lunes, 3 de noviembre de 2025

El lápiz


Manejando una camioneta desde ciudad Guayana hacia Puerto Píritu, una tarde hace ya varios años, me sucedieron varias cosas de esas que es mejor no contarlas. La camioneta era una Chevrolet Blazer, y nunca había dado que hacer, de manera que ya enfilando la larga autopista tras cruzar el puente sobre el Orinoco y más allá de El Tigre, súbitamente la luz del aceite se encendió. Me orillé y tras abrir la capota comprobé que, estaba full de aceite. 

Es una broma. Si, debe ser algún bombillito loco que se encendió, pero hay aceite para rato… Comprobamos que según el mapa estábamos muy cerca de Anaco. Al arrancar de nuevo, la camioneta no era la misma, redujo su velocidad y con lentitud fuimos bastante atemorizados, avanzando lentamente hasta salir hacia la izquierda al ver la señal de que pronto entraríamos en Anaco.

Al preguntar por una gasolinera nos indicaron que, en la parte más alta del pueblo, había una, la mejor, pero que no esperara hallar por allí un mecánico pues era sábado y todos debían estar bebiendo desde hacía rato… La camioneta lentamente se acercó hasta la bomba de gasolina y efectivamente, nos dijeron que el mecánico estaba en el pueblo, pero ya seguramente borracho. Los del pueblo deben estar ya “rascaos”, pero pruebe bajando y cruce por entre aquellas casitas y siga derecho, como a medio kilómetro que allí está la casa del señor Serafín. Él es buena gente y tiene un hijo que si es mecánico de verdad. 

No he dicho nada, pero mis hijos menores de edad y mi mujer comenzaban también a preocuparse, ellos estaban enterados de que yo venía desde hacía tres días padeciendo por una crisis hemorroidal y sabían que aquello no era lo mejor para mi salud, mental y física. La Blazer gemía, la luz del aceite en rojo parecía una fresa encendida, me atreví a volver a medirle el aceite y estaba full. Nada, nos sale Serafín, no creo que sea Masparrote le dije a Eduardo quien comenzó a entender que yo estaba enloqueciendo.

La Blazer rodó lentamente por una tortuosa trilla hasta hallarnos frente a un par de casas en un terreno cercado, rodeadas de frondosos árboles. Preguntamos por don Serafín y salió un señor mayor, muy amable para decirnos que teníamos muchísima suerte…  Mi hijo el mecánico debe llegar en un ratico, porque hoy le toca visitarnos, lo esperamos cada dos semanas con ansiedad…

Llegó el hombre. Willy era un tipo joven, había estudiado mecánica automotriz en la Universidad y tras hacer las preguntas necesarias: ¿Desde hace cuantas horas están en esta situación?, ¿Cuánto ha rodado la camioneta así? Puso cara de preocupación. Procedió a encender el motor, medir el aceite y decir: Es el lápiz Eso dijo. ¿Prismacolor o Mongol? Fue la pregunta que vino a mi mente. El problema será conseguir un sitio donde comprar un lápiz (“el vástago de la bomba de aceite”) a esta hora. Un lápiz, y Eduardo se imaginó las librerías cerradas, pero peor nos sentimos al escucharle decir que las ventas de repuestos seguramente estaban todas cerradas porque sus dueños andaban echándose palos.

Era el consabido sábado sensacional de Anaco. Aprendí entonces que el lápiz es el vástago de la bomba de aceite y que se había fracturado. Cuantas vueltas dimos a que fulano y donde perencejo, por varios botiquines y entre humo, cerveza y aguardiente nos llegó la noche, afortunadamente, íbamos en el auto del hijo del señor Serafín, porque ya sinceramente mi trasero no daba para más, hasta que, al fin, un viejito aceptó abrir su almacén, y nos mostró 2 lápices que nos los cedió para ver cuál podía servirle a la pobre camioneta. 

Acortaré el asunto señalando que al cambiarle el lápiz y ponerle aceite nuevo y encender el motor, Willy con un vaso lleno de cerveza, espero que el tremor de la capota fuese nivelándose con su ajuste y al estar como un plato la superficie de la cerveza, nos dijo: ahora hay que probarlo. Lo lógico es que la máquina haya sufrido, así que vamos a correr para ver qué pasa. De nuevo sentado, esta vez, Eduardo iba atrás y Willy era mi copiloto. Como un bólido, después de correr unos diez minutos y volver a probar el nivel del vaso de cerveza, el comentario fue: es un milagro. 

