sábado, 26 de marzo de 2016

Los godos del emperador Valente, por Arturo Pérez-Reverte

Las batallas entre el Imperio Romano de Oriente contra “los Godos de los Balcanes”, (376-382) y en particular la batalla de Adrianápolis (378), fueron hechos decisivos en la caída del Imperio Romano de Occidente.  Pérez Reverte trae estos sucesos acaecidos siglos atrás en la actual Turquía durante la llamada “guerra gótica”, para reflexionar sobre la historia y el futuro de Europa.

Los godos del emperador Valente

En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano.

Y es que todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado. Que gobernantes irresponsables nos borren los recursos para comprender. Desde que hay memoria, unos pueblos invadieron a otros por hambre, por ambición, por presión de quienes los invadían o maltrataban a ellos. Y todos, hasta hace poco, se defendieron y sostuvieron igual: acuchillando invasores, tomando a sus mujeres, esclavizando a sus hijos. Así se mantuvieron hasta que la Historia acabó con ellos, dando paso a otros imperios que a su vez, llegado el ocaso, sufrieron la misma suerte. El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso -Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire- tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más.

Pagamos nuestros pecados. La desaparición de los regímenes comunistas y la guerra que un imbécil presidente norteamericano desencadenó en el Medio Oriente para instalar una democracia a la occidental en lugares donde las palabras Islam y Rais -religión mezclada con liderazgos tribales-  hacen difícil la democracia, pusieron a hervir la caldera. Cayeron los centuriones -bárbaros también, como al fin de todos los imperios- que vigilaban nuestro limes. Todos esos centuriones eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta. Sin ellos, sobre las fronteras caen ahora oleadas de desesperados, vanguardia de los modernos bárbaros -en el sentido histórico de la palabra- que cabalgan detrás. Eso nos sitúa en una coyuntura nueva para nosotros pero vieja para el mundo. Una coyuntura inevitablemente histórica, pues estamos donde estaban los imperios incapaces de controlar las oleadas migratorias, pacíficas primero y agresivas luego.
Imperios, civilizaciones, mundos que por su debilidad fueron vencidos, se transformaron o desaparecieron. Y los pocos centuriones que hoy quedan en el Rhin o el Danubio están sentenciados. Los condenan nuestro egoísmo, nuestro buenismo hipócrita, nuestra incultura histórica, nuestra cobarde incompetencia. Tarde o temprano, también por simple ley natural, por elemental supervivencia, esos últimos centuriones acabarán poniéndose de parte de los bárbaros.

A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, estas guerras, no se van a ganar. Ya no se puede. Nuestra propia dinámica social, religiosa, política, lo impide. Y quienes empujan por detrás a los godos lo saben. Quienes antes frenaban a unos y a otros en campos de batalla, degollando a poblaciones enteras, ya no pueden hacerlo. Nuestra civilización, afortunadamente, no tolera esas atrocidades. La mala noticia es que nos pasamos de frenada. La sociedad europea exige hoy a sus ejércitos que sean oenegés, no fuerzas militares. Toda actuación vigorosa -y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia- queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias. Detalle significativo: las operaciones de vigilancia en el Mediterráneo no son para frenar la emigración, sino para ayudar a los emigrantes a alcanzar con seguridad las costas europeas. Todo, en fin, es una enorme, e inevitable contradicción. El ciudadano es mejor ahora que hace siglos, y no tolera cierta clase de injusticias o crueldades. La herramienta histórica de pasar a cuchillo, por tanto, queda felizmente descartada. Ya no puede haber matanza de godos. Por fortuna para la humanidad. Por desgracia para el imperio.

Todo eso lleva al núcleo de la cuestión: Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse.

Eso nos mete en el cogollo del asunto: la instalación de los godos, cuando son demasiados, en el interior del imperio. Los conflictos derivados de su presencia. Los derechos que adquieren o deben adquirir, y que es justo y lógico disfruten. Pero ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables. Además, incluso para las buenas conciencias, no es igual compadecerse de un refugiado en la frontera, de una madre con su hijo cruzando una alambrada o ahogándose en el mar, que verlos instalados en una chabola junto a la propia casa, el jardín, el campo de golf, trampeando a veces para sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho. Donde no todos, y cada vez menos, podemos conseguir lo que ambicionamos. Y claro. Hay barriadas, ciudades que se van convirtiendo en polvorines con mecha retardada. De vez en cuando arderán, porque también eso es históricamente inevitable. Y más en una Europa donde las élites intelectuales desaparecen, sofocadas por la mediocridad, y políticos analfabetos y populistas de todo signo, según sopla, copan el poder. El recurso final será una policía más dura y represora, alentada por quienes tienen cosas que perder. Eso alumbrará nuevos conflictos: desfavorecidos clamando por lo que anhelan, ciudadanos furiosos, represalias y ajustes de cuentas. De aquí a poco tiempo, los grupos xenófobos violentos se habrán multiplicado en toda Europa. Y también los de muchos desesperados que elijan la violencia para salir del hambre, la opresión y la injusticia. También parte de la población romana -no todos eran bárbaros- ayudó a los godos en el saqueo, por congraciarse con ellos o por propia iniciativa. Ninguna pax romana beneficia a todos por igual. Y es que no hay forma de parar la Historia. «Tiene que haber una solución», claman editorialistas de periódicos, tertulianos y ciudadanos incapaces de comprender, porque ya nadie lo explica en los colegios, que la Historia no se soluciona, sino que se vive; y, como mucho, se lee y estudia para prevenir fenómenos que nunca son nuevos, pues a menudo, en la historia de la Humanidad, lo nuevo es lo olvidado. Y lo que olvidamos es que no siempre hay solución; que a veces las cosas ocurren de forma irremediable, por pura ley natural: nuevos tiempos, nuevos bárbaros. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Quizá con el tiempo y el mestizaje otros imperios sean mejores que éste; pero ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima.

