sábado, 26 de abril de 2014

Segunda parte del CAPITULO 14 de "El año de la lepra"(novela).



El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011
Capítulo 14
Segunda parte
***

El sol caía ya casi verticalmente cuando Víctor de pie en la orilla de la playa escuchaba la canción de la rockola, mientras miraba a los lejos con fingida indiferencia hacia “su isla”. Silenciosa cubierta de vegetación rala, sobrevolada por algunas gaviotas, la isla de Providencia, era el objetivo inmediato de Víctor Pitaluga. Él estaba rememorando su última visita, hacía ya varios años, cuando estaban interesados en tomar muestras de diversas arenas para investigar sobre la hipótesis surgida en un país de la América Central. Una teoría sobre la sílice en las arenas de algunos volcanes y su calentamiento para el tratamiento de la Lehismaniasis cutánea y, ¿por que no de la lepra? Aunque aquellos resultados no habían ofrecido ninguna respuesta, la visita a la isla en compañía de Ruth había resultado para él una experiencia inolvidable, por eso tal vez, en aquel momento, él creyó haber logrado un resurgir del pasado ya para ambos casi pisado, aunque siempre existía una esperanza en el fondo de sus recuerdos. Ahora, cuando estaba decidido a volver, se repetía “es lo último que se pierde” y prefería no retornar sobre sus sentimientos personales, por el contrario, pensaba que mejor estarían allí sin Ruth, preferiría protegerla, y entrecerrando los ojos creyó detectar tras la maraña verde de mangles y cujíes que crecían en la costa oriental de su isla el brillo de algunas paredes encaladas en lo que él calculaba eran los terrenos del antiguo cementerio. En aquel momento sin duda alguna, sus motivaciones para acercarse de nuevo hasta el antiguo leprosario, eran diferentes. “ … Haberse muerto papá y mamá que me quería, que mala suerte la mía, que mala suerte la mía, no hay más que conformidad”. Al otro lado, en la margen opuesta del lago, sin vestigios de sombra alguna, los edificios y las casas de la urbe de fuego parecen refulgir bruñidos por un ígneo resplandor. Entre palmeras enanas cargadas de cocos dorados, bajo la filigrana azul y trémula de las grandes hojas de los uveros de playa, Víctor percibió la brisa que soplaba leda y le traía por el aire las palabras del cantor. “Ya véis hermano querido te estáis portando tirano, acordate de tu hermano que en la isla está metido, él se encuentra dolorido, todo lleno de pesar”… Estaban los amigos charlando y Víctor cada vez más ensimismado en sus pensamientos, cuando tras el chirrido de un frenazo levantando una polvareda apareció Rubén en su auto y descendió de el saludando a gritos. Venía acompañado por un desconocido. Abrazó a su hermano Brinolfo y palmoteó efusivo a Sergio y a Víctor quien se acercó desde la orilla, mientras Rubén les informaba a todos que quería presentarle el visitante.
–Es Ábrego Jota Soto.
Esto les dijo y aclaró.
–Además de guionista cinematográfico es escritor, y sobretodo es mi amigo. Sí señores, éste que se llama Ábrego, ¡casi nada!, es un verdadero artista de la cinematografía…
El hombre, barbudo y de ojos claros, replicó pausado y sonriente.
–Soy un camarógrafo, sencillamente, eso es lo que soy.
Lo dijo el hombre rascándose su barba entrecana mientras volteaba al escuchar la exclamación y la pregunta de Brinolfo.
–¡Vergación!, ¿y vos te llamáis Ábrego?, ¿de verdad?
El barbudo asintió en silencio y tras atrapar sendas botellas heladas, los recién llegados se sentaron todos en las sillas de madera y cuero de chivo. De inmediato comenzó Brinolfo a hacer chistes a propósito de Ábrego, y sobre el nombre raro de alguna gente, una bien conocida peculiaridad regional.
–¡Miércoles, con ese nombre, vos tenéis que ser de por aquí!
Rubén respondió por él.
–¡Si, este tremendo cineasta, mis amigo, es de esta tierra caliente!
Sergio se volteó para dirigirse a él.
–Es que vos, ni parecéis maracucho, sois medio catire, de ojos claros y con esa barba, te digo que a mi vos no me cuadráis…
Por un momento hicieron silencio para escuchar la voz del cantor que salía desde la rockola finalizando la carta al hermano. ”Hermano mandá a decir si es que temor me tenéis, y yo lo paso a creer cuando no queréis venir. Ya yo me voy a morir, solo me falta expirar. No me queréis visitar ni por la última vez, a Dios yo le encargo pues, a Dios yo le encargo pues que no me vayáis a llorar”.
Hubo un momento de silencio y de nuevo, Ábrego retomó la conversación y como queriendo afianzar su vinculación con los recién conocidos regionalistas amigos y compadres. Entonces les dijo riendo.
–Pues sepan que yo soy criollo, soy un macho vernáculo, como decía Rómulón, soy nativo de la ciudad del lago y las palmeras, paque se lo cepillen, ja jaja...
Con esta respuesta, Ábrego Jota pareció aclarar su situación y se sintió incorporado al círculo de los degustadores de la cerveza helada en la taguara favorita de Los Puertos de Altagracia.


