domingo, 26 de octubre de 2014

Las Ordalías:consideraciones sobre el relato y respuesta.



LAS ORDALÍAS
Jorge García Tamayo
             Bocanadas grises de vómito descendían del cielo salpicando la tierra e impregnando las piedras porosas del campanario. Los prebendados en el refectorio pugnaban por olvidar las siete cabezas de la bestia asomadas entre la espuma del mar y se entretenían saboreando las aceitunas rellenas, husmeando las lonjas de carne de ovejo, revolviendo con sus manos desnudas los palominos al salmorejo y dispersando descuidadamente los granos del arroz con ají, pimientos, almendras y perejil. El ventanal empañado por el aroma burbujeante de la espesa salsa que hervía en el caldero, trepidaba con los embates de la lluvia. Silenciosos, los clérigos escanciaban botellas de licor de toronjil y garrafones de vino de ciruela de hueso, sin prestarle mucha atención a las monsergas que desde la cabecera de la mesa repetía el obeso prelado envuelto en el muaré purpurinoescarlata de su fino balandrán. Empecinado en recordar para todos los singulares poderes de simulación que caracterizan al Maligno, la voluminosa figura lograba estremecer a los menos distraídos, quienes de reojo le veían orlado por sangrientos destellos, entre el parpadear de los candiles frente a él y el brillo helado de los trazos que surcaban de un lado a otro el vitral a sus espaldas.
          En el sótano maloliente no se sentía la tormenta. El viejo bergante, prior del Santo Oficio, miraba a las negras recorriendo calenturiento sus redondeces; iba de las ancas a las nalgas calipígicas, pasaba de las tetas a las piernas y a las entrepiernas y regresaba lúbrico el tonsurado, a los ojos brillantes, a las blancas dentaduras, los gruesos labios entreabiertos, el aliento tibio, las lenguas rosadas. Su braga goteaba un semen tibio y espeso como el del mismísimo diablo. Envuelto en su jubón que olía a macho cabrío, mezcla de ajos y chorizo rancio, emanaba un hálito de carroña y almizcle. ¡Qué rico sabor debe tener tu leche y como ha de ser espesa tu miel, mambisa! Con un tremor fino, las manos del viejo somormujo llenas de tofos gotosos y bubas sarmentosas tomaron el látigo.
-Negras, peste maldita, ¡venid a mi follones!, azotazdlas, ¡fueteazdlas sin compasión!
          Ha dado la orden, y los azores están enjaulados y los altanares confiscados y ya cercados estaban los mandingas, pues habían hecho presos a casi todos los esclavos. Aquella jauría de podencos que el capitán de los arcabuceros arrojara sobre los negros, latía afuera bajo la lluvia. La soldadera los había convertido en un amasijo de carne, estropajos y ahora era él mismo quien los retenía. Estaban a la orden del prior... Miraba oblicuamente a las niñas, a las zambas jovencitas, a las mulatas carnosas, a todas ellas, apelmazadas, semiocultas entre los cimarrones corpulentos, capturados todos durante la interminable madrugada de aquel ansiado sabath. Ahora en el foso pestífero, donde no se escuchaba el fragor lejano de la tempestad, tan solo rumoroso se sentía como un eco, congolá, congoró, ae, otalám ochúm, obalá, batubáeaee. Los esclavos que lograron escapar, seguramente se escondieron en sus cumbes...
          Los mofletudos monaguillos y los pajizos sacristanes escuchaban de pie, recostados a la pared de piedra del refectorio el sartal de anatemas teologales, mezcla de zalemas y charadas crípticas, sobre la conjura de los cimarrones y la señal ominosa del Maldito amenazando el orbe desde la orilla del mar. El estridor de un trueno lejano hizo temblar los vitrales y Monseñor elevó el tono de su voz evacuando horrores sobre súcubos y cambiones, profiriendo airados improperios, vituperios y vitriólicas imprecaciones contra Lucifer y sus huestes mandingas. Por un instante se detuvo para tomar aire y en aquel momento de suspenso, todos pudieron reconocer lejano el golpe de la kukurbata. Crujieron goznes y postigos, se santiguaron los sacristanes, cerraron sus párpados los monaguillos y con los ojos en blanco, los prebendados oyeron el estruendoso crujido del ventanal golpeando contra las piedras y el viento helado que espasmódicamente traía el tam tam, tam tam, impregnado de una lluvia espesa como mazamorra.