En ese trayecto sólo hay dos actitudes razonables. Una es el consuelo analgésico de buscar explicación en la ciencia y la cultura; para, si no impedirlo, que es imposible, al menos comprender por qué todo se va al carajo. Como ese romano al que me gusta imaginar sereno en la ventana de su biblioteca mientras los bárbaros saquean Roma. Pues comprender siempre ayuda a asumir. A soportar. La otra actitud razonable, creo, es adiestrar a los jóvenes pensando en los hijos y nietos de esos jóvenes. Para que afronten con lucidez, valor, humanidad y sentido común el mundo que viene. Para que se adapten a lo inevitable, conservando lo que puedan de cuanto de bueno deje tras de sí el mundo que se extingue. Dándoles herramientas para vivir en un territorio que durante cierto tiempo será caótico, violento y peligroso. Para que peleen por aquello en lo que crean, o para que se resignen a lo inevitable; pero no por estupidez o mansedumbre, sino por lucidez. Por serenidad intelectual. Que sean lo que quieran o puedan: hagámoslos griegos que piensen, troyanos que luchen, romanos conscientes -llegado el caso- de la digna altivez del suicidio. Hagámoslos supervivientes mestizos, dispuestos a encarar sin complejos el mundo nuevo y mejorarlo; pero no los embauquemos con demagogias baratas y cuentos de Walt Disney. Ya es hora de que en los colegios, en los hogares, en la vida, hablemos a nuestros hijos mirándolos a los ojos.   

Artículo del año 2015 de Arturo Pérez Reverte,
publicado en este blog, en
Maracaibo, el 26 de marzo de 2016.


viernes, 25 de marzo de 2016

Oh Cuba: escrito el año 2003, todavía vigente en la actualidad.



¡Oh Cuba!

Jorge García Tamayo  
Quisiera comenzar esta narración con una frase certera, decir algo así, quizás como lo que escribiera no ha mucho tiempo Milagros Mata Gil: “Durante años creí que Cuba era un símbolo de libertad frente al imperio”. Pero, para ser franco, mi inspiración parece estar bloqueada, y siento que me invade una profunda tristeza. Para hablar sobre Cuba en esta Venezuela del siglo XXI quiero pulsar mi alma, aunque sé que al hacerlo me va doler muy hondo. Casi como mi admirada escritora quien hace años nos relatara las memorias de una antigua primavera, me tocó a mí también, un día y por vez primera, visitar la isla de Cuba. Fue el año ochenta y tres. Viajábamos un lote grande de médicos venezolanos a un evento fastuoso, un Congreso Internacional en el impresionante Palacio de las Convenciones de La Habana. Me hospedé con mi esposa en el hotel Habana Libre. Así pues, en medio de interrogantes y de grandes expectativas, decidimos en aquellos siete días, vivir a plenitud lo que era la revolución cubana. Veinte años atrás existían en Cuba muchas cosas diferentes a las nuestras y algunas se nos antojaban buenas, otras, las queríamos descubrir. Debo decir que todos estábamos llenos de curiosidad y emocionados porque compartíamos esa camaradería que nos hacía sentir progresistas, hasta llamarnos sin excepción ni convicción alguna, gentes de izquierda. El segundo día del Congreso me escapé con mi mujer. Nos fuimos a pie y durante más de nueve horas caminamos sin tregua, mirando, preguntando, conociendo, atisbando la ciudad de La Habana y sus habitantes. Años después, desde El Castillo del Morro, logré ir identificando en la distancia de un atardecer, las señales que marcaron nuestro periplo y comprendí cuanto habíamos caminado y porqué habíamos logrado ver tantas cosas en aquel interminable día. Esa noche, abrazado a ella, lloré amargamente y nos dormimos muy tarde y muy tristes. Nos han engañado. Esa era la frase, y quedamente la repetíamos ambos. El recuerdo de esta impresión ha sido para mi imborrable. 