***

El gordo moreno emergió lentamente de su “Ford Fiesta”, un auto pequeño de color gris ratón. Desde muy temprano en la mañana cuando el serbio Nicolai Martinovic lo despertó por el teléfono, Germán  Pinilla no dejaba de pensar en su jefe inmediato (…si el hijoeputa e Nicola no me paga hoy tendremos otro verguero…). Se había estacionado en el Centro Comercial Las Galeras y cerraba la puerta de su auto rememorando la reunión de la noche anterior entre Martinovic y el señor José Luís Ortega. Él también estaba presente y recién estaba conociendo a Don Cheo, un empresario con importantes conexiones (…eso dijo Nicola y al parecer no eran güevonadas…). Al final y como una consecuencia directa de esa reunión, él iba ahora a contactar al tuerto Manuel, un viejo malandrín muy bien enterado de cualquier situación relacionada con el movimiento de la cocaína en la “ciudad de fuego”. El gordo miró hacia los lados frunciendo el ceño (…en esta movida como que me va a ir mejor que con el mielda e Nicola…). Eran las once de la mañana del sábado 4 de diciembre y el sol brillaba incandescente sobre su cabeza (…mielda e calor!...), se caló su gorra de pelotero con la insignia NY, presionó el botón del control del seguro del auto y esperó por el clic–clack (…seguro mató a confi ao…) antes de avanzar hacia “Las Galeras Mall”. Iba tarareando un reguetón (…lo que pasó pasó, ay y pasó…) desplazándose hacia el gran edificio de tres plantas y lo hacía entre los automóviles que estacionados llenaban el “parking lot”. Empujó una de las grandes puertas de vidrio que lucía un letrero de “empuje–push” y percibió al entrar una onda densa de calor y de humedad (…stoscoñoemadres como que solo prenden los aires cuando les saledelforroeloscojones!...). Con paso firme se dirigió por un pasillo lateral entre la gente que iba y venía percibiendo el frescor que emergía a las puertas de cada establecimiento comercial. Al final y en el otro extremo del “Mall” vio el aviso del negocio de “el tuerto Manuel”. Caminó entre el gentío vocinglero (…esto está hastaerpapoegente, ¡viirga!...) pensando que sus contactos ya precisados por el señor Ortega no se le “echarían pa atrás” (…todavía no es mediodía, pero ya el tuerto Manuel debe estar en su chamba…). Un cilindro de neón parpadeante en rojo le hacía marco al aviso: “Terminales Manú” cuando el gordo Pinilla recordó “la pinta” del Manú (…más feo que un camión por debajo, el coñoemadre…). Llegó hasta el local, le dijo “holachama” a Yajaira, la jovencita que estaba detrás del mostrador y de inmediato se dirigió a una puerta trasera donde decía “Privado–Private” (…vamos a ver dijo un ciego y paltuerto voy…). La abrió sin tocar. “El Manú” era un individuo corpulento con nariz de boxeador retirado y la cara picada de viruela y de acné quien lucía un gran bigote que le tapaba la boca. Estaba sentado de frente a la puerta, ante una mesa con una botella de “Old Parr”, unos vasos y un envase de plástico amarillo lleno con cubos de hielo. “El Chicho” sentado a su lado, era un flaco paliducho que no llegaría a los 20 años, lucía su pelo lacio, largo y pintado de azul. El gordo Pinilla impertérrito tomó un vaso, le colocó hielo y mientras escanció el whisky, le preguntó al tuerto.