          Foete en mano el anciano inquisidor aullaba vociferante, él estaba persuadido de que ese era el día y esa la hora, pues la luna llena tenía que estar saliendo roja como una inmensa gota de sangre y las ordalías se estaban dando sin detenerse y no importaba que vientos de galerna parecieran agitarse por encima de la abadía encrespando el incienso de los aquelarres.
-Por Lucifer y sus mil demonios, os digo que hay un cimarrón que tiene a todos estos grifos endiablados y no está aquí, es lo que presiento. ¡Coños! ¡Hallázdmelo! Revolved cielo y tierra si es necesario pero traezdlo aquí. ¡Encended los candiles, triglifos! Es la hora del conjuro. ¿A quién ofreceréis vuestros bebedizos? Mandingas cachidiablas, ¡mojigatos!, ¡granujas!, Cimarrones sediciosos, brujas, negras brujas...
Tam tam, tam tam, tam tam a lo lejos, tam tam como un eco, tam tam la plegaria, tam tam libertario, tam tam arrullante, tam tam filtrándose en las piedras porosas hasta el tuétano, hasta el fondo del foso...
        Cerraron las hojas de roble, los truenos se aletargaron y en sordina se dejó oír el lamento vibrante de los cumbes lejanos. Los acólitos trajeron nuevas botellas de licor, mientras imperturbable el prelado proseguía su perorata aleccionadora sobre la lujuria y las triquiñuelas de Asmodeo. Salmodiando les informaba sobre los estigmas de las huestes de Belial, piernas de grifo, grandes manos negras de seis dedos, mandingas del color del infierno, salamandras de cuero cambiante, el olor de la peste, el color del ojo de los escorpiones venenosos, negros... Rebosante en las jícaras, el manjar blanco era cuchareado y degustado con deleite por los calóndrigos que se chupaban los dedos empingorotados de grasa y volvían a meter la mano en el vientre de los corderos rellenos con pasas y picadillo de carne de cerdo y esculcando el interior de los cabritos de carapacho rosado y humeante desbordaban el guiso con desparpajo desparramándolo sobre las bandejas... El obeso príncipe escarlata mascullaba sobre felones abyectos e impúdicos faunos del Averno, deteniéndose tan solo para propinarle voraces dentelladas a su pata de chivo asado que deglutía con sorbos de vino desde el borde mismo de su gran copa dorada.
          El viejo prior, anegado en el estercolero del foso no deseaba escuchar más el maldito tam tam tam y aullaba dando órdenes a diestra y siniestra.
-Venid a mí, ¡azotazd a estas negras brujas,¡farfollas!, que entiendan que yo soy el Orden Divino, marranas, brujas cornudas, mulatas espolonas, eructazd vuestro condumio... Es la carne, murmuraba airado mientras su mirada libidinosa recorría los cuerpos. Se sentía rijoso el vejete y entretenido acariciaba el foete cuando apretando el cuero lo esgrimió en alto y chilló a todo pulmón.
-Arrancazdles esos trapos, dejazd en cueros a estas mujerucas pedorras, azotazd a los machos, es la hora de Lucifer, diablas ladinas, degollzdlos si es preciso, escuchazd como gruñen, ¿graznan?, ¿que hacéis?, ¿cantáis si?, por San Vito ¡bribones!, fueteazdlos ya, quiero una danza macabra, zambos inmundos, mestizos chivatos, ¡pero coños!, es que quiero verlas sangrar, ¡así coños!, así, ¡cricas de sus madres!
 El tam tam llegaba siseante, escindía la oscuridad del sótano, hendía con espasmos el aire opaco del foso. El prior lo sentía latir sin remedio y se enfurecía más aún...
-Negro, ¿qué me miras?, ¿es que acaso me entiendes?, ¡ojos de basilisco! ¿Cuál lengua del infierno habláis? Por Belcebú. ¿Confesaréis acaso? ¿Habréis de explicarme como es que estabais todos en esta conjura? ¡Oh greñudas! ¡Ah posesas de Satán! Yo os he visto remontar el vuelo por las noches, yo os conozco negras brujas del demonio, os escondéis bajo la carne de Satanás. ¡Sabandijas! Confesad de una buena vez. ¡Jolines! ¡Hablazd ya!
