sábado, 27 de junio de 2015

Cuando tuve la suerte de conocer a Natascha




     Cuando tuve la suerte de conocer a Natascha
Esa noche serena conversaría allí con Natasha, y Anabella quien había decidido llamarla, la rusa, o más despectivamente, la funcionaria, le dedicaría unas cuantas indirectas sobre la base de su supuesta coquetería, inadmisible para ella en una señora que ya era abuela. Ese detalle, no sé por qué, pareció impactarla. Una abuelita linda e inteligente, eso pareció provocarle un corto circuito neuronal... Simultáneamente, yo me entusiasmaría más y más atendiéndole a su charla de ametralladora checa y a sus ojos de gacela y asimilando sus ideas drásticas pero prístinas sobre un comunismo radical. Decía las cosas con un mohín en el lunar sobre su labio, sus colmillos superiores eran algo prominentes, ¡uf!, ¿y qué tal la arañita vascular sobre la ceja? Pequeño vestigio de un Gorbachow en ciernes, eso le dije y le causó bastante risa... Era un hecho evidente que Eduardo Imaz estaba en la misma onda, zumbando como un abejorro en el panal de los encantos de la bella Natasha. Pronto llegó Anabella y se situó a mi lado. Alicia para mi tranquilidad se mantuvo sentada en el salón, cerca de los mesones de comida y entonces fue cuando hablamos interminablemente, ininterrumpidamente y más que nadie, Eduardo y Natasha quienes como dementes no cesaban de cotorrear sobre todas y cada una de las cosas de este y del otro mundo, al este y al oeste del telón de acero, tan cerca y a la vez tan lejos de Mayami, desde aquí, desde la tierra de Martí. Escuchándola hablar sobre la política y el proletariado mundial, sobre la importancia del internacionalismo activo y militante, yo pensé nuevamente en el paquete y me volví a sentir como si fuese una especie de espía de medio pelo, ignorante del rol que desempeñaba, ¿en una supuesta conspiración?, ¿un plan urdido por el narcotráfico internacional?, o quizás, ¿por una legión de gusanos?, o probablemente era sólo mi imaginación... ¿Cómo saberlo? Anabella estaba enviándome mensajes codificados desde el verdor de sus hermosos ojos y no podía dejar de preocuparme, pensando en que probablemente nos habíamos metido en un berenjenal y saltábamos haciendo cabriolas, como peleles, ante Natasha. ¿Qué peligro corríamos?, quizás tener que enfrentarnos con la KGB o con los servicios de inteligencia cubanos. ¿Transmutados en una hermosa mujer? Natasha, la rusa. Entretanto la luna había ascendido y asomada entre las nubes se reflejaba cabrilleando en el mar. Desde dentro, el sonsonete del montuno repicaba en los cristales de puertas y ventanales. Natasha entornó sus párpados. Romy Schneider me dije recordando a Sissi la emperatriz que habitaba en el palacio de Schombrun. En ese instante ella miraba a Eduardo inquisitivamente y luego con aire de misterio nos dijo quedamente.
-El tiempo es Krisna, pero para los chinos es el yiking y el iching. El tiempo mueve todos los ejes, pero es inmutable. El tiempo es el que le da sentido a nuestras vidas...
Yo estaba más que anonadado, en realidad vivía un estado temporal de extasiada idolatría. Quizás notando mi embeleso por la escultural funcionaria cubana, Anabella decidió interrumpirla y con aplomo sentenció.
-Ay mija, Albert Einstein ya definió la dimensión desconocida desde hace añales, y con fórmulas matemáticas él ya precisó todas esas cuestiones del tiempo y del espacio...
Yo me preguntaba si era el hecho de parecer una diosa de alabastro el motivo que provocaba el embeleso de Eduardo Imaz. ¡Rayos! Definitivamente ella le coqueteaba. Él sonreído, tan sólo murmuraba, un qué se yo sobre la masa, sobre la luz y su velocidad al cuadrado mientras Natasha sin inmutarse continuaba ante él, frente a todos su plática embriagante.