–¿I como te amaneció la verga hoy?, mi estimado mano Manú…
“El Chicho” se restregó la nariz con furia mientras no dejaba de mirar al gordo moreno con cara de asombro, todo en el mismo momento cuando Manú soltó una carcajada y con su vozarrón muy ronco le respondió a Germán Pinilla como si fuesen viejos amigos.
–¡Gordo marico!, aquí estamos volviendo verga al “viejo Parra”, desde antes de la hora que abren los botiquines, jája, pa que vos veáis!
Pinilla chasqueó la lengua tras beberse todo el contenido de su vaso y le respondió al tuerto.
–¡Así me gusta!, pero decime una vaina Manú, ¿quien coños es este vergajito?
Pinilla miraba a “El Chicho” con desconfianza (…stegüón es “una aspiradora” y lo que está es bebiéndose al tuerto, no joda!...), y mientras el muchacho inspiraba ruidoso dándose en la nariz con la palma de la mano, observaba como “el tuerto” le señalaba una silla al gordo Pinilla y decidió avisarle que ya Don Cheo le había dicho que él llegaría en la mañana. Luego completó su información diciéndole.
–¡Pa cobrar si venís espitao, como una bala, gordomarico!
–¡Diez palos ahora, y eso es solo un adelanto porque esta noche ya está cuadrá la mielda de Don Cheo, y pa la madrugada de seguro que les arrimo toda “la boloña” que es verde. Si iñol, “vegde” como dice un amigo, un mardito cubano que no es ningún güevonsón.
–¡Ay Diosito!
“El Chicho” lo dijo con un gritito y se quedó parpadeando y dándose de nuevo en la nariz. Pinilla nuevamente “lo miró feo” y se sirvió el whisky llenando su vaso sin quitarle la vista, le puso un par de hielos y volteando hacia el tuerto le preguntó.
–¿Cómo es la verga Manú?, ¿Qué pitos toca este mariquito en el negocio?
“El tuerto” sonrió y trató de explicarle al molesto gordo Pinilla, en su lenguaje gutural, que el muchacho era solo un “güón” que “no andaba en nada” y lo acompañaba para no beberse solo al “viejo Parra”. Después le confió con un ronco murmullo, que con toda seguridad si esa noche les conseguía la otra parte de los “biyuyos verdes”, cerrarían el trato porque “los cucos” del “cartel” ya tenían todo precisado con “la Guardia”, aunque “en ese tipo de vergas” era mejor no “envolatarse”, pero que había que estar tranquilo ya que todo iba a salir bien porque no era la primera “movida” que cuadraban con “mi General Henares”.
–Los negocios con él nunca fallan, así que tranculo güón, no hay porque preocuparse… ¡Que vamos sobre seguros, gordo marico!


