sábado, 26 de diciembre de 2020

El último organito

El último organito

He recordado hoy a mi colega patólogo Gustavo Zanelli, por allá lejos en Olavarría y ahora en Navidad he querido compartir con él y con ustedes y la historia del autor de, “el último organito”. Ya lo hice en 2016 por lo que regreso en 2020 a relatarla, y aquí va…

Hace unos días volví a escuchar a Joan Manuel Serrat cantando un tango que se me quedó dando vueltas por unos días en la cabeza, quizás por el gemido de un bandoneón de fondo y no cesó, hasta que decidí averiguar quién era “el ciego de Carregio” que fumaba y fumaba en el umbral… Cualquiera va a pensar que estoy desvariando para que un tango cantado por un catalán me haya gustado… Bueno, siempre existe el refrán de “sobre gustos y colores no han escrito los autores”, pero en fin, les pudo sugerir buscarlo con la magia de youtube y si pueden oírlo, que cada quien decida si le gustó o no… 

 Este Serrat, que en el CD se hace llamar Tarres, es quien “nació en el Mediterráneo”, el mismo de “Penélope con su bolso de piel marrón” en el andén y el de la “Señorá” y el beso aquel, el del infierno… ¿Qué le va usted a hacer? Quien, por cierto,  para esa época, joven aún, también cantó Cambalache, de manera que en esos tiempos aún no andaba con Joaquín Sabina, pero ya era Serrat.  A mí, sencillamente me dieron ganas de compartir hoy con ustedes esta historia de, el último organito, ya lo hice en 2016 y me he atrevido nuevamente en 2020 en días navideños a “echarles este cuento”…

Hace muchos años, en la segunda década del siglo XX, un chico que hacía poco había llegado desde un pueblito de Santiago del Estero, Añatuya; era otro de los alumnos en el colegio Luppi del barrio de Pompeya en Buenos Aires, y el niño extrañaba el terruño y la familia. Atrapado en el rigor de los estudios y la disciplina, su única diversión –en la tristeza de los atardeceres del otoño porteño, cargado de garúas y cerrazones– era atisbar el pasaje del tren desde la ventana del cuarto que compartía con otros alumnos, y verlo luego perderse en una curva cerrada y misteriosa... Así describió hace varios años, Emma Funes, la historia de Homero Nicolás Manzione Prestera, quien muchos años más tarde escribiría en verso el recuerdo de aquellas vivencias infantiles  y lo titularía “El misterio de adiós que siembra el tren."

Homero Nicolás fue el quinto hijo de Luis Manzione, modesto hacendado, y de Ángela Prestera, entrerriana de Concepción del Uruguay, y llegaría a tener ocho hermanos. Se había criado en Añatuya, provincia de Santiago del Estero, y hasta los nueve años vivió en su terruño cuando tuvo que dejar su pueblo para trasladarse con su madre a Buenos Aires en tanto el padre continuaría trabajando en Añatuya donde regresaría toda la familia siempre en las vacaciones. Su infancia en el barrio de Pompeya lo puso en contacto con la cultura del arrabal porteño, aunque su filiación del interior y sus recuerdos, siempre los tuvo presentes hasta llegar a firmar con el seudónimo Arauco ("rebelde" en quechua), para enfatizar su afinidad con la identidad santiagueña.

Homero Nicolás, todavía adolescente, concebirá sus primeros poemas. Poco después, ya será amigo de Raúl y Enrique González Tuñón, de Leónidas Barletta y de Nicolás Olivari, jóvenes escritores que comenzaban a buscar un camino literario renovador y sensible a lo social y a los temas nacionales, e integraría con ellos el grupo de Boedo, que tomó el nombre del barrio donde se reunían, contrapuesto al grupo de Florida, más cosmopolita y vanguardista. José González Castillo, padre de Cátulo, será para el joven Homero Manzione el enlace entre la poesía y el ámbito de la música típica.

El tango estaba en el apogeo de su primera etapa como música del suburbio, sin haber llegado todavía a su momento de mayor esplendor y fue en ese tiempo, en plenos años veinte cuando Manzi se integrará con Enrique Santos Discépolo, Cátulo Castillo y Enrique Cadícamo, el trío más brillante de los letristas que estimularon la renovación del tango que llegaría a su esplendor en los años cuarenta. Estudiaba Derecho Homero, cuando fue expulsado de la Facultad por su militancia política, al participar en la resistencia radical contra la dictadura de Uriburu. Llamada "la década infame" (elecciones fraudulentas y gobiernos corruptos) que llevará a Homero Manzi a decepcionarse de la política partidista integrándose en la Fuerza de Orientación Radical,  grupo integrado por brillantes intelectuales visionarios, con la esperanza de cambios genuinos para la Argentina. La estrella naciente de Juan Domingo Perón justificaría la esperanza de Manzi, insertándose en el movimiento de masas que estaba surgiendo.

