martes, 4 de marzo de 2014

El año de la lepra : Capítulo 2



El año de la lepra
CAPITULO   2

Mi nombre es Alejo Plumacher y estoy decidido a escribir. No tengo otra salida. Lo voy a hacer. Es mi decisión. Tengo que atreverme. Comenzar, pareciera ser siempre lo más difícil. No es que yo nunca haya querido ser escritor, he escrito, sí. No soy escribidor de oficio pero he creado poemas y algunos relatos. De hecho, soy un hombre que ha convivido con las letras. He estudiado literatura, he sido profesor de la misma durante varios años, pero en mi situación actual, esto es diferente. Me veo en la imperiosa necesidad de poner por escrito ciertos hechos que involucran mi historia personal, y se que el hablar conlleva riesgos, pero callar sería imperdonable. No lograría aplacar la voz de mi conciencia… Me preocupa que hayamos llegado a esto y me arrepiento a diario por no haber percibido a tiempo las implicaciones que habría de tener todo lo ocurrido en nuestras vidas. Realmente en un par de semanas los hechos lograron avasallarnos. ¡Ah! Si fuese yo un Ednodio, quien sabe si arrancaría a escribirlo todo desde mi propia infancia, y aunque no podría decir “Yo nací en un lugar agreste de la alta montaña”, ciertamente, pues no me crié en parajes montañosos, tal vez me presentaría como un hombre de tierras llanas y calientes con un lago grande abierto hacia el Mar Caribe. Sé que no tengo esa capacidad de inventiva, y acepto que esta es una situación particular. Al sentarme ante la hoja en blanco y escribir cosas que no me creerán, aspiro tan solo a que mi relato sea percibido como una ficción. Obligado estoy y en esta disyuntiva, temo que se me pueda acabar el tiempo. Hay una cierta urgencia y se que debo comenzar más pronto que tarde. Podría hacerlo desde épocas felices, o puede que convenga más hacerlo a partir de mi desgracia… Un hecho cierto, es que necesito buscar las palabras apropiadas. Se ha dicho que la frase inicial, cuando uno escribe un relato, es crucial. Algunas veces puede encerrar una clave, pero son tantas las ideas de cómo hacerlo que se me revuelven y al final no se me resuelven. ¿Cómo comenzar? Escribir toda la historia es apremiante, pero son varias las situaciones y debo buscar la forma de ordenarlas. Tengo que organizar mis ideas, para luego expresarlas, por escrito. Decir algo que finalmente desvele la verdad, pero ¿desde cuando?, y luego, ¿cómo?...
El 31 de diciembre del año 2011, ya tras los sucesos cruciales, acepté la realidad de los hechos y decidí que era necesario poner por escrito todo cuanto había acontecido. Se me ocurrió entonces la idea de crear una historia dentro de otra historia, algo así como escribir mientras uno parece estar como el perro que se muerde la cola. Pensé que quizás esta técnica me pudiese ofrecer mejores dividendos que el llamado “sistema confesional”. Este podría lograrlo incorporando una correspondencia, como lo hizo Fuentes en “La silla del Águila”, ¿como olvidar el diario de la obsesionada Alina Reyes de Cortazar en “Lejana”?, o más sencillo, puedo intercalar trozos del diario de mi Ruth como algo inocente, cual si lo hubiese escrito María Eugenia Alonso, o como lo hiciera Laura, en “Solitaria Solidaria”, a dos tiempos… Seriamente hablando,
si acepto que hay un asunto peliagudo de fondo, y habida cuenta de que éste es insoslayable, pienso que cuando se trata de personajes conocidos, la situación puede complicarse. Seguramente se facilitaría todo con aquello de “las máscaras”. Muchos personajes han vivido sus momentos en la historia, los padecieron, y uno podría intentar escribir sobre sus vidas como si fuese un biógrafo, ¿qué tal un Stefan Zweig? Quizás como lo hizo Sergio Ramírez en “Sombras nada más”, e ir de atrás hacia adelante para desarrollar los acontecimientos en una secuencia prevista. Es posible que más interesante resulte si uno tratase de resolver las cosas a la inversa, es decir, aún con personajes reales, el desarrollo de una trama que se iniciaría desde el desenlace, en un clímax, y uno puede devolverse, o regresar a un pasado histórico trascendental. Son variables, evidentemente. El mismo Sergio Ramírez lo hizo en “Una y mil muertes”. Pero debo aceptarlo. No soy un escritor y por ello, para mi este asunto no resulta tan simple. Mi situación es diferente. Debo escribir sobre algo acontecido tan solo en unos días, una semana a lo sumo y a la vez exponer el trasfondo de una crítica situación que siendo casi crónica, prácticamente hizo eclosión. Hasta cierto punto, podría darle un horario, o un fechado en retrospectiva, o usar notas al margen de lo escrito. Narrar los hechos como acontecieron, sería revivir la realidad y no es la idea, puesto que hay muchas facetas en esta compleja