           El tam tam murmuraba tropezando y devolviéndose entre los resquicios pétreos de las fétidas galerías y llegaba acezante al foso. Asombrado el prior miraba a sus bestezuelas de color, aquellas sus mujerucas infernales capturadas por lebrel, podencos y arcabuceros, ellas, ¡pardiez!...   ¡Las brujas y los bribones zambos se abrazaban! Los cimarrones rasgados por el foete se restregaban contra ellas, se unían a ellas... El prior les veía apelotonarse, ¡los corpulentos mandingas se fusionaban con ellas!, y ya no emitían quejidos por efecto de los latigazos, gemían con tibios suspiros, ellos las protegían con sus anchas espaldas y perlados todos de sudor se besaban, se daban largos besos, se intercambiaban tibios besos, besos húmedos, ellas les besaban sin pudor alguno, allí, frente al prior quien observaba todo boquiabierto, las caricias, como les lamían sus heridas, como los succionaban con sus lenguas rosadas, sorbían con estrépito sus partes endurecidas, se tropezaban entrellos y poco a poco procedían a chuparlos con arrobadora ternura y suavidad insólita en medio del tumulto, y el prior trataba de gritar espantado, llamaba en silencio a sus arcabuceros, pero tan solo escuchaba dentro de sí el tam tam, tam tam y musitaba silente… -Venid a mí garduños cagados hideperras. Sin emitir ni un ronquido, vacilaba estremeciéndose cuando reviró para convocar a sus alguaciles, más ellos en un solo embeleco no hacían ni decían cosa alguna, tan solo escuchaban el tam tam y procedían a estrujarse rascándose sus verijas. Los órdagos del Oficio babeaban desorbitados cual súcubos indigestos sintiendo como latían sus ingles y se reventaban sus cojones y se chorreaban sus jubones y sus bartolas de mezclilla, contemplando alelados, cual si algún poder oculto les obligase a ello, sin desear otra cosa en el fondo que ser un conjurado en el foso y poder participar en el apelotonamiento de carne húmeda y sudorosa, sentirse oliendo a sábila, henchidos de dolor y de deseo.
- ¡Idemil cagadas! ¡Al aire los trinquetes y tirazd a matar! ¡Disparazds ya coños! ¡Por mil cojones!
Mas nadie actuaba. Existía una parálisis petrificante y muy pronto estuvieron los arcabuces por el suelo y en un instante una media docena de tonsurados reventaron felices salpicándose entrellos la esperma luciferina en tanto que escalofriantes aullidos retumbaban dentro de la cabeza del anciano prior de la Santa Orden. El tam tam y la miel, el tam tam y la leche, anegadas en un charco ambarino, las siete cabezas languidecían. El tam tam estremecía a los seniles cachondos calóndrigos y monaguillos y sacristanes que venían de atiborrarse en el refectorio y eructaban zaheridos por el tam tam maldito, descendieron pasitrotando por las escalinatas hasta el foso para quedar asombrados y en autos. Rápidamente fueron los prebendados ahogándose cual zamacucos de mierda y los más bisoños se comportaban como una mismísima chusma de las mil leches, erizados y enhiestos o flácidos ya, no cesaban de contemplar la gemidora turbamulta que suspiraba escuchando aquel tam tam inclemente, tam tam incesante, tam tam susurrante, tam tam, tam tam, tam tam.
          Su ilustrísima, irguiéndose entre los cojines se enredó en su roja batola de seda y casi gateando salió del refectorio para descender renqueando hasta las profundidades del foso. Cuando sintió el característico aroma del estercolero ya había comprendido la sinrazón de los designios del Maligno y racionalizó el cómo y el porqué era el tam tam el Alfa y el Omega del orbis revolutionibus. Ante todo el absurdo desatino, especie de broma del destino y expuesto frente a él aquel espectáculo grotesco del desencajado inquisidor, se fue deapatrás, literalmente hablando se cayó de culo y no obstante, a pesar del golpe de su mullida chocozuela con el duro pisopetreo, su edéntulo rostro se hendió de oreja a oreja y comenzó a carcajearse con espasmos cuasiorgásmicos ante la dicha de los cimarrones y de sus mujeres, frente el temblor empegostado de los calóndrigos y la complacida apariencia de los acólitos, sacristanes y monaguillos y era tal su dicha que se ahogaba de la risa con emocionada opresión precordial al ver la desmadejada figura del prior con su faz cetrina, la pelambre en desorden, su mirada extraviada y sobre todas las cosas, el verle llorar copiosamente emitiendo lúgubres y desgarradores gimoteos.