La Blazer estaba “como una uva” y Willy no quiso aceptar dinero, solo las gracias y el señor Serafín se veía dichoso cuando nos vio partir, rumbo al norte, hacia Puerto La Cruz que era nuestro destino más cercano. Eran las once y media de la noche. Todos estábamos muy cansados, ya ni siquiera Eduardo tenía ganas de cantar y enrumbamos por una vía buscando la autopista principal, pero rumbo al norte…

Ahora que existe Google earth he visto cual fue mi error. Hay una carretera, que cruza Anaco de cabo a rabo, y que corre paralela a la autopista, pero que solo tiene una conexión con la misma -que si se pela, hay que rodar hasta San Mateo- para retomar la vía rápida. Rodaba yo en aquella noche sin luna, en total oscuridad cuando de repente encima y delante de nuestra Blazer apareció una luz que fue creciendo en intensidad, yo reduje la velocidad hasta casi detenerme, todos nos mirábamos, encandilados y asustados sin saber qué hacer, y así como había aparecido, un momento después desapareció ascendiendo en segundos hasta dejarnos en la más completa oscuridad…

Todos nos miramos, no era una alucinación. Es lo que llaman un OVNI fue el lógico comentario. Mis hijos no podían creerlo, éramos unos de los pocos seres afortunados que vivirían aquella experiencia. Seguí marchando, cada vez más rápido y comenzó a caer en aguacero que me llevó a detectar la autopista más lejos de lo que debía. Así, en una especie de diluvio universal, llegaríamos a la autopista y por ella a Puerto La Cruz y a nuestro destino final por ese sábado cuando ya era domingo, a Puerto Píritu que estaba sin energía eléctrica. Fue una noche horribilis

Existe “la noche de anoche”, “la noche que me quieras”, “la noche de la iguana”, esta era la noche del lápiz y se nos había transformado en la noche del OVNI.

Finalizo esta historia que como todas las que no son cuentos se está haciendo ya demasiado larga. Poco pude dormir en Puerto Piritu, a oscuras y al día siguiente, después de regresar a Caracas ese domingo, el lunes tuve que ser intervenido por las complicaciones peores de una situación hemorroidal que ni el Martín Romaña de Brice Echenique pudiera imaginarlo, aunque sobreviví, el postoperatorio con “el Setón” incluido, fue una tortura que soportaría durante varias semanas y quizá es la responsable de que durante tantos años ocultase la verdad de haber tenido la suerte de ver un OVNI.

Maracaibo, el lunes 3 de noviembre del año 2025

domingo, 2 de noviembre de 2025

Susan Tai


Hace ya unos cuantos años que el doctor José Antonio Serrano me propuso que prologara su libro “La microscopía electrónica en Venezuela” donde resumiría casi sesenta años del trabajo cumplido por mucha gente que vivió y padeció en diversos laboratorios de Venezuela las dificultades que conllevaba hacer investigación de calidad con el uso del microscopio electrónico (ME). Allí aproveché la ocasión para hablar sobre la doctora Susan Tai y de su labor en la Universidad de Oriente (UDO)

 

La profesora Susan SW Tai, era para comienzo de la década de 1980, una PhD graduada de la Universidad Leeds del Reino Unido, con postgrado de investigación en la Universidad de Berkeley en California EUA; en aquel tiempo, la Dra Tai Se había casado con un profesor de la UDO y sería incorporada a esta universidad nacional, como personal administrativo. 


Con un tesón increíble, la doctora Tai logró los recursos para que se construyese una edificación nueva, de tres plantas, hecha según sus propios planos, equipada y con cubículos diseñados para albergar los cursantes de un postgrado de Maestría y Doctorado y en 1982, fundó el Centro de Microscopía Electrónica del Núcleo Sucre de la UDO que contaba con un ME de barrido, un ME de transmisión (1986), y para 1987 también con un ME de emisión de campo, analítico.