situación. Por eso tal vez, insisto en que usar historias dentro de otras historias nunca ha sido una mala táctica. También Ednodio lo hizo magistralmente en “Mariana y Los Comanches”. El asunto es entrarle al tema, y está claro que debo intentarlo sin temores. Insistir en la búsqueda del modo y del tono y de la mejor manera de decir las cosas sin que sean concretas para que se puedan mostrar difuminadas las crudas verdades. No puedo ser tan claro, ni tan preciso puesto que todo ha de presentarse como una novela, aunque la verdadera historia, la nuestra siendo única, sin duda podría habitar dentro de otras historias. Cohabitar… Eso me gusta. Pudiera hacer como Auster en “El Oráculo de la Noche” con unos cuadernos garrapateados y llegar a crearles pie de páginas, e ir sobre diversos temas, y relatarlos cual si yo fuese un prisionero. Todavía no me enjaulan, pero puedo simular ser un relator cautivo, y hacerme la ilusión de que me escucharán, como quien narra una película, como si quisiera detallársela a otro preso, cual Puig y su mujer araña. Sería interesante, sí. Volviendo a lo de la historia dentro de la historia, siento que este será para mí un trabajo arduo, donde ciertos factores individuales influirán sin duda en lo que escriba. Tal vez mí autoestima, o mis conflictos personales puedan entorpecer el flujo de las ideas, pero estos sentimientos encontrados presiento que sean los que habrán de llevar el hilo conductor para que al final todo pueda saberse… Además, si tengo que moverme entre el pasado y el presente, el diario de mi mujer, me ayudará a regresar, a dar una vuelta atrás para reencontrarme con la vida. Las “historias” de Ruth aunque sinceras, pueden parecer como producto de su imaginación más que una relación de su propia vida. ¿Como hacerle para que no parezcan reales y suene todo este asunto cual si fuese ficción, como si se tratase verdaderamente de una novela? La idea del fechado, podría ayudar como para orientarse, casi una muleta, y uno va escribiendo, y si se puede apoyar con los trozos del diario, así sería mejor, tal vez. Al fi nal, puede que haga desaparecer todo el fechado y los horarios para que la lectura esté sujeta tan solo a lo que el lector decida. La refl exión es válida y hay recursos, sí. Quién sabe si valdrá la pena. Atreverse a intentarlo. Atreverme. Creo que cuando uno se decide y comienza a escribir, sencillamente, escribe. Lo menos que se le puede pedir a un escritor es que escriba bien, decía nuestro Oswaldo Trejo. Pero a veces me he preguntado, ¿por qué nos ocurrieron tantas cosas? Siempre al pensar en el azar, recuerdo a Conrad,
y no es por lo marinero del escritor polaco, mas bien creo es por aquella su única novela protagonizada por un personaje femenino, “Azar”. ¡Oh mi Ruth! No se me va tu imagen de mi mente. ¿Es que acaso las cosas suceden por azar? En las novelas, puede que si… ¿Suceden realmente?, o se inventan… Como los sueños y el portazo revienta y el disparo en el sueño es simultáneo sin que sea fácil entender como llegamos hasta allá. En la vida de cada quien, puede conjugarse una sumatoria de factores, mas creo que siempre habrá que considerar el azar. Para entendernos mejor, como quien hace un ejercicio, deberé concretar situaciones específicas… Supongamos una novela como    “El halcón Maltés”, diría yo que seguramente por culpa de Bogart, Dashiel Hammett para muchos parecerá un escritor más cinematográfico que policial, y es que el cine, como sucede con la música, en general con todo lo leído y lo vivido, pueden ser importantes causales de ese supuesto azar de las novelas… Que puedo decir si siempre que pienso en el inspector Maigret de Georges Simenon es el actor Jean Gabin quien viene a mi mente. Evidentemente, muchos productos de la imaginación quedan plasmados en borradores que no se concretan y otros van a terminar en el cesto de la basura. Este crear y destruir se da de manera permanente, persistentemente, con verdades y mentiras, y todos esos papeles, los borradores de quien escribe, pienso yo que deberían ser sagrados.
