lunes, 8 de noviembre de 2021

Nuevamente, la lepra…

 

Nuevamente, la lepra…

Voy a reponer parcialmente, o a querer revivir una historia que hace tres años en julio del 2019 escribiera estando en el Canadá (Mississagua, Ontario), pero que es de varios años atrás y siento vale la pena recordar pues habla de las angustias de quienes ejercen la Medicina como especialistas en Anatomía Patológica…

La lepra” es conocida en todo el mundo como la “enfermedad bíblica” y es un mal que, aunque se esparce primariamente en la miseria, el hambre, el hacinamiento y en ausencia de condiciones higiénicas favorables, es una enfermedad que hay que entenderlo: es curable. Aunque casi todo el mundo piense que la lepra es muy contagiosa, esto no es cierto. En situaciones normales es poco probable que una persona transmita la bacteria a otra. La clave reside en el diagnóstico temprano.

Era una jovencita maracaibera que terminaba el bachillerato y esperaba entrar en la universidad, pero venía con una pequeña erupción en la frente que no cedía y un dermatólogo había finalmente decidido hacerle una pequeña biopsia. Llegó la joven con su biopsia en parafina y sin un diagnóstico preciso (dermatitis crónica) y al mirarla en el microscopio se veía una severa infiltración linfocitaria. ¿Un linfoma? Al hacerle el estudio de inmunohistoquímica, la mayoría eran linfocitos T por lo que yo, como patólogo comencé a mortificarme.

Los armadillos o cachicamos son animales blindados, nativos de las Américas. Estos animales no son roedores ni marsupiales, ellos pertenecen al orden Cingulata, al que solo le quedan dos familias: Chlamyphoridae, en la que están los pichiciegos, y Dasypodidae, que engloba a los armadillos más comunes. El Nuevo Mundo no tuvo lepra hasta que llegaron los exploradores europeos, lo que significa que los armadillos adquirieron la lepra de los seres humanos en los últimos 400 a 500 años. Desde entonces, los animales se han convertido en un reservorio y fuente de infección.

Un linfoma T en la cara quizás extendiéndose hacia la nariz, era lo que llamaban antes un “granuloma letal de la línea media” descrito como un linfoma T muy agresivo que es realmente destructivo. Consulté la biopsia con un experto dermatopatólogo en USA quien pensó aquello era un simple efecto del sol, pero una semana después yo ya estaba insomne… Cada vez más preocupado, hice más cortes y conversé con un amigo colega de la ciudad. Con él, mirando de nuevo y atentamente detectaríamos que la infiltración linfocitaria era también perineural y de inmediato me fui al laboratorio para hacer una coloración de Fite-Faraco. Con ella pude ver los bacilos de Hansen. Aquí están como los vimos en “el Fite”. Al fin, no era el temido linfoma T...

La lepra, sabemos que es una enfermedades infecciosa provocada por una bacteria llamada bacilo de Hansen, o Mycobacterium leprae, prima hermana de la que produce la tuberculosis. El bacilo de Hansen se propaga gracias a los armadillos de nueve bandas que son unos mamíferos conocidos entre nosotros como “cachicamos” y son muy populares en Texas(EUA), donde si saben que ellos pueden contagiar la lepra a los seres humanos. Recientemente se ha descrito un número inusual de casos de lepra cosechándose también en La Florida un repunte de la enfermedad que se debe al contacto de los humanos con los armadillos.

Unos días más tarde… Sí, regresamos al Laboratorio de Patología Molecular, y me tocó conversar con la mamá de la paciente, estando la joven presente. Tuve que explicarles que al fin mis temores de lo que pensé era un terrible linfoma muy difícil de tratar.... ¿Algo como un cáncer? -Pues sí… Les dije, y le añadiría que aquella biopsia me había tenido muy preocupado y hasta desvelado, pero el resultado mostraba una enfermedad que se curaba con antibióticos y que en la Sanidad de Maracaibo le iban a proporcionar el tratamiento. Planteado así, el temor natural a la palabra que nombraba la enfermedad de Hansen, la lepra, cedió… El caso se resolvió favorablemente…

Quienes hayan tenido la oportunidad de leer mi novela “El año de la lepra”(2011), conocerían sobre un grupo de investigadores liderados por un profesor, Arístides Sarmiento quien con Víctor Pitaluga y el microbiólogo Silvester Korzeniowski estaban interesados en examinar los bacilos de Hansen en los tejidos de los cachicamos. Ellos instalarían un laboratorio de investigación alejado de la ciudad, en terrenos hacia el sur, en La Cañada de Urdaneta, para criar cachicamos en cautiverio y lograron un inesperado brote de la enfermedad en los animales del laboratorio… Esto y lo demás que no cuento, es tan solo parte de mi novela y es eso: nada más que una novela…

En realidad más que hablar sobre personajes de mi novela, el comentario que quería hacer hoy, como ya lo hiciera en diciembre 2013 (https://bit.ly/2Yn9Wrc) es que dentro de esa novela, está escrita una historia que sí es verdadera, sobre un personaje que nació en la isla caribeña de Guadalupe, se graduó de médico en París, se casó con una joven venezolana y vivió en Cumaná donde luchó contra epidemias y terremotos ayudando a la gente y descubrió que la fiebre amarilla era trasmitida por un mosquito de patas rayadas de blanco. El doctor Luis Daniel Beauperthuy, quien moriría en el Esequibo tratando enfermos de lepra… Cosas éstas que sucedieron en 1871.

Pero, la lepra, hasta ha sido utilizada como mecanismo político para fortalecer un régimen dictatorial, En 1946 en la leprosería africana de Mikomeseng, las autoridades franquistas metieron a los 4.000 enfermos de lepra de la Guinea Ecuatorial Española y la leprosería se transformó casi en un campo de concentración. Un ensayo publicado en 2016, por la profesora Benita Sampedro, de la Universidad de Hofstra en Nueva York, describiría la leprosería de Mikomeseng, como “un miniestado autocontrolado y totalitario”. La dictadura franquista utilizaba la leprosería para hacer propaganda del régimen en un intento de legitimarse internacionalmente a través de su supuesta obra social. Como ven siempre han existido dictaduras que se aprovechan de las miserias del pueblo…

Luis Daniel Beauperthuy a quien le llamaban "el médico de Cumaná" en su afán de curar la lepra estuvo viviendo en un pueblo de pescadores en la orilla del río Esequibo viajando a diario hasta una islita para atender a los leprosos, durante muchos meses hasta que falleció. Sus restos se quedaron allá, en lo que fue la Guayana inglesa y ahora es territorio en reclamación, que seguramente ya perdimos... 

Quería que recordasen estas cosas, porque son nuestra historia, frecuentemente triste y que deja un amargo sabor, pero es nuestra, y debemos conocerla…

Maracaibo, lunes 8 de noviembre del año 2021, recrudeciendo la pandemia de Covid 19-

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