el agua
a la cintura, comenzó a rodear la ramazón del mangle. Con Brinolfo siguiéndolo
llegaron hasta un sitio donde las ramas y las raíces les dejaron entrever una
oscura boca tapiada por una hojarasca donde el agua parecía entrar y salir
chapoteando. Sergio se acercó y con la linterna alumbró hacia la densa oquedad.
Pronto notaron como tras las ramas existía una depresión en el talud de tierra
y piedras, lo que parecía ser una cueva. Sergio volteó y le hizo señas a Brino
quien nadaba flotando en el agua. Sergio esperó que su amigo estuviese a su
lado para decirle muy quedo.
–Vamos a entrar, pero será nadando porque es como una
caverna y parece estar llena de agua.
Ambos penetraron apartando la ramazón y pronto notarían
que había arena donde posar sus pies, y que podían caminar con el agua hasta la
cintura de manera que más que una cueva, lo que estaban descubriendo era la
entrada, o la salida, de un túnel. Sergio iluminó el techo y las paredes con su
linterna amarilla y notó como se extendía hacia adentro en la oscuridad.
Entonces, sonriendo le dijo a Brino.
–Palante es que brinca el sapo.
Brinolfo mirando como la luz brillaba a lo lejos en el
agua del túnel cuyas paredes se perdían de vista, tan solo le respondió.
–Palante la lagartija…
***