-Hideputas, gilipollas, upf, pazguatos de la mierda, ¡hipff!, ¿que no veis acaso que es Lucifer quien os ciega?, ¡groof!, os da un soponcio por cualquier pipirijaina que inventa Luzbel, ¡hupff!, que la peste os lleve a todos, por Belcebú, ¡hipf!, que se os transmute en pus hirviente toda vuestra leche, ¡froff!, que os llenéis de incordios, ¡orghf!, mil cagadas, que un rayo del coño os parta y os achicharre, ¡arghf!, hidecricas malparidos, ¡hipf, hupf, ofgssz!...
          A lo lejos, el golpe de la kukurbata comenzó a ceder. El latido lentamente fue palideciendo con el amanecer y sonreída la bestia satisfecha margullose rebulléndose en las profundidades de la mar océana. Cuando amainó la tormenta, un fino rocío de plata sustituyó la espesa lluvia y bruñó los negros riscos que orlados de espuma brotaban en la orilla. Sin cesar, el tam tam siguió sonando per omnia secula...
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ESCRITORES
JORGE GARCÌA TAMAYO Y LAS ORDALÌAS
por el Lic. Roberto Simancas
Cuento difícil. Busco el significado de Ordalía y se refiere a los juicios de consciencia y cosas parecidas, que la iglesia de varios países efectuaba a los creyentes como para eximir la fe. Llama la atención que haya sido la Europa Oriental, donde por último esta práctica se deja. Pluma marabina en la mano del médico y científico de la salud. Jorge García Tamayo.
La ubicación espacial del cuento se hace cuesta arriba. Al comienzo creemos estar en la España clerical con sus curas rechonchos y lujuriosos, atizando con la fè; mientras la negrada bambolea su figura. De pronto al mismo comienzo y al final, todo se confunde, me imagino que ex profeso; pues aquí el animal marino, de tamaño descomunal: la Orca, aparece y reaparece, como cerrando final.  El deleite con el lenguaje literario aflora en imágenes como piedras porosas del campanario. Nos adentramos a una Europa, América o África tomada por el mito cristiano. El poder clerical azotando con sus demonios, muy bien digerido por el obeso prior; quien representa más que el bien, el mal hecho poder en medio de unos borregos e indiferentes.  El escenario, al menos a mí, me remite a esas asadas de vikingos o la pandilla Robin Hood, después de los combates; petrificados de miedo, que comienza a apoderarse de los presentes. Más que un mundo de inquisición, el monasterio lo habita el miedo en la figura alienante y alienada del prior; más el miedo a perder el poder.
Se nota un manejo de calidad de esos tiempos, reconozco que tuve que apelar por el diccionario en palabras como prebendarlos, refectorio, escanciar, muaré, entre otros; que le dan vida a la descripción sicológica y espacial de personajes y ambiente. El deleite con el lenguaje literario aflora en imágenes como piedras porosas del campanario. Buen adjetivo para calificar el pompi de las negras, buscando referencia en calipedia: Nalgas calipígicas. La expresión de viejo bergante es de calidad. En un primer momento nos remite a barco negrero, comandado por el esclavista vía a Europa o la América; para luego precisar el significado como el viejo pícaro, precisamente el truhán, el sin escrúpulo, que debe ser todo traficante de humanos. Celebro la imagen encrespando el incienso de los aquelarres.  La traslación del significado de esculcar está bien lograda. Imaginar los glotones curas espiando el interior de los cabritos, atiborrados de aceitunas y demás especies, queda como muy buena imagen. Aplaudo la imagen de ojos basilisco, que busca retratar la mirada de diablo y de muerte de los negros en la mente del prior.
El poder político, en este caso fusión con lo clerical, no puede con el deseo. Existe un poder cotidiano que trastoca esa metafísica que aún persiste, que quiere hacernos creer que ante el poder nada se puede; en el personaje, ejemplo de aberración de una creencia, se desnuda el hombre que languidece por  los pompis y tetas de negras y mulatas; mas sigue conjurándose, azotándolas.   Bien trabajada la idea del azor, pues, evidentemente el esclavo en su mente imaginamos que quería ser un ave, un ser volante por los cielos; para no caer en manos del esclavista, el negrero. Pero si mal no entiendo cuando se habla de altanares, estos me remiten a los halcones, símbolo del poder imperial que son confiscados; es decir, el negro queriéndose convertir en un azor, finaliza atrapado por un halcón, el mismo que se le confisca.  El sabath, entendido como el séptimo día coincide con las siete bestias que asoman en el mar, premio ansiado por el prior. Observo una recurrencia por lo mágico-esotérico, juego con lo mítico para deleite o bien manera de perdernos en lo arcaico humano; día que contrasta con los nombres africanos de los negros implorando en el sufrimiento por sus tierras y dioses, sólo llevado a cuesta en el cumbè, de donde después con el tiempo saldría la cumbiamba, el baile cadencioso y lento de la negrada, que puebla ciudades como Barranquilla y Cartagena.   Como antiguo creyente y después observador de la farsa estructura eclesiástica, veo que la descripción de los personajes que pueblan el convento es muy cercana a la realidad, el caso de los monaguillos asemejándose con sus cachetes cual sapos y los sacristanes, amigos hasta el cansancio de manuela; coincide con el adjetivo de pajizos, por sus amenias endémicas al calor del vicio… solitario.