***

Víctor Pitaluga nuevamente se encontró atisbando de reojo la isla, su isla, y quiso indagar sobre si acaso Ábrego Jota quería acompañarles en la noche, pero Rubén intervino sin darle tiempo a responder y excusó a su amigo el cineasta explicándoles que él tendría que irse antes del anochecer.
–Vendrán a buscarlo en un jeep para llevárselo hasta Quisiro… Ábrego quiere investigar unas locaciones al amanecer de mañana, serán unos sitios en los arrozales y ya se imaginarán en la mañana, los colores y la luz en las casas del pueblo, frente al mar, ya saben cuanto puede sacarle un cineasta bueno como Ábrego a esa región… Terminará de seguro, haciendo una película fantástica…
Sergio intervino para expresar cuanto le gustaba el cine y como desde muy joven había sentido un gran interés por el cine europeo.
–Todo ese cine en blanco y negro, me gusta por las posibilidades de expresión plástica. En esto, me parece que el cine francés llenó toda una época, la de la nouvelle vague, con un realismo que nunca más creo que se ha vuelto a ver.
–Si, es cierto, – le respondió Ábrego. –Films como “Rifi fí entre los hombres”, o “Celui qui doit mourir”, ambos de Jules Dasin, son de la época de oro del cine francés, pero no te creas, también el Neorrealismo Italiano marcó toda una época…
–¿Y qué tal “las Diabólicas”?
La pregunta vino de Brinolfo quien también era aficionado, como su amigo, al cine francés.
– “Fanfan La Tulipe”, “Gervaise”, “Los cuatrocientos golpes”, “Casque d´or”, y otros films hermosos, como “Hiroshima mon amour”…
Era el mismo Ábrego quien le respondía a Brinolfo, y seguidamente le dijo.
– Sin embargo no hay para mi, nada tan importante en la evolución de la cinematografía europea como el Neorrealismo italiano.
Sergio volvió a tomar la palabra.
–¡Ah el Neorrealismo! A mi me gustaban los films de Totó, hablando napolitano, y “Ladrones de bicicletas”, “Ana” con Silvana Mangano, o “Roma cuidad abierta”, después aquella películas de Antonini y su desierto rojo, de Zefirelli con su Romeo y Julieta, y todo el cine de Vitorio De Sica, y especialmente el de Federico Fellini, fueron unas películas fenomenales...
Sergio hablaba entusiasmado ante la oportunidad de conversar sobre uno de los temas que le apasionaban, cuando Víctor intervino regresando a su preocupación fundamental sobre los planes para la noche y lo que podrían esperar de su isla de los leprosos.
–Pues es una lástima Ábrego que no puedas acompañarnos esta noche, me hubiese gustado mucho que vinieras con nosotros. Quizás allí, en la isla, te hubieses inspirado para realizar una nueva película, como estoy seguro lo harás ante el amanecer hermoso que te tocará ver en Quisiro….
Ábrego entonces pareció querer decirles también algo sobre la isla, esa que él no habría de visitar en la noche.
–Hace un par de años me tocó participar en la filmación de un documental sobre la isla. Sí, sobre esa que tenemos allá al frente, la de la divina providencia, o la de los lázaros. Yo estuve allí y aprendí muchas cosas sobre la lepra. Terrible enfermedad. Las cosas que supe tenían más relación con los enfermos y sus problemas personales y los de sus familiares y no tanto con lo que estudian ustedes, que según me ha contado Rubén es sobre los cachicamos y los bacilos. Me involucré en el terrible problema del mal de Lázaro por culpa de una jovencita cineasta, una niña brillante que me enseñó cómo mirar a través del lente de la cámara para captar algunas de las tragedias que se derivaban de haber arrasado con todo lo que había en la isla, una acción que había provocado el desarraigo de muchas familias y había hecho de la vida de algunos enfermos una verdadera tragedia. Fue como haber pulverizado muchas historias de años y años, una tragedia donde fue destruido todo lo que era una institución que había sido fundada por El Libertador Simón Bolívar. Con Priscila Arteaga, me tocó ver situaciones muy tristes, personajes patéticos y ella con pericia nos dirigió para que filmásemos muchas secuencias de los enfermos y sus familiares creando una espectacular película. A partir de esa experiencia, seguí interesándome no solo en el uso de la cámara, sino en como hablar con las imágenes, como captar en detalle muchas cosas que me abrieron la mente hacia todo lo que es dirección y producción fílmica. Ahora que han pasado unos años, ya Priscila es famosa. Yo no la he vuelto a ver. Estuve una temporada larga en Centroamérica filmando varios documentales sobre los templos mayas,  con National Geographic. Pero ahora, que ya estoy de vuelta en mi tierra, quizás la busque, porque me han contado que ella está haciendo cosas muy interesantes. Es una chica lista, de escuela, tiene gran oficio de cineasta. Priscila se formó en Francia y en San Antonio de los Baños, la escuela de cine que creó García Márquez en Cuba, pero yo diría que lo mejor es que Priscila finalmente se está deslastrando del horror de la política que ha llegado a contaminar hasta en el ejercicio de la profesión a algunos de los cineastas nacionales.