Permítanme una digresión, si se quiere sensiblera, pero muy sincera. Siempre creí que el amor por la patria se sentía por dentro. Pensaba que sin duda era un fenómeno normal, posiblemente inducido al revivir ideas que le inculcan a uno desde niño y que van más allá de honrar los símbolos patrios, el escudo, la bandera y el himno nacional. Consideraba que eso que mientan “la venezolanidad” era saberme parte de una nación muy especial, la mía, a la que quiero y debo defender porque siento que es mi patria y mi verdad. Creía yo, que esta mi percepción era especialmente compartida con mis compatriotas, con unos más que otros, pero sin duda, y sobretodo, con aquellos que una vez decidieron abrazar la carrera militar. Sin tener mucho contacto con militares, siempre había pensado que ellos tenían la fortuna de permanecer siempre inflamados por un fuego sagrado, la emoción de padecer un cierto amor sublime por “la patria”. Me imaginaba yo, que en ellos esta sensación tenía que ser una vivencia permanente y que seguramente algunos la exteriorizaban y era asumida por sus familiares. Se me ocurría que tal vez estos hombres captaban y digerían ese manjar con sabor a patria fresca como sustento diario para los soldados en un ejercicio de vivir la pasión de ser los herederos de nuestra historia y los defensores del suelo que pisábamos todos los ciudadanos. En fin, imaginaba todas estas cosas que había aprendido en mi niñez... Pero, bien lo decía aquella poesía: “en palabras de niño ¿quién confía?”  Hoy resulta, que cuando tengo ya el pelo completamente blanco, recién descubro que hace ya muchos años que nuestros próceres se transformaron en historias del pasado. Resulta ahora, que algunos a su arbitrio las han modificado. Francamente yo no lo sabía, pero los hombres que conforman nuestras fuerzas armadas, no son aquellos idealizados en mi infancia, distan bastante de ser los que antes yo creía. Es una burla cruel toda esta situación actual. Les vemos con uniformes de gala, o con parches verde oliva en sus trajes de camuflaje. Los estoy observando y me parecen una comparsa de carnaval. Voy concienciando como si fuese una terrible enfermedad crónica y terminal, que hemos sido invadidos por un terrible mal. Bien, debo pasar la página y olvidarme del tema, porque así es la vida, es dura, y nos enseña... Pero dije desde el comienzo que quería conversar sobre Cuba y su revolución y he terminado hablando de nosotros, del país, de la precaria situación... Debo pedir perdón, excúsenme, regreso a la perla del Caribe, al paradiso de Lezama Lima, a la revolución cubana... 

