Uno del puñado de Los Cinco
La Navidad de 1855, Aleksandr Ulýbyshev, un rico y
crítico musical aficionado y su protegido de 18 años de edad Mili Balákirev, quien llevaba camino de
convertirse en un gran pianista, visitarían en San Petersburgo al compositor Glinka. De esta reunión nacería una idea y en 1856, Balákirev y el crítico
Vladímir Stásov, se plantearon una agenda nacionalista para las artes rusas, y decidieron reunir a jóvenes compositores…
Inicialmente fue César Cui, un oficial del ejército,
especializado en la ciencia de la fortificación y en 1857 se les unió Modest Musorgski, oficial del regimiento de salvavidas Preobrazhenski. En 1861 fue Nikolái Rimsky-Kórsakov, un cadete naval, y en 1862, Aleksander Borodin, un químico. En 1862, de este
grupo de cinco, Rimski-Kórsakov era el más joven, contaba tan sólo 18 años, y
Borodin el de mayor edad con 28 años. Los Cinco fueron autodidactas y se
abstenían de emplear técnicas musicales conservadoras y «rutinarias». Fueron
conocidos como “la Kuchka” (el puñado), traducido de manera diversa el término Mogúchaia
Kuchka literalmente «un poderoso montoncito». Siguiendo los pasos de
Glinka, este grupo esperaba crear una escuela de música rusa independiente,
música que utilizaría las características nativas melódicas, armónicas,
rítmicas y tonales de la música folclórica y de otras partes del Imperio Ruso
donde habían escuchado en canciones de fiestas, en las danzas de los Cosacos y del Cáucaso, en los cantos de iglesias y el repique de sus campanas, queriendo
reproducir lo que Glinka una vez denominó “el alma de la música rusa”.
¿A qué viene esto de hablar ahora de los cinco compositores rusos de
mediados del siglo XIX? Es posible que alguno de ustedes haya oído la palabra
“Kismet”,
originada de la voz árabe qismah, que significa “la voluntad de Alá”. «Kismet» (destino) del
turco llegó al inglés con ese significado. En realidad, Kismet, había sido una
obra de teatro escrita por Edward Knoblock en 1911, adaptando las melodías de Alexandre Borodin que tenían
elementos evocadores de romances y tramas, ambientadas en Oriente. Era una historia que parecía
sacada de un cuento de “Las mil y una
noches”. Los temas de la adaptación hecha por Wright y Forrest, enlazaban
las melodías de Borodin “En las estepas del Asia Central”, ”Sinfonía
nº 2”, “Danzas del Príncipe Igor”,
“Cuarteto de cuerda nº 2”, y “Nº 1”, “Sinfonía nº 1”, “Serenata de
Pequeña suite”, el tercer acto y Aria de Vladimir Galitsky ambas de “El Príncipe Igor”. Como consecuencia de
este trabajo nacería, “Stranger in Paradise”, “And this is my beloved” y “Night of my nights”, y se convertirían
en populares melodías desde el momento del estreno en Los Ángeles en el verano
de 1953 y en San Francisco en otoño de 1953. Bien. Mi historia se remonta a esa
época, cuando estábamos estudiando bachillerato, y recordé a Jesús Cupello a
quien una vez el padre Villar (un joven maestrillo jesuita con gran talento y
conocimiento musical) le escuchó silbando una melodía y le preguntó que, de
donde conocía las “Danzas polovtsianas” de Borodin… Es de una película que se
llama “Un extraño en el Paraíso”, le
respondió sorprendido Jesús… El episodio se grabó en mi memoria y por eso, hoy
quiero hablar de Borodin, quien era médico, químico y uno de los cinco grandes
músicos rusos.
Pero aclaremos primero lo de “Un extraño en el paraíso”, la película
de 1955 dirigida por Vincente Minnelli y Stanley Donen
y protagonizada por Hodward Keel, Ann Blyth, con Dolores Gray, Vic Damone, Monthy Wolley, Sebastian Cabot y Mike Mazurki..
Un califa decide vivir de incógnito entre los habitantes de su reino para saber
lo que piensan realmente, y así conoce a una joven de la que se enamora; pero
las diferencias sociales son tan profundas que el califa no sabe si debe
desvelar su verdadera identidad... Con ese argumento surgió la obra musical “Kismet” en Broadway el año 1953 y fue la ganadora del mejor
musical de 1954 e inmediatamente dio origen a la producción de la Metro Goldyn-Mayer dirigida por Minnelli el año 1955,
con la música de Aleksander Porfírievich Borodin.