Lo que existe en la mente al plasmar las ideas en letras se transforma en documentos que tan solo deberían poder ser transgredidos por su creador. Las letras así concebidas, deben ser una especie de santuario inviolable. Tan sacrosanto como la correspondencia personal, como las páginas de un diario que se ha escrito en días de dicha o de profunda tristeza. Digo esto quizás para excusar mi decisión de utilizar el diario de mi mujer para darle cuerpo a lo escrito. ¿Habré de utilizar su intimidad para ayudarme en el relato o será más bien para acallar mi conciencia? La palabra escrita tiene el poder de matar, y esta reflexión viene a propósito del escritor que se culpaba por la muerte de una hija fallecida, tal y como él lo describiera para el personaje de una novela previa. Si yo me atrevo a utilizar el diario de mi mujer, lo haré para tratar de explicar mis contradicciones y mis dudas. Pienso que ante los hechos, y como los mismos estarán relatados, no debería temer. Dicen que el miedo es libre… Vivimos el presente, pero el futuro estará siempre con nosotros pues lo podemos torcer. El pasado, regresa, y para muchos, ya hace tiempo que desapareció. ¿El futuro?, algunas veces conocemos las cosas antes de que estás ocurran y se dan aunque no queramos. Tal vez esto tenga que ver con la intuición, o con aquello de que la historia es cíclica y repetitiva. Los retazos del diario de Ruth y los breves comentarios míos han sido escritos precisamente para complementar la historia de un médico del siglo XIX, su vida apasionada por la investigación, un soñador en la búsqueda de una
cura para la lepra, quien dejó su casa y su familia por su propia voluntad para irse a trabajar en una isla en medio de un río hasta encontrarse con la muerte fuera de su terruño.

***
Ciertamente había sido una epifanía la revelación que tuvo el presbítero Omar Yagüe Oliva un mediodía soleado del mes de abril cuando desde los Puertos de Altagracia, viajó hasta la isla de los leprosos. Omar
ya estaba enterado de la resolución ministerial que establecía desde el año 1947 la dispersión ambulatoria de los enfermos del mal de Hansen. Él había leído sobre el tema y examinado en detalle sus aspectos jurídicos, y aunque pareciera un disparate, la incumplida resolución decretada desde tantos años antes, implicaba la disolución de los establecimientos dedicados a confinar en espacios estancos a los enfermos de lepra.
Cuando descendió a tierra desde una barquilla con motor fuera de borda, contempló admirado las edificaciones del conjunto hospitalario con sus paredes encaladas brillando bajo el inclemente sol del mediodía. Caminó siguiendo un sendero limitado por flores de berberías e ixoras que alternaban con multicolores lanceolados crotos, y como había pedido que lo llevasen primero a la iglesia, se detuvo un momento para contemplar los cocoteros que hundían sus raíces en el lago y se erguían entre las movedizas hojas de retorcidos uveros. A lo lejos, tras palmeras y matas de uvas playeras, brillaba refulgente la “ciudad de fuego”. Soplaba una brisa fresca que parecía acariciar la superficie iridiscente de las aguas del lago Coquivacoa salpicándola con destellos plateados. Cuando escuchó el trinar de unos turpiales desde el follaje denso de mangos y de nísperos, Omar pensó que aquella era una isla de fantasía y sin saber porqué, aquel día, iniciándose la década de los ochenta, el presbítero Yagüe Oliva, vislumbró lo que habría de ser la razón de su vida en los treinta años venideros. Estaba consciente de que en minutos estaría enfrentándose a los desafortunados pacientes del mal de Hansen y aceptaba que si bien el horror de aquel mal bíblico era insoslayable, la belleza del paisaje hizo eclosión en su mente concretando la idea precisa de que cuanto antes pudiesen abandonar los enfermos aquella hermosa isla, mejor