 

El Centro de ME pasó a ser el Instituto de Investigaciones y Ciencias Aplicadas (IIBCA) de la UDO. Las conexiones nacionales e internacionales de la Dra Susan Tai, contribuirían a la formación de más de una docena de jóvenes profesionales, quienes terminarían siendo excelentes técnicos o investigadores en diversos campos de la ultraestructura en el país y fuera de Venezuela.

 

La doctora Susan Tai, desarrolló toda esta, su increíble labor ubicada como personal administrativo de la UDO y muchos investigadores de diversos Laboratorios de microscopía electrónica del país nacional, colaboraríamos con aquel avanzado proyecto de Maestría y Doctorado y viajaríamos a Cumaná, en varias ocasiones para ofrecer nuestro aporte, dando clases y dictando cursos. El año 1992 la Dra Tai organizó la Conferencia Atlántica de Microscopía Eelctrónica, en Mérida, la cual fue todo un éxito con la asistencia del Dr. Fernández Morán.

 

Las razones de por qué nunca pudo gozar del privilegio de ser personal docente y de investigación, quizás la podrán explicar las autoridades que estuvieron al frente de la UDO en aquellos años. Cuando tuvo que abandonar el país, Susan Tai lo hizo dejando toda una obra en el campo de la investigación y la docencia en ultraestructura la cual nunca recibiría el merecido reconocimiento. 

 

Del destino final de todas estas instalaciones, el equipo y el personal igualmente quien se interese, tendrá que averiguarlo en el Oriente del país. Yo, francamente lo desconozco, pero con gran dolor, nunca más volvimos a oír hablar de Cumaná como el paraíso de la ultraestructura que habíamos conocido durante más de una ilusionada década.

 

En la actualidad Susan SW Tai, PhD, es la Presidente del Mochtar Riady Instituto para Nanotecnología, donde desde el año 2006 forma parte de los programas de Salud Pública y Medicina de la Facultad de Medicina de la Universidad Pelita Harapan, en Indonesia.

 

Estas reflexiones las hice y hablé de ellas en este Blog residiendo en Mississauga, Ontario, cerca de Toronto, Canadá, el lunes 16 de septiembre del 2019 y lo traigo de nuevo en noviembre del año 2025 en el contexto ya comentado de “hablar sin pelos en la lengua”, por cuanto estamos conscientes de que no todo lo que brilla es oro, y no se deben callar ni menos olvidar, las verdaderas realidades, pues regresaremos al dicho de mi primo Ernesto, de que quien tenga ojos que vea y oídos que oiga.

 

PD: La Dra. Carmen Bastidas de Figuera, cetanís figurera@gmail.com  es Profesora Titular Jubilada de la UDO-Sucre, respondería en 2029 por las redes, informando que:

 

La Dra. Tai sigue siendo pionera e inspiración del Paradigma de Maestrías y Doctorados impartidos desde entonces y hasta ahora en la UDO, todos creados gracias al ímpetu del amor a la investigación de quienes como ella, somos amantes de nuestra labor científica y con nuestro corazón y tesón personales nos propusimos generar conocimiento de cuarto y quinto nivel para nuestra casa más alta, sin ningún respaldo ni reconocimiento de las autoridades de turno, siempre ocupadas en la burocracia administrativa e incompetentes para la verdadera Gestión del Conocimiento. La historia de estos Postgrados continuó tal cual, durante las dos últimas décadas del siglo XX hasta estas dos primeras, ya casi consumidas del siglo XXI. Afortunadamente, la historia es tan magnífica como el caracol telegrafista que reproduce el honor y la justicia.

 

Gracias a estos canales tecnológicos, hoy se expande la oportunidad de otorgar honor a quien honor merece, al dar a conocer estos hechos para resaltar tanta dedicación y tanto mérito desinteresado, puesto de manifiesto en el nombre del instituto creado por ella, el cual hoy lleva su nombre a petición de esos colegas que nunca han olvidado la labor de la Dra. Tai a favor de la Universidad de Oriente.