Mi mujer era una dulce morenita, caraqueña de La Pastora. A ella le pareció que sería insultante para los cubanos hacer valer entre ellos su condición de turista, así que se codeó con todos e hizo una larga fila para entrar en el restaurante del hotel Habana Libre, y quiso protestar cuando vio a los señores del partido con sus carnets, saltarse la cola a la torera y a la vista de todos. Ellos pueden usar sus privilegios, ellos están autorizados. Eso le explicarían. Pues no hay derecho les dijo ella, y por supuesto, fue descubierta y regañada para que retomase su condición privilegiada, porque ella era, morenita pero extranjera. En esos tiempos los ascensores del hotel tenían fornidos guardianes y existían muchos avisos que advertían a todos los cubanos sobre sus restricciones. Las aceptamos, queriendo ver con interés aquel sistema, que nos parecía exageradamente discriminatorio para su propia gente. Discurrimos sobre aquellas realidades, nosotros, los venezolanos y llegamos a afirmar que jamás hubiésemos sido capaces de vivir en Cuba. Es porque estamos ya acostumbrados al desorden y a la guachafita, nos explicaron nuestros compatriotas más catequizados. Reflexionamos, y con ardor lo discutimos para decirnos que aunque nos gustase mucho el son y el ron, nunca seríamos capaces de aceptar tantas desigualdades como las que estábamos observando durante el viaje. Algunas situaciones nos parecieron en realidad grotescas e inaceptables y era evidente que creaban marcadas diferencias entre hermanos... Pero vimos ciertos avances. En estos tiempos, visitamos laboratorios bien equipados, fueron visitas guiadas ciertamente, pero se notaba el progreso y se evidenciaba como con la rigidez del orden, la gente, indefectiblemente se enseriaba, y guardaba silencio, se callaban. En ciertas áreas, parecía que la ayuda que los países socialistas les habían dado comenzaba a cuajar, y por ejemplo en el mundo de la informática, donde todavía en nuestra tierra estábamos por arrancar, ya ellos iban adelantados. En estas cosas de los socialistas, una de las cuestiones que nunca he comprendido es ese asunto de las benditas estadísticas. Con mi mujer, observamos en nuestra caminata, casas muy pobres, con mugre acumulado, unas viviendas que eran verdaderas madrigueras. Vimos envases de aluminio al sol y sin la tapa, con leche, y un mosquero. Las botellas de vidrio llenas de leche, esperaban en los portales, decorando el mármol de los primeros tramos de escaleras mugrientas, o en los zaguanes malolientes de viejos caserones derruidos. Pensamos en las moscas y en probables diarreas. Eran tantos los niños que pululaban en aquellas covachas compartidas. Las moscas completaban un cuadro muy tercermundista y sin duda no estaban esterilizadas, pero seguramente esas no entraban en las estadísticas. Existía un ambiente de euforia en algunos cubanos que nos mostraron como sus privilegios se los habían ganado duramente, en el África, o en Vietnam, y algunos batallando en el frente, y era, que el internacionalismo militante era el garante. Ellos, si se sentaban con nosotros y podían hablar un rato o compartir algunos tragos. En “la boite” del hotel Habana Libre, bebimos y cantamos muchas noches aprovechando la hospitalidad y la camaradería de los nuevos amigos cubanos. Siempre al preguntar por las cosas que nos parecían unos soberanos disparates, las explicaciones eran muy parcas, o venían como en el caso del por qué La Habana parecía una ciudad en ruinas, a resolverse con explicaciones peregrinas como decirnos que era un castigo por no apoyar con toda decisión los designios de la revolución. Una noche, uno de ellos se levantó y nos trajo, a mi mujer y a mí, un afiche del Ché. El gentil amigo, lo fue a buscar en la maleta de su auto. Es un regalo, nos dijo y lo guardamos como un tesoro. El internacionalista militante, que cantaba boleros, resultó ser un ingeniero que había defendido el aeropuerto de Grenada hasta el último instante, por eso tenía automóvil, podía festejar y beberse unos mojitos con sus queridos hermanos, con nosotros, los venezolanos. En fin, también fue cierto que uno de nuestros colegas, golpeado por las realidades que había observado, estaba decidido a levantarse en el discurso de clausura que lo daba Fidel. Decepcionado y como un energúmeno él quería protestar por lo que consideraba una vil patraña, me han engañado estos perros desgraciados, se quejaba, y estaba de muy mal talante, pero al final le convencimos para que no insistiera, y antes de que fuese a dar una cómica, lo sacamos del acto. Después, al regresar a Venezuela terminó en tratamiento por una úlcera gástrica sangrante. Yo he vuelto varias veces a La Habana, por lo menos cinco veces más, y he estado de visita en Varadero. Estuve antes y después de los balseros, les visité en épocas muy duras, de racionamientos de combustible, de comida es lo usual y de apagones de luz. Volví luego, en tiempos más recientes cuando la dolarización y las inversiones turísticas, sexuales o no, de los cachondos españoles florecían. Probablemente para exorcizar mis propios fantasmas, hace ya una década que publiqué una novela sobre Cuba. He tratado de ayudar a mis amigos cubanos, he dictado cursos y seminarios en La Habana sobre nuestros avances médicos en mi especialidad, lo he hecho y no me arrepiento. En la isla, tengo algunos amigos que aprecio, de corazón, son cubanos que viven en su cruel sistema, a quienes veo como parte de un pueblo estoico, que en mucho se parece al nuestro, son generosos, muy sufridos, quisieran ser sin duda más abiertos, pero no les dejan. Con ellos compartimos como caribeños ese regusto por el bonche y por una buena parranda con boleros y son, soneando con el güiro y el requinto, como canta un sinsonte. Con el correr de los años hemos tenido que presenciar el deterioro de las condiciones de salud mental y física del agobiado pueblo cubano. El hambre y la necesidad de mantenerse con vida, les ha llevado a extremos inenarrables, mientras la férrea dictadura ha apretado cada vez más sus mecanismos de represión. Esto no es un secreto. En todo el mundo  se conoce la precaria situación del pueblo en Cuba y cuanto podamos añadir sería superfluo. 

Cuando decidí escribir esta crónica, debo aceptar que he vivido en un desgarramiento permanente, desde mis primeras visitas a Cuba, en aquellos días ya lejanos cuando comencé mi relación personal con la revolución cubana. Siento que ha sido así. Ahora, en estos años aciagos, y en la situación que estamos viviendo en nuestro país, la cual en ocasiones parece una comedia de equivocaciones, me temo que guardar silencio sería, lo menos, una cobardía. Callar mis verdades y lo que pienso sobre Cuba, me parece que va en contra de los principios más elementales que involucran mi condición de ciudadano de este país, de Venezuela.