sería, para todos y en particular para él mismo. Los vecinos y feligreses de El Jobo y parte de La Macandona que circunvalaban su parroquia, serían los primeros en salir favorecidos con su brillante idea. Los resultados de su proyecto salvarían su imprenta, vendrían a consolidar la emisora de radio y apuntalarían el dispensario. Crecería sin duda alguna su prestigio como un cura de avanzada y entre todos, él y la Iglesia, con los comerciantes y empresarios de su ciudad, tendrían como norte el progreso de su querida región. Entre todos, él sería el adalid y llevaría a feliz término su proyecto. En los meses siguientes, movió cielo y tierra, conversó con personeros del gobierno nacional, estadal, municipal, y se apersonó en el Ministerio de Sanidad indagando cómo y porqué se incumplían las leyes y no se ejecutaba aquel decreto vigente desde el año 1947. Personalmente visitó varios “asilos” y “casas de salud” en su afán por lograr plazas donde ubicar a los pacientes que estuviesen discapacitados. También indagó sobre el paradero de familiares de muchos enfermos y durante casi un año estuvo revolviendo papeles en una especie de censo hasta que luego de varios años de trabajo, logró tener la situación, a su entender, bastante controlada. Entonces hizo contacto con autoridades del Ministerio de Obras Públicas para poner en movimiento los engranajes que habrían de mover las maquinarias pesadas y las cuadrillas de obreros que se encargarían de la misión definitiva. El final de estas gestiones habría de consolidarse el año 1985. En barcazas y gabarras llegarían hasta la isla los hombres que iban a derruir hasta no dejar piedra sobre piedra de todo cuanto antes fuera el leprocomio y sus instalaciones, incluyendo la estación de policía, el cine, la iglesia y el cementerio cuyas vetustas tumbas con sus cruces y precarios monumentos fueron removidos y arada la tierra hasta solo quedar cual humus, una capa superficial de escombros y detritus sobre la que comenzaría presta a reptar la maleza. Los planes de Omar iniciaron entonces su marcha formal, viento en popa y la futura ciudad infantil pareció calar paulatinamente en el espíritu emprendedor de los comerciantes de la “ciudad de fuego”. Algunos de ellos se interesaron en futuros ingresos al ver los planos y dibujos que le daban cuerpo a la promoción del presbítero y muchos de ellos estaban ya calculando cual iba a ser el valor de las acciones que representarían la titularidad de aquella empresa. El paraíso infantil contaría con un sistema de traslado de ida y vuelta desde la “ciudad de fuego” en lanchas con piso y paredes de “plexiglas transparente” para los niños que quisieran asistir al gigantesco
parque de diversiones. La otra parte del proyecto lo constituía un orfanato para los hijos de madres de la etnia wayúu quienes crecerían en la isla para ser entrenados en talleres y escuelas técnicas que harían
de ellos ciudadanos útiles a la patria. Fue en un domingo caluroso, cuando la opinión del doctor Arístides Sarmiento, expresada brevemente en un diario de circulación local, pareció querer quebrar los sueños
de Omar Yagüe Oliva. Arístides era un científico, médico y profesor universitario ya jubilado, que había estado involucrado en investigaciones sobre la lepra iniciadas en el lazareto de la isla del lago Coquivacoa
