jueves, 3 de abril de 2014

Capítulos 9 de "El año de la lepra"




El año de la lepra
Jorge García Tamayo, 2011

Capítulo 9
Los recuerdos de Luís Daniel volarían hasta el gran Dupuytren, aquel famoso médico clínico, patólogo, fisiólogo, cirujano experto en heridas vasculares, quien describió las fibromatosis, y las fracturas del peroné. Guillaume Dupuytren durante los sucesos del hotel Dieu del año 1830, era el Jefe de la Cátedra de Cirugía, y fue él quien logró que entre tantísimos heridos, no se hubiese producido ni un solo caso de gangrena ni de tétanos.          Imborrables
remembranzas las de Luís Daniel, el estudiante, ante aquella admirable lucha del gran cirujano para tener siempre controlada la situación sin la presencia de un solo caso de septicemia. Luís Daniel, quien en aquellos días ya había desechado la teoría de los miasmas, percibía como las enfermedades se relacionaban con ciertos agentes extraños al organismo.

Todavía no comprendías como los animáculos provocaban la muerte cuando las heridas húmedas no sanaban pronto. En aquellos días ya soñabas con la posibilidad de luchar contra el causante de aquel mal bíblico, la lepra. Años más tarde, habrías de entender que aquella terrible enfermedad no era un mal que se heredaba, e intuías que no había una transmisión de padres a hijos. Tus enfermos de lepra, padecían de un mal que era endémico en tu querida Cumaná. Los enfermos que habías reunido en los leprosarios costeados con tu propio dinero, tenían que estar inoculados por algún animáculo extraño que quizás tú lograrías destruir…
Estos recuerdos te llegarían en oleadas y volverías mentalmente a ver a tu maestro, con su porte espigado y su don de mando, el primero en llegar y el último en irse del hospital, quizás por esa fortaleza de carácter y ese deseo de tenerlo todo controlado, y tal vez por eso pensarías tú aquella noche frente al río Esequibo, que esa seguramente había sido la verdadera razón por la que sus ayudantes terminaran por abandonarlo. Marjolin y Th évenot de Saint Blaise no aguantaron más la presión del maestro Dupuytren. Ellos no le siguieron… El gran Dupuytren. Recordaste entonces como tu profesor se había quedado sin discípulos y te preguntarás ¿Quién ha creído como es que funcionan mis tratamientos para acabar con la lepra? Lo publicaste, sí y tan solo los ingleses te habían dado un voto de confianza. Los ingleses…
Cerrarás los ojos y recordarás los cruentos episodios durante el mes de julio del año 1830… En las calles de París se había iniciado una revuelta que habría de derrocar al último de los reyes Borbones y fue entonces cuando las tropas del rey Carlos X sin contemplaciones abrirían fuego contra la muchedumbre. Tú eras tan solo estudiante pero habrías de lidiar con aquella situación crítica, y pronto comenzarían a llegar cientos de heridos al hotel Dieu por lo que de momento se te fue complicando la situación. Médicos y estudiantes, recordarás que estaban todos a las órdenes del doctor Dupuytren. El gran Dupuytren con sus cirujanos Breschet y Sanson serían quienes habrían de hacerle frente a la emergencia. Aquel amanecer del día 29 de julio del año 1830, el atrio de la iglesia de Notre Dame de Paris estaba atestado de heridos, la mayor parte de ellos por armas de fuego, y tú, tan solo un joven estudiante de Medicina habrías de tener la suerte de servir como ayudante del doctor Felix Legros. Era aquel cirujano con su experiencia quien te daba las indicaciones de lo que tenías que hacer y a la vez era él mismo quien tomaba las decisiones sobre la vida y la muerte de los heridos. Los más graves eran enviados al hospital de la Pitie, los que fallecían pasaban al degredo del hotel Dieu. Imposible olvidar al doctor Legros, era él quien estaba facultado para ordenar las altas y para enviar los cadáveres o los casi cadáveres a otros sitios en aquellos trágicos días… Llegó un momento, el día 30 de julio, cuando personalmente el General Lafayette se apersonó en el hospital. Tu sorpresa y la de tus agobiados compañeros estudiantes fue mayúscula. Comenzó a verse en aquel momento, quien controlaría la revuelta que terminó por llevar a Luís Felipe de Orleáns al trono de Francia.
Regresarás desde la isla a tu casa de madera y retornas en tus recuerdos al año 1841, cuando eras un joven apuesto, lucías un bigote denso y tu mirada gris acerada se embelesó con una jovencita, en la ciudad primogénita de Venezuela. Habías dejado a tu hermano en Maturin donde tenía establecida ya su casa de comercio y fuiste invitado a la casa solariega de la familia de la niña Ignacia Sánchez Maíz. En aquella ciudad colonial, Cumaná, a orillas del mar Caribe, fresca y con discreta actividad comercial, puerto protegido de marejadas por hallarse en las profundas aguas del Golfo de Cariaco, ciudad dormida a la falda del cerro Colorado y hendida por el río Manzanares, era muy conocida por haber sido la cuna de Antonio José de Sucre el Gran Mariscal de
Ayacucho. Un año después regresarías a la tierra de gracia, esta vez para quedarte en la plácida Cumaná pues habrías de casarte con Ignacia el día diez de noviembre de 1842. Desde aquellos lejanos días, viajarías incansablemente por el país, conocerías de un extremo a otro la península de Araya, te interesarías en sus salinas, desde donde navegarías en el Golfo de Cariaco de vuelta a la ciudad, te acercarías hasta Barcelona, ciudad asentada en las márgenes del río Neverí, y en mula, una parte y otra en carruaje, irías hasta la capital, para en el mes de mayo del año 1844 revalidar tu título de médico en la Universidad de Caracas. También en una goleta, regresarías desde Cumaná a ver a tus padres en tu isla natal, la Guadalupe. Querrás sentirte como cuando tenías tan solo 35 años, pero eso había sido ya, casi 30 años atrás. Estabas recién casado con Ignacia y construyeron con emoción la casona donde habrían de habitar llenos de amor y donde nacerían y crecerían los tres hijos, Pedro Daniel, Ignacia, e Inés, Esos mismos recuerdos, terminan por llenarte de nostalgia, sobretodo cuando piensas en la pequeña Inés y como sin saber porqué El Señor había decidido llevársela al cielo. Así también las remembranzas del pasado, de tantos días de felicidad transcurridos entre los tuyos, de las épocas vividas en la finca La Rinconada, en aquel hermoso cafetal que habías desarrollado y cultivado en una zona montañosa alejada de la ciudad, en la vecindad de Cumanacoa, se sentían ahora tan lejanos. ¡Cuanto disfrutaste con tus hijos pequeños y tus sobrinos, correteando por sus sembradíos de caña y de tabaco!


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