Pero debo decir un par de cosas más. Cuando escribí mi novela “Escribir en La Habana”, galardonada en la Bienal José Rafael Pocaterra del año 1994, lo hice porque no quise eludir el compromiso de expresar las contradicciones que para la época eran más que evidentes en el proceso revolucionario. Bajo el peso de lo que el pueblo cubano denominaba “la per-estoica”, se les estaba pidiendo que asimilasen las enseñanzas de la historia y Gorbachov les llamó la atención a los cubanos por su patética y ampliamente demostrada ineficiencia, a pesar de haber ya transcurrido para la época 30 años de padecimientos y de sacrificios revolucionarios. Ese mismo año, 1989, Fidel y Raúl liquidaron al general Arnaldo Ochoa y a sus colaboradores en una purga de corte staliniano, para lograr una limpieza en el ejército y consolidarse ante el derrumbe del muro de Belín.  En la segunda edición de mi novela, le pedí a mi amigo y colega Ildemaro que le escribiese un prólogo y él lo hizo brillantemente, para en su momento expresar : “...cabe señalar como virtud inicial de este libro y de su autor, la transparencia con que están ventilados percepciones y sentimientos, de manera que más que el mérito de la no evasión de una realidad, está el de haber ido al encuentro de la misma y desde su seno percibirla y permitirse objetarla”. No debo dar otras explicaciones, pero quisiera no pasar por alto dos situaciones adicionales. La primera tiene que ver con lo que fue nuestra relación con la revolución sandinista, la otra, puede que tenga más bien que hacer con los desafueros de la cuarta república. Ambas están relatadas a través de las vivencias de los personajes de mi novela “La peste Loca”, publicada en 1998 por la Gobernación del Estado Zulia. Debo destacar que en todos estos años, con tanta propaganda de izquierdismos sedientos de justicia y de ver muchas claudicaciones, asumimos un hecho como cierto, desde finales del primer gobierno de Caldera, el país comenzó a desviar su rumbo. Íbamos a  emborracharnos con las riquezas producidas por el excremento negro del demonio, ese del que Uslar dijo que nunca aprendimos a sembrar, y se exacerbó el vicio incontrolable de la corrupción. Durante esos años, hubo guerras en Centroamérica, y el vecino país que desde la muerte de Gaitán no había podido salir del marasmo de la violencia, cayó en las garras de los narcotraficantes. Para ese entonces, nos entusiasmó ver, como a muchos compatriotas, la gesta heroica del pueblo nicaragüense, pobres, desarrapados pero con el recuerdo de Sandino, derrocaron al tirano Somoza y desarticularon los planes de la CIA para hacer una verdadera revolución, y además, tuvieron que sostener una desigual guerra contra los Estados Unidos que apoyaban descaradamente al ejército de “los contras”. Estuvimos en Nicaragua varias veces, promovimos cursos y charlas que dictamos en Managua. Ayudamos a nuestros hermanos a salir adelante y cuando el sandinismo pareció chocar con la revolución cubana, ofrecimos nuestra versión. Quizá por eso creo que vale la pena comentar estos hechos. En un momento dado, entrenamos en nuestra especialidad a jóvenes médicos nicas, durante un año, y ellos aprovecharon muy bien, cuanto teníamos que ofrecerles en nuestra universidad. No así, debo decirlo, resultó la venida por seis meses de un compañero colega cubano quien nunca se pudo integrar bien, aquel fue el primer y único cubano introvertido que he conocido, y en realidad, nos aportó muy poco de lo que sabía, más fue lo que se llevó en conocimientos nuestros que lo que nos dio. Pero con esto, digo que en esos años de movernos entre las dos revoluciones, pudimos ir