sábado, 17 de septiembre de 2016

Los Sefarditas de Coro



Los sefarditas en Coro 

Al decretar Bolívar la Libertad de cultos en 1821, los judíos de Curazao habían comenzado a emigrar a Coro a petición de la Casa de Orange-Nassau para que ayudaran a establecer el comercio formal entre el Reino de Holanda y Venezuela.  En 1827, un grupo de judíos provenientes de la colonia holandesa de Curazao emigraron a Coro, pero veintiocho años más tarde, con una economía en ruinas y el desempleo sin ningún tipo de controles, comenzó la xenofobia  y el resentimiento contra los extranjeros entre los habitantes de la ciudad de Coro quienes culparon a los comerciantes judíos de la crisis. La ciudadanía expulsó a toda la población judía, 168 personas, de vuelta a Curazao. Esta fue la primera vez que un grupo de judíos había sido expulsado de un territorio en América. Ya en 1831 los residentes de Coro protestaban el rápido avance económico de estos en la región, mientras el gobierno conservador del general Páez amainó las protestas imponiendo en 1832, un impuesto exclusivo a los importadores y mercaderes judíos.

En 1835, tras la reacción de los comerciantes judíos, el gobierno del presidente Vargas cambió el régimen tributario para que todos los extranjeros y no solo los judíos pagaran el impuesto, dos veces más alto que el correspondiente a los nacidos en Venezuela. A pesar de esto, los negocios de los judíos siguieron prosperando y la hostilidad siguió creciendo en la población a medida que se deterioraba la situación económica. Alrededor de 1840, el gobierno de Coro y la guarnición militar, comenzó a pedir préstamos libres de impuestos a la comunidad hebrea. Los “préstamos” se convirtieron en “contribuciones voluntarias”. El gobierno del general José Tadeo Monagas en Caracas temeroso de un alzamiento en Coro, ordenó a los extranjeros de esa ciudad a no pagar las “contribuciones” que se les pedían. Los judíos hicieron como se les pidió. En enero  de 1855, las tropas de Coro fueron dadas de baja porque no había dinero para pagar la nómina, y al día siguiente, circularon  panfleto por la ciudad con abiertas amenazas contra los extranjeros,  otros, dirigidos específicamente contra los judíos y se hablaba de  “la distorsionada avaricia” de los judíos ante la “miseria y desesperanza” del pueblo. En panfletos se alegaba que “muchas hijas de Coro, antes modelos de virtud, habían sido prostituidas por los judíos” y se exhortaba a que estos abandonaran la ciudad, y dos noches más tarde, hombres armados se apoderaron de las calles de Coro, disparando a las casas de los judíos, tumbando las puertas y saqueando las tiendas”. Los militares terminaron matando la gallina de los huevos de oro y el 10 de febrero de 1856, el último judío abandonó Coro en un barco enviado por el gobierno holandés de Curazao para rescatar a sus ciudadanos. Un panfleto circularía ese día en Coro informando con alegría “vemos nuestra tierra libre de sus opresores. . .los judíos han sido expulsados por el pueblo.”

El gobierno colonial de Curazao protestó fuertemente la expulsión porque dañaba el intercambio comercial, y El Reino de Holanda exigió compensación por las pérdidas económicas de los judíos y su retorno seguro a Coro, reclamando además la Isla de Aves como suya. Los holandeses bloquearon el puerto de La Guaira con una flota de tres buques de guerra enviando un ultimátum al gobierno venezolano para dar respuesta a sus peticiones sobre la soberanía de la isla de Aves y “negociar” los términos de las indemnizaciones a los judíos expulsados de Coro. El 23 de marzo de 1856 se firmó un protocolo entre el gobierno de Venezuela, el cónsul holandés y el cónsul británico, Richard Bingham, que retiró el ultimátum presentado por Holanda y los navíos de guerra abandonaron aguas venezolanas. También estableció un periodo de tres meses para llegar a un arreglo entre Holanda y Venezuela, y de no suceder, llevar las negociaciones al Tribunal Internacional de La Haya en Holanda.  