 

En Maracaibo, el domingo 2 de noviembre del año 2025

sábado, 1 de noviembre de 2025

La instalación


Estaba recordando aquel maravilloso microscopio electrónico de alta resolución, JEM 7A, instalado en el Sanatorio Antituberculoso de Maracaibo el año 1989. Aquel año pasó como un torbellino. El trabajo estaba todo por hacerse. Enviamos a Chucho Vivas a la capital para que se entrenara en la parte técnica mientras llegaban los equipos, que al fin llegarían…

Con el compresor de un congelador olvidado en la cocina del hospital fabricamos un tanque de refrigeración y utilizando un gigantesco lavaplatos de acero inoxidable, con una tubería de cobre hicimos una especie de serpentín, circuito cerrado de agua helada que quedó listo para refrigerar el agua que habría de circular enfriando el microscopio electrónico. Así, de la nada parecían irse creando las cosas y se transformaban aquellos ambientes que hasta hacía pocas semanas no eran más que unos depósitos de materiales inservibles, abandonados y afortunadamente olvidado por casi todos. La manufactura criolla, era producto de la imaginación del jefe de mantenimiento del hospital, y de sus eficientes obreros. Era un entusiasmo desbordante.

Las mesas de fórmica se pegaban en nuestra carpintería, las losas de las paredes palmo a palmo, la pintura de aceite para que nunca se ensuciasen los ambientes, el piso era de vinilo azul... Para el ultra micrótomo y las balanzas fabricamos mesas de concreto, aisladas en cuartos con paredes de vidrio y rejillas en las puertas para mantener la presión, Ideamos una campana extractora e instalamos ductos y tuberías que pintamos de los colores que tenían que ser y con entusiasmo se instaló el sistema del aire acondicionado. No sé de cuantos “Beteues” era, pero, ¡como refrigeraba! El equipo principal - el ME - estaría separado del piso, era necesario e hicimos un gran hueco después de despegar el linóleo del piso y aislamos el centro con láminas de anime y rodeamos con cabillas y concreto para crear una gran base que habría de soportar el gigantesco aparato.

Allí iba a crecer, a florecer y fructificar, el más hermoso laboratorio para hacer investigación con un microscopio electrónico de alta resolución, un aparato que habría de llegar desde el lejano Japón, y nos visitarían los señores Takahashi y el técnico Asao Komine, quienes compartirían la experiencia de la instalación del ME de JEOLCo.

Con la ayuda de Enrique Murcia el fotógrafo de los eventos sociales del Sanatorio, a quien el doctor Iturbe mantenía muy activo, fue una persona clave. Él y yo, íbamos a organizar una sección de fotografía anexa al laboratorio. Enrique, era fotógrafo, especie de arma secreta de mi padrino quien era, nada más y nada menos que el maravilloso doctor Pedro Iturbe, el director del hospital. Enrique corría tras él y detrás de sus invitados y en un santiamén se encerraba en el cuarto de revelado y tenía listas las fotografías de las entrevistas con los visitantes, algunas veces las preparaba como en un librito para los visitantes quienes siempre se llevaban aquel recuerdo.

Era que, venía mucha gente a conocer la maravilla del Sanatorio y eran visitas, tanto a los eventos científicos o socioculturales de aquel hospital pleno de actividades volcadas hacia la laborterapia y rehabilitación de los enfermos crónicos de tuberculosis pulmonar. Desde esos corre-corres venía Enrique y se encerraba en el cuarto oscuro y cuando ya existía el microscopio electrónico (ME) habilitamos un cuarto oscuro al lado del JEM7A e íbamos pesando la hidroquinona, el elón, el hiposulfito, gramo a gramo, en una vieja balanza hasta obtener las fórmulas químicas ideales para los más perfectos revelados y las fotografías ultraestructurales comenzarían a surgir óptimas, e iban todas pasando y saliendo reveladas y copiadas en nuestra vieja y eficiente ampliadora Omega.