y sus declaraciones cayeron como un rayo directamente sobre el entusiasta presbítero. Absurdo, irresponsable, inconsulto, disparatado, cruel y muy peligroso, fueron algunos de los adjetivos calificativos que el profesor Sarmiento, públicamente le endilgara al proyecto de la isla de la fantasía. Enfurecido, acudió Yagüe a las oficinas del Diario del Occidente. Nunca había podido olvidar la diatriba pública establecida por él mismo contra el profesor Sarmiento ya vivida varios años antes a propósito de un artículo de divulgación, en el cual Arístides iba desde Adán y Eva hasta el Big Bang y revolvía el ADN de los habitantes de la ciudad de Maracaibo. El artículo en la prensa, según Yagüe, había sido escrito irrespetando la teoría de la evolución y otros dogmas de fe sin consideraciones para el pueblo católico de su querida ciudad. La respuesta del presbítero por el mismo diario fue la comidilla de algunos círculos intelectuales de la “ciudad de fuego” durante un par de semanas sin que el doctor Sarmiento se diese por enterado. Nuevamente, Omar con el tema de la isla en la palestra, sentía estar enfrentándose al viejo profesor quien en esta oportunidad lo acusaba casi de orate por ser el padre de tan genial propuesta. ¿Cómo imaginar una ciudad de niños
donde durante varios siglos habían habitado tan solo enfermos de lepra? El presbítero Yagüe de lo más molesto se acercó hasta las oficinas del Centro de Investigación para la Enfermedades Tropicales (CIET) en la ciudad universitaria y Arístides Sarmiento le recibió en su despacho. Tras explicarle sus argumentos, que eran fundamentalmente científicos, pasó a informarle los motivos por los que se veía obligado a rechazar
su proyecto. La resuelta postura del presbítero y su negativa a escuchar las razones esgrimidas por el doctor Sarmiento, llevaron al profesor a ser más enfático. Llegó a decirle que de ser necesario lo llevaría hasta
demandarlo y meterlo preso si continuaba insistiendo en promover el proyecto de la ínsula fantástica. Después de aquel segundo incidente, Omar pareció calmarse y no había vuelto a hablar del asunto. Así, en
silencio transcurrieron varios años, muchos posiblemente, mientras la isla desolada se sumía en el olvido.

***
Estaréis, Víctor Pitaluga, revolviéndote en tu cama. Vos seguramente quisieras descansar y sentirte arrullado por el zumbido del aire acondicionado, pero de momento no lográis conciliar el sueño, y mientras pensáis y repensáis en la necesidad de ir nuevamente hasta la isla y aclarar si cuanto
habéis escuchado es cierto, regresáis entonces a la imagen de Ruth, siempre ella, allí, en una nebulosa, sonriéndote, tal vez insinuante, ella quien cada vez más se adherirá a tus pensamientos hasta hacerte creer otra vez que de repente y tal, vos mismo, casi hasta podéis creer estar comenzando de nuevo a sentirte esperanzado...
Iremos a la isla, creo que no nos queda otra opción, quién sabe si resultará de algún provecho, siento que allí he de hallar alguna respuesta, se escuchan tantas cosas, cuando el río suena, piedras trae, o lleva, seguramente, ir será lo mejor, mañana lo intentaremos, será, es probable, isla de los leprosos, porción de tierra rodeada de agua por todas partes, definición de isla, menos por una, ¡claro está!, es por arriba, una vez fuimos estudiantes, chistosos, ¿remembranzas tal vez?, una isla en la corriente, ¿de algún río?, del Esequibo y el Mazaruni, ¿allá en Guyana?, ¿del río San Juan?, el del Perú, o ¿nuestra isla con la “ciudad de fuego” al frente?, en la corriente que sube al norte bajo el puente, que baja al sur, centro del lago, no es un juego, pleamar de luna, acaso brillando, cabrilleando en las ondas, y la pienso cual si fuese una isla flotante, Solentiname sin volcanes lejanos, es la nuestra una isla desgarrada, de historias tristes, y además sin poetas, ¿en el lago de los poetas?, precisamente… ¡Ay!, tal vez hay por aquí mucho hidepueta, ¿será la de Platón?, él allá admirando las columnas de Heracles, ¿una isla como la de Morel?, una sin fugitivos, sin fantasmas inventados, mas bien, ¿será la otra isla?, ¿la de Suniaga?, ¿quizá la del doctor Moreau?, para experimentar