***

José Luis Ortega a través de su “buen amigo”, ahora “dilecto socio”, como se atrevía a llamarle él mismo al General Alcides Henares, durante los últimos meses del año 2011, había logrado organizar todo un tinglado de conexiones, seguras, de lo más precisas y por ende no muy diversificadas, las cuales le valieron para conectarse con ciertos y determinados personajes claves de “El Cartel de La Guajira”. Así fue como el binomio “Ortega & Henares”, en la intimidad el mismo de Cheo y Alcides, entraron “en una conchupancia tal”, (así decía Omar Yagüe) que los negocios de Omar y de Cheo, léase de “Yagüe & Ortega”, sólidos y productivos otrora, basados todos en una larga y sentida amistad, fueron reconsiderados por el mismo “Don Cheo” a la luz de sus nuevas y efectivas conexiones con diversos personeros de “El Régimen”. Tras una breve y descarnada exploración, “el Cheito” hubo de llegar al convencimiento de que aquellos negocios en los que ambos se habían metido con relativo éxito, eran todos a mediano o a largo plazo, y que todos ellos fueron tan solo “negocitos”, y ninguno con una tan prolongada espera como el proyecto de “la isla de la fantasía” en el cual actualmente parecía que comenzaban a verse destellos de productividad. Pero tan solo ahora, justamente tras más de una década de gobierno socialista, podrían decir que “poco queso se le veía a la tostada”. Una tontería como esa, que justificaba para el mismo Cheo, la razón de ser de sus actuales acciones, donde él, con seguridad no iba nunca a dejar a Omarcito como la guayabera, por fuera; pero sin lugar a dudas, para él, no habría de ser nunca la satisfacción personal de su amigo, la primera prioridad. Había venido a ser ahora, cuando Omar aceptando sus consejos, parecía comenzar a comprender que toda aquella ridícula parafernalia del regionalismo, y otras ancestrales y aberrantes costumbres que marcaban a los habitantes de la llamada “tierra del sol amada” tenían que pasar a ser lejanos recuerdos de un pasado de colonialismo y de perversión capitalista, afortunadamente ya superados por el nuevo orden imperante en el país nacional.


***

El tuerto Manuel se levantó de su silla y ronroneante le informó a Pinilla que iba a pagarle lo convenido con Don Cheo.
–Voy a traerte tu verga de aquí al lado, así que mejor será que me esperéis sentao echándote el palo.
El gordo moreno le vio salir y se bebió de un trago todo el whisky de su vaso mientras se quedó mirando a “El Chicho” quien organizaba con una tarjeta, una raya de polvo blanco sobre el linóleo de la mesa (… está güelío el pericúo este…). Manú dejó la puerta entreabierta de manera que Pinilla le escuchó murmurar desde afuera algo y sintió hablar a Yajaira, sonó el timbre de una caja registradora y entonces se distrajo viendo como el del pelo azul aspiraba la raya utilizando como tubo un billete sepia de 100 bolívares. Pinilla le pasó un dedo al polvillo que quedaba sobre la mesa y se lo llevó a la boca (…stá fina la nieve del mariquito…). Regresó Manú con una nueva botella de whisky que colocó sobre la mesa y se dispuso a encender un tabaco provocando una espesa nube de humo. Sin prestarle atención a “El Chicho”, el tuerto le lanzó
un paquete al gordo diciéndole.
–Contá esa verga gordomarico, diez palos, mientras desvirgo esta nueva botellita paque le sigamos dándole “medio palo” al “viejo Parra”.
Pinilla rompió el papel y comenzó a contar uno tras otro, billetes de cien bolívares.