A los dos años de estar trabajando en esto, en 1971, nos visitó quien era como “el padre de la criatura”, nuestro genial sabio, el Dr Humberto Fernández Morán y quedó gratamente impresionado y complacido por el ME del Dr Pedro Iturbe su amigo y compañero de diatribas y calumnias desde los tiempos del perezjimenismo. Ese año 1971 también fuimos capaces de montar una exposición de fotografías hechas con casos examinados en el microscopio electrónico en noviembre dentro del Congreso Latinoamericano de Patología, que se dio en el hotel del Lago, donde ya habíamos en abril, instalado el Primer Simposio Venezolano de Patología Ultraestructural. Después, seguimos trabajando…

Tuvimos que trabajar con las uñas y mucha gente ni se enteró porque afortunadamente éramos pocos los interesados en este tipo de trabajo, porque para la mayoría era tan solo un pasatiempo de locos. Echamos las bases de nuestro laboratorio de microscopía electrónica, contra viento y marea, en un sótano olvidado del viejo hospital para tuberculosos que dirigía mi padrino. Corito, Sierra Maestra, Sabaneta Larga, La Pomona y San Francisco eran los barrios que giraban alrededor de nuestro laboratorio.

Fueron años difíciles y si me lo preguntan, no vacilaría en afirmar que aquella lucha fue titánica. Mis colegas y amigos patólogos no creían en lo que hacíamos y dudaban de la utilidad del microscopio electrónico. Me espetaban cosas como: “no es rentable”, “con eso no vais a comer”, “es irresponsable de tu parte perder el tiempo en eso”,  “preocúpate por lograr una buena clientela entre los cirujanos porque de las biopsias de ellos es que vais a tener que vivir”, y un montón de cosas más que durante muchos años preferí no recordar.

El jefe del Servicio de Anatomía Patológica, pronto bautizo el microscopio como “el elefante gris”. Desde el mismísimo momento en que vio como descargábamos aquella inmensa caja bajo la canícula del mediodía y con horror observó cómo tuvimos que derribar una pared para poder ubicar el equipo en el sitio destinado para protegerlo de vibraciones periféricas, aquello fue para el Jefe, como una maldición cual si un rayo lo hubiese fulminado. Para él, aquel era un juguete caro que me había regalado mi padrino, un artefacto sin utilidad alguna y para su desagrado, ocurría en su territorio, ya que él, era el mero Jefe del Servicio de Patología.

Los comentarios llegaban ensayando una sonrisita meliflua, chispeando sus ojos iridiscentes y levantando sus cejas flechudas, sin que hubiese un ser capaz de lograr una modificación de su diagnóstico in pectore y evacuado ante sus colegas. No fue posible hacerle creer en el prestigio que adquiriría su Servicio con el nuevo aparato, ni con la publicación futura de trabajos científicos, ni con la investigación o el enfoque diagnóstico aplicado a problemas de salud pública, la posibilidad de mejorar el diagnóstico de los tumores o de las biopsias del riñón tampoco fue posible. Aquello era, una endemoniada terquedad.

Tratamos de incorporar a otros colegas patólogos a nuestra aventura, pero fracasamos rotundamente, y quedábamos estrellados ante la mirada oblicua y centellante del jefe. Era impresionante ver como los aspirantes a ingresar en nuestro laboratorio de ME, aunque hubiesen solicitado tan solo ser pasantes, rebotaban; los de fuera por foráneos, los de la casa para que no perdieran su tiempo. El interés era ir sacando biopsias, las cuales por otra parte las pagaban bastante bien produciendo pingües dividendos repartibles aunque a partes desiguales. Todo esto, tan solo para que no se distrajeran jugando a la investigación.

Esos criterios obtusos fueron objeto de múltiples discusiones. No existía una pasividad de parte nuestra, ni mucho menos. En aquellos tiempos no se hablaba de bozales de arepa y uno ni disecaba muy bien las situaciones, quizás porque había mucho de ilusión o de tonterías en todas las actuaciones de los que éramos todavía unos soñadores. No sospechábamos que podían darse toda una gama de desviaciones psico crematísticas entre los queridos colegas…Eramos ingenuos. Con el devenir del tiempo, estas anomalías iban a demostrar hasta la saciedad, ser el modus vivendi de casi toda una nación obcecada por la conquista del dinero fácil, pero esa es otra historia...

Para finalizar, debo acotar un hecho: no estoy con esta manera de conversar que puede sonar de pocos pelos en la lengua, repito que no estoy “descubriendo el agua tibia” como decía mi admirado colega José Ángel Suárez, ya todo está escrito antes y publicado desde hace ya muchos años en la novela “La Entropía Tropical”.

Maracaibo, sábado 1 de noviembre del año 2025