Existe toda una literatura, que ya forma parte del subconsciente colectivo mundial, de asociar la negritud con el diablo y cosas parecidas. El mismo Cumboto de Díaz Sánchez se recrea en lo mismo; cuando sabemos que esa negritud era, por ejemplo, la que en el viejo catre le practicaba la fellatio al señor amo; que su esposa, anclada en la asepsia lo descodificaba como pecado sumo; o bien la niña de la hacienda suspirando por el músculo del negro fornido ante el romanticismo decadente de su novio venido de Europa; en sí, mucho de mito, al punto que se asocia por esas generalizaciones, la mayoría de las veces falsas, que los negros tienen un falo descomunal y las negras un trasero de batea; que son sexualmente inconmensurable y cosas por el estilo; en tanto que la realidad nos dice que son otro humano cualquiera, con la desventaja que en el proceso histórico fueron en la mayoría los negros los esclavos; pues, también hubo esclavos blancos y no decir de indio, los sin dioses.
Vientos de galerna me sirve para ubicar definitivamente el cuento, refiere a los vientos de mar cantábrico; entonces estamos en la Cantabria Española, donde es famoso el Monasterio de Santillana y donde nació por allá en el siglo viii d.c. el beato Lièbano, autor de Comentario al Apocalipsis. He allí la figura trasmutada del prior de la abadía. No por casualidad en un ambiente de esclavitud y fanatismo ideológico con suma alineación de la fe, se ubica la acción. La actual Cantábrica Española sufrió los embates de la esclavitud romana, luego vikinga, más adelante musulmana; fue punto para la reconquista por los cristianos; y en ese mismo hilo, hijos de su tierras fueron Juan de la Cosa, quien elabora el primer mapamundi y el arquitecto Camargo, arquitecto diseñador del monasterio del Escorial en Madrid; para rematar allí se encuentra la cueva de Altamira. Encuentro otro asidero para decir que el cuento tomó como referencia España, pues, lebrel es un tipo de perro catalán.
Muy buena descripción del despertar del deseo en los superiores de la orden, quienes creen ver el demonio convertido en mujer, orgasmando  con ellos en sus mentes; deseo hecho  baba seminal, que  traspasa la vestimenta de los clérigos, y nos acerca a comprender quién es verdaderamente el ruidoso tam tam: ni más ni menos que el deseo solapado, queriendo esconderle entre sermones y cruces; pero que en el arrebato de las emociones humanas, en la entrega amorosa de los negros en cayapa, finalizaba por devorar a los glotones hombres de fè…
Pienso que es un cuento muy muy bueno aunque difícil. El ambiente y los personajes no lo hacen digerible para el común lector; incluso para quienes tenemos cierto coqueteo con la literatura. Observo como novedoso ese tratamiento diferente que el galeno le da a la negritud; sin ese adocenamiento que caracteriza a muchos escritores que asumen la negritud para deleitarse en sus miedos y demás resabidos de racismo. La trama está bien estructurada, creo no equivocarme que García Tamayo tomó la Cantabria Española para recrearse, como ya le apunté en supra comentarios.
Veo también novedoso el uso del castellano antiguo, que bien está trabajado para darle una ambientación más real al cuento. En conclusión un buen cuento que se adentra en el comienzo en lo mágico, nos recrea en el trayecto por lo bien concreto de la esclavitud de los negros, el poder de la sotana, la liberación por el encanto de la ternura y los cuerpos desinhibidos de negros y mulatas; que demuestra cómo el poder coercitivo jamás cede en sus pretensiones de perpetuarse, caso del prior, quien en vez de lanzarse al aquelarre amoroso de los negros, sigue maldiciendo con sus gritos solitarios, de quien le huyo al deleite de los sentidos y la carne.