***

Rubén interrumpió la perorata de ÁbregoJota quien hablaba animadamente sobre Priscila Arteaga su admirada joven cineasta, para señalar algo puntual.
–Esto de los cineastas y los escritores y sus claudicaciones por motivos políticos en una historia de larga data. Yo la he conversado con mi cuñado, Alejo que es escritor, y lo del cine viene a cuenta también para los escritores, desde Solyenitzin y Pasternak hasta Heberto Padilla. Julio Cortazar también se metió en la política, les digo que la política amargó la vida a varios escritores cubanos como a Reynaldo Arenas y a Cabrera Infante, el infante difunto... Sergio quiso acotar de nuevo y se puso de pie para decir ante sus amigos lo que pensaba.
–¡Ya va!, un momento… Porque con los cineastas la cosa también tiene su lado muy triste, el caso de Elia Kazan fue emblemático, en los tiempos del maccarthysmo en Hollywood, pero las claudicaciones son algo que sigue sucediendo, fíjense en que más recientemente, Coppola, Lynch, Catherine Deneuve y Jeanne Moureau estuvieron invitados todos a cenar con el rey de Marruecos, Mohamev VI, un dictador criminal y corrupto, y quizás por ser español y por conocer mejor la historia, Almodóvar se negó a asistir a ese banquete. Por esas cosas hay que conocer bien la historia, que además, se repite y se repite…
–Sin querer hacer comparaciones, –dijo Brinolfo, quien intervino para acotar enfático. –¿Podríamos hablar de la bochornosa postración ante la bota militar del cineasta preferido de nuestra ya lejana democracia? Román cediendo su dignidad por dinero… ¿No han visto el film, Zamora? ¡Ufa!
–Ah ¿y que decir de la versión tergiversada del Caracazo? ¡Que triste papel!
Rubén decidió regresar a tomar el hilo de la discusión para destacar cosas más recientes, las cuales a él particularmente le enervaban...
–La preocupación de nuestro señor presidente, y sabemos que aquí ni una hoja se mueve sin su venia, por crear un cine supuestamente revolucionario, se ha hecho con una inversión millonaria y no en “simones”, ¡ha sido en dólares norteamericanos!, muchos millones para la llamada Villa del Cine para unos cuantos que se han bañado en eso chorro. ¿No recuerdan a Oliver Stone y la alfombra roja en Venecia?
–¿Qué me dicen de los dólares que se les dio a Sam Penn y Danny Glover? Sergio les recordó algo más para ampliar sus preguntas. –A Glover le dieron 18 millones de dólares para hacer un film sobre Toussaint–Louverture. Nunca veremos esa película…
Ábrego pareció de pronto querer cerrar el tema, al insistir en hablar sobre la joven cineasta local que él admiraba.
–Priscila ya ha dejado esas poses politiqueras, afortunadamente y tal pareciera que al fin ha entendido hacia donde va el país en las manos de una cáfila de ladrones uniformados…
Hubo un silencio momentáneo y después Ábrego retomó su plática.
–Tengo planes para filmar en Costa Rica una película, y ya las gestiones económicas están bastante avanzadas. Ojala pudiese entusiasmar a Priscila. Por todo esto de lo que hablamos, de verdad siento que debo hablar con ella.