La lucha diplomática continuaría, hasta que dos militares venezolanos confesaron haber escrito los panfletos incendiarios y antisemíticos en 1855. El general Rodulfo Calderón, señalado como uno de los principales cabecillas de los motines antisemitas fue reducido a prisión entre mayo y agosto de 1855. En ocasión de su defensa, Calderón alegó que si bien era el autor de varios pasquines donde figuraba la exhortación de «mueran los judíos», ello era “justificable por la libertad de expresión que existe en el país”. Finalmente, el apoyo que le brindaría en ese sentido, el general Juan Crisóstomo Falcón, indirectamente involucrado en los acontecimientos, permitió su puesta en libertad y ser absuelto de todos los cargos en su contra. Dos años más tarde en agosto de 1857 con el apoyo de los consulados de Inglaterra y Estados Unidos, se llegó a un acuerdo con el gobierno de Venezuela. El 6 de mayo de 1858 el gobierno aceptó pagar los daños y garantizar el retorno de los judíos exilados, por lo que ese mismo día un nuevo panfleto circuló en Coro diciendo: "El pueblo de Coro no quiere a los judíos. Fuera, váyanse como perros; y si no se marchan pronto los zamuros van a disfrutar con su cuerpos." A pesar de estas amenazas algunos judíos volvieron bajo la escolta del nuevo gobernador militar, aunque menos que los que se fueron, y hoy día muchos de ellos se quedaron y yacen en el Cementerio Judío de Coro , Monumento Nacional desde marzo de 2004, siendo el más antiguo aún en uso en América del Sur. 

En junio de 1902 ocurrió otro episodio de antisemitismo en Coro durante el gobierno del general Cipriano Castro. Los judíos buscaron asilo en Curazao, el cual fue otorgado por el gobernador de la isla, J. O. de Jong van Beek quien envío un buque de guerra a protegerlos. De regreso a Curazao el buque trasladó a ochenta mujeres y niños a bordo. En julio de ese mismo año, el mismo barco fue enviado a La vela de Coro por el resto de los judíos, y tan solo unos pocos se quedaron allí para proteger las propiedades de los exiliados.

El resultado final, cerrándose el siglo XIX, fue la presencia, pequeña y poderosa, de contados apellidos sefarditas que, tras fuertes uniones endogámicas, formaban una especie de gran familia. Pero la endogamia no funcionó como garante de preservación étnica ni religiosa. La comunidad sefardita coriana vivió en forma acelerada, a partir del último cuarto del siglo XIX, un proceso de cambio cultural que culminó en la pérdida del patrón de identidad religiosa y la asimilación al catolicismo. En forma gradual se dio la pérdida del imaginario del grupo, traducida en la ausencia de una práctica religiosa cotidiana, al no haber rabino; en el olvido de las lenguas madres, el lenguaje y tiempo religioso; desaparición de usos, costumbres y culinaria; hibridación de la identidad personal al imponerse nombres del santoral católico. Todo ello se visualiza en las lápidas y estatuaria del cementerio judío de Coro, que plasman con fuerza un llamativo sincretismo religioso. La memoria oral ha permitido detectar indicios de una religiosidad que pudiera asimilarse al cripto judaísmo, quizás residuos de ancestrales mecanismos de resistencia; usos y costumbres posiblemente derivados de mecanismos de simulación o de aparente alianza con el grupo dominante. Finalmente, individuos y familias independientemente de su pasado y posicionamiento económico y social optaron por soluciones diversas que derivaron en la dispersión de la comunidad. Los proyectos de vida resultantes del cambio cultural tuvieron como común denominador la conversión a la fe católica, en la mayoría de ellos sin desconocer sus raíces.

Maracaibo, 18 de septiembre del 2016

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