observando como las cosas fueron torciéndose en Nicaragua, no tanto por lo terrible de la guerra con “los contras”, más bien por fallas y pleitos intestinos, por la corrupción y las luchas entre los líderes que terminaron ahogando los logros del sandinismo. Las recientemente publicadas memorias de Gioconda Belli pueden servir de colofón a “La Paciente Impaciencia” del cura Tomás Borge. En esa época, nos llamó la atención, ver que los asesores, y los ayudadores, y los facilitadores cubanos en Nicaragua, terminaron por ser malqueridos. A pesar de su misión de apoyo a la nueva revolución, al final, por obra y gracia de su propia pedantería, la de quienes se sentían “sobrados”, por ser los verdaderos revolucionarios, salieron de Centroamérica. Finalmente, la señora Chamorro desalojó a Ortega y a los sandinistas para siempre, en un ejemplar proceso democrático. Las similitudes de nuestra actual situación política nos obliga a recordar lo cíclico y repetitivo de la historia y ellas hacen que estos recuerdos sirvan para abrigar esperanzas hacia el futuro. Por último, “La Peste Loca de las bestias” es como le dicen los campesinos a la encefalitis equina venezolana, pues enloquece a los caballos y a los burros antes de liquidarlos. Es este uno de los temas de mi novela homónima, pero es también la historia de sus personajes padeciendo la peste de la corrupción, la locura del desenfreno por lograr el poder y el dinero, y de tantísimas fallas de nuestros cuarenta años de cuestionada democracia. Estas situaciones están desnudadas en “La Peste Loca”. No haberlas denunciado en aquel tiempo, creo que me hubiese ahora detenido y tal vez no me hubiese atrevido a escribir esta crónica sobre Cuba. Lo he hecho, precisamente en estos días, cuando pienso que estamos en la etapa más crítica de nuestra historia. Vivimos los mayores niveles de pobreza, de desnutrición, de desempleo, con el país transformado en un gran mercado persa por la institucionalización del comercio informal. Son tiempos de quiebra financiera, de cierre de comercios y de industrias, hemos presenciado el desmantelamiento del personal mejor capacitado de la industria petrolera, a diario vemos el desastre de los servicios de salud y el bloqueo sistemático de los procesos de descentralización. Es esta una época de desmembramiento de todas las estructuras republicanas, y hasta las policías han sido desarticuladas. Las acciones tomadas concienzudamente, han sido estimuladas por la siembra del odio y el fomento de escuadrones de asesinos armados que campean rompiendo semanalmente las cifras sobre la criminalidad en el país. Ahora, en medio de este sinnúmero de calamidades, estamos presenciando lo que ejecuta la gente del gobierno. Prefieren otorgarle a Cuba privilegios y facilitarle los recursos del petróleo, mientras nuestro pueblo está en la miseria, y entretanto nos estamos llenando de facilitadores, de asesores, de entrenadores, de pseudomédicos y de otros cubanos que nos invaden ante la impasible y traidora complacencia de nuestras fuerzas armadas nacionales. Nunca como antes, la definición del acto de traición a la patria ha estado planteada con mayor seriedad que hoy en día, y todo esto, frente a la permisiva alcahuetería de los militares. Esperamos confiados en que obedecerán La Constitución... ¿Hasta cuando esperaremos? Puede que la revolución cubana resista hasta que Fidel el Patriarca muera en su largo otoño. Entonces puede que vuelvan a ser libres los cubanos. Pero, mientras tanto... ¿Cuánto más deberá resistir la patria de Simón Bolívar para sacudirse del yugo del populismo y de la miseria en que “el proceso” actual nos ha sumido?