Entonces Víctor decidió conversar fríamente sobre cuestiones relacionadas con la isla, su isla. Enfiló su conversación hacia el cineasta pensando explicarle cuales eran los objetivos que perseguían a cortísmo plazo. Le contó sobre el trabajo en La Cañada de Urdaneta, dándole detalles específicos sobre el curioso bioterio, de cómo habían iniciado la cría de cachicamos, y en particular y con decidido entusiasmo le habló de la doctora Ruth Romero, la hermana de Rubén y de Brino. Le comentó algunas anécdotas que hablaban de su dedicación al proyecto. Rubén con Sergio y Brinolfo se habían alejado y caminaron juntos por la ribera del lago mientras Víctor proseguía en voz baja conversando con Ábrego. Se sinceró con él relatándole los curiosos fenómenos de las alteraciones de los cachicamos, lo sorprendente de la emergencia de las lesiones y de la impresión que ellos tenían de que se había producido una mutación en los bacilos, un fenómeno que científicamente pronto habrían de presentar ante el mundo. Le expuso someramente al cineasta algunos de los alcances de ese descubrimiento. Ábrego escuchaba interesado pero silencioso todas las explicaciones que le ofrecía Víctor hasta el momento cuando Rubén se acercó hasta donde estaban ellos. Lo hizo en compañía de Sergio y de Brinolfo pues todos querían indagar directamente ante Víctor sobre algunos detalles de la visita que previamente hiciera él a la isla unos años atrás. ¿Cómo habrán cambiado las cosas? Rubén habló.
–¿Habrá cambiado mucho topográficamente el islote?, o quizás tan solo hallaremos ruinas y la misma tierra arrasada, quien sabe, quizás… ¿Sin túneles ni edificios subterráneos? Coño Víctor, en el fondo, creo que esto es lo que más deseo…
Víctor conversó entonces sobre el tema de la teoría de las arenas, la sílice y el calor, y les relató la relación entre el sol y las arenas y del fenómeno del regreso de las tortugas a las playas con las arenas donde habían nacido, tal vez quince o más años después, un fenómeno de energía solar y de física quántica. Le dijo que por todas esas cosas era que ellos buscaron muestras, las que deberían ser las más adecuadas, unas recogidas en algunos volcanes de Centroamérica y hasta en el río Esequibo, arenas de la isla de los leprosos en medio de aquel río. De nuevo Víctor habló in extenso sobre la hermana de Brinolfo y de Rubén con emocionada admiración. Les comentó como Ruth y él habían tomado muestras de las arenas de la isla donde el doctor Beauperthuy había trabajado durante meses buscando una curación para la lepra, pero, concluyó, al final todos los experimentos habían resultado esfuerzos en vano. Víctor terminó diciéndoles….
–Ni idea tengo de si lo que dicen sobre los túneles y los edificios subterráneos o submarinos sea verdad, pero algo si creo que es muy cierto, lo que hicimos sobre arenas y cachicamos, todos estos trabajos, han servido para que comprendiésemos que en nuestros experimentos, la temperatura era un factor crucial…
Les confió a todos como cuando estuvo en la isla, no existían las sospechas actuales, no había ninguna restricción para acceder a sus costas y para husmear en las ruinas de los edificios del viejo leprocomio. Entonces, insistió Víctor, para aquellos días no había nada, solo ruinas y soledad, pero ahora, en realidad, les dijo que él estaba muy preocupado por las cosas que decía saber Rubén, aunque de ellas ni él, ni Rubén tenían evidencia alguna.
–Solo sospechas y además son colaterales. Esto les dijo, y continuó.
–Fíjense en lo difícil que fue tramitar un permiso para ir hasta la isla. Debo informarte Ábrego, que la autorización nos fue negada. En realidad desde hace ya casi dos años, nadie puede acercarse a la isla…
Finalmente Víctor comentó con sus amigos que esa noche aclararían que cosa era lo que sucedía, e insistió en que, en la noche de ese día sábado, con seguridad lo que fuese, lo iban a resolver. El pescador amigo de Genívero y de Diógenes quien estaba dispuesto a ayudarles se llamaba Caronte Fernández y ya estaba contratado. Él y sus lanchas…


No hay comentarios:

Publicar un comentario