con animales, Dasypus sabanicolas, ¿sus humanoides?, para nosotros está a la vista, cruzar el puente y está más cerca, una isla como en el río San Juan, sin un motociclista, la isla de Gael protagonista, cruzando el río, a nado, y los leprosos a la espera, él acezante, ellos en la ribera, río de corriente amazónica, meandros en la selva peruana, el Ché Gael y el leprocomio infecto, selva de Pantaleón, albergando leprosos a montón, sin visitadoras, tan solo él, queriendo cumplir con su deber, soñando con lograr alguna curación, joven Guevara Lynch, Gael ahora, asmático, y su amigo Granados, que no es el César bólido de la tele, éste Granados irá a tener a cabo Blanco, irá a parar, a tener dicen algunos en Caracas, a dar al leprocomio guaireño, el de Jacinto, con grandes piedras blancas, cual fortaleza frente al mar, obligado estoy a recordar, Miranda en la Carraca, fuera sido es por allá lo que es hubiera por aquí, ¿mejor hubiese?, juegos gramaticales, resabios infantiles, aprendidos de la madre mía, la gran educadora, fina maestra de gramática, y para mí, especie de manía, viene y se va, ella sola, maña o reflejo, en esto quizás me pueda parecer a Alejo, ¡que Dios me ampare!, ya se lo he dicho a Ruth, todo es cuestión de cómo vea las cosas, cierta objetividad, nada es casual todo es causal, es como si aquí nos diera por denominarles los cusucos, en Panamá así les dicen, igual en Costa Rica, les conocemos como los sabanícolas, son como los conejos, cachicamos escavadores,
Dasypus, raíz griega, animalitos acorazados, son ellos quienes albergan los bacilos, puede que los trasmitan, se dio la gran sorpresa, súbitamente, mis cachicamos se brotaron, es un secreto, hace ya muchos meses,
¡no puede haber dasypus leoninos!, separamos las cepas, no era posible, sabemos que no se pueden cultivar, Silvester el gran maestro, presto lo decidió, ¡inoculemos pues!, presentimos que les bastaba un solo inóculo, por otra parte preparados estábamos, organizamos tremendo bioterio, Ruth tuvo mucho que ver en ese asunto, ¡ah mi querida Ruth!, tan dedicada, ruda labor, hasta llegar a estar seguros, habrían de parir en
cautiverio, nacen cuatro de cada madre y una sola placenta, pequeñines con los ojos abiertos, la carcasa es blandita, inolvidable la emoción de Ruth, ¡encantadora, mi querida doctora!, ha sido todo un éxito, la poliembrionia, así la llaman, solo en ellos se ve, sin duda es un misterio, ya hemos inoculado varias madres, las tenemos a todas preparadas, parirán con los bacilos que han mutado, gestación de seis meses, grandes expectativas, en muchas madres tan solo dos semanas nos faltan, rayos ultravioleta del astro rey, calor de arenas, animalitos a pleno sol, bien lo sabíamos, en la temperatura parece resolverse la charada, es la parte importante, he allí la clave, tal vez unos dasypus leoninos, nacerán repletos de bacilos, las madres mientras vivan refrigeradas, nos consta que sobrevivirán, ya conocemos por donde van los tiros, pero está lo otro, la isla de Providencia, cosas que dicen, para todos nosotros creo se aclararán, isla de Lázaros, como la Kaow del Esequibo, Ruth cerniendo arena bajo el sol, frente a Bartica, allí estuvimos, también en nuestra isla, ya hace unos años, buscar arenas, arduo trabajo, vana ilusión, ¿quién sabe?, puede que las arenas y el calor sumados, “ciudad de fuego” refulgente, en la temperatura está la cosa, conocemos que pasa en la cubierta celular de las bacterias, esos cambios ocurren en la superficie, son los residuos de manosa, la arabinosa terminal, lo comprobamos, lo hemos hallado, está condicionado por sus genes, sin menospreciar lo otro, la cuadriga del sol, es evidente, las corinebacterias han mutado, y cernimos arenas en la isla de Beauperthuy, y buscamos arenas en volcanes de Nicaragua, nada que ver, todo estaba en los genes, es como un cuento, una novela, puede escribir Alejo su novela sobre la isla Kaow, hace años que está en eso, el pobre Alejo, un cuesta abajo sin retorno, una miseria humana, puede que yo también me hubiese