jueves, 14 de junio de 2018

De No-Vela

DE NO - VELA
La salida Julen Lopetegui  de la selección española a sólo horas del primer partido de La Roja en Rusia 2018, tumba el cartel de favorito de una de las oncenas más sólidas del clasificatorio europeo. Fernando Hierro asumió tras una novela digna de los mejores culebrones de los 80’s y 90’s
Pablo A. García Escorihuela
En 1990, España se paralizaba por muy pocas cosas. Pero nada causaba el furor y la efervescencia que tenía Cristal, una novela venezolana, el cluebrón por antonomasia, la primera gran teleserie que congelaba a los españoles frente a los aparatos de televisión.
Por aquellos días, Julen Lopetegui era apenas el tercer arquero del Real Madrid. El Gipuzkoano, oriundo de un pueblito cercano a San Sebastián llamado Asteazu, no pudo ser protagonista en la Casa Blanca. No en aquella época. Jamás se imaginó lo que el futuro le depararía, 28 años después.
En aquel tiempo, Fernando Hierro ya había debutado con la selección de España. Era compañero de Lopetegui en el Real Madrid, a donde llegó después de un par de temporadas en su querida Málaga. De hecho, por aquellos meses de junio, Hierro era de los jóvenes valores que se había ganado un lugar en la oncena española que disputó el Mundial de Italia, en 1990, cayendo eliminada en los octavos de final. Eran los días de “la Furia”. Nada que ver con el tiqui-taka. Y menos para el recio zaguero. Eso no iba con sus formas.
Durante esos días, Luis Rubiales era apenas un chavalillo, un imberbe de 13 años que soñaba en Motril con jugar al fútbol. Lo hizo, eventualmente, con más penas que glorias. Una carrera plagada de lesiones le rodilla le valió el apodo de “Pundonor Rubiales”, por su insistencia, que lo llevó a jugar unas pocas veces en Primera División, después de ayudar al Levante a ascender, en un ya mucho más cercano año 2007.
Rubiales vivió las penurias que no atravesaron Hierro y Lopetegui. Fue victima de la otra cara del fútbol español, la de la segunda B, la de los impagos, la que lo motivó a dedicarse a la política dentro del deporte en lugar de seguir arriesgando sus maltrechas rodillas, con un retiro temprano a sus 32 años de edad. Se volvió sindicalista, ayudando a sus colegas, y de ahí, en diez años, se convirtió nada más y nada menos, que en el presidente de la Real Federación Española de Fútbol que sucedió al sempiterno Ángel María Villar.
Sin estar tan pendientes de las novelas como en España, un año antes, en 1989, en Estados Unidos se vivió un culebrón de aquellos, como Cristal, esos que fascinan a las audiencias españolas. Llegaba la hora de la disputa del campeonato nacional de baloncesto universitario. Los Wolverines de Michigan llegaban al torneo de eliminación directa como el mejor equipo del país. Eran el favorito. Pero a su coach, Bill Frieder, le llegaron con una oferta de otra universidad, que no pudo rechazar.
Fireder le anunció a su grupo que una vez finalizado el campeonato, no seguiría como su coach y pasaría a llevar las riendas de Arizona State. Aquello fue una afrenta insalvable para el director del programa deportivo de la Universidad, Bo Schembechler, quien iracundo le dijo a Frieder que recogiera sus cosas, que su equipo no sería entrenado “por un hombre de Arizona, sino por uno de Michigan”.
Schembechler despidió a Frieder, y designó a Steve Fischer, uno de los asistentes del coach, como el nuevo entrenador.
El vergonzoso culebrón tuvo un final feliz. Ganaron el campeonato nacional de la NCAA, y en la Universidad de Michigan, el crédito se lo reparten entre Frieder y Fischer.
Lopetegui y Hierro ya habían vuelto a coincidir. 28 años después, el ex arquero era ahora el seleccionador español, y el otrora defensor central era el Director Deportivo de la Federación. El destino los puso a todos en contra, en una retahíla de despropósitos que terminó dinamitando la candidatura de España para ganar el Mundial de Rusia 2018.
Real Madrid tocó la puerta de Lopetegui, y 28 años después de aquellos días de suplencia, no pudo decirles que no. Aparentemente, nunca se lo dijo a Rubiales, al menos eso alega él. El presidente de la RFEF se habría reunido con Florentino Pérez, y se habría acordado decir que el vasco se iría a Madrid una vez terminado el Mundial.
Pero la noticia se filtró. El Madrid no quiso más incertidumbre, y Lopetegui tampoco. Se hizo el anuncio, y “Pundonor Rubiales” sacó su lado más moralista, aunque duro e inadecuado. Decidió desde las vísceras e hizo como Schembechler. “Que Lopetegui, se vaya a Madrid”.
Poco importaron para todos, los dos años y los 20 partidos invictos del DT, que tenía plena confianza de un grupo de jugadores que ahora se aferran a la historia de Michigan, y a que Hierro, aquel que en algún momento dijo  que prefería entrenar juveniles en Málaga que a la selección, y que además de ser un magnifico motivador como icono merengue, tuvo el récord de más tarjetas rojas en la historia de La Liga (que hoy ostenta el capitán de España, Sergio Ramos) sea un Steve Fischer, para que la novela española de Rusia 2018, tenga un final feliz. El destino parece marcado, y todo les juega en contra. Un culebrón cómo para taparse los ojos, y no verla más.
En Twitter: @PabloAGarciaE
Para los aficionados al football desde
Maracaibo el 14 de junio de 2018

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