Borodín nació en San Petersburgo en 1833. Era hijo
ilegítimo de Luka Gedevanishvili, un noble georgiano, que lo inscribió como
hijo de uno de sus siervos, Porfiri Borodín. Su madre de 25 años, fue Evdokia
Constantínovna Antónova apodada por el diminutivo Dunia. Su padre murió cuando
Alexander tenía 7 años pero él lo incluyó en su testamento. Alexander fue autodidacta,
aprendió a tocar flauta, violonchelo y piano. Tuvo una vida confortable y
recibió clases de piano, francés y alemán. A los catorce años ya hablaba con
soltura alemán, francés, inglés e italiano, y tocaba el piano y la flauta. A
los 15 años se inscribió en la Facultad de Medicina, y en 1850 ingresó en la Academia Médico-Quirúrgica de
San Petersburgo, donde estudió botánica, zoología, cristalografía, anatomía y
química. En 1856 se licenció y fue nombrado profesor ayudante de Patología
General. En 1858 recibió el título de doctor en medicina con su tesis “Sobre las analogías de los ácidos arsénico y
fosfórico en su comportamiento químico y toxicológico”, la primera que se
presentaba en ruso, y no en latín, en una universidad rusa. Entre 1859 y 1862,
trabajó en la universidad alemana de Heidelberg, en el laboratorio del químico
Emil Erlenmeyer, hoy recordado por el matraz que lleva su nombre. También pasó
una temporada en la Universidad de Pisa. En 1862, Borodín regresó a San
Petersburgo, donde comenzó a estudiar composición musical con Mily Balakirev a
la vez que ejercía de profesor de Química de la Academia de Medicina. Por acá
comenzó esta historia…
La trayectoria científica de Alexander Borodin osciló prontamente hacia la
química. Su vocación lo inclinaba hacia la investigación, más que hacia la práctica
hospitalaria, a veces cruel. La Academia Militar de San Petersburgo, en la cual
recibió su formación, lo integró prontamente a su cuerpo de investigadores y
docentes. Su investigación sobre los aldehídos transformó a Borodin en una
verdadera autoridad en la materia, hasta el punto de compartir con
Charles-Adolphe Wurtz, científico alemán, el mérito de descubrir la reacción
aldólica. En 1858 publicó su investigación sobre Analogía del ácido arsénico
con el fosfórico, la que le valió reconocimientos internacionales. Fue un
profesional excepcional en todos los campos, pero en la práctica sobrepuso
voluntariamente su actividad científica a la musical, a la que dedicaba
solamente su tiempo sobrante. De tal manera, se autodenominaba músico de
fines de semana.
El carácter exiguo de la producción musical borodiniana que ha perdurado,
tiene su origen en el reducido tiempo que dedicaba a la creación. Se le conocen
tres sinfonías tradicionales, inconclusa la tercera, canciones aisladas y dos
inefables cuartetos de cuerda, entre los que destaca el segundo, verdadera joya
melódica y contrapuntística. “En las estepas del Asia Central”, su obra maestra, describe el lento y progresivo encuentro de dos
caravanas, representadas con armónicos del primer violín y el corno inglés. La
ambientación de la obra, su creciente tensión dramática y, sobre todo, la
belleza melódica que asoma constantemente, la hacen comparable con la Noche
en el monte Calvo de su amigo Modest Mussorgsky o “La gran pascua rusa”,
de Nicolai Rimski-Korsakov. La reducida producción musical de Borodin alcanza
su clímax en su ópera “Knyas Igor” (El príncipe Igor) y,
particularmente, en las famosas danzas de los pólovtsy o danzas
polovetsianas . No existe un episodio de ancestro más nacionalista que esta
imborrable mezcla de ritmos, sonidos y sensualidad, que tan pronto llama a la
guerra como a la paz. En un baile de disfraces que ofrecía en su residencia,
fue súbitamente víctima de una apoplejía que le arrebató la vida en medio del
proceso de creación de su tercera sinfonía.
Maracaibo 12 de diciembre 2017
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