¡Oh Cuba! Fue publicado en  www.el gusano de luz.com  a comienzos  del año 2003

jueves, 24 de marzo de 2016

Rafael Rangel, tercera y última parte




RAFAEL RANGEL, PADRE DE LA PARASITOLOGÍA
Y DEL BIONÁLISIS EN VENEZUELA

Tercera parte


El 20 de octubre de 1908 Cipriano Castro se irá a Alemania para que le operen la fístula recto-vesical que tiene y su compadre Juan Vicente Gómez se encargará de la presidencia. Acosado por quienes estaban resentidos de que un bachiller hubiese comandado la lucha contra la Peste Bubónica, surgirían reclamaciones por el pago por unas casas quemadas que el gobierno se había comprometido a resarcir los costos a los dueños, lo amenazarán con quitarle el Laboratorio, con darle un cargo de veterinario en el Mercado, le negarán las becas prometidas para estudiar en el exterior, le dirán que no valía la pena “enviar a otro negro al Brasil”. Todos estos desengaños lo conducirán al suicidio el 20 de agosto de 1909. El 18 de noviembre de 1909, el Consejo Universitario de la Universidad Fermín Toro acordó conferirle a Rafael Rangel, el título Honoris Causa (Post-Mortem).

El doctor Marcel Roche publicó en 1973, “Rafael Rangel ciencia y política en la Venezuela de principios de siglo”, un libro donde está condensada la vida y obra de Rafael Rangel. Después de la publicación de su libro, con mucho éxito, el año 1977, Marcel Roche publicó en La Gaceta Médica de Caracas un trabajo titulado, “Algunos factores condicionantes en la vida y muerte de Rafael Rangel” y ahondaría en algunas causas de su trágica muerte, remontándose a su infancia, como huérfano e hijo natural (ilegítimo), y viviendo la niñez sin su madre con la esposa de su padre (María Trinidad Jimenez), sin tocar otros temas como pudo ser la muerte de su pequeña hermana mayor, e igualmente sin profundizar demasiado sobre la dependencia sicológica con su protector el presidente Castro. Evidentemente tras el viaje a Alemania, luego de su operación en Berlín, el exilio de Cipriano Castro obligado por su compadre Juan Vicente quien se hizo cargo de la presidencia por los 40 años siguientes, dejaría sin apoyo alguno a Rangel. Dominici estaba también en el exilio. El doctor Hernández, recién regresaba de la Cartuja en Italia y andaba en otras cosas. No es de extrañar que haya caído en un estado depresivo asediado por muchos médicos de los que antes decían ser sus admiradores. Mi opinión personal es que el principal problema del joven trujillano, no fue que lo embromaron “por ser negrito”, ni era por una beca que le negaron, tenía mucho que ver con su personalidad. José Rafael era un hombre joven, muy trabajador, sencillo e introvertido, quien sin duda alguna se deprimiría ante la difícil situación que atravesaba. Inmediatamente después de yugular la epidemia de peste bubónica, el 8 de julio, Cipriano Castro le había otorgado la Orden del el Busto del Libertador en 3ra Clase por sus servicios. La beca que en 1903 le prometiera la Academia de Medicina con la recomendación de enviarlo a una escuela europea de Patología Tropical, se fue postergando con el correr de los años. Según su amigo Mendoza, la beca había sido ratificada ese año, por López Baralt quien era Ministro del Interior. Lo cierto fue que en cuanto Castro salió del país, se le imputó a Rangel haberse equivocado en el primer diagnóstico de peste bubónica. El 19 de enero Carlos Manuel Velázquez de la UCV publicó un trabajo “Peste y Castro” donde le atribuía el control de la epidemia a la Junta de Comercio de la Guaira y no a lo dispuesto por Cipriano Castro quien pretendía “desde su dominio, que con un simple bachiller extinguiría la epidemia”. Al instalarse el 20 de abril la Comisión de Higiene Pública el nombre de Rangel brilló por su ausencia. José A.Tagliaferro por la prensa arrojaría dudas sobre la verdadera naturaleza pestosa de los bacilos detectados por Rangel y su maestro José Gregorio Hernández tímidamente respondería argumentando que en la Universidad era peligroso manipular ese material y que no tenían facilidades para hacer esos estudios, pero nada diría sobre el Laboratorio del hospital Vargas donde todos sabían que Rangel si podía hacerlos… Me atrevo a  pensar que el problema del bachiller Rangel, estuvo directamente relacionado con dos hechos particulares. Primero que Rangel no era médico, y segundo, el germen de la envidia que creció en muchos ante la importancia que había tenido “un bachiller” actuando eficientemente en los predios de “la medicina” local. Las decisiones políticas del presidente Castro, sin pretenderlo, encumbraron a Rangel hasta ponerlo al frente de situaciones directivas que le crearon enemistades gratuitas entre los médicos. En 1903, Rangel se había separado totalmente de la Cátedra de Fisiología decidido a dedicarse en cuerpo y alma a la investigación en su Laboratorio. Tal vez Rangel esperaba consolidar algo como el Instituto Pasteur que en 1895 fundara y dirigiera Aníbal Santos Dominici en Caracas emulando al Instituto Pasteur de París. Dominici era el Jefe de la Cátedra de Clínica Médica y de Anatomía Patológica, brillaba en su Instituto y fue el Rector de la Universidad Central desde 1899 hasta 1901 cuando fue destituido y estuvo preso en la Rotunda hasta diciembre ese año al negarse a expulsar a unos estudiantes que habían ridiculizado al presidente en unos actos de carnaval. Al salir de prisión iniciaría su participación en la Revolución Libertadora por lo que fue hecho prisionero en 1903. Dominici logrará fugarse y viviría exiliado en Francia cuando Gómez se hizo cargo de la presidencia. La mala suerte de Santos Dominici y de Rafael Rangel dependería en el fondo, de razones políticas, un caso ya muy conocido en nuestro país. Al caso concreto del bachiller Rangel, se le sumarían el reconcomio de médicos quienes en un tiempo solían apoyarlo y estimular su trabajo. Betijoque es un pequeño pueblo muy cercano a Isnotú, y siendo ambos Rafael Rangel y José Gregorio Hernández trujillanos, uno podría esperar una mayor comunicación entre ellos, entre el discípulo y su maestro, pero sabemos que lamentablemente esta no existió. En realidad cuando Rangel se enfrentó al problema suscitado tras la salida de Cipriano Castro, poco podía hacer el doctor Hernández para ayudarle. La gente puede contrastar su decisión de quitarse la vida, con la santidad de José Gregorio, y al parecer Rangel no tuvo una formación religiosa muy sólida, a diferencia del doctor Hernández. Quizás ese fue un punto débil en la relación profesor-alumno, él vivía detrás del hospital Vargas desde 1903 con Ana Luisa Romero, sin casarse, y ya tenían dos hijos para la fecha de su muerte. Mi opinión personal, como patólogo, es que a Rangel, nadie le reconocerá cuanto hizo en Anatomía Patológica siguiendo lo aprendido por su maestro Aníbal Santos Dominici, sencillamente, porque, no era médico. 