-Cada una de nosotras, quizás somos sólo las facetas, como los lados de extrañas figuras geométricas, poliedros construidos con el tiempo y las vidas de cada quien y al mirarnos en ellas reflejados, concienciamos como son esas facetas donde todos estamos, muchos en una, atrapados. Somos partes de un todo, trozos, reflejos o quizás fragmentos de un sistema imperfecto, que tiende permanentemente a la desorganización y todo esto a pesar de la física y de las leyes que controlan el Universo, porque vaya, si la vida existe es porque hay muerte, la entropía...
Anabella trató de interrumpirla y ella le dijo.
-Espera Anabella, espera, porque la vida, la tuya y la mía también están reflejadas en este sistema geométrico. Están cautivas, presas, como partes de un todo cosmogónico. Las vidas son como líneas entrecruzadas, la imbricación de unos triángulos, los hilos entrelazados, el ovillo hasta llegar al mandala.
Entonces fríamente le respondió Anabella.
-¿Te refieres a la Stella del Universo? ¿Al ombligo del mundo? ¿Tú quieres decir que cada quien es el ónfalos de su propio cosmos?
Yo tuve que reírme sorprendido ante las preguntas de Anabella e intervine diciendo algo así como...
-Pienso que las cosas dependen de cada quien, y de donde tú estés. Claro está que también cada uno mira a su propio universo de un modo muy personal...
-¿El color del cristal con que se miren las cosas? ¿Es eso lo que dices tú Marcelo?
-Sí, más o menos es eso, Anabella querida, pero en cierto sentido más que un cristal que colorea el entorno, dependerá del ángulo de tu visión, de ese sitio que en ocasiones existe en el espacio de un instante, como el Aleph de Borges, pero no todos tendrán la suerte de encontrar ese rincón y mirar desde allí. Es algo que puede perseguirse de por vida, es como el punto vélico, ese que logra equilibrar todas las fuerzas que tironean del velamen de una goleta en alta mar. Ese cruce de todos los caminos tiene mucho que ver con el tiempo, bien lo decía Natasha, o, ¿quizás con los espejos?, puede que sea con eso que denominan, ¿el destino?
Anabella parecía extasiada y como noté que me miraba queriendo interrumpirme, yo la deje acotar.
-Hablas de Borges, pero existe otro escritor, otro argentino a quien yo admiro emocionadamente, ¿cómo te digo?, ahora lo estoy pensando con todo esto del tiempo y de los hilos enredando el mandala, ¿te digo?, es Julio Cortázar.
Eduardo con aire pensativo le preguntó a Natasha.
-¿Es cierto que Cortázar siempre fue muy amigo de la revolución cubana?
-Y de todos los movimientos progresistas.
Le respondí yo interrumpiendo la afirmación de ella. Luego volteando a mirar a la hermosa Anabella, le comenté.
-Cuanto me alegro que coincidamos nuevamente compañera maracaibera, debo decirte que Cortázar es uno de mis escritores preferidos.
Natasha acercó su rostro a Eduardo Imaz, ella tenía un cigarrillo en la boca y le entregó su pequeño yesquero mientras decía entre labios, insinuante.
-Ese enredo de Oliveira en Rayuela es exactamente lo mismo que estamos discutiendo en este instante, yo insisto en que la vida tiene un profundo sentido cosmogónico.
-Sí Natascha.
Anabella lo dijo rápidamente aprovechando cuando "la rusa" aspiraba su cigarrillo turco y prosiguió.
-Yo me pregunto si tú conoces un cuento que vincula a Cortázar con el Che y con Fidel. ¿Tú has leído "La Reunión"?
Natasha le respondió prontamente.
-Si querida, es un relato hermoso, lleno de imágenes reales y a la vez de una insensatez tal, que los hechos sólo pueden explicarse porque fueron así, es la verdad presentada por Cortázar como una pieza surrealista.
Anabella pareció no estar complacida con su respuesta y terció.
-Más bien yo diría que el cuento de Cortázar es un relato homérico. ¿No te parece a ti Natasha que toda la revolución es como una epopeya?