García Tamayo un desconocido en su tierra zuliana. Hombre con una trayectoria y méritos en su profesión de galeno y científico en el área de la anatomía patológica. Ganador de premios nacionales de literatura, como José David Curiel y José Ramón Pocaterra, sigue escribiendo en solitario, no haciendo alarde de su superioridad ante tanto mediocre premiada sobre todo en ámbito regional zuliano. Adentrémonos en sus libros: Escrito en la Habana. Entropía Tropical, La Anatomía y el País y Para Subir al Cielo, entre otras y por venir y de seguro llegaremos a la conclusión que el Zulia al fin tiene un novelista con mayúscula.
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CARTA  A  GARCÌA TAMAYO
El trabajo que le envié como pudo darse cuenta, no fue más que una fusión ex profeso de un artículo de prensa donde fijaba posición en torno al mito del amor cristiano, queriendo devorar la violencia. De plano buscaba confrontar el fofo humanismo cristiano con el negocio del amor milenario y la violencia que, por desgracia, campea en la tierra, hasta que amainen las contradicciones sociales.
En el caso del cambio del cual por el quien, me estoy refiriendo al discurso; no al Nazareno. Con referencia a la ideología, mito y tradición, es evidente que éstas son coartadas milenarias para dejar de entrar no en la empresa del amor, sino en la maravilla del deleite de los seres, que sienten la química de la atracción y querrán devorarse sin medida pero con productividad. 
Muy probable que en un momento pareciese no haber relación entre la línea de la ideología y tradición, por luego en punto y seguido hablar del negocio veneno de la sotana, cura de placebo para una humanidad que cada día decapita su posibilidad de trascenderse ella misma en plenitud y verdadera entrega en el otro y/o otra; sin que ello signifique anularse. Pero demasiados milenios pasará esta humanidad para que la cultura, la educación y el recto pensar, domine el lóbulo frontal del homo sapiens.
Claro que consideraré sus sugerencias. Pero debo señalarle que no creo en el textualismo, no deifico la palabra; aunque entiendo y trato de ficcionar con ella, pero sin hacer de la misma una metafísica. Si soy lacerante, cruel hasta conmigo mismo, no por masoquista. Pienso que la palabra debe desnudarlo todo, mas no un desnudo oprobioso sino sutil, engañoso y que ante todo que deleite.
Por último la hembra que tomó como metáfora de literatura, es cierto, que tanto me hubiese gustado que fuere la graciosa y bella niña que lo turbo a UD. en su primer día de encuentro en el taller de narratividad. El conocer en lo concreto a esa modelo de mis fantasías, en ese andar de profesional universitario a taxista, conocer tanto mundo, entre los cuales está el de ella: prolífica escritora, con mente desalmada; me hace pensar desde hace tiempo que los escritores, me refiero a quienes nadamos en la literatura, podemos ser un humanista, un bellaco o un indiferente cualquiera. En síntesis mi pluma profesor siempre vendrá con saeta y sin cruz
LA CARTA QUE ME ENVÌO EL PROFESOR JORGE GARCIA TAMAYO
Lic. Roberto Simancas:
Estimado amigo, me da la impresión de que tenemos una concepción diferente de lo que es y para lo que sirve la literatura. Dices en tu cuento: “La literatura es un ensueño, un querer negar la realidad de nausea para caer al fin de bruces ante la maldad humana”. Para mi  podrá ser un ensueño, más no creo que exista para negar una realidad de nausea y menos para caer de bruces ante la maldad…
No es, no puede ser una tragedia y un dolor en una indagatoria permanente, ni siento que es  “sentirse lacerado”, o creer que siempre se escribe para sufrir, con una saeta más que una pluma en la mano, horadando, rasgando, y además pensar o parecer convencido de que: así tiene que ser… No me parece que sea necesario, o indispensable “sufrir la escritura”, más bien pienso que sobretodo se impone aquello que ya te decía antes, parafraseando a Oswaldo Trejo, “lo menos que se le puede pedir a un escritor es que escriba bien”…
Si no se cree en el textualismo, se puede comenzar a dudar de la sintaxis o de la prosodia. Quien dice no “deificar” la palabra pudiese en algún momento “darle una patada” a la ortografía, y luego, hasta pensar que eso es una hazaña… ¿Como crear relatos, cuentos o novelas con ritmo, con tono, y como al sostener estos parámetros sin mostrar coherencia y precisión en el lenguaje?, ¿cómo ordenar las palabras escritas nacidas de ideas en la mente de uno mismo de manera que puedan ser interpretadas por otros? Esto no es fácil, no sale así como así, eso tú bien lo sabes, es cierto, sí, hay que trabajar, es por esto que se habla de “el oficio de escribir”…