echado al abandono, ¿cómo saberlo?, Alejo, tantos padecimientos, y todo por pendejo, las tristes consecuencias de lo que fuera un absurdo ruleteo, un escritor taxista, ¡quien habrá visto cosa igual!, ¿me habría vuelto un borracho?, ¿lo sería?, podría, pudiera ser, yo no lo creo, pero ¿y Ruth?, no debo ser tan pesimista, ella tal vez, está llegando al tope, no la entiendo, ella persiste y yo no se como logra seguirlo soportando, alentándolo, cuidándolo, ¿queriéndolo?, ¿y qué de nuestra isla?, la de Los Mártires, la del leprosario que fundó El Libertador, aplastada, arrasada, flota ante la “ciudad de fuego”, refulgente, que reluce con ígneo resplandor, no así Bartica, opaca y gris la vimos, la Demerara, lluvioso pueblo de pescadores, no obstante, desde su orilla, remaba Beauperthuy en su canoa, zarpaba a diario, esperanzado, decidido a curar a sus leprosos, los elefantiásicos, los hombres leoninos, él les ungía con emplastos oleosos. Han pasado los años, un centenar, y ante nosotros, está ahora la isla, siento que nos espera, debemos resolver esta quimera, absurdo chisme, un juego pareciera, tal vez pleno de historias falsas, o de medias verdades, de espantosas mentiras, yo convencido estoy, saltaremos sobre todas las expectativas, desvelaremos el enigma, espero logremos hallar las evidencias, en medio de la noche, penetraremos este misterio arcano, acaso haya gato encerrado, minino o fiera, lo sacaremos de la isla, divina providencia, ingresaremos todos en penumbras, nos moveremos sigilosos, ese es el plan, muy pronto, y luego, en cuanto paran nuestros sabanícolas, podremos ofrecerle al mundo la noticia, los de las nueve bandas, ¡tremenda carambola!, va a ser como en un juego de billar, las novecinctus, han de parir hijos brotados, cachicamos enfermos en útero materno, con bacilos mutados, habremos de tener mucho cuidado, ser discretos, tenemos que guardar nuestro secreto, el gran Korzeniowski lleva las riendas, es imposible que la información se haya filtrado, ¿quien puede imaginar lo que sucede?, el sol, la mutación, los genes, quien sabe si por algún resquicio, ¿pudiese ser posible?, hemos protegido nuestro experimento hasta donde cabe, pero siempre hay hendijas, no existen evidencias, pero nunca se sabe…

***
A mediados de marzo del año 2010, Dimitri Yakolev había llegado por primera vez a Caracas. Él era simplemente, un ruso, y como funcionario importante, fue muy bien tratado por las autoridades aduanales ya que no solamente poseía pasaporte diplomático, sino también debido a la reciente visita del presidente Lukashenko al país, él era un beneficiario de los estrechos nexos creados entre el gobierno de Belarus y el país caribeño del petróleo. En su habitación del hotel Eurobuilding, Dimitri sostenía una polémica discusión con Nicolai Martinovic y con Germán Pinilla. Estos hombres habían sido seleccionados por la Embajada de su país para una misión muy precisa, y su desempeño, obligaba a al teniente Yakolev a insistir en que, al menos el gordo Pinilla, no había entendido cuales eran sus requerimientos. Ciertamente, el serbio Martinovic era un agente de la entera confianza del Embajador, pero al estar ante los dos, Dimitri señalaba enfurecido como la incompetencia de ambos le parecía insoportable. Las instrucciones del Primer Ministro del gobierno bieloruso en el país americano, habían sido impartidas varios meses antes del arribo de Yakolev, pero para Dimitri era evidente que aquel par de idiotas no estaban listos para presentarle los resultados que él esperaba.    ¡Son razones de Estado! Esto les recalcaba Dimitri, mientras los miraba enfurecido. Todos estaban de pie y muy tensos en su habitación del hotel Eurobuilding, ellos murmurando excusas, él con un vaso de vodka Smirnoff en la mano izquierda en tanto que les apuntaba con el índice de su derecha amenazante.