 


Homero Manzione
se ganó la vida durante muchos años como profesor de Castellano y Literatura. Ejerció como periodista, y Crítico, participó del mundo del espectáculo escribiendo para el teatro y el cine. En colaboración con Hugo Mac Dougall, Manzi redactó el argumento de Nobleza gaucha, filme de 1937, con Olinda Bozán. La misma dupla concretará en 1940 el libro de la película Huella, basada en la novela Facundo, de Sarmiento. En el año 1945, junto a Ulises Petit de Murat crearon el argumento de Pampa bárbara, con un elenco encabezado por Francisco Petrone y Luisa Vehil. Con el mismo escritor ideará Donde mueren las palabras, en 1946. Con su firma le dio argumento a otras películas: en 1947, Pobre mi madre querida, con Hugo del Carril, Emma Gramática y Aída Luz. Y en el año 1950 El último payador, también con Hugo del Carril. 

Pero lo que ha perdurado de Homero Manzi ha sido su poesía en forma de tangos. ¿Quién puede no ser sensible al encanto de "Viejo ciego", o "Milonga sentimental"? Y sigue vigente la evocación de tangos como "Mañana zarpa un barco", "Che bandoneón", "El pescante", "Betinotti", y "El último organito", del que trata este breve relato. Su “Milonga del 900” (1932) marcó la renovación del género, al que aportó una complejidad poética sin precedentes; la “Milonga sentimental,” fue grabada por Carlos Gardel. En 1941 compone “Malena”, con música de Lucio Demare según todos los indicios inspirada y dedicada a Nelly Omar, y en 1948 “Sur” con música de Aníbal Troilo, dos de sus tangos más famosos que se han convertido en clásicos del género. En 1949, con letra de Homero Manzi y música de Acho Manzi compuso  “El último organito”:

Las ruedas embarradas del último organito/vendrán desde la tarde buscando el arrabal,/con un caballo flaco y un rengo y un monito/ y un coro de muchachas vestidas de percal.
Con pasos apagados elegirá la esquina/donde se mezclan luces de luna y almacén/para que bailen valses detrás de la hornacina/ la pálida marquesa y el pálido marqués.

El último organito irá de puerta en puerta/ hasta encontrar la casa de la vecina muerta,/de la vecina aquella que se cansó de amar;/ y allí molerá tangos para que llore el ciego,/el ciego inconsolable del verso de Carriego,/ que fuma, fuma y fuma sentado en el umbral./


Tendrá una caja blanca el último organito/ y el asma del otoño sacudirá su son,/ y adornarán sus tablas cabezas de angelitos/ y el eco de su piano será como un adiós. Saludarán su ausencia las novias encerradas/ abriendo las persianas detrás de su canción,/ y el último organito se perderá en la nada/y el alma del suburbio se quedará sin voz./

 

 

Evaristo Carriego, poeta argentino nacido en Paraná, Entre Ríos en 1883. Su obra literaria se extendió al teatro y al cuento, dejando varias publicaciones junto a su único libro de versos editado en vida, «Misas herejes», en 1908. Después de su muerte, ocurrida en 1912, se publicó el conjunto de su producción poética con el título de “Poemas póstumos” y “La canción del barrio”. El organito y el ciego al que se refiere Homero Manzi está en un poema póstumo de Evaristo Carriego incluido en el apartado "La canción del barrio", que dice así:   

HAS VUELTO   

Has vuelto, organillo. En la acera/ hay risas   Has vuelto llorón y cansado/ como antes. El ciego te espera/ las más de las noches sentado/  a la puerta. Calla y escucha. Borrosas                                    memorias de cosas lejanas/ evoca en silencio, de cosas/de cuando sus ojos tenían mañanas,/ de cuando era joven... la novia...              ¡quién sabe! Alegrías, penas,/ vividas en horas distantes. ¡Qué suave/ se le pone el rostro cada vez que suenas/ algún aire antiguo! ¡Recuerda y suspira!  Has vuelto, organillo. La gente/ modesta te mira/ pasar, melancólicamente./   Pianito que cruzas la calle cansado/ moliendo el eterno/ familiar motivo que el año pasado/ gemía a la luna de invierno:/  con tu voz gangosa dirás en la esquina/  la canción ingenua, la de siempre, acaso/ esa preferida de nuestra vecina/   la costurerita que dio aquel mal paso. 
Y luego de un valse te irás como una/tristeza que cruza la calle desierta,/
y habrá quien se quede mirando la luna/

desde alguna puerta ¡Adiós, alma nuestra! Parece/ que dicen las gentes en cuanto te alejas.  ¡Pianito del dulce motivo que mece/ memorias queridas y viejas!  Anoche, después que te fuiste,/ cuando todo el barrio volvía al sosiego/   -qué triste-/  lloraban los ojos del ciego.

En 1948 Homero Manzi fue electo presidente de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores. Ese mismo año dirigió “Pobre mi madre querida”, sobre guion propio, y en 1950 repitió con “El último payador”. Para ese entonces, se encontraba gravemente enfermo de cáncer. Seguía escribiendo, colaborando sobre todo con Aníbal Troilo, para quien escribiera la letra de "Sur". Poco antes de su muerte compuso dos milongas —Milonga a Perón y Milonga a Evita— para Hugo del Carril. El 3 de mayo de 1951 falleció en Buenos Aires.

Maracaibo, 26 de diciembre del año 2020

 

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