Me cuesta mucho al leer un relato imaginar que el autor busca con sus palabras “fijar posición en torno al mito del amor cristiano”, mientras intenta “devorar la violencia”. Eso no es un cuento o un relato, es otra cosa, es algo como un propósito ultra-super-máximo, que va por encima de mi imaginación… Sobre todo por que debo repetirte que mi idea es que al escribir (y esto lo aprendí hace unos cuantos años ya) que es importante como te dije antes, “que se pueda sentir lo menos posible que existe un compromiso personal”, una conexión directa entre lo que tu quieres y lo que escribes, y que nunca debemos “dictar cátedra, o sea, nunca opinar para tratar de dirigir los sentimientos del lector, porque esto trampea el asunto”. La literatura no es, no debe ser, no está hecha para eso. Te recomiendo leer a Cortazar, a Borges, a Fuentes, leer mucho y analizar menos, leer por el placer de escuchar en tu mente las palabras, como música, mientras dejas fluir tu imaginación sin querer saber para donde te quiso llevar el autor, porque la literatura no es de los autores, es, tiene que ser, de los lectores, y será en esos momentos cuando se crean los “vasos comunicantes”  entre el escritor y sus lectores, es así como funciona la magia de la escritura y la lectura….
Me parecen interesantes tus análisis, algunos acertados sobre ciertos detalles puntuales, otros que se sienten indagadores de la psiquis y hasta del subconsciente del escritor, y me parecen absolutamente erráticos, y esto se debe, se produce, porque tal vez sería posible hacer estos análisis si quien escribió el relato o el cuento analizado, lo hizo con un fin, para inducir ideas, o guiar pensamientos, para señalar caminos, pero afortunadamente, casi nunca es así, no debe ser así, y en el caso que nos ocupa, pues, sencillamente no es así. Tal vez si conoces la historia personal del escritor, puedas atreverte a discurrir haciendo análisis como los que haces con Las Ordalías… Como ejercicio lúdico el análisis así conducido está bien, pero al hacerlo de otro modo, te puedes equivocar de medio a medio, sobre todo si quien escribió el relato lo hizo tan solo por el placer de escribir, no para sufrir, ni para introducir metamensajes en el texto… Quizá es por esa idea descifradora que te puedes crear laberintos e ideas equivocadas donde solo hay palabras utilizando nuestro muy rico idioma sin querer caer en una erudición exagerada (te decía en “Taller de Narrativa” sin querer ser “erudito en exceso” cual Fernando Del Paso en Palinuro ni como nuestro Denzyl), sencillamente adecuando el lenguaje al momento, a la situación,  para mi frente al mar Caribe, tal vez en un sitio como Cartagena de Indias… Voy a remitirte a Germán Espinoza, un escritor colombiano de quien hace muchos años leí una novela “Los cortejos del Diablo” sobre la inquisición en Cartagena “El personaje histórico debe conservar las líneas de su carácter, pero, cuando se escribe novela histórica, lo que se persigue no es la verdad del historiador (fundada en documentos oficiales acomodados). El novelista puede explayarse en su fantasía. Y creo que muchas veces está más cerca de la verdad o de lo que debió ser, que el historiador. La función de la novela histórica es buscar una verdad más profunda y puede, explicar mejor muchas cosas. El novelista es soberano. En 'Los cortejos del diablo' El inquisidor Juan de Mañozga, personaje histórico, es un hombre lleno de soberbia, que aspiraba a ser Papa. En 'Los cortejos del diablo', Mañozga se niega a aceptar su decadencia.  "Para este personaje me basé en un español que conocía, muy anciano, abatido pero con arrestos para demostrar juventud y poder. Así como se expresa Mañozga, hablaba él. Por otra parte, tomé como modelo a un hombre con una soberbia enorme como el maestro León de Greiff. Cuando pensé en hacer una novela sobre La Inquisición en Cartagena, di con el Inquisidor de la época y dije este es el personaje para darle esa personalidad”.  A pesar de que hacía muchos años que la leí y no he vuelto a leerla, recuerdo que aquella novela destacaba en medio del horror descrito por la musicalidad de un relato fundamentalmente barroco. De ella dijo el autor…"Se me imponía por eso. Muchos comentaristas me han dicho que es una novela muy oscura. Y la verdad es que fue escrita de noche, oyendo música de Beethoven, Mozart y Brahms". Creo que esos recuerdos influyeron en mí cuando escribí “Las Ordalías”, como algunas veces se me atraviesan escenas de películas en mis relatos, o en las novelas (vg. En “Escribir en La Habana”, puedes leer el prólogo de Ildemaro Torres donde señala mi amor por el cine), siempre fui muy cinéfilo y por darte un ejemplo, “El séptimo sello” de Bergman está en muchas cosas de las que he narrado…