(*) “Los estudiantes de Medicina convocados por el bachiller Rangel estaban a punto de llegar al laboratorio. Él tenía ya las láminas preparadas. Había pensado mostrarles un “pie de madura”. Quería conversar con ellos sobre la infección combinada de bacterias y hongos, un tema fascinante de la biología básica. Él había preparado algunos de sus cultivos sembrados con material extraído de los topochos enfermos con el objeto de hacerles la demostración a los estudiantes y conversar sobre los métodos empleados en la clasificación de las bacterias...  Él se quedó mirando la concha amarilla de los cambures manzanos... Aún no estaban afectados por el hereque, colgaban frente a la ventana, sendos racimos... Después al abrir una de las gavetas del mesón, precisamente un momento antes de aparecer los estudiantes, él se había ensimismado de nuevo. Sin darse cuenta se halló rememorando los días de la peste en La Guaira. Había caído en una trampa al mirar en aquella gaveta. Sus manos sostenían un fajo de papeles. Se había tropezado con los bocetos hechos en tinta por Landaeta Sojo durante la epidemia. Estaban allí desde que regresaron al laboratorio y él no había vuelto a verlos. Ahora, súbitamente, los dibujos lo retrotraían al pasado, tan solo un año... Con una sensación constrictiva fue mirándolos uno a uno. Allí estaba la madre Clotilde. El rostro de la buena mujer parecía sonreírle desde los trazos de la plumilla.  En otros se veían las lesiones inguinales de los enfermos, bubones fistulizados, axilas... Continuó observándolos detenidamente, volvió a ver las salas del Degredo, revivían ante sus ojos las escenas de aquellos días interminables, un año atrás... Quizás fue por culpa de esos recuerdos... Entraron los muchachos alborotando y cuando le rodearon, él les miró sin poderles decirles nada. Trató de hablarles y ante los estudiantes, su voz se le quebró en un sollozo. Entonces puso los brazos sobre el mesón, metiendo su cabeza entre ellos y se echó a llorar.  Los jóvenes estudiantes de Medicina optaron por retirarse, calladamente...        
Rangel murió un cuarto de hora después.

NOTA DE PRENSA:   Diario El Tiempo, de fecha 21 de agosto de 1909 ..."El bachiller Rangel se encerró ayer en el laboratorio y preparó una cantidad de cianuro de mercurio que bebió inmediatamente. El veneno terrible le produjo ansias y al ser preguntado por la causa de ellas, contestó al bachiller Salmerón “He tomado cianuro de mercurio, lo que quería”.

“La noche del veinte de agosto, el doctor Diego Carbonell acompañando a su colega Domingo Luciani, personalmente fue a entrevistarse con el Arzobispo de Caracas. La solicitud de velar los restos de Rangel en la Santa Iglesia Catedral les fue denegada. Ellos insistieron pero de nada valieron los argumentos de los médicos ni sus ruegos. Aquella noche, trataron de convencer al prelado, pero el Arzobispo no cedió. Ni en Catedral ni en otro templo de la Santa Madre Iglesia. Fue categórico. Para Monseñor, la muerte de Rangel era un asunto sórdido que involucraba el pecado de escándalo y la Iglesia no podía acceder ante un caso tan lamentable y deprimente. Esa misma noche, en la morgue del hospital Vargas, el doctor Luis Razetti embalsamó cuidadosamente el cuerpo del joven bachiller.
Al amanecer del sábado veintiuno de agosto, las nubes habían descendido desde el Avila y una densa neblina envolvía la ciudad. El rocío se cuajaba como una mazamorra gris, empegostaba las paredes y las calles, quería filtrarse por debajo de las puertas, y por los postigos de las ventanas entrecerradas. Desde muy temprano en la mañana comenzó a caer una fría llovizna, pertinaz, que intentaba disolver la neblina sin conseguirlo. 
En la capilla del hospital Vargas estaban presentes todos los jefes de los Servicios médicos y quirúrgicos. Habían acudido todos los médicos internos y externos del hospital y muchos estudiantes de Medicina. El Gobernador y los Ministros de Hacienda y de Instrucción Pública llegaron antes de comenzar los breves oficios religiosos. Entonces empezó a llover torrencialmente y al mediodía el aguacero era tan inclemente que se tomó la decisión de posponer el entierro hasta el día siguiente. El gobierno decretó día de duelo al 21 de agosto de 1909 y envió al entierro una Comisión presidida por los doctores Elías Toro y Manuel Díaz Rodríguez”.

Texto de algunos comentarios publicados en esos días en diversos diarios capitalinos, referidos al deceso del bachiller Rafael Rangel.
“...No es un suicidio, es una víctima, como siempre fueron en nuestro medio los buenos, los dignos, los incontaminables”.
“...Una víctima más de la ingratitud de sus conciudadanos y de la envidia de algunos”.
 “...En su camino de científico encontró abrojo, mucho abrojo”...

(*) tomado  de la novela “El movedizo encaje de los uveros”.
Fin de la 3ra parte de “Rafael Rangel padre de la Parasitología y del Bioanálisis en Venezuela”
Maracaibo, 24 de marzo del año 2016