Yo notaba la pugna de mi joven amiga literata enfrentada a una Diana cazadora, que tomaba las riendas con un dechado de embrujadora destreza.
-Para quienes la hemos vivido, es difícil asumir la revolución como un poema.
Natasha se detuvo un instante, exhaló por su linda nariz dos nubes de humo y continuó.
-En ocasiones tenemos que vivir situaciones que son muy difíciles, pero son, como te dije sobre el cuento de Cortázar, son esas cosas que nos ocurren, que sabiéndolas reales nos resultan tan kafkianas que tú te dices, ¡vaya esto parece un cuento!
Entonces volvió Anabella a la carga.
-Es la metamorfosis de todo un pueblo, facilitada por estar en una isla, es como vivir en el cuarto de Gregorio Samsa, aquí mismito, adentro, aisladas, se protegen la cucarachas, pero ustedes son adversados por el peor Calibán de la historia, ¡nada menos que por el imperialismo yanqui!
Decidí intervenir rápidamente y les pedí que regresásemos a Cortázar. Eduardo estaba ya totalmente hipnotizado por Natasha, no sabía yo si era el efecto del humo de su cigarrillo de tabaco negro o era algo embrujador que prefería creer producto de los mojitos o de la yerbabuena con zapote mamey. Dije entonces, creo que comenté algo así...
-Quizás una de las cosas que más me gustan de Cortázar es lo elaborado de sus juegos mentales, juegos que están escritos, dentro de esa obsesión por perseguir lo inaccesible, el aroma de misterio que exudan sus relatos, el claroscuro de su gramática transformacional, llena de anagramas y de palindromas, con esa propensión a cosificar a cualquier individuo.
Anabella me interrumpió para decir dictando cátedra.
-Opuesto totalmente a Felisberto Hernández quien siempre vivificó las cosas, ¿es o no es cierto?
Dejó la pregunta en el aire con erudita picardía. Pensé que ella estudiaba el efecto que sus palabras, una a una, lograrían sobre la dama rusa. Ante tal situación decidí adoptar una pose parsimoniosa y le respondí a mi joven amiga, como si fuese yo un viejo catedrático de lengua, ¿o de chachachá? ¿Tal vez el profesor Ruiz Ras?
-Blá, blá, blá, en realidad son estilos diferentes, aunque ambos autores sean unos expertos en eso de escribir un cuento. Es cierto lo que tú dices sobre las cosas cuando son vistas por el escritor uruguayo, pero los personajes de Cortázar a mi modo de ver, viven en un plano más universal, son como el tiempo mismo, son infinitos. Puede que duren tan sólo un instante, quizás el de estrellarse contra un árbol en el camino de Kinderberg, o la prolongada obsesión de Johnny el negro saxofonista persiguiendo el tiempo, ¿o el jazz?, asediado por la droga y por los años, o el mágico momento cuando Alina Reyes, sobre el puente de los leones entre Buda y Pest, allá sobre el Danubio, es abrazada por la mendiga y entonces se identifica con ella, se consustancia con ella para siempre jamás...