A propósito de algunas de las palabras que me preguntas, como kukurbata,  la use para referirme a la curbata,  que es un tambor pequeño que se coloca parado sobre sus "patas"; es de la etnia africana dahomeyana y se percute con dos palos, así  mientras “la curbata” va marcando los tiempos en forma acentuada, la “mina” va improvisando frases rítmicas entre golpe y golpe. El mina es un tambor africano que se toca en las fiestas de San Juan del mes de Junio en Venezuela. El Mina es un tambor largo hecho de un tronco de árbol cilíndrico que se coloca inclinado sobre dos palos cruzados y amarrados que sirven como soporte. “Barlovento” de Eduardo Serrano fue compuesta en  1936 y dice inolvidablemente “que se van de fiesta, su cintura prieta y al son de la curveta y el taqui-taqui de la mina”.
Por último conviene recordar que La Ordalía fue como dices, una “prueba que se usó mucho en Europa con las personas acusadas de brujería, pero en todas las civilizaciones, las ordalías tuvieron un origen mágico y estaban encargadas a los sacerdotes, como comunicadores escogidos entre el hombre y la divinidad. Cuando la Iglesia asumió junto a su poder espiritual parcelas del poder temporal, tuvo que pechar con la responsabilidad de una costumbre que era difícil de hacer desaparecer rápidamente, y no pudiendo prohibirla bruscamente se esforzó en modificar su uso para hacerle perder el aspecto mágico que la Iglesia consideraba demasiado vecino a la brujería. El denominado Santo Oficio de la Inquisición fue creado por el Papa Gregorio IX en el año de 1233, extendiendo su acción a toda la cristiandad Europea. Hacia el año 1480, los Reyes Católicos de España establecieron la Inquisición en todo el reino, para utilizarla como uno de los instrumentos en su estrategia para la unificación religiosa y política de la nación. El tribunal de la Inquisición de Cartagena fue establecido en 1610.
Finalmente debo decirte que precisamente fue por mi consubstanciación con lo africano, y con el sincretismo religioso que se puede percibir en “Escribir en La Habana”, con la defensa de la negritud y de esos verdaderos hijos sufridos de la revolución cubana, los mismos habitantes de las cumbes en la novela primigenia de Carpentier “Ecue Yambao”, una de las razones por las que como escritor recibiera en 1994 el José Rafael Pocaterra en narrativa, pero además me ha tocado vivir fuera de Maracaibo, en el centro y el oriente del país y desde compenetrarme con Acosta Saignes hasta disfrutar de los tambores de San Juan en Barlovento o en otros pueblos venezolanos, conozco algo sobre nuestra negritud, esto lo digo en lo personal. Te aclaro estas ideas por que posiblemente no tienes una clara idea de lo que realmente pienso ni siento sobre ciertos temas… Te sugiero leer de “Escribir en La Habana” la páginas final de la 31 y 32 y parte de la 33, están fáciles, y puede que me entiendas como alguien diferente…
Para finalizar creo que debes examinar de nuevo las dos afirmaciones que haces: “La literatura es cuento, la ficción una evasión”. Otro día podemos conversar sobre esto, pues, no me parecen acertadas, en particular creo que sin la ficción, la literatura puede ser historia, o sucesos, o llegar a ser como decía Lavoe, un periódico de ayer, y entonces, ¿para qué leer?
Un saludo, mañana martes es 22 y si vamos a tener una reunión, espero saber la hora y me imagino que el sitio será la Librería del Sur… Espero confirmación, pues había entendido que nos reuniríamos los miércoles o los jueves…
Avísame.
Un saludo
Jorge García Tamayo
PD: Va, "Bar La Loca"
Van sin fechas, pero la correspondencia es de hace bastante más de 6 años, ahora, aparece aquí para distraer a los lectores que se metan en mi blog ( La Peste Loca blogspot.com )
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