–Si no son capaces de traerme en un par de días la información que les he solicitado, van a saber de mí…
Con esta frase les despidió y tras un portazo se sentó en un sillón, tomó su ordenador portatil, lo abrió y pulsó el botón de Enter. En el momento de la espera, terminó de beberse el vaso de vodka. Dimitri Yakolev había solicitado ante la KGB bielorusa información detallada sobre algunas personas que laboraban en un par de laboratorios que estudiaban la lepra en el país caribeño. Con sus conexiones internacionales, deseaba conocer a fondo en particular lo relativo a la certificación de la vacuna por los organismos de la Salud Mundial, pues parecían existir algunas dudas en lo concerniente a su actividad protectora. Por otra parte, esperaba Dimitri esclarecer todas las actividades de Silvester Korzeniowski en el occidente del país. Al eficiente teniente bieloruso le parecía insólito que el par de agentes seleccionados por el Primer Ministro meses atrás, se hubiesen quedado regodeándose en la capital, ¿quién sabe con cuantas mujeres?, seguramente distrayéndose en esas y otras cosas, sin entregarle a su regreso el dossier de excelencia que él esperaba. Tampoco habían logrado ningún dato preciso sobre los investigadores del profesor Sarmiento quienes trabajaban en la llamada “ciudad de fuego”, asunto éste que aún tenía para Dimitri varias preguntas
sin respuesta. A él le interesaba en particular hacer contacto con Korzeniowski el microbiólogo judeopolaco. El desconocimiento de los detalles solicitados sobre el curso de los experimentos que se hacían en los laboratorios creados en La Cañada de Urdaneta, le pareció que era una excusa estúpida y por ello Dimitri enfurecido no quiso escuchar nada más cuando les amenazó.
–Sin papeles, les gritó, –no acepto ningún comentario, lo quiero todo por escrito, esta misma semana.
Él había leído durante el par de meses cuando estuvo de regreso en su patria, algunos informes llegados desde Centroamérica sobre ciertos experimentos que modificaban el efecto de la vacuna utilizando arenas volcánicas. Costa Rica y Nicaragua, países con volcanes ya habían sido objeto de un examen detallado y Yakolev sabía sobre una serie de hallazgos terapéuticos que parecían conectar una enfermedad parasitaria, la Lehismaniasis cutánea, con la lepra. Pero sobre este tema tampoco poseía toda la información requerida. En realidad, no tenía ningún dato preciso, sobre arenas, ni sobre parásitos, ni cambios en la efectividad del BCG en los pacientes tratados, ni sobre la supuesta cría de cachicamos en el Laboratorio de La Cañada de Urdaneta. El Primer Ministro bieloruso en Caracas ignoraba absolutamente la razón del porqué Dimitri Yakolev estaba interesado sobre todos estos aspectos de tipo médico. Al enterarse de que colateralmente a sus gestiones en el área de petróleo y gas, el teniente Yakolev resultaba ser un experto en el tema de la lepra, le pareció una situación curiosa, pero no fue más allá. En realidad el Ministro ni se imaginaba cuanto y como había logrado Dimitri Yakolev averiguar sobre la vida de gentes que nunca antes había conocido y que investigaban en el país caribeño sobre el mal de Hansen. No sospecharía jamás el Ministro cuanto sabía Dimitri acerca de muchas otras cosas que sin duda le sonarían disparatadas. Esto pensó para sí, el propio Dimitri, sonriendo por primera vez en la tarde. Ya había averiguado detalles absurdos sobre un cura que tenía convenios con empresas iraníes para crear laboratorios de investigación en una isla en el lago Coquivacoa, donde antes había un leprosario. Rumores le habían llegado coincidentes entre las actividades encubiertas de compañías farmacéuticas iraníes en la isla del leprocomio y una probable conexión sobre las necesidades de plutonio del país del presidente Ahmadinejad. Dimitri sabía que de momento, gracias al llamado “proceso revolucionario”, las relaciones iraníes con el país petrolero caribeño se estrechaban casi tanto como las bielorusas, por ello le preocupaba un tanto enterarse sobre secretos convenios que podrían estar relacionados con la necesidad de algunos países árabes de obtener material para preparar ojivas nucleares. Con estos y otros puntos aún sin resolver, el teniente Yakolev algo sabía con toda certeza. Tanto en la capital como en el occidente del país se trabajaba haciendo investigación sobre la lepra, y ese asunto, a él le interesaba sobremanera, especialmente para llevar adelante un proyecto que arrastraba en su mente desde una fortuita estadía en Pakistán hacía ya bastante más de dos décadas. Dimitri presentía que la necesidad de conocer todas las conexiones colaterales que parecían fl orecer alrededor del tema de la investigación sobre el mal de Hansen era un preludio, y percibía como se acercaba la consolidación de su proyecto. Sus agentes evidentemente no le habían respondido, y le sacaba de quicio pensar en que fuese precisamente el recomendado experto serbio Nicolai Martinovic quien en esta ocasión le había fallado. En cuanto al gordo Pinilla, no veía la hora de patearle el trasero.


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