Me interrumpió Anabella aplaudiéndome y diciendo, ¡bravo, bravo!, bien por mi dóctor, y yo, me sentí más que cortado, sorprendido por su explosiva expresividad, espontanea, estentórea, ¿juvenil?, ¡vaya con la muchacha maracucha! Sólo atiné decirle que quizás cuando llegase a tener mi edad, vería lo necesario de perseguir siempre un Aleph y no sé qué estupideces dije porque me sentí viejo, balbuceando sandeces, queriendo alternar con jóvenes, quizás demasiado capacitados para aceptar mis disparatadas disquisiciones culturosas. Hice silencio y de reojo observé la sonrisa de Natasha, noté su mano sobre el brazo de Eduardo y entonces ella me miró con ese impresionante parecido a Romy Schneider. El humo de su cigarrillo hacia volutas de un azul blanquecino, plateado por efecto de la luz de la luna, arqueó la ceja y noté el arabesco bermejo palideciendo, ¿Gorbi?, seiscientos sesenta y seis, el signo del anticristo, ¿la mancha rebelde? El resplandor de sus pupilas de gacela estaba cuajado de misteriosa simpatía, ellas despedían un extraño fulgor con tonos grises y destellos magenta, tal vez de un malva indefinido...  Entonces me sonrió, ¡a mí solo!, y me sentí su cómplice, ella y yo como si no existiese más nadie en todo el universo. Sentí un susto, casi un miedo interior, porque solo quería en ese instante arrojarme a sus pies, adorarla, contemplarla así con esa velada y hechicera sonrisa bajo el resplandor plateado de la luna. En ese instante apareció, como era de esperarse, Alicia, la inefable guardiana de mi destino preconcebido en este viaje singular. ¡Nos vamos ya! Lo dijo autoritariamente y en menos de media hora, ya estaba aquí, sentado, cuartillas por delante, sintiéndome obligado a escribir como si fuese Pedro Camacho el boliviano fabricante de folletines radiales, y me inclino a creer que muchas de estas cosas que relato no son reales y que tal vez todo lo vivido lo he soñado... Sueño que estuve en esa reunión, cabeceo durmiéndome sentado y sueño que estoy aquí, de estas prisiones cargado y pienso que son cadenas las que me han de pesar en una mazmorra del Castillo del Morro, pues me temo he servido de correo a planes subversivos, los desconozco pero seguramente se relacionan con el narcotráfico, con alguna incierta conspiración, tal vez con una sombría intención desestabilizadora... Yo no quise hacerlo, me digo que no soy culpable, yo no fui... Cerré los ojos y soñé que existía en otro estado más lisonjero, al fin y al cabo que, ¡rayos! ¿Una ilusión? Una sombra, una ficción y el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño y los sueños, ¿sueños son? Casi me duermo escribiendo y no obstante creo que puedo revivir escenas de los minutos finales, cuando veníamos regresando, Natasha al volante. Algunas de las cosas que conversamos hace un rato... La fiesta suspendida por real mandato de mi estimada doctora Barrera... Quizás, posiblemente esa suspensión fue una correcta decisión. Mañana me corresponde hablar ante una audiencia de expertos. A las once dictaré mi ponencia sobre los leucocitos asesinos en el SIDA. Lo cierto es que en su cochecito polaco, íbamos como sardinas en lata Alicia y Anabella en el asiento trasero y yo disfrutando del perfil de Natasha, cuando mi joven compañera volvió a la carga con el tema de lo real e imaginario y el barroco. Me sorprendió la Romy Schneider comentando con todo aplomo entre un cambio de velocidad y otro algo así como...
-Lo imaginario puede que sea real y en la literatura no es necesario que lo real sea críptico para que te logre cautivar. Algo escrito por Nietzsche o por Jorge Luis Borges no es tan complicado y no obstante puede encerrar profundidades difíciles de bucear, simples en su estilo pero complejas para descifrar. Más allá del juego de las apariencias y del reflejo de las imágenes en los espejos, de lo invisible, de eso que Marcelo dice está oculto en un rincón oscuro, más allá de todo eso, está la esencia de cada autor, lo que cada quien quiere significar y el escritor puede ir y regresar de lo real maravilloso a lo irreal y humano, quizás diciéndonos con su trabajo como el alma de un poeta puede vivir eternamente. Un poeta o un escritor de verdad pueden lograr eso. La aspiración de cada artista siempre ha sido una sola, vencer a la muerte.
Yo estaba espabilado, había calculado que nuestra hermosa abuelita, funcionaria, erudita, pasionaria, comunista poco ortodoxa, adoradora de Fidel, era todo eso y más, pero no imaginaba que poseía esa pasión para defender la poesía y la autoría intelectual de cualquier ente. Estas reveladoras expresiones, señalaban que mi funcionaria, mi rusa, mi estatua alabastrina, mi Diana cazadora, pudiera ser no tan sectaria como ella misma decía ser. Tal vez ella solo trata de ofrecernos la imagen de una mujer estricta, parece estar preñada de ideales y al final como que se nos vuelve, ¿pura prosopopeya bolchevique? Ella con su propaganda comunista y su fanatismo internacionalista explayado ante nosotros quienes la estábamos conociendo por primera vez... Una esperanza parecía existir de qué ella fuese accesible, eso me dije yo, ¿podría ser vulnerable? Si ama la poesía, me dije, puede ser ella el ser humano que me ayude en el trance de este lío que pareciera estar naciendo alrededor del paquete bendito y los pequeños trozos del misterioso microfilm. ¿Atreverme con ella a hablar? La funcionaria, resulta que tiene alma de poeta. ¿Qué me puede ocurrir? Pensé estremecido en los horrores de la Siberia y el archipiélago de Gulag, imaginé a la KGB en el tropical ambiente caribeño. Anabella le hablaba desde el asiento trasero…
-Lo que tú dices es muy cierto, tú te refieres a la otredad, ese ser otro y ser uno a la vez y ser todos, eso que posee el escritor, que es parte de cada artista, eso que tiene cada autor, una especie de poder transformarse en otro ser, una segunda naturaleza, como la creada por Lezama. Las obras de arte son... Mira te lo voy a decir parafraseándote a José Martí: "el arte, decía el apóstol, no es más que la naturaleza creada por el hombre.
-¡Vaya niña!, que buena está la cosa, está muy bien que tú me respondas con una cita de Martí. ¡Óigame caballero! Esta jovencita de tu tierra, Marcelo, ¡es pura candela! Entonces yo traté de regresar al tema central.
-El hombre, es un animal de costumbres, el hombre, crea, pinta, escribe y hace todas esas cosas que llamamos el arte, pero está obligado a adoptar una posición en el devenir histórico y la historia se hace sobre los restos de lo que va dejando el hombre, sobre las ruinas de sus ciudades, de sus creaciones suplantadas por la acción devastadora del hombre mismo. Crear y destruir, hasta ir acabando con este planeta tierra. Así es la historia, cíclicamente registra muerte y destrucción. Sobre estas crudas realidades, como una rosa en el desierto, lo único que se alza, es la poesía, es el arte, es la creación de la mente...
Anabella me interrumpió, afortunadamente, porque no sé qué derroteros pensaba yo tomar, con los dislates que decía en mi locura, mirando el perfil de aquella bella criatura al volante. Creo que en el fondo, pensé en Alicia, hundida en el asiento de aquella lata de sardinas polaca, su silencio me preocupaba un tanto, pero no quería voltearme a mirarla para no tropezarme con algún guiño fuera de tono o para no verla como creía debía estar, la mismísima bella durmiente del bosque esperando el beso de su príncipe azul que ella soñó... En ese momento Anabella expresó su opinión contundente.
-Eso de la destrucción y la creación humana trae a colación el tema de la revolución cubana. Sin duda, -prosiguió Anabella, -este sistema está fundado, asentado, sobre la dialéctica marxista del castrocomunismo en América, sobreviviendo en estos días gracias a la ayuda soviética, paño de lágrimas de los cubanos habitantes de esta isla cercada por el imperialismo yanqui. Pero, chica, ¿dime por qué no terminas de aceptar la cruda realidad de que los beneficiarios de este sistema político están pasando las de Caín? Yo siento como si fuesen nuestras, todas las privaciones y las necesidades que soportan los compañeros cubanos. A mí me impresiona tu tranquilidad. ¿Por qué no las ves tú? Aquí estamos sobre las ruinas de La Habana, ciudad que representa un sistema diferente, pero yo te pregunto de nuevo, Natasha. ¿Esto es el máximo de la felicidad que el nuevo orden de ustedes le ofrece a tu gente? Bien están las conquistas sociales y la educación y la asistencia hospitalaria gratuita, pero dime, ¿podemos discutir ahora el tema de la libertad? Yo por ejemplo quisiera hablar la verdad de cada quien, de la oportunidad que cada cubano pueda tener para disentir.
En silencio, yo no salía de mi asombro ante la descarga de Anabella, no era la brigada ligera a la carga, ¡era plomo del grueso lo que lanzaba la carricita! Natasha con seriedad y muy pausadamente le respondió.
-Esos individualismos, que no tienen nada que ver con la poesía, ni con el arte, que era el tema del que hablábamos, esos resabios reaccionarios que se perciben en tus preguntas son los que nosotras hemos superado. Tú no lo entiendes chiquita, porque eres de otro mundo, tú eres parte de un sistema cruel, capitalista, individualista, burgués y explotador que sólo sirve para que cada quien se beneficie a costillas de los demás. Un grupito que vive mientras la mayoría padece.
Anabella volvió a interrumpirla.
-Pero Natasha por favor. ¿Tú no has oído hablar del libre albedrío? ¡Cómo te explico lo que significa la libertad de cada individuo, por separado! Tú hablas del arte y de la creación, pero ¿cómo puede florecer la creatividad en un sistema que restringe el pensamiento?
Yo le atendía los dos puntos de vista, pero estaba sorprendido. Me parecía extraño escuchar a Anabella, la misma de las canciones de Silvio y de Pablito, con sus lecturas de Martí, Guillén, Lezama y Carpentier, con el fidelismo de su padre el guajiro zuliano Antonio Julio, en su más plena e ilusionada juventud, planteándole a nuestra recién conocida belleza cubana una defensa de la libertad y del libertinaje de nuestro mundo capitalista, y era tal el énfasis que estaba desplegando en su argumentación que no quería yo saber cuán lejos iba a llegar. Todavía el silencio de Alicia me crispaba los nervios mientras miraba los ojos fulgurantes de Anabella, quizás por ello decidí como un árbitro, o como un referí en el ring, mediar con una salvadora ocurrencia.
-¿No será que todo esto no es real? ¿Que todo es una cosa imaginaria y que somos víctimas de un sueño? ¿No será que todo esto es una broma mental cuyo asiento, no son las ruinas de La Habana, sino nuestro intelecto que no encuentra asidero para el frágil principio de la verdad?
Natasha entonces pausadamente contestó mis preguntas.
-¡Quien sabe Marcelo! La verdad... Óyeme tú, para que algo bello se produzca, para crear algo que valga la pena, es necesario soñar y apartarse de la realidad, porque primero siempre estarán los ideales y la verdad siempre es amarga. Por eso es que a ustedes les impacta esta sociedad nuestra, les parece extraña, esta ciudad, para ustedes es kafkiana y surrealista, por eso, no terminan de entendernos, somos latinoamericanos como ustedes pero pienso que hemos logrado tener una concepción de la vida diferente...
Ya el sueño me impide continuar escribiendo, es demasiado para un día. Cuando cesó la discusión, Anabella se paseó por el romanticismo y la poesía, se refirió a la economía de los medios de expresión que utilizan los poetas, curioso comentario en la tesista del barroco, más por allí, nos condujo sin parar a Vallejos, a Neruda, a Octavio Paz y a Vicente Huidobro. El exceso de poesía en un instante pasó a ser de un barroquismo total. En la madrugada, enlatados en aquella especie de Fiat polaco, llegamos con el frenazo final ante la casa de protocolo y despertó Alicia, quien seguramente ya iba en un tercer plano de la anestesia onírica, tal vez descendiendo por una madriguera de conejos o discutiendo con reyes de barajas, por lo que se había perdido de nuestra comidilla sobre política y literatura, sobre la vida y los pesares de los habitantes del país de las maravillas, de los sufridos isleños de la tierra donde nace la palma, todo esto que he tratado de escribir sobre todo aquello que conversáramos la noche de la fiesta en el Club de los Trabajadores, cuando tuve la suerte de conocer a Natascha.
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Jorge García Tamayo
Texto extraído del Capítulo VII de la novela “Escribir en La Habana” Premiada en la Bienal de Literatura José Rafael Pocaterra del Ateneo de